Fun­da­ción Ban­ca­ja pre­sen­ta la expo­si­ción Picas­so. La ale­gría de vivir. La mues­tra reúne una selec­ción de más de 170 obras entre óleos, gra­ba­dos, dibu­jos, lito­gra­fías, estam­pas y cerá­mi­cas que refle­jan la acti­tud vital que man­tu­vo Picas­so a lo lar­go de toda su vida, carac­te­ri­za­da por lo que los fran­ce­ses lla­man la joie de vivre y que en espa­ñol podría­mos tra­du­cir como la ale­gría de vivir, y que pasó a con­ver­tir­se en una filo­so­fía de vida que plas­mó en toda su obra.

La expo­si­ción, hace un reco­rri­do por dis­tin­tas temá­ti­cas de la obra del mala­gue­ño en las que sub­ya­ce ese lema de vida. De este modo, se pue­de con­tem­plar la sen­sua­li­dad de un tema como el del pin­tor y la mode­lo que tam­bién cul­ti­vó en diver­sas eta­pas crea­ti­vas; el uni­ver­so del cir­co y los paya­sos; el mun­do de las corri­das de toros y del mino­tau­ro; el colo­ri­do de la músi­ca y la dan­za que plas­mó en los nume­ro­sos ballets para los que dise­ñó el ves­tua­rio; el arte pri­mi­ti­vo, com­pues­to por más­ca­ras afri­ca­nas que colec­cio­nó y que le sir­vie­ron de ins­pi­ra­ción para muchas de sus obras; la cul­tu­ra medi­te­rrá­nea, que tras­la­dó a infi­ni­dad de cerá­mi­cas a lo lar­go de toda su vida; sus estan­cias en la Cos­ta Azul y en espe­cial en la villa La Cali­for­nie, don­de creó algu­nas de sus obras más cono­ci­das, como las dis­tin­tas ver­sio­nes que reali­zó de Las Meni­nas de Veláz­quez; o la admi­ra­ción hacia los gran­des maes­tros de la pin­tu­ra que tan­tas veces le sir­vie­ron como fuen­te de ins­pi­ra­ción.

Jun­to a esta, se pue­de visi­tar tam­bién la mues­tra Picas­so y la paz, enmar­ca­da en la 9ª Sema­na D‑Capacidad Fun­da­ción Ban­ca­ja. Rea­li­za­da por per­so­nas con diver­si­dad fun­cio­nal de vein­te cen­tros de Valèn­cia, la expo­si­ción reco­ge dife­ren­tes ver­sio­nes de los gra­ba­dos que el artis­ta mala­gue­ño dedi­có a la palo­ma, una ima­gen que se con­vir­tió en la seña del Pri­mer Con­gre­so Mun­dial de Par­ti­da­rios de la Paz y pos­te­rior­men­te en todo un sím­bo­lo del siglo XX.

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