Edgar Morin, en París en 2013.CORBIS VIA GETTY IMAGES ERIC FOUGERE / CORBIS VIA GETTY IMAGES

Hace más de vein­te años coin­ci­di­mos en una jor­na­da memo­ra­ble con Edgar Morin. Fue el año que estu­vo como pro­fe­sor invi­ta­do en la Uni­ver­si­dad de Valen­cia el poli­tó­lo­go fran­cés Sami Nair, antes de que se con­vir­tie­ra, tiem­po des­pués, en ase­sor del pre­si­den­te fran­cés Fra­nçois Hollan­de. Había sido invi­ta­do por la cáte­dra de Filo­so­fía del Dere­cho que diri­gía Javier de Lucas, y vivía alqui­la­do en una casa con jar­dín en Cam­po­li­var. Orga­ni­za­mos un domin­go valen­ciano con pae­lla. El arroz lo coci­nó magis­tral­men­te el musi­có­lo­go Pep Ruvi­ra, y un ser­vi­dor le hizo de pin­che. Morin había dado una con­fe­ren­cia en aquel semes­tre y esta­ba con su mujer, tam­bién de Lucas y el anfi­trión Nair, que sacó todas sus reser­vas de bur­deos y bor­go­ñas que se había traí­do al sur. Comi­mos, bebi­mos y char­la­mos. Brin­da­mos por la jovia­li­dad medi­te­rrá­nea, tan del gus­to de Morin y tan des­cri­ta en sus apor­ta­cio­nes socio­ló­gi­cas. Morin ter­mi­nó ata­via­do con un pañue­lo y una cin­ta en la cabe­za para evi­tar los rigo­res del sol mien­tras repe­tía una y otra vez: “Vive la pae­lia con­ti­nue”… invo­can­do el vie­jo lema revo­lu­cio­na­rio recon­ver­ti­do en eufo­ria por la sen­sua­li­dad de la amis­tad, la inte­li­gen­cia y el buen humor. Hoy no podría­mos repe­tir­lo habi­da cuen­ta de las cir­cuns­tan­cias coro­na­ví­ri­cas que nos ate­na­zan. Enton­ces Morin ron­da­ba los 80, hoy cami­na pró­xi­mo al cen­te­na­rio. En su honor, en recuer­do de aquel día y de su amplia son­ri­sa y sabi­du­ría, repro­du­ci­mos la entre­vis­ta que ha con­ce­di­do al Corrie­re della Sera y que en Espa­ña ha tra­du­ci­do El PaísJuan Lagar­de­ra

“La uni­fi­ca­ción téc­­ni­­co-eco­­nó­­mi­­ca del mun­do que tra­jo el capi­ta­lis­mo agre­si­vo en los años noven­ta ha gene­ra­do una enor­me para­do­ja que la emer­gen­cia del coro­na­vi­rus ha hecho aho­ra visi­ble para todos: esta inter­de­pen­den­cia entre los paí­ses, en lugar de favo­re­cer un real pro­gre­so en la con­cien­cia y en la com­pren­sión de los pue­blos, ha des­ata­do for­mas de egoís­mo y de ultra­na­cio­na­lis­mo. El virus ha des­en­mas­ca­ra­do esta ausen­cia de una autén­ti­ca con­cien­cia pla­ne­ta­ria de la huma­ni­dad”. Edgar Morin habla con su habi­tual pasión por Sky­pe. Él, como millo­nes de euro­peos, se encuen­tra con­fi­na­do en su casa del sur de Fran­cia, en Mont­pe­llier, con su espo­sa.

Está con­si­de­ra­do como uno de los filó­so­fos con­tem­po­rá­neos más bri­llan­tes; a los 98 años (el 8 de julio cum­pli­rá 99) Morin lee, escri­be, escu­cha músi­ca y man­tie­ne con­tac­to con ami­gos y parien­tes. Sus ganas de vivir demues­tran con fuer­za el dra­ma de un azo­te que está ani­qui­lan­do a miles de ancia­nos y de enfer­mos con pato­lo­gías pre­vias. “Sé bien —dice con tono iró­ni­co— que podría ser la víc­ti­ma por exce­len­cia del coro­na­vi­rus. A mi edad, sin embar­go, la muer­te está siem­pre al ace­cho. Por lo tan­to es mejor pen­sar en la vida y refle­xio­nar sobre lo que pasa”.

Pre­gun­ta. La mun­dia­li­za­ción de la que habla ha crea­do un gran mer­ca­do glo­bal que, a tra­vés de la tec­no­lo­gía más avan­za­da, ha redu­ci­do con­si­de­ra­ble­men­te las dis­tan­cias entre con­ti­nen­tes. Pero esta reduc­ción de las dis­tan­cias no ha favo­re­ci­do un diá­lo­go entre los pue­blos. Al con­tra­rio, ha fomen­ta­do el relan­za­mien­to del cie­rre iden­ti­ta­rio en sí mis­mo, ali­men­tan­do un peli­gro­so sobe­ra­nis­mo.

Res­pues­ta. Vivi­mos en un gran mer­ca­do pla­ne­ta­rio que no ha sabi­do sus­ci­tar sen­ti­mien­tos de fra­ter­ni­dad entre los paí­ses. Ha crea­do, de hecho, un mie­do gene­ra­li­za­do al futu­ro. Y la pan­de­mia del coro­na­vi­rus ha ilu­mi­na­do esta con­tra­dic­ción hacién­do­la aún más evi­den­te. Me hace pen­sar en la gran cri­sis eco­nó­mi­ca de los años trein­ta, en la que varios paí­ses euro­peos, Ale­ma­nia e Ita­lia sobre todo, abra­za­ron el ultra­na­cio­na­lis­mo. Y, pese a que fal­te la volun­tad hege­mó­ni­ca de los nazis, hoy me pare­ce indis­cu­ti­ble este cie­rre en sí mis­mos. El desa­rro­llo eco­­nó­­mi­­co-capi­­ta­­lí­s­­ti­­co, enton­ces, ha des­ata­do los gran­des pro­ble­mas que afec­tan nues­tro pla­ne­ta: el dete­rio­ro de la bios­fe­ra, la cri­sis gene­ral de la demo­cra­cia, el aumen­to de las des­igual­da­des y de las injus­ti­cias, la pro­li­fe­ra­ción de los arma­men­tos, los nue­vos auto­ri­ta­ris­mos dema­gó­gi­cos (con Esta­dos Uni­dos y Bra­sil a la cabe­za). Por eso, hoy es nece­sa­rio favo­re­cer la cons­truc­ción de una con­cien­cia pla­ne­ta­ria bajo su base huma­ni­ta­ria: incen­ti­var la coope­ra­ción entre los paí­ses con el obje­ti­vo prin­ci­pal de hacer cre­cer los sen­ti­mien­tos de soli­da­ri­dad y fra­ter­ni­dad entre los pue­blos.

La expe­rien­cia nos ense­ña que todas las gra­ves cri­sis pue­den incre­men­tar fenó­me­nos de cie­rre y de angus­tia: la caza al infrac­tor o la nece­si­dad de un chi­vo expia­to­rio, a menu­do iden­ti­fi­ca­do con el extran­je­ro o el migran­te.

P. Inten­te­mos ana­li­zar esta con­tra­dic­ción en una esca­la redu­ci­da, toman­do en con­si­de­ra­ción el micro­cos­mos de las rela­cio­nes per­so­na­les. La incur­sión del virus ha pues­to en cri­sis la ideo­lo­gía de fon­do que ha domi­na­do las cam­pa­ñas elec­to­ra­les en estos últi­mos años: esló­ga­nes como “Ame­ri­ca First”, “La Fran­ce d’abord”, “Pri­ma gli ita­lia­ni”, “Bra­sil aci­ma du tudo han ofre­ci­do una ima­gen insu­lar de la huma­ni­dad, en la que cada invi­di­duo pare­cer ser una isla sepa­ra­da de las otras (uti­li­zan­do la boni­ta metá­fo­ra de una medi­ta­ción de John Don­ne). En cam­bio, la pan­de­mia ha mos­tra­do que la huma­ni­dad es un úni­co con­ti­nen­te y que los seres huma­nos están liga­dos pro­fun­da­men­te los unos a los otros. Nun­ca como en este momen­to de ais­la­mien­to (lejos de los afec­tos, de los ami­gos, de la vida comu­ni­ta­ria) esta­mos toman­do con­cien­cia de la nece­si­dad del otro. “Yo me que­do en casa” sig­ni­fi­ca no solo pro­te­ger­nos a noso­tros mis­mos sino tam­bién a los otros indi­vi­duos con los que for­ma­mos nues­tra comu­ni­dad.

R. Así es. La emer­gen­cia del virus y las medi­das que nos obli­gan a que­dar­nos en casa han ter­mi­na­do por esti­mu­lar nues­tro sen­ti­mien­to de fra­ter­ni­dad. En Fran­cia, por ejem­plo, cada noche tene­mos una cita en nues­tras ven­ta­nas para aplau­dir a nues­tro médi­cos y al per­so­nal hos­pi­ta­la­rio que, en pri­me­ra línea, asis­te a los enfer­mos. Me he emo­cio­na­do, la sema­na pasa­da, cuan­do he vis­to en tele­vi­sión, en Nápo­les y en otras ciu­da­des ita­lia­nas, a las per­so­nas aso­mar­se a los bal­co­nes para can­tar jun­tas el himno nacio­nal o para bai­lar al rit­mo de las can­cio­nes popu­la­res. Pero está tam­bién la otra cara de la mone­da. La expe­rien­cia nos ense­ña que todas las gra­ves cri­sis pue­den incre­men­tar fenó­me­nos de cie­rre y de angus­tia: la caza al infrac­tor o la de nece­si­dad un chi­vo expia­to­rio, a menu­do iden­ti­fi­ca­do con el extran­je­ro o el migran­te. Las cri­sis pue­den favo­re­cer la ima­gi­na­ción crea­ti­va (como ocu­rrió con el New Deal) o pro­vo­car regre­sión.

P. ¿Alu­de tam­bién a la Euro­pa que fren­te a la emer­gen­cia sani­ta­ria ha reve­la­do, una vez más, su inca­pa­ci­dad de pro­gra­mar estra­te­gias comu­nes y soli­da­rias?

R. Por supues­to. La pseu­do Euro­pa de los ban­que­ros y de los tec­nó­cra­tas ha masa­cra­do en estas déca­das los autén­ti­cos idea­les euro­peos, can­ce­lan­do cada impul­so hacia la cons­truc­ción de una con­cien­cia uni­ta­ria. Cada país está ges­tio­nan­do la pan­de­mia de mane­ra inde­pen­dien­te, sin una ver­da­de­ra coor­di­na­ción. Espe­re­mos que de esta cri­sis pue­da resur­gir un espí­ri­tu comu­ni­ta­rio capaz de supe­rar los erro­res del pasa­do: des­de la ges­tión de la emer­gen­cia de los migran­tes has­ta el pre­do­mi­nio de las razo­nes finan­cie­ras sobre las huma­nas, des­de la ausen­cia de una polí­ti­ca inter­na­cio­nal euro­pea a la inca­pa­ci­dad de legis­lar en la mate­ria fis­cal.

P. ¿Cual ha sido su reac­ción fren­te al pri­mer dis­cur­so de Boris John­son, al des­pia­da­do cinis­mo con el que ha invi­ta­do a los ciu­da­da­nos bri­tá­ni­cos a pre­pa­rar­se a los miles de muer­tos que el coro­na­vi­rus pro­vo­ca­ría y a acep­tar los prin­ci­pios del dar­wi­nis­mo social (la supre­sión de los más débi­les)?

R. Un ejem­plo cla­ro de cómo la razón eco­nó­mi­ca es más impor­tan­te y más fuer­te que la huma­ni­ta­ria: la ganan­cia vale mucho más que las ingen­tes pér­di­das de seres huma­nos que la epi­de­mia pue­de infli­gir. Al fin y al cabo, el sacri­fi­cio de los más frá­gi­les (de las per­so­nas ancia­nas y de los enfer­mos) es fun­cio­nal a una lógi­ca de la selec­ción natu­ral. Como ocu­rre en el mun­do del mer­ca­do, el que no aguan­ta la com­pe­ten­cia es des­ti­na­do a sucum­bir. Crear una socie­dad autén­ti­ca­men­te huma­na sig­ni­fi­ca opo­ner­se a toda cos­ta a este dar­wi­nis­mo social.

P. El pre­si­den­te Macron ha uti­li­za­do la metá­fo­ra de la gue­rra para hablar de la pan­de­mia. ¿Cuá­les son las afi­ni­da­des y las dife­ren­cias entre un ver­da­de­ro con­flic­to arma­do y lo que esta­mos vivien­do?

R. Yo, que he vivi­do la gue­rra, conoz­co bien los meca­nis­mos. Pri­me­ro, me pare­ce evi­den­te una diver­si­dad: en gue­rra, las medi­das de con­fi­na­mien­to y toque de que­da son impues­tas por el enemi­go; aho­ra en cam­bio es el Esta­do el que lo impo­ne con­tra el enemi­go. La segun­da refle­xión tie­ne que ver con la natu­ra­le­za del adver­sa­rio: en una gue­rra es visi­ble, aho­ra es invi­si­ble. Tam­bién para aque­llos como yo, que han par­ti­ci­pa­do en la resis­ten­cia, la ana­lo­gía podría fun­cio­nar igual­men­te: para los par­ti­sa­nos la Ges­ta­po era como un virus, por­que se metia en cual­quier lado, por­que todo lo que esta­ba alre­de­dor de noso­tros habría podi­do tener oído para infor­mar y denun­ciar. Aho­ra no sé si este perio­do de con­fi­na­mien­to dura­rá el tiem­po sufi­cien­te para pro­vo­car res­tric­cio­nes que podrían recor­dar el racio­na­mien­to de la comi­da y los comer­cios ocul­tos del mer­ca­do negro. Pien­so, y espe­ro, que no. De todos modos, no creo que uti­li­zar la metá­fo­ra de la gue­rra pue­da ser más útil para com­pren­der esta resis­ten­cia a la epi­de­mia.

La pseu­do Euro­pa de los tec­nó­cra­tas ha masa­cra­do los idea­les del pro­yec­to.

P. A pro­pó­si­to de la soli­da­ri­dad huma­na: ¿no le pare­ce que los cien­tí­fi­cos en este momen­to están pro­mo­cio­nan­do una cola­bo­ra­ción inter­na­cio­nal para bus­car la derro­ta del virus? ¿La lle­ga­da de médi­cos chi­nos y cuba­nos en el nor­te de Ita­lia no es una señal de espe­ran­za?

R. Esto es indis­cu­ti­ble­men­te posi­ti­vo. La red pla­ne­ta­ria de inves­ti­ga­do­res tes­ti­fi­ca un esfuer­zo hacia un bien común uni­ver­sal que cru­za las fron­te­ras nacio­na­les, los idio­mas, el color de la piel. Pero no se deben infra­va­lo­rar los fenó­me­nos de cohe­sión nacio­nal: estar, lo recor­da­ba antes, alre­de­dor de los ope­ra­do­res sani­ta­rios que tra­ba­jan en los hos­pi­ta­les. Muchos, sin embar­go, son deja­dos fue­ra de estas nue­vas for­mas de agre­ga­ción soli­da­ria: per­so­nas solas, ancia­nos y fami­lias pobres no conec­ta­das a la Red, sin con­tar a los que viven en la calle por­que no tie­nen una casa. Si este régi­men dura­ra por un perio­do lar­go, ¿cómo segui­ría­mos cul­ti­van­do la rela­cio­nes huma­nas y cómo con­se­gui­ría­mos tole­rar las pri­va­cio­nes?

P. Me gus­ta­ría que abor­dá­ra­mos otra vez el tema de la cien­cia. Des­pués del desas­tre de la Segun­da Gue­rra Mun­dial, las pri­me­ras rela­cio­nes entre Israel y Ale­ma­nia se pro­du­je­ron a tra­vés de los cien­tí­fi­cos. El año pasa­do, mien­tras visi­ta­ba el Cern de Gine­bra con Fabio­la Gia­not­ti, vi alre­de­dor de una mesa inves­ti­ga­do­res que pro­ce­dían de paí­ses en con­flic­to entre ellos. ¿No pien­sa que la inves­ti­ga­ción cien­tí­fi­ca de base, la que no espe­ra ganar nada, pue­da con­tri­buir a pro­mo­cio­nar en esta emer­gen­cia de la pan­de­mia un espí­ri­tu de fra­ter­ni­dad uni­ver­sal?

R. Cla­ro que sí. La cien­cia pue­de desem­pe­ñar un papel impor­tan­te, pero no deci­si­vo. Pue­de acti­var un diá­lo­go entre los tra­ba­ja­do­res de dife­ren­tes paí­ses que en este momen­to tra­ba­jan para crear una vacu­na y pro­du­cir fár­ma­cos efi­ca­ces. Pero no se debe olvi­dar que la cien­cia es siem­pre ambi­va­len­te. En el pasa­do, muchos inves­ti­ga­do­res han tra­ba­ja­do al ser­vi­cio del poder y de la gue­rra. Dicho esto, yo con­fío mucho en esos cien­tí­fi­cos crea­ti­vos y lle­nos de ima­gi­na­ción que cier­ta­men­te sabrán pro­mo­cio­nar y defen­der una inves­ti­ga­cion cien­ti­fi­ca soli­da y al ser­vi­cio de la huma­ni­dad.

La red pla­ne­ta­ria de inves­ti­ga­do­res tes­ti­fi­ca un esfuer­zo hacia un bien común uni­ver­sal que cru­za las fron­te­ras nacio­na­les, los idio­mas, el color de la piel.

P. Entra las emer­gen­cias que la epi­de­mia ha evi­den­cia­do está sobre todo la sani­ta­ria. En algu­nos paí­ses euro­peos, los Gobier­nos han debi­li­ta­do pro­gre­si­va­men­te los hos­pi­ta­les con sus­tan­cia­les recor­tes de recur­sos. La esca­sez de médi­cos, enfer­me­ros, camas y equi­pa­mien­tos han mos­tra­do una sani­dad públi­ca enfer­ma.

R. No hay duda de que la sani­dad ten­ga que ser públi­ca y uni­ver­sal. En Euro­pa, en las últi­mas déca­das, hemos sido víc­ti­mas de las direc­ti­vas neo­li­be­ra­les que han insis­ti­do en una reduc­ción de los ser­vi­cios públi­cos en gene­ral. Pro­gra­mar la ges­tión de los hos­pi­ta­les como si fue­ran empre­sas sig­ni­fi­ca con­ce­bir los pacien­tes como mer­can­cía inclui­da en un ciclo pro­duc­ti­vo. Esto es otro ejem­plo de cómo una visión pura­men­te finan­cie­ra pue­da pro­du­cir desas­tres bajo el pun­to de vis­ta humano y sani­ta­rio.

P. La sani­dad y la edu­ca­ción cons­ti­tu­yen los dos pila­res de la dig­ni­dad huma­na (el dere­cho a la vida y el dere­cho al cono­ci­mien­to) y las bases del desa­rro­llo eco­nó­mi­co de un país. El sis­te­ma edu­ca­ti­vo tam­bién ha sufri­do recor­tes terri­bles en estas déca­das.

R. La sani­dad y la edu­ca­ción, bajo este pun­to estoy de acuer­do con lo que ha escri­to en sus libros, no pue­den ser ges­tio­na­dos por una lógi­ca empre­sa­rial. Los hos­pi­ta­les o las escue­las y las uni­ver­si­da­des no pue­den gene­rar ganan­cia eco­nó­mi­ca (¡no debe­rían ven­der pro­duc­tos a los clien­tes que los com­pran!), pero deben pen­sar en el bien­es­tar de los ciu­da­da­nos y en for­mar, como decía Mon­taig­ne, “tes­te ben fat­te”. Se debe reen­con­trar el espí­ri­tu del ser­vi­cio públi­co que en estas déca­das ha sido fuer­te­men­te redu­ci­do.

La epi­de­mia, con las res­tric­cio­nes que ha gene­ra­do, nos ha obli­ga­do a rea­li­zar una salu­da­ble des­ace­le­ra­ción.

R. Gra­cias a la tec­no­lo­gía se pue­de con­se­guir no rom­per el hilo de la comu­ni­ca­ción. Tam­bién la tele­vi­sión en Fran­cia se está orga­ni­zan­do para ofre­cer pro­gra­mas a los estu­dian­tes de los ins­ti­tu­tos. Pero la cues­tión, como bien sabe, es de fon­do: en dife­ren­tes libros míos he pues­to en evi­den­cia los lími­tes de nues­tro sis­te­ma de ense­ñan­za. Pien­so que no se adap­tó a la com­ple­ji­dad que vivi­mos des­de el pun­to de vis­ta per­so­nal, eco­nó­mi­co y social. Tene­mos una con­cien­cia divi­di­da en com­par­ti­men­tos estan­cos, inca­paz de ofre­cer pers­pec­ti­vas uni­ta­rias e inade­cua­da para enfren­tar de mane­ra con­cre­ta los pro­ble­mas del pre­sen­te. Nues­tros estu­dian­tes no apren­den a medir­se con los gran­des desa­fíos exis­ten­cia­les, tam­po­co con la com­ple­ji­dad y la incer­ti­dum­bre de una reali­dad en cons­tan­te muta­ción. Me pare­ce impor­tan­te pre­pa­rar­se para enten­der las inter­co­ne­xio­nes: cómo una cri­sis sani­ta­ria pue­de pro­vo­car una cri­sis eco­nó­mi­ca que, a su vez, pro­du­ce una cri­sis social y, por últi­mo, exis­ten­cial.

P. Algu­nos deca­nos y algu­nos pro­fe­so­res han con­si­de­ra­do la expe­rien­cia de la pan­de­mia como una oca­sión para relan­zar la ense­ñan­za tele­má­ti­ca. Pien­so que es nece­sa­rio recor­dar que nin­gu­na pla­ta­for­ma digi­tal pue­de cam­biar la vida de un alumno. ¿Así no se corre el ries­go de deni­grar la impor­tan­cia esen­cial de las cla­ses en las aulas y del encuen­tro humano entre pro­fe­sor y estu­dian­te?

R. Se debe dis­tin­guir la excep­cio­na­li­dad impues­ta por el virus de las con­di­cio­nes nor­ma­les. Aho­ra no tene­mos elec­ción. Pero con­ser­var el con­tac­to humano, direc­to, entre pro­fe­so­res y alum­nos es fun­da­men­tal. Solo un pro­fe­sor que ense­ña con pasión pue­de influir real­men­te en la vida de sus estu­dian­tes. El papel de la ense­ñan­za es sobre todo el de pro­ble­ma­ti­zar, a tra­vés de un méto­do basa­do en pre­gun­tas y res­pues­tas capaz de esti­mu­lar el espí­ri­tu crí­ti­co y auto­crí­ti­co de los alum­nos. Des­de la infan­cia, los estu­dian­tes tie­nen que dejar rien­da suel­ta a su curio­si­dad, cul­ti­van­do la refle­xión crí­ti­ca. Ense­ñar es una misión, como la que están cum­plien­do aho­ra los médi­cos: se tra­ta, en cual­quier caso, de ocu­par­se de vidas huma­nas, de per­so­nas, de futu­ros ciu­da­da­nos.

Aho­ra no tene­mos elec­ción. Pero con­ser­var el con­tac­to humano, direc­to, entre pro­fe­so­res y alum­nos es fun­da­men­tal.

P. El virus ha con­se­gui­do hacer explo­tar tam­bién los lími­tes de la rapi­dez. El con­fi­na­mien­to en nues­tras casas nos ha ayu­da­do a redes­cu­brir la impor­tan­cia de la len­ti­tud para refle­xio­nar, para enten­der, para cul­ti­var los afec­tos.

R. Me pare­ce indis­cu­ti­ble. La epi­de­mia, con las res­tric­cio­nes que ha gene­ra­do, nos ha obli­ga­do a rea­li­zar una salu­da­ble des­ace­le­ra­ción. Yo mis­mo he nota­do un fuer­te cam­bio en mi rit­mo coti­diano: ya no es cro­no­me­tra­do y jalo­na­do como lo era antes. Cuan­do dejé París para vivir en Mont­pe­llier ya noté un nota­ble cam­bio en el desa­rro­llo de mis jor­na­das. Aho­ra, con mayor con­cien­cia, me estoy (nos esta­mos) reapro­pian­do del tiem­po. Berg­son había enten­di­do bien la dife­ren­cia entre el tiem­po vivi­do (el inte­rior) y el tiem­po cro­no­me­tra­do (el exte­rior). Recon­quis­tar el tiem­po inte­rior es un desa­fío polí­ti­co, pero tam­bién éti­co y exis­ten­cial.

P. Pre­ci­sa­men­te aho­ra nos damos cuen­ta de que leer libros, escu­char músi­ca, admi­rar obras de arte es la mane­ra mejor de cul­ti­var nues­tra huma­ni­dad.

R. Sin duda. El con­fi­na­mien­to está hacien­do que nos demos cuen­ta de la impor­tan­cia de la cul­tu­ra. Una oca­sión —a tra­vés de estos sabe­res que nues­tra socie­dad ha lla­ma­do injus­ta­men­te “inú­ti­les” por­que no pro­du­cen ganan­cias— para com­pren­der los lími­tes del con­su­mis­mo y de la carre­ra sin pau­sa hacia el dine­ro y el poder. Habre­mos apren­di­do algo en estos tiem­pos de pan­de­mia si sabe­mos redes­cu­brir y cul­ti­var los autén­ti­cos valo­res de la vida: el amor, la amis­tad, la fra­ter­ni­dad, la soli­da­ri­dad. Valo­res esen­cia­les que cono­ce­mos des­de siem­pre y que des­de siem­pre, des­afor­tu­naa­men­te, ter­mi­na­mos por olvi­dar.

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