REVELAN LAS CLAVES ARQUITECTÓNICAS DEL FRAILE AUTODIDACTA QUE CONSTRUYÓ LOS PRINCIPALES EDIFICIOS COLOMBIANOS: FRAY DOMINGO PETRÉS

El últi­mo núme­ro de la revis­ta Ars Lon­ga del Depar­ta­ment d’Història de l’Art de la Uni­ver­si­tat de Valèn­cia publi­ca el artícu­lo “El ‘ver­da­de­ro’ retra­to de Fray Domin­go Petrés: idea­rio pós­tu­mo de un arqui­tec­to valen­ciano entre Espa­ña y Nue­va Gra­na­da”, del his­to­ria­dor Joa­quín Bér­chez. En dicho estu­dio se da a cono­cer y se ana­li­za, por pri­me­ra vez, un retra­to al óleo del impor­tan­te arqui­tec­to y lego capu­chino valen­ciano, cuya obra ocu­pa en la his­to­ria de la arqui­tec­tu­ra del virrei­na­to de Nue­va Gra­na­da un lugar de pri­me­ra impor­tan­cia a la vez que supo­ne un bri­llan­te cie­rra del nutri­do y amplio capí­tu­lo arqui­tec­tó­ni­co his­pano en Amé­ri­ca.

Retra­to al óleo de fray Domin­go Petrés (Museo de Bellas Artes de Valen­cia)

La obra de Fray Domin­go en Colom­bia repre­sen­ta uno de los más dig­nos epí­lo­gos del queha­cer arqui­tec­tó­ni­co desem­pe­ña­do por nume­ro­sos miem­bros de órde­nes reli­gio­sas: “frai­les arqui­tec­tos” que estu­vie­ron muy arrai­ga­dos en tie­rras his­pá­ni­cas. Naci­do en la loca­li­dad que le da nom­bre, Petrés, cer­ca­na a Sagun­to, de padre alba­ñil y pro­fe­so en la orden de capu­chi­nos des­de los vein­tiún años, embar­ca­ría rum­bo a Nue­va Gra­na­da des­ta­cán­do­se allí —no sin difi­cul­ta­des, dada su con­di­ción de frai­le— como una per­so­na­li­dad arqui­tec­tó­ni­ca de pri­mer orden, dota­da de un com­ple­jo per­fil cul­tu­ral, aspec­tos ambos que que­dan refle­ja­dos en el iné­di­to retra­to que aho­ra se estu­dia en deta­lle. 

Por la pin­tu­ra que le repre­sen­ta, como ana­li­za minu­cio­sa­men­te Joa­quín Bér­chez, dis­cu­rre no solo su fiso­no­mía (veris­ta, con ges­to seve­ro, adus­to, sur­ca­do por arru­gas y real­za­do por una pobla­da bar­ba), bien dis­tin­ta de la del retra­to con­ser­va­do en la cate­dral de San­ta­fé (Colom­bia) de ras­gos neu­tros, como embal­sa­ma­dos y que, has­ta la fecha, se había con­si­de­ra­do como el fide­digno. Hay en él, ade­más, todo un mues­tra­rio per­so­nal del ejer­ci­cio de la arqui­tec­tu­ra visi­ble en el reper­to­rio de ins­tru­men­tos auxi­lia­res, el dibu­jo en eje­cu­ción y, sobre todo, en el frag­men­to de libre­ría que per­mi­te leer en los lomos de los libros a los auto­res y sus títu­los, casi todos de arqui­tec­tu­ra. 

Retra­to de fray Domin­go Petrés en la sacris­tía de la cate­dral de San­ta­fé de Bogo­tá. 

Algu­nos de los libros son inter­pre­ta­dos por Bér­chez en rela­ción a su posi­ble inci­den­cia en el desem­pe­ño de la arqui­tec­tu­ra de nues­tro autor, sus fuen­tes prio­ri­ta­rias. Tal es el caso del tra­ta­do de pers­pec­ti­va de Andrea Poz­zo (Pros­pet­ti­va de Pit­to­ri, et Archi­tet­ti, 2 vols., Roma, 1693–1700), incli­na­do, se diría que recién uti­li­za­do por Petrés, y con su nom­bre tras­cri­to con la que debía ser su fami­liar pro­nun­cia­ción ita­lia­ni­zan­te o inclu­so valen­cia­na (“Poso”) para el frai­­le-arqui­­te­c­­to. O los rele­van­tes volú­me­nes del Padre Tos­ca, Vitru­vio o el de las Reglas de Vig­no­la.

Fray Domin­go Petrés, en un mar­co geo­grá­fi­co como el colom­biano, suje­to a tem­blo­res físi­cos y aun con unos modos cons­truc­ti­vos de lige­ras y tos­cas bóve­das de barro y caña (el chus­que ame­ri­cano), no solo intro­du­jo reno­va­das téc­ni­cas de alba­ñi­le­ría tabi­ca­das, sino que tam­bién de la mano de tra­ta­dos como el de Poz­zo, des­po­ja­do de su apa­ra­to deco­ra­ti­vo, logró dotar a sus tem­plos, ya en los albo­res del siglo XIX, de una esce­no­gra­fía clá­si­ca, don­de órde­nes de colum­nas y muros, blan­que­ci­nos y acha­ro­la­dos, cobra­ban una insó­li­ta lumi­no­si­dad, tal como ocu­rre en la cate­dral de San­ta­fé.

Edward Mark, Vis­ta de la cate­dral de San­ta­fé de Bogo­tá (1846).

Este retra­to, que reco­ge la inti­mi­dad y a la vez el por­ve­nir de los días colom­bia­nos en la cel­da con­ven­tual, pro­ba­ble­men­te en los últi­mos años de su vida, nos sor­pren­de por su hon­do carác­ter tes­ta­men­ta­rio y pue­de intuir­se que, tras su falle­ci­mien­to, pudo traer­se a Valen­cia y depo­si­tar­se posi­ble­men­te en el con­ven­to capu­chino de Mas­sa­ma­grell, des­de don­de, tras la des­amor­ti­za­ción, se tras­la­da­ría al Museo de Bellas Artes de Valen­cia, en cuyos sóta­nos que­dó sumer­gi­do has­ta nues­tros días. 


Depen­den­cia del Museo de Bellas Artes de Valen­cia hacia el año 2008, don­de se encon­tra­ba el retra­to de Fray Domin­go Petrés en el momen­to de rea­li­zar su foto­gra­fía (Foto. J. Bér­chez)

Un estu­dio más de tres déca­das pos­pues­to

“Hace apro­xi­ma­da­men­te 35 años —escri­be Bér­chez— supe gra­cias a mi ami­go y cole­ga Fer­nan­do Beni­to Domé­nech del lien­zo de Fray Domin­go Petrés. Com­par­tía­mos enton­ces inves­ti­ga­cio­nes y fati­gas uni­ver­si­ta­rias, aca­bá­ba­mos de publi­car nues­tra Pre­sen­cia del Rena­ci­mien­to en Valen­cia (1982) y, jóve­nes, aco­me­tía­mos en esos momen­tos al ali­món algún encar­go edi­to­rial deri­va­do de esos estu­dios. Tras decir­me que me iba a dar una ale­gría, extra­jo de sus fiche­ros la foto del retra­to de Petrés y me la obse­quió sabe­dor de su impor­tan­cia. Obte­ni­da gra­cias a su pacien­te y labo­rio­sa cata­lo­ga­ción foto­grá­fi­ca —empren­di­da en soli­ta­rio y sin nin­gu­na sub­ven­ción por par­te de orga­nis­mos ofi­cia­les— fue en efec­to un autén­ti­co rega­lo a la vez que una inci­ta­ción car­ga­da de futu­ro. La com­ple­ji­dad de su con­te­ni­do, que afec­ta­ba tan­to a la per­so­na­li­dad del retra­ta­do como a los com­ple­jos regis­tros arqui­tec­tó­ni­cos que ence­rra­ba, exi­gía tiem­po. 

Des­de enton­ces he ido supe­di­tan­do su aná­li­sis al via­je, nun­ca rea­li­za­do, a Colom­bia, domi­na­do como esta­ba por mi dedi­ca­ción, tan­to docen­te como inves­ti­ga­do­ra, a la uni­ver­si­dad. Hay que decir que esos años aún no eran muy pró­di­gos en becas para estan­cias e inves­ti­ga­cio­nes en el extran­je­ro y, por otra par­te, en tales fechas, no podía siquie­ra ima­gi­nar que, en los años inme­dia­tos, de la mano de otro valen­ciano ilus­tre, Manuel Tol­sá, iba a dedi­car­me a los estu­dios his­pa­no­ame­ri­ca­nos, a su arqui­tec­tu­ra. El últi­mo inten­to que recuer­do de rea­li­zar el estu­dio de Petrés fue cuan­do ela­bo­ré mi dis­cur­so de ingre­so en la Real Aca­de­mia de Bellas Artes de San Car­los en el año 2011. Enca­ja­ba el con­te­ni­do del óleo de fray Domin­go en esos “Otros cli­mas”, en esos ecos arqui­tec­tó­ni­cos de la Valen­cia Moder­na en tie­rras ame­ri­ca­nas. 

Con tal moti­vo (¿2008?) recuer­do la reno­va­da dis­po­ni­bi­li­dad de Fer­nan­do Beni­to, ya direc­tor del Museo de Bellas Artes de Valen­cia. Me con­ce­dió que aho­ra fue­ra yo quien cap­ta­ra deta­lles del retra­to de Petrés. Una vez más, la exten­sión temá­ti­ca de la lec­ción o la cons­cien­cia de la nece­si­dad de visi­tar y foto­gra­fiar la arqui­tec­tu­ra de fray Domin­go por tie­rras colom­bia­nas, me lle­vó a pos­po­ner por el momen­to la exi­gen­te inmer­sión en el mun­do al que nos acer­ca este sin­gu­lar retra­to. Reco­ge una hon­da viven­cia per­so­nal que sur­gió al calor de una amis­tad que, tras nacer joven, madu­ró ani­ma­da por nues­tras res­pec­ti­vas pasio­nes vita­les e inte­lec­tua­les, él con la pin­tu­ra y yo con la arqui­tec­tu­ra, curio­sa­men­te fusio­na­das en esta vera effi­gies archi­tec­ti. Aho­ra que he con­clui­do su demo­ra­da redac­ción mi pro­fun­do agra­de­ci­mien­to va o, mejor dicho, vuel­ve de suyo a un Fer­nan­do Beni­to (1949–2011) siem­pre in memo­riam”.

Con­sul­tar el artícu­lo com­ple­to de Ars Lon­ga en el link:

https://ojs.uv.es/index.php/arslonga/article/view/21585

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