Los más lis­tos del lugar sue­len des­pa­char la cul­tu­ra adu­cien­do que esta no sue­le pro­du­cir bene­fi­cios eco­nó­mi­cos. La con­de­nan al esce­na­rio públi­co, cuyos pre­su­pues­tos, curio­sa­men­te, son los pri­me­ros que se recor­tan en cuan­to apa­re­ce el fan­tas­ma de la cri­sis rece­si­va. Eso o se deja en manos de polí­ti­cos subal­ter­nos, rela­cio­nes públi­cas o cuo­tas de géne­ro y mino­rías varias. Siem­pre es la mis­ma tecla. Igno­ran esos lis­tos pro­ve­nien­tes de los antros finan­cie­ros, que la cul­tu­ra no tie­ne que ver con el mer­ca­do sino con la vida. La cul­tu­ra es el espe­jo que nos refle­ja, una herra­mien­ta para expli­car de qué va el vivir, que nos exal­ta la exis­ten­cia y nos ayu­da tera­péu­ti­ca­men­te al cono­ci­mien­to de la mis­ma. La cul­tu­ra no tie­ne pre­cio.

Así que nues­tros polí­ti­cos harían bien en dar­le la vuel­ta a sus argu­men­tos estra­té­gi­cos y situar a sus mejo­res al fren­te de la cul­tu­ra, y doblar pre­su­pues­tos para el fomen­to de sus acti­vi­da­des y cen­tros. Mien­tras lle­ga este cam­bio de con­cien­cia nece­sa­rio, cele­bre­mos que Valen­cia ha dado un sal­to cua­li­ta­ti­vo impor­tan­te en los últi­mos tiem­pos gra­cias al acú­mu­lo de nue­vas ini­cia­ti­vas, empe­zan­do por las pri­va­das, como la que se asien­ta en el nue­vo cen­tro de arte Bom­bas Gens, o la que anun­cia para den­tro de unos años la colec­ción artís­ti­ca de Hor­ten­sia Herre­ro, cuya fun­da­ción ha gal­va­ni­za­do artís­ti­ca­men­te la Ciu­dad de las Artes y las Cien­cias.

Pero ade­más debe­mos salu­dar la pro­gre­sión de dos cen­tros públi­cos pero aje­nos a los ava­ta­res admi­nis­tra­ti­vos como son la Fun­da­ción Ban­ca­ja y la Nau de la Uni­ver­si­tat de Valèn­cia, cuya pro­gra­ma­ción ha veni­do a suplir muchas caren­cias cul­tu­ra­les en la ciu­dad. Valen­cia es una ciu­dad admi­ra­ble y admi­ra­da en muchos sen­ti­dos, pero uno de sus pun­tos de atrac­ción his­tó­ri­cos ha sido siem­pre su ofer­ta cul­tu­ral de carác­ter metro­po­li­tano y aspi­ra­cio­nes cos­mo­po­li­tas. Las admi­nis­tra­cio­nes públi­cas han de poner­se las pilas y, más allá de sus pos­tu­la­dos ideo­ló­gi­cos, han de apos­tar deci­di­da­men­te por la cul­tu­ra, un intan­gi­ble de alto valor huma­nís­ti­co que, ade­más de hacer­nos mejo­res y más feli­ces, resul­ta que tam­bién da pres­ti­gio, fomen­ta la cul­tu­ra y, es de espe­rar, que en el futu­ro has­ta rin­da bene­fi­cios fis­ca­les.

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