Valenciacity.es incor­po­ra la fir­ma de R. Balles­ter Añón (Valen­cia, 1951). Escri­tor y crí­ti­co. Autor, entre otros tex­tos, de tres nove­las bre­ves: Cua­derno de Ejem­plos, Álbum de peque­ños pre­ci­pi­cios y Bre­via­rio. Balles­ter escri­be de for­ma perió­di­ca en nues­tra pági­na rese­ñas de libros y comen­ta tam­bién la actua­li­dad rela­cio­na­da con el mun­do lite­ra­rio, espe­cial­men­te, el valen­ciano. De este modo, tras pre­sen­ta­rons el libro «Tex­tos poten­tes», nos habla aho­ra del títu­lo “Con­sue­lo de la filo­so­fía”.

Deta­lle de la por­ta­da del libro “Con­sue­lo de la filo­so­fía”, de Boe­cio.

Boe­cio (480–524 d.C.) fue el últi­mo filó­so­fo de Roma y el pri­mer esco­lás­ti­co cris­tiano; y en la Edad Media, el autor con pres­ti­gio equi­va­len­te al de Aris­tó­te­les o San Agus­tín.

 Su obra más cono­ci­da, Con­sue­lo de la filo­so­fía, es un diá­lo­go entre el pro­pio Boe­cio y Filo­so­fía, per­so­na­je feme­nino ale­gó­ri­co, que se le apa­re­ce al filó­so­fo para acla­rar­le la natu­ra­le­za del des­tino, del azar, de por qué los mal­va­dos logran recom­pen­sa y a menu­do los jus­tos no. El tema se rela­cio­na direc­ta­men­te con la caí­da en des­gra­cia del pro­pio Boe­cio; esta obra fue escri­ta en la cár­cel duran­te el año que pasó antes de ser deca­pi­ta­do en Pavía, por orden del empe­ra­dor Teo­do­ri­co.

Debi­do a que en la Con­so­la­ción no se cita en nin­gún momen­to a Jesu­cris­to ni la Sagra­da Escri­tu­ra, ni explí­ci­ta­men­te la fe cris­tia­na, algu­nos his­to­ria­do­res pusie­ron en duda el cris­tia­nis­mo de Boe­cio y la auten­ti­ci­dad de sus obras teo­ló­gi­cas; lue­go se ha demos­tra­do que no era así.

Filosofía como provocación

La por­ta­da del libro “Con­sue­lo de la filo­so­fía”, de Boe­cio, edi­ta­do por Acan­ti­la­do.

En su diá­lo­go, Filo­so­fía le advier­te a Boe­cio de “que el ori­gen de todas tus des­gra­cias fue que, al estar for­ma­do en mis doc­tri­nas, tus actos ponen en evi­den­cia a los mal­va­dos”. Y lue­go, “quien posee sere­ni­dad y lle­va una vida orde­na­da ven­ce al des­tino sober­bio y logra obser­var impa­si­ble tan­to la bue­na como la mala for­tu­na”.

Filo­so­fía le repren­de por des­co­no­cer la fina­li­dad de las cosas y con­si­de­rar que los cri­mi­na­les y mal­he­cho­res son pode­ro­sos y feli­ces; y por creer que las vici­si­tu­des de la for­tu­na no obe­de­cen a un plan.

El ori­gen de todo vie­ne por no estar adies­tra­do en el saber filo­só­fi­co, dado que el alma, aun­que su recuer­do esté ofus­ca­do, bus­ca siem­pre su pro­pio bien, pero igno­ra el camino para lle­gar a él, como el borra­cho igno­ra el camino de vuel­ta a casa”.

Naturaleza del mal

La per­ple­ji­dad que el sabio le plan­tea a Filo­so­fía, se com­pen­dia en la siguien­te obser­va­ción: “algo aún más gra­ve: como la mal­dad se impo­ne y pros­pe­ra. Que ello pue­da ocu­rrir en el rei­no de un Dios omnis­cien­te y omni­po­ten­te que sólo desea el bien, des­con­cier­ta y afli­ge a cualquiera”.A menu­do los vir­tuo­sos reci­ben los cas­ti­gos que mere­cen los crí­me­nes, mien­tras que los mal­va­dos dis­fru­tan de las recom­pen­sas de la vir­tud.

Una ilus­tra­ción del ros­tro de Boe­cio.

Filo­so­fía res­pon­de con una argu­men­ta­ción teo­ló­gi­ca sobre la inexis­ten­cia del mal: “el mal no exis­te pues­to que no pue­de hacer­lo Aquel que todo lo pue­de”.

A lo que aña­de una afir­ma­ción pro­vo­ca­ti­va y, des­de el canon actual, escan­da­lo­sa: “no nie­go que los mal­va­dos sean malos; nie­go pura y sim­ple­men­te que exis­tan”. Y aun­que parez­ca que el mal abun­da en la tie­rra, “si pudie­ras ver el plan de la Pro­vi­den­cia, com­pren­de­rías que no hay mal alguno”.

Des­de un pun­to de vis­ta pla­­tó­­ni­­co-estoi­­co, Boe­cio expli­ca la mal­dad como mera for­ma de igno­ran­cia:

Por­que “al bien supre­mo aspi­ran bue­nos y malos por igual, pero los bue­nos lo satis­fa­cen por medio de una fun­ción natu­ral, es decir, el ejer­ci­cio de sus vir­tu­des; mien­tras que los malos tra­ta de satis­fa­cer exac­ta­men­te los mis­mos por medio de sus diver­sas pasio­nes que no son el medio natu­ral para obte­ner el bien”.  Y aña­de: “el mal no es nada, que­da cla­ro que, pues­to que solo pue­den obrar mal, los mal­va­dos no pue­den hacer nada”.

Sobre la felicidad del malvado

Des­de el pun­to de vis­ta de un filó­so­fo como Boe­cio, “la mal­dad es una enfer­me­dad del alma. Nos com­pa­de­ce­mos de quie­nes sufren enfer­me­da­des tem­po­ra­les en vez de odiar­los, con mayor razón debe­mos actuar así ante la mal­dad”.  Por otro lado, “los mal­va­dos son más feli­ces cuan­do reci­ben un cas­ti­go que cuan­do no cum­plen nin­gu­na con­de­na” (…) “los mal­va­dos sufren los peo­res tor­men­tos cuan­do sus crí­me­nes que­dan impu­nes”. En con­se­cuen­cia, se cas­ti­ga a los mal­va­dos para que ellos alcan­cen esta­dos de alta feli­ci­dad.

El falso azar, el Dios oculto

Del mis­mo modo que no exis­te el mal, el azar no es posi­ble, por­que “si el azar se defi­ne como un movi­mien­to oca­sio­na­do acci­den­tal­men­te, sin cone­xión cau­sal, sos­ten­go que no exis­te en abso­lu­to. Por­que si Dios lo gobier­na todo no hay cabi­da para los acon­te­ci­mien­tos aza­ro­sos”. El azar, dice Boe­cio, pare­ce dar ban­da­zos sin con­trol, aun­que esté some­ti­do y obe­dez­ca a una ley ina­mo­vi­ble.

Diri­gién­do­se a quie­nes no está ini­cia­dos en sus sabe­res, Filo­so­fía les dice: “voso­tros que no podéis con­tem­plar este orden, todo os pare­ce con­fu­so y caó­ti­co, pero no es menos cier­to que todo obe­de­ce a ese orden y tien­de al bien. No hay nada que obe­dez­ca al mal ni siquie­ra los actos de los mal­va­dos, ya que inclu­so ellos, como hemos demos­tra­do sobra­da­men­te, bus­can el bien ‑aun­que el error los des­víe de él-; por­que el orden que dima­na del bien supre­mo situa­do en el cen­tro del uni­ver­so no admi­te excep­cio­nes”. Así pues, la Dei­dad omnis­cien­te que actúa deja estu­pe­fac­tos a quie­nes igno­ran su plan.

La rara fres­cu­ra de este colo­quio filo­só­fi­co de Boe­cio, escri­to hace quin­ce siglos, en par­te se debe a su maes­tría lite­­ra­­rio-retó­­ri­­ca. Pero qui­zá no sólo a ella. Cuan­do lo sagra­do se esfu­ma, aca­ba por reapa­re­cer de modo abrup­to, como (todo hace pen­sar) suce­de aho­ra.

Por últi­mo, en la obra de Boe­cio son fre­cuen­tes obser­va­cio­nes afo­rís­ti­cas de una incó­mo­da actualidad:“a menu­do las altas dig­ni­da­des recaen en los hom­bres más inep­tos”.

Título: Consuelo de la filosofía

Autor: Boe­cio

Tra­duc­tor: Eduar­do Gil Bera

Edi­to­rial: Acan­ti­la­do

Pági­nas: 208

Pre­cio: 14 €

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