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La expo­si­ción Hacia la luz de Joel Meye­ro­witz, en Bom­bas Gens Cen­tre d’Art, inclu­ye 98 foto­gra­fías de la Colec­ción Per Amor a l‘Art, casi todas ellas toma­das en Mála­ga entre 1966 y 1967, ciu­dad en la que con­vi­vió con los Esca­lo­na, una de las fami­lias fla­men­cas de mayor renom­bre en la ciu­dad. La expo­si­ción inclu­ye imá­ge­nes en blan­co y negro y color, así como una peque­ña mues­tra de las rea­li­za­das en casa de los Esca­lo­na.

En el año 1962 Meye­ro­witz aban­do­nó su tra­ba­jo como edi­tor para con­ver­tir­se en fotó­gra­fo, deci­sión que tomó tras una sesión de fotos con Robert Frank en un apar­ta­men­to de Manhat­tan. Ayu­da­do por su anti­guo jefe, Harry Gor­don, que le rega­ló una peque­ña cáma­ra en color —y pos­te­rior­men­te el libro The Ame­ri­cans de Frank—, Meye­ro­witz comen­zó a foto­gra­fiar en las calles de Nue­va York jun­to con Tony-Ray Jones y pos­te­rior­men­te con Garry Wino­grand y Tod Papa­geor­ge.

Meye­ro­witz es con­si­de­ra­do actual­men­te uno de los gran­des repre­sen­tan­tes de la street pho­to­graphy (“foto­gra­fía de calle”) por haber con­ti­nua­do y reno­va­do el lega­do de auto­res como Hen­ri Car­­tier-Bre­s­­son o Robert Frank, defi­nien­do un len­gua­je pro­pio. Des­de el prin­ci­pio uti­li­zó el color fren­te a la ten­den­cia domi­nan­te de uso de la foto­gra­fía en blan­co y negro, aun­que simul­ta­nea­ba ambos. Le intere­sa­ba el color tan­to por su capa­ci­dad des­crip­ti­va de una épo­ca y un momen­to deter­mi­na­dos como por su acer­ca­mien­to a la super­fi­cie pic­tó­ri­ca. Comen­zó con una cáma­ra peque­ña de 35 mm que le per­mi­tía foto­gra­fiar el caos y la inme­dia­tez de la vida en la calle. Pero pron­to comen­zó tam­bién a uti­li­zar una cáma­ra de pla­cas, que defi­nió una nue­va for­ma de mirar más pau­sa­da y más cen­tra­da en el espa­cio, pasan­do de la acción al con­tex­to, aun­que man­te­nien­do en cier­ta medi­da la inme­dia­tez de las rela­cio­nes que suce­den en la calle.

Su via­je a Euro­pa y su estan­cia en Espa­ña en 1966, solo cua­tro años des­pués de sus ini­cios en la foto­gra­fía, es impor­tan­te para la defi­ni­ción de una for­ma de hacer que des­de muy pron­to se apar­tó tan­to del “ins­tan­te deci­si­vo” de Car­­tier-Bre­s­­son como de la narra­ti­vi­dad de Frank para cen­trar­se en las posi­bi­li­da­des expre­si­vas de la foto­gra­fía como con­tex­to, capaz de dar cuen­ta de la frag­men­ta­ción, la simul­ta­nei­dad y el con­tras­te de la vida en la calle. Plan­tea su tra­ba­jo como una con­ver­sa­ción con lo real, una res­pues­ta, hecha de ener­gía y medi­ta­ción. Su posi­ción no es la del caza­dor que bus­ca una pre­sa sino la del pasea­n­­te-obse­r­­va­­dor que se deja afec­tar por lo que sien­te en cada momen­to y no solo por lo que ve, obe­de­cien­do a un impul­so sen­so­rial que va más allá de la vis­ta.

El tra­ba­jo rea­li­za­do en Espa­ña —y el pro­pio via­je— posee un gran valor, pues supo­ne una con­ver­sa­ción con­ti­nua­da con un país en trans­for­ma­ción bajo unas cir­cuns­tan­cias socia­les, cul­tu­ra­les y polí­ti­cas difí­ci­les, mar­ca­das por una dic­ta­du­ra. No obs­tan­te, sus foto­gra­fías de Mála­ga mues­tran, a veces inclu­so con un humor vela­do, cómo la vida se hace camino en cual­quier cir­cuns­tan­cia.

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