A estas alturas de la crisis es un hecho innegable la escasez de liquidez que a todos nos afecta. Y cuando digo a todos, incluyo a las distintas administraciones públicas, las cuales no dejan de ser las “más todos de todos los todos”. El acusado descenso en la recaudación de impuestos, tasas y otros tipos de gravámenes, no es más que la consecuencia de la falta de actividad de empresas y particulares. Y ello perjudica las cuentas públicas en un doble sentido: se trabaja menos y se recauda menos, y se solicitan más subsidios y, por tanto, se gasta mas dinero de los contribuyentes. El uso del anglicismo incluido en el encabezamiento de este artículo es, cada día, más frecuente, aunque no todos los lectores estén familiarizados con el mismo y, sobre todo, con sus consecuencias. Podemos traducirlo como “desplazamiento”, y en concreto de personas o grupos de ellas. Y tiene toda la lógica del mundo el que se llame así. El efecto crowding out se emplea para describir el fenómeno por el cual, en el ámbito financiero, un sector desplaza a otro de un mercado. Y en el caso que nos ocupa, hablamos del desplazamiento del sector privado –por el sector público–, en el mercado de financiación de la deuda. Para comprender lo anterior, sólo basta comprobar cómo, en las últimas semanas, deviene más atractivo a cualquier inversor adquirir letras del tesoro que contratar, con un banco o caja, una imposición a plazo fijo. Que “los bonos patrióticos (o patriochicos)” dan más rentabilidad que cualquier cuenta remunerada o depósito bancario de alta remuneración. La mencionada preferencia es válida para cualquier particular o empresa, y entre las últimas, debemos incluir a los propios bancos o cajas. Teniendo en cuenta que los activos líquidos (en concreto, el dinero contante y sonante), son limitados, y en estas circunstancias más aún, quiere esto decir que, si no se depositan en el sistema financiero, o se compra deuda de empresas, el poco que hay, está yendo a financiar al sector público. Aún cuando la remuneración fuera parecida, todavía (empieza a haber excepciones) se percibe más segura la deuda pública que la privada. La consecuencia de lo anterior no puede ser otra que una mayor escasez de liquidez para financiar cualquier empresa o proyecto emprendedor, o inversión personal o familiar. En definitiva vemos que, lejos de ser “patrióticas”, las emisiones de deuda pública, de la administración que sea, son más palos en los engranajes de los que son capaces de crear empleo, y por tanto riqueza, que son los pequeños y medianos empresarios. De ellos depende el 90% de los puestos de trabajo que se crean en España, y el desplazamiento de la financiación hacia el sector público sólo genera destrucción de este irremplazable tejido productivo. Solamente reduciendo el gasto público, y en especial el corriente, y devolviendo la financiación a los creadores de empleo y riqueza, en concreto a la pequeña y mediana empresa, volveremos a la senda del crecimiento. Hay que decirles a nuestros gobernantes que, si de verdad quieren ser patriotas, reduzcan el gasto público. Una vez le pillen el tranquillo, les resultara muy gratificante la sensación de poder que conlleva devolver a la sociedad lo que es de ella: el dinero de los contribuyentes.
Cuando traspasamos el umbral de la puerta de un comercio entramos a formar parte de un universo edificado sobre la base de la imaginación, la ilusión y el trabajo. Es un acto cotidiano al que no solemos dar importancia, pero que está lleno de las posibilidades que ofrece el intercambio, que nos pone en contacto con objetos, y, lo que es más importante, con personas.
Entrar en una pequeña tienda, compartir una breve conversación y adquirir algo puede tener una especial trascendencia. Este es el caso de Fet de Vidre, valioso proyecto del que quisiera dar noticia a los lectores de Valencia City que todavía no lo conozcan.
Fet de Vidre es un taller y una tienda de regalos. En el taller se produce todo lo que en la tienda se vende, bellos objetos de artesanía hechos de vidrio: bandejas, platos, tulipas para velas, posavasos, juegos infantiles, pisapapeles, llaveros, bisutería y un sinfín de objetos decorativos. Todo ello elaborado a mano. También restauran vidrieras y realizan encargos bajo pedido de regalos y objetos promocionales para empresas.
En Fet de Vidre trabajan trece personas que han encontrado en esta iniciativa del Pacto para el Empleo de Valencia una nueva dimensión a sus vidas. La fortuna no les fue favorable en el reparto de los dones que administra y les tocó ser diferentes. Su singularidad les resta oportunidades en un mundo competitivo, pero la acción del Ayuntamiento y los agentes sociales de Valencia ha contribuido al desarrollo de un proyecto que les permite compensar sus hándicaps, dándoles la formación y medios personales y materiales para canalizar sus habilidades. Para ellos es una oportunidad y para sus familias una luz de esperanza. Comparten con el vidrio su fragilidad y su transparencia, pero son capaces de crear con sus manos objetos bellos y útiles. A toda la sociedad le corresponde ahora reconocer su mérito y el valor de sus obras.
A muchos de mis amigos y familiares estas Navidades les he obsequiado con objetos Fet de Vidre. A todos les han gustado y me han preguntado donde se vendían. Les he mandado a la plaza Dramaturgo Fausto Hernández Casajuana, 3. Acérquense y se sorprenderán. O visiten la web www.fetdevidre.com
A mí de las obviedades me molestan muchas cosas, pero si tuviera que destacar una sería esta: me irrita que desechemos determinadas realidades precisamente por eso, por obvias. Me molesta que demos por sentado que tenemos que ser amables, justos, solidarios, cariñosos, porque es lo que se espera de los seres humanos de buen corazón. Me molesta que demos por hecho, por obvio, que los padres y las madres, por alguna mutación genética que se activa en el momento del parto, nos volvemos buenas personas que no queremos para nuestros hijos nada más que lo mejor. En general, así es. Pero hay casos que demuestran lo contrario. Por ejemplo, los padres que maltratan a sus hijos física o psicológicamente. Los que los agreden. Los que ponen fin a su vida con el pretexto de que no pueden vivir sin ellos, como ese hijo de Satanás que ha matado a su hijo de 4 años porque su ex mujer tenía intención de llevarlo a vivir con ella tras la separación. Leo estas cosas y me molesta, sobremanera, que se de por sentado que todos los padres y madres somos iguales, es decir, buenos.
La prensa anunció estas Navidades la intención de la alcaldesa Rita Barberá de acudir al COI en Suiza para poner la ciudad a disposición de los deportes olímpicos. Silencioso y liviano, pero inteligente, el movimiento de la alcaldesa en vísperas de iniciar una nueva campaña electoral apenas ha tenido eco en la Generalitat. Ni tampoco en los medios. Supongo que lo de organizar unas Olimpiadas en Valencia se da por imposible.Si la ciudad fracasó con los juegos del Mediterráneo, si pinchó con el Mundial de atletismo, con la capitalidad cultural… ¿a santo de qué vamos a ir a por unas Olimpiadas? Máxime tras las dos frustaciones que ha vivido Madrid. Tan es así, dirán, que incluso la alcaldesa no se ha tirado a la piscina, y apenas se ha limitado a ofrecer Valencia como sede de competiciones para deportes olímpicos menos conocidos: esgrima, piragüismo, badmington, tiro al plato, voleyplaya… Rita Barberá, en cualquier caso, explota –y explora–, el papel de la ciudad como centro de acontecimientos deportivos de primer nivel, algo que le ha ido muy bien en los últimos años con la America’s Cup, el Open 500 de tenis o la Fórmula 1, por citar tres ejemplos, nutriendo a su vez el proyecto de Valencia como Capital Europea del Deporte para este 2011, y a lo que el candidato de la oposición, Joan Calabuig, parece querer sumarse.
En cambio, a un servidor no le parece tan descabellado pensar en una Olimpiada valenciana. ¿Por qué no? ¿Acaso Melbourne en 1956 estaba mejor preparada? ¿O la Atlanta-Coca Cola de 2000?Ahora bien, un proyecto olímpico para Valencia no podría plantearse para antes de 25 años –o sea que podríamos avizorar un horizonte plausible para el 2032 ó 2036–. De aquí a entonces la ciudad debería trazar un plan estratégico ambicioso y no necesariamente con grandes costes, aprovechando, además, la actual crisis para llevar a cabo apuestas tácticas con visión de futuro. Valencia es una perita en dulce, un espacio privilegiado que a cualquier emprendedor, a cualquier investigador y, desde luego, a cualquier deportista de élite, le gustaría para desarrollar su actividad. Falta masa crítica para competir en cantidad, no necesariamente en calidad.
Así que puestos a elucubrar y a tirar de ensoñaciones ahora que todavía tenemos frescos a los Reyes Magos, he aquí unas cuantas actuaciones e infraestructuras que harían de esta ciudad una buena candidata olímpica:l Acabar el estadio de fútbol con todos los lujos previstos: su hotel, su palacio de basquet, su cubierta y sus gradas retráctiles sobre las pistas atléticas.
l Hacer las piscinas retráctiles de las Arenas –aquí, quizás, no haría falta tanto retractilamiento– y diseñar un buen proyecto para una Marina habitable en la dársena del Puerto.l Llevarse la ampliación del Puerto a Sagunto, y transformar el actual en un espacio compartido con la trama urbana.
l Dotar a la ciudad de dos grandes parques: el Central y el Delta, donde también existan centros para la práctica de deportes minoritarios.l Conseguir cuatro o cinco campus de excelencia más para nuestras dos universidades públicas.
l Transformar el Cabanyal en la ciudad olímpica –y después universitaria.l Ubicar la nueva estación del AVE en la Ciudad de las Ciencias, generando una nueva centralidad urbana.
l Fomentar el uso turístico y de ocio en todos los espacios naturales del sur de la ciudad.l Multiplicación de los carriles-bici y de las líneas de tranvía.
l Cierre al tráfico no residencial del centro histórico y de algunas vías estratégicas.l Creación de una administración única en el área metropolitana.
l Creación de un tren-express entre el aeropuerto de Manises y Benidorm, y de un barco-ferry express entre Valencia e Ibiza y Formentera.l Realización del tramo ferroviario Gandia-Dénia.
l Desarrollo del plan Ruta Azul, para la transformación en un Malibú a la valenciana del espacio entre Valencia y Sagunto.l Creación de la “isla de los museos” en el triángulo comprendido entre la Trinidad, el San Pío V, y el IVAM con la Beneficencia.
l Conversión del Ateneo Mercantil en el gran centro cultural de la ciudad.l Desarrollo urbano mediante diseños arquitectónicos de calidad en el Grao.
l Transformación de las naves y harinera del Grao en la ciudad del diseño.l Creación de una marca “valencia” de mobiliario urbano junto a Decaux, Ikea y la Asociación Valenciana de Diseñadores.
l Alta Velocidad y ancho de vía europeo para el Corredor Mediterráneo. Y desarrollo de dos nuevos ejes ferroviarios: hacia Francia por Zaragoza y Somport, y hacia la Bética por Baeza a Sevilla.Ya estamos en 2011 y nosotros cumplimos cinco años, un lustro con todos nuestros lectores y clientes. Mientras preparamos el aniversario, bueno será que nos animemos con las cifras de las Navidades, porque han sido buenas, en términos generales. El consumo parece que se anima –lo hace en EEUU, y lo hace aquí–, señal inequívoca de que la confianza de la gente está mejorando.
Por primera vez en mucho tiempo he visitado restaurantes llenos hasta la bandera, animados un día sí y al otro también, sin que medie un fin de semana. Y de igual manera, ir de compras ha vuelto a ser una actividad frenética, así que es muy posible que estas rebajas invernales sean las más brillantes de los últimos años. A tal efecto, nosotros les proponemos nuevas secciones de shopping en la ciudad: de la mano de Elena Meléndez recorremos una calle con tradición, San Vicente Mártir, en su tramo más céntrico y en los días en que celebramos su onomástica. Y junto a Nacho Boira encontramos las mejores opciones para seguir las últimas tendencias en las corbatas de caballeros.
O sea, que estamos ¡remontando! Ya no nos asustan las noticias sobre la crisis de la deuda soberana o la pugna del euro con el yuan… Aquí y ahora la ciudad remonta por más que, como dice el ex de casi todo pero eternamente elegante, Antoni Asunción, estamos necesitados de políticos de más talla, de políticos que –esto lo digo yo–, aun siendo bajitos estén dispuestos a dejar que suban a sus hombros otros políticos para, juntos, poder mirar más lejos.
Pero tenemos lo que tenemos, y de momento lo que disfrutamos es del AVE, la alta velocidad con Madrid que es un tiro: las tiendas de la estación Sorolla, llenas, el número de billetes vendidos, muy alto, las expectativas, infinitas… Aunque hay que hacer las cosas bien.
José Salinas, uno de nuestros grandes profesionales de la gestión pública, lo afirma con el rigor que le caracteriza: la ciudad tiene todos los boletos y tiene el AVE, pero hay que ser competitivo, se necesita una oferta turística buena y a buen precio, y entonces, y sólo entonces, pondremos la directa al crecimiento en pernoctaciones, en reservas para la restauración, en mayor consumo en los comercios…
Con la llegada del AVE, Valencia City también se moviliza creando una nueva sección de Excursiones. Se trata, precisamente, de ofertar un cierto turismo monográfico, de fin de semana, con todas las ofertas de precio y calidad.
Para empezar descubrimos nuestra joya de la corona: el parque natural de la Albufera, con sus playas al sur de la ciudad, su lago y sus arrozales, justo ahora que allí anidan miles de patos y aves. Todo un espectáculo de la naturaleza y con buenos restaurantes a la vera, vera de la costa y de los marjales.
Tot nacionalisme és tòxic, alta- ment perillós. Els nacionalistes són sempre els altres –bascos i, sobretot, catalans. L’excitat neoespa- nyolisme no és un nacionalisme. És la civilització enfrontada a un desafiant tri- balisme fenici procliu a la violència i el racisme. Heus ací, en síntesi no massa esquemàtica, el discurs autolegi- tima- dor, autoglorificador que prodiguen, des de fa anys, eloqüents i esbarzerats neo- jacobins com Fernando Savater, Arcadi Espada o Mario Vargas Llosa, i que tant d’èxit ha assolit entre taxistes i més influents semi-il·lustrats de l’espanyo- lisme més desacomplexat. En un món d’estats-nacions, la molt nacionalista Espanya és l’única nació sense naci- onalisme d’estat, sense nacionalistes espanyols. “Pas besoin d’aller au cine- ma!”, que s’exclamava Mercè Rodoreda davant d’una situació grotesca.
Candidat nacionalista a la presidència de la república de la ultranacionalista dreta peruana. Orgullós mascaró de proa del lobby polític neoespanyolista que patroneja Fernando Savater i que té en la reputada Rosa Díez la veu popu- lista del seu amo orteguià. Debel·lador obsessiu i de barra lliure del naciona- lisme català, aquell irritant tumor a con- llevar, si no a extirpar. Solemne i rotund defensor de la Hispanidad… Pel que fa a nacionalisme, el Nobel Vargas Llosa és un neoconvers jacobí panhispànic –un Blasco Ibáñez-1909 peruà.
En el seu deliri negacionista del nacio- nalisme que l’impregna fins al moll dels ossos, Vargas va arribar a sostenir que Ortega y Gasset no era nacionalista. Si ell no és nacionalista, com ho ha de ser el Maestro? Ortega: “el-que-lo- había-dicho-ya-antes-que-Heidegger” de Martín-Santos. Pre o post heideggerià, Ortega y Gasset és el més alemany i saquejat teòric del nacionalisme espa- nyol –per l’esquerra i per la dreta i, no cal dir-ho, per l’extrema esquerra de l’extrema dreta.
Si una cosa no és Ortega és pan- hispànic –si més no, en la intimitat. Portugal, 1944. 9 de juny. Casa de Mircea Elíade, aquell xaman feixista romanès. Ortega hi és el convidat d’honor i té un dia lucidíssim segons reporta l’amfitrió: “Admirables obser- vacions sobre la mudesa dels pobles sud-americans. ‘Escriuen en espanyol però no el parlen perquè no tenen res a dir, perquè, segons que ja va veure Hegel, el continent sud-americà té una fauna dèbil perquè allí no es pot anar més enllà de la prehistò- ria’”. Prehistòric Vargas Llosa, segons Ortega y Gasset, el Maestro no poc nacionalista.
Vargas Llosa va decantar definitivament el seu treballat Nobel de literatura el feliç dia en què es va fotografiar a Gaza envoltat de tres encaputxats pretorians amb kalàixnikov de Hamàs, un Sendero Luminoso islamista. Israel, com la mar d’Eurípides, renta tota la brutícia huma- na.
A Juan Goytisolo li fa por Israel. Al seu Pigmalió, Jean Genet, també: “Els jueus són el poble més tenebrós de la terra”, tremolava esfereït el lumpen- dandi, sense per això deixar de robar la incitació al pogrom a Voltaire, un poregós canònic.
Maigret considera que els jueus tenen els peus delicats. Potser de tant de fugir dels poregosos. Siga com siga, ens consta que el jueu Chomsky té el peus destrossats de tant d’escriure, comissari.
“Je bois systématiquement pour oublier les amis de ma femme” cantava, amb la seua inseparable trompeta a la mà i amarat d’alcohol, el proteic i mercu- rial Boris Vian, sense acabar d’oblidar J. P. Sartre, l’enemic més inesperat i cruel –per lleig. Ni humanisme ni no humanisme, l’existencialisme és un afrodisíac.
“Jo ja estimava les estrangeres,/ quan era un xiquet.” Després de la mort de la seua estrangera esposa-heura, vam saber que Louis Aragon, de criatu- ra, potser també estimava els estran- gers. Elsa Triolet, l’armari arrapadís de l’exquisit poeta i cràpula estalinista Aragon.
L’esteta sifilític Baudelaire feia l’amor amb guants, segons que ens conta J. P. Sartre. Un toc d’elegància, certament, tot i que d’escàs valor per a la protecció profilàctica de “mon ange et ma passi- on”. Ô reine des cruelles, Baudelaire.
Ho diu el Talmud i del Talmud, a vega- des, cal fer-ne cas: en el més enllà ens jutjaran pels plaers que hem deixat anar.
En plena vorágine recesiva, apenas si he oído a nadie hablar de los profesionales y artesanos. Sí, se comentan las vicisitudes de los autónomos para hablar de sus dificultades, pero más bien como auto-empresarios con problemas de acceso al crédito o a las políticas sociales.Me parece mucho más interesante, sin embargo, la visión que nos planteaba Luis Trigo en su artículo del mes pasado en Valencia City, una columna dedicada a ensalzar el trabajo bien hecho de dos profesionales de la panadería, dos maestros artesanos en suma.
Le llamé de inmediato para felicitarle porque creo en esa vía, casi heroica, en la que andan tantos y tantos oficios hechos con dedicación, aquellos cuyos ancestros constituyeron gremialmente los primeros burgos, las repúblicas comerciantes, el impulso del negocio que saltaba fronteras y abría caminos. No sé qué extraña criminalización cayó sobre estas profesiones y trabajos pero a mi no me cabe ninguna duda que una buena parte de la salida a la crisis ha de venir por volver a poner en valor estos oficios. El filósofo-matemático Bertrand Russell lo vino a proponer hace muchas décadas, cuando volvió espantado de la Rusia de Lenin, al que encontró un pelín fanático de una pseudociencia política.
Me asombran los panaderos, ¡y tanto!, hasta el punto que vale la pena que recuerde a mis convecinos que en Francia el presidente de tan laica nacionalidad otorga cada año la máxima distinción a un pastelero, cuya placa honorífica suele poner en la entrada de su tienda.Y no hablemos de los cocineros, convertidos por mor y gracia de Ferran Adrià en poco menos que artistas… No es extraño, pues, que la Politécnica se fije en ellos para rendirles honores pero también para convertirlos en ejemplo motor ante los jóvenes.
Valencia es una ciudad de tradicionales gremios. Lo dice la nomenclatura de sus calles, y el Centro de Artesanía nos lo recuerda, sin ir más lejos este mismo mes cuando ha vuelto a proponer una semana artesana en Feria Valencia.Pero no confundamos artesanos con alfareros, por favor, ni con las tiendas de souvenirs o similares. Un artesano puede ser tanto un diseñador de moda como la propia costurera que le trabaja, el fabricante de un primosoro violín o incluso un periodista, modesto escribano que tiene como oficio, más que una carrera, el sentido de la actualidad.
Y lo mismo digo de las profesiones, algunas muy dignas y otras muy doctas, liberales y sanadoras, que de todo hay. Me asombra, todavía hoy, el espíritu individualista de los abogados, la eficacia del modelo mediterráneo de los farmacéuticos –gestión privada bajo planificación y control público–, la vocación de excelsitud de los arquitectos, la sabiduría natural de nuestros agrimensores, la movilidad de los fotógrafos…Ni nuevos modelos sostenibles, ni ecotrabajo ni monsergas por el estilo. Apuesto por volver al trabajo bien hecho, a la dedicación profesional, al amor por el oficio. Alemania, a la que tanto admiramos estos días por su fortaleza, se asienta sobre esos principios –que narraban incluso los hermanos Grimm en sus cuentos para niños–. Y aquí podemos vernos en el espejo de una buena tradición, lo que no está reñido con innovar y con la aplicación de tecnología o diseño, antes bien al contrario, se trataría de entender que es por esas vías por las que se puede producir la modernización de nuestras ancestrales virtudes. Es tiempo de laborar, no caben dudas.
Se pongan como se pongan las autoridades monetarias, los agoreros de la economía y los pusilánimes de la intervención, aquí y ahora llega la Navidad y nadie nos la va a fastidiar. Y si no, para Nochebuena ya tenemos enlatada por Antena 3 un nuevo pase de la obra maestra de Frank Capra, It’s a Wonderful Life (1946), que por más que la vea cada año siempre me da la llorera y cada vez me gusta más.Capra, el cineasta de la democracia radical –Juan Nadie, el congresista Smith…–, denostado por la izquierda ortodoxa, ya nos contó hace más de media centuria los problemas éticos de las sociedades modernas, pero su fórmula para superarlos siempre se basó en la creencia en los valores del individuo, de la superación y el afecto.
Y nada más entrañable –llámenme cursi si quieren–, que la Navidad, cuando para combatir el inhospito frío del solsticio nos reunimos en familia, situamos a los niños en primer plano y nos reconfortamos con las creencias religiosas, con tradiciones bien bonitas como las del Belén con sus Reyes Magos –¡qué gran idea de Cajamurcia, rescatar el de nuestra Catedral!–, y con ese ánimo moral que supone desear la paz y la fraternidad entre las personas de este mundo, como preconizó la figura de Jesús, cuyo nacimiento, en suma, venimos a recordar.Pero así como otros años se ha venido a criticar los excesos consumistas de la Navidad, la sobrecarga de materialidad o los abusos vinculados a la gula, ahora resulta que no, que si no gastamos esto no funciona, que si no crecemos y avanzamos se bloquea la economía. El consumo privado, pues, siempre que se ejerza con cabeza –controlen el crédito, por favor–, es un bien que es necesario estimular para poder tirar del carro. Casi el 60% de nuestro carro-pib es consumo interno, así que ya ven si la cosa es importante y necesaria.
Hay que estirarse un poco, hasta donde se pueda, acudiendo a los restaurantes, comprando en nuestras tiendas… y ello sin perder de vista el espíritu de la Natividad, que ya está aquí, que ya vuelve, con su lotería y su freixenet –y los cavas valencianos de aquí: Gandía, Dominio de la Vega, Hispanosuizas, Tharsys… Y vuelve Expojove, y el Mesías handeliano al Palau de Mayrén Beneyto –¡pero qué señora, Dios mío!–, y los circos, y los talleres didácticos para los peques en el Muvim, y el cine de animación para ellos también en la Parpalló, y Cacsa… hasta vuelve el Tirant del caballero Martorell en versión Mira y, por supuesto, de nuevo está aquí El Corte Inglés, que si no inventó la Navidad la llevó a lo más sublime. Así que allí volveremos, a la enseña verde de la tienda de las tiendas, allí y a los nuevos centros comerciales donde como en MN4 o Aqua se combinan compras, ocio y festividades, o a la Galería Jorge Juan y el Mercado de Campanar.Se pongan como se pongan las autoridades monetarias, los agoreros de la economía y los pusilánimes de la intervención, aquí y ahora llega la Navidad y nadie nos la va a fastidiar. Y si no, para Nochebuena ya tenemos enlatada por Antena 3 un nuevo pase de la obra maestra de Frank Capra, It’s a Wonderful Life (1946), que por más que la vea cada año siempre me da la llorera y cada vez me gusta más.Capra, el cineasta de la democracia radical –Juan Nadie, el congresista Smith…–, denostado por la izquierda ortodoxa, ya nos contó hace más de media centuria los problemas éticos de las sociedades modernas, pero su fórmula para superarlos siempre se basó en la creencia en los valores del individuo, de la superación y el afecto.
Y nada más entrañable –llámenme cursi si quieren–, que la Navidad, cuando para combatir el inhospito frío del solsticio nos reunimos en familia, situamos a los niños en primer plano y nos reconfortamos con las creencias religiosas, con tradiciones bien bonitas como las del Belén con sus Reyes Magos –¡qué gran idea de Cajamurcia, rescatar el de nuestra Catedral!–, y con ese ánimo moral que supone desear la paz y la fraternidad entre las personas de este mundo, como preconizó la figura de Jesús, cuyo nacimiento, en suma, venimos a recordar.Pero así como otros años se ha venido a criticar los excesos consumistas de la Navidad, la sobrecarga de materialidad o los abusos vinculados a la gula, ahora resulta que no, que si no gastamos esto no funciona, que si no crecemos y avanzamos se bloquea la economía. El consumo privado, pues, siempre que se ejerza con cabeza –controlen el crédito, por favor–, es un bien que es necesario estimular para poder tirar del carro. Casi el 60% de nuestro carro-pib es consumo interno, así que ya ven si la cosa es importante y necesaria.
Hay que estirarse un poco, hasta donde se pueda, acudiendo a los restaurantes, comprando en nuestras tiendas… y ello sin perder de vista el espíritu de la Natividad, que ya está aquí, que ya vuelve, con su lotería y su freixenet –y los cavas valencianos de aquí: Gandía, Dominio de la Vega, Hispanosuizas, Tharsys… Y vuelve Expojove, y el Mesías handeliano al Palau de Mayrén Beneyto –¡pero qué señora, Dios mío!–, y los circos, y los talleres didácticos para los peques en el Muvim, y el cine de animación para ellos también en la Parpalló, y Cacsa… hasta vuelve el Tirant del caballero Martorell en versión Mira y, por supuesto, de nuevo está aquí El Corte Inglés, que si no inventó la Navidad la llevó a lo más sublime. Así que allí volveremos, a la enseña verde de la tienda de las tiendas, allí y a los nuevos centros comerciales donde como en MN4 o Aqua se combinan compras, ocio y festividades, o a la Galería Jorge Juan y el Mercado de Campanar.El último fin de semana de noviembre, en que el frío ya se ha hecho notar, y coincidiendo con la llegada del tiempo de adviento, me he dejado caer por la Plaza del Celler Valencià, donde PROAVA (Promoción Agroalimentaria de Calidad de la Comunidad Valenciana) ha organizado la Segunda Mostra del Cava Valenciano.
Quien quisiera conocer con amplitud el panorama del cava de Valencia, y tener la oportunidad de probar, en unidad de acto, la mayor parte de los espumosos de esta tierra, tenía que asistir, pues si bien es verdad que concurrían bodegas que ya cuentan con producciones elevadas y cuyas marcas se encuentran con facilidad en los comercios especializados de la ciudad, también lo es que otras de las bodegas presentes sacan al mercado no más allá de unos pocos miles de botellas al año, no siendo sencillo encontrar estos vinos en las tiendas.
Acudieron a la cita 16 bodegas y el público respondió con interés a la convocatoria.
Aparte de probar bastantes de los bruts nature y bruts a disposición de los asistentes, aproveché para interesarme por la marcha del sector, y la impresión que recibí fue positiva, pues las cifras de ventas son crecientes tanto en el mercado local, donde el apoyo al producto de la tierra es significativo, como en los mercados internacionales, donde, y esto es lo más importante, la percepción respecto de la calidad del cava valenciano está creciendo.
Las burbujas sirvieron de heraldo de la Navidad en pleno barrio del Carmen y los que por allí anduvimos nos fuimos más alegres que llegamos, con la grata sensación en nuestros paladares de haber degustado unos vinos trabajados, con carácter y que de manera constante están consiguiendo hacerse un hueco en un mercado complicado, en el que se compite con zonas de larga tradición y bodegas con marcas muy asentadas y reconocidas.Luis trigo sierra
Durante las últimas semanas, venimos asistiendo a un notable encarecimiento de la deuda soberana española, los seguros contra el impago de la misma, así como a la escasez de demanda, y carestía por lo tanto, en las colocaciones de deuda comercial y financiera de entidades procedentes de nuestro país. Se habla sin cesar de lo injusto del tratamiento de “los mercados” o de los “especuladores”, y considero que lo verdaderamente injusto es la deformación del lenguaje para ocultar o negar una realidad tozuda. Primero porque “los mercados” no son más que la suma de miles de decisiones tomadas por personas con responsabilidades concretas de optimizar los ahorros de millones de personas e instituciones. Nadie culparía al gestor del plan de pensiones del que es partícipe, por aumentar las ganancias de los ahorros que le ha confiado para el día de mañana. Y todos le culparíamos por ser “justo” con un país cuya deuda valga, mañana, menos de lo que ha invertido en ella hoy. Por lo tanto, “los mercados” somos todos y cada uno de nosotros, que cuando invertimos lo hacemos para obtener rentabilidades, no para hacer justicia, pues para eso ya hay otros mecanismos.
En cuanto a los “especuladores”, supongo que son los mismos que cuando invierten y no venden reciben el calificativo de “inversores”, con lo que, según confíen o desconfíen, se les adjetiva con o sin carga peyorativa. Parece pueril tal distinción, pues en ambos casos están cumpliendo con su obligación de rentabilizar inversiones o minimizar riesgos o pérdidas potenciales.Dicho lo anterior, habría que ir al origen de los movimientos de capital que traen como consecuencia las turbulencias financieras recientes. Y el origen no es otro que la pérdida de credibilidad de nuestro país, y por ende, de sus gobernantes. Y de ello no se puede culpar a los inversores, que simplemente actúan con coherencia.
Si el déficit es excesivo, y hay posible incumplimiento, habrá que corregir la situación con hechos inmediatos y contundentes, no con palabras ni fotografías. Si la regulación del mercado de trabajo lo convierte en inflexible y caro, el desempleo es una consecuencia, y la causa lo primero. Y si el paro persiste, el consumo decae, y con este, los pedidos a fábrica, y con estos, las inversiones en maquinaria, materias y empleo, etc. etc.
Por todo lo anterior, para devolver la confianza a los inversores, hay que gobernar en línea con lo que los inversores entienden, el crecimiento del PIB, el consumo, la competitividad y la contención del gasto público. Y por supuesto, transparencia y rigor en las cuentas. Justo lo mismo que exige un banco cuando un deudor pasa por apuros para hacer frente a sus deudas.
Así pues, poco o nada habrá que objetar a nuestro principal empresario, Juan Roig, por tener citas previas ineludibles y no poder asistir al encuentro de la Moncloa, pues los que le conocemos, y somos muchos, sabemos que su tiempo lo emplea en mantener y acrecentar la credibilidad de su empresa, y poco en hacerse fotos.
Tengo un buen propósito para el año nuevo, maternalmente hablando: no voy a volver a decir a nadie esa frase tan manida de “tú no lo entiendes porque no tienes hijos”, como si el hecho de no haber engendrado o gestado a un niño les hiciera insensibles a los sentimientos. Entono el mea culpa. Lo he dicho (“tú no lo entiendes…”) tantas veces que me avergüenza recordarlo. Es cierto que la maternidad y la paternidad te dan una nueva manera de estar en el mundo, pero también es verdad que hay personas que no necesitan parir para que esta forma de vivir, empática y generosa, ya formase parte de ellos. Me lo dijo el otro día en una rueda de prensa una periodista, que se acercó para agradecerme que hubiera dicho en voz alta que la maternidad está sobrevalorada en detrimento no sólo de la paternidad –que también–, sino también respecto a quienes no quieren o no pueden tener hijos. Ser padres no nos convierte en buenas personas como si al cortar el cordón umbilical el ginecólogo nos concediese toda la bondad del mundo. Ojalá. Así que, lo dicho: voy a dejar de creer que soy más buena porque ya he parido.
Si hem de jutjar per Pla o Cioran, una joventut de biblioteques i bordells és ou fecund de prosis- ta seductor.
*****
Argúcies mimètiques de lepidopteròleg extraterritorial: Nabòkov, una gràvida crisàlide en rus, una majestuosa papa- llona en anglès.*****
Ovidi va creure que August era Cèsar i ell, Catul. S’equivocava. Autoengany mitòman que va engendrar ferida i desolada lírica d’exili que reverbera fulgent en alguns dels poemes més esborronadors d’Ausiàs Marc:“Oh mos amics, vullau dolor haver
e pietat del qui, viu, perd lo món!” August no era Cèsar, per sort nostra.*****
El 20% de l’insurgent exèrcit de Franco contra la Segona República foren mer- cenaris marroquins (78.504). Per qua- tre quinzets, s’hi deixaren literalment la pell (11.500 morts, 55.468 ferits). Lluitaren al costat de les tropes afri- canistes espanyoles amb qui, durant dècades, s’havien entredevorat. I ho feren amb una fúria homicida llegen- dària per truculenta. Potser els hereus actius dels vençuts de la guerra d’Es- panya no haurien de negligir que, a més dels nazis alemanys i els feixistes italians del Caudillo, la guàrdia mora de Franco també és crucial memòria histò- rica. Per si de cas, si més no.
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En el monòleg final del protagonista de
Tiempo de silencio (1961) de Martín- Santos, s’hi troba una fórmula màgica per a solucionar el problema de España: “Hay una esperanza. Al otro lado, toda- vía están los moros.” Envernissat contra qualsevol mena d’ironia, Juan Goytisolo en fa una lectura textual, entusiasta, un programa de vida. Don Juan cavalca al Marroc.Hípica espanyola heterodoxa: l’esta- tuari genet Goytisolo o la nostàlgia redemptora de la guàrdia mora de Franco.
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Superhome Savater contra les pàtries dels altres.*****
“Rousseau, aquella taràntula moral”, feia Nietzsche. Discòrdies intestines al paradís infernal del romanticisme histèric.*****
Nietzsche, un Rousseau encara més frenètic passat pel sedàs de Darwin. El Superhome, un Bon Salvatge depre- dador.*****
Schopenhauer, el filòsof preferit de Hitler i, ecumènic, de Borges.*****
“Les dones són un poble enemic, com els alemanys”, guerrejava l’italià Pavese tot plagiant el dictat misogin de l’alemany Schopenhauer.*****
“Amor, amor, decapitats amants!”, l’in- tricada geometria sexual del 69 vista per àvids ulls de jacobí poeta eròtic. La guillotina d’Estellés.
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L’Estellés-pantera tampoc no està gens malament:“No m’esgarres les bragues,
que m’han costat vint duros” La sexualitat salvatge, subterrània, mísera a la “ciutat dels dies humiliats” en dos versos invictes.*****
Estellés o l’anti-Schopenhauer.
*****Als valencians ens presideix un somriu-re titànic, tetànic. El gat de Cheneralitat en terra de meravelles.
*****La protocol·lària Maruja Torres, una Mel Gibson en fuga del Raval.
*****Heidegger, l’extrema esquerra de l’ex- trema dreta –filòsof de cambra i selva de les Seccions d’Assalt (S.A.) del nazisme.
*****La Shoà no va ser un crim contra la Humanitat. Va ser un crim de la Humanitat –perpetradors, col- laboradors, consentidors– contra els jueus –amb els gitanos, de torna.
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“Recorda el passat, i jura pel verd de la primavera que no l’oblidaràs mai” –S. Sassoon.
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Hi haurà un llibre i una dona i jo no hi seré.
Artículo publicado el El Temps el 26 de octubre del 2010
Acaba de publicarse el informe anual del Índice Global de Competitividad para el World Economic Forum, y las conclusiones de su lectura nos deberían hacer reflexionar. En primer lugar, deberíamos analizar por qué hemos pasado, en apenas 7 años, de ocupar el puesto 23 de dicho estudio al 42. Las rigideces de un mercado con diecisiete regulaciones distintas (permisos de apertura, rotulaciones, horarios, impuestos locales, etc.), unos convenios laborales más propios de los sindicatos verticales que de una sociedad que quiere basarse en el conocimiento, un sistema educativo que fomenta la insurgencia en las aulas y el meninfotismo, un sector público que decide y gestiona la mitad de los recursos del país, una administración de justicia politizada, lenta y mal dotada de medios, y la mitad del sistema financiero dependiente de la burocracia interna de los partidos políticos, por no seguir con otras derivadas, no son el mejor caldo de cultivo para la productividad.
En segundo lugar, es importante darse cuenta de lo que supone la integración en la moneda única europea. Por de pronto, la imposibilidad de tomar decisiones de intervenir en la fluctuación de nuestra moneda, como sucedía con la peseta. Históricamente, España devaluaba su moneda como arma de recuperación de competitividad, permitiendo que nuestros bienes y servicios volvieran a ser asequibles e interesantes para los mercados exteriores. Ello permitía mejorar nuestra balanza comercial y mantener nuestro sistema productivo activo, aun cuando el mercado interior estuviera estancado. Hoy en día, esta posibilidad no existe, por lo que si queremos que los turistas sigan trayendo divisas, tenemos que rebajar nominalmente los precios de nuestros bienes y servicios. Y esto incluye, lógicamente, bajar los salarios de todos los empleados en este fundamental sector económico.
En tercer lugar, y consecuencia también de la pérdida de soberanía monetaria, el Banco de España no tiene capacidad de intervenir en los tipos de interés del sistema financiero para regular la inflación, por lo que estamos a expensas de la inflación de la zona Euro y, por tanto, del Banco Central Europeo. Esto tiene consecuencias en nuestra economía, tradicionalmente inflacionista. En anteriores crisis económicas, el ajuste de precios se producía por el impacto de la alta inflación durante 12, 18 ó 24 meses continuados, y la simple contención en términos nominales de los importes asignados a bienes, servicios y salarios. En la actualidad hay que aplicar una medicina más amarga. Hay que concienciar a los asalariados para ver descender sus salarios, a los productores y comercializadores para que reduzcan el precio de lo que fabrican o venden, y así en toda la cadena productiva.
Afortunadamente, la pérdida de soberanía en pos de la Europa Comunitaria, hará que las recetas que no se atreverían a dictar nuestros mandatarios locales, las tomen los de fuera, y por tanto, podamos recuperar, por necesidad, los puestos de ascenso que merecemos como país.
Mito doliente del cine europeo, Pier Paolo Pasolini dejó dicho que «no existe nada más feroz que la televisión», tanto que se ha comido al cine a bocados. Nos lo recuerda estos días una exposición del MACBA dedicada a la tv que no deben de perderse, con vídeos de Viola, Serra, Warhol y unos cuantos más… Pero allí solamente se habla en términos artísticos y comprometidos sobre el poderoso influjo televisivo, olvidando otros aspectos de índole lingüística. Aprovechemos la exposición del MACBA para hablar del audiovisual –para hacerlo de pintura o dibujo mejor no salir del IVAM que estos días propone una soberbia muestra sobre los fondos de la Rothschild Foundation–. Y aprovechemos también el minidebate que a cuenta de la Mostra se han cruzado el teniente de alcalde Alfonso Grau con el actor Pepe Sancho. De la Mostra conviene saber que ha ido más público que ayer para contemplar cine de acción –más Méliès por así decir– que no de cinematografías mediterráneas –más Lumière, pongamos. Es la apuesta de Salomón Castiel, el director de la Mostra –ex de Málaga–. A lo que el actor de Manises ha replicado pidiendo más atención al cine nacional, a los actores y actrices propios. Obvio, Pepe Sancho defiende su trabajo y piensa que es de necios dedicar los recursos públicos a otros de fuera. A Sancho, en cualquier caso, habría que ponerle un teatro clásico valenciano, a él y a Conejero, dos genialidades desaprovechadas como didactas para legar enseñanzas a las futuras generaciones. Todo ello mientras el cine agoniza, con cifras de espectadores cada día más bajas y con la producción propia a menos, incluyendo la valenciana, herida de muerte ante las apreturas presupuestarias de la TVV, lo cual no ha impedido, curiosidades de la vida, que Miguel Perelló y Carlos Pastor, valencianos y directores de cine, especie en peligro de extinción antes de alcanzar su madurez, acaban de firmar dos buenos largometrajes. El cine se nos muere, incapaz de responder más allá de los efectos especiales a la competencia –feroz– de la tv, del fútbol o de Belén Esteban, pero también por internet donde uno puede descargarse de todo, de los históricos a los freakis incluyendo la cuarta temporada de la magistral Mad Men. Y se muere porque el formato estandar de hora y media ya no da para seguir la estela de un personaje contemporáneo, con todos sus matices y complejidades, lejos del maniqueismo de los grandes clásicos. “¿Por qué ya no se hacen buenos westerns?”, le preguntaron en el ocaso de su carrera a Lee Marvin: “porque ya no se encuentran diligencias, ni sillas de montar ni aperos de la época…”, respondió el extraordinario actor-vaquero. Pues lo mismo ocurre con el trazo psicológico de un personaje actual, un personaje post-moderno por más que no haya leído el Ulises. En la Mostra, pues, debaten cosas antiguas, que si el cine europeo o el de aventuras cuando más que nunca los festivales no son más que oportunidades para que la industria se relacione. Si la industria está hecha una cataplasma, ya me dirán. Pero tampoco es cuestión de dejar morir un festival que hace las veces de fiesta pública y servicio cultural para los propios habitantes de la ciudad, que al menos se lo merecen tras pagar sus impuestos. Otra cosa es que el señor Grau tenga descontado que es eso lo que se ofrece, un punto más de lo que programa a diario la Filmoteca, institución esta última que, por cierto, anda de capa caída. Eso y adivinar en el reordenamiento cultural en el que andamos por dónde va a salir el bueno de Rafael Maluenda con su Cinema Jove.
La ciudad, aletargada durante un mes, se pone en marcha para iniciar un nuevo curso. En este septiembre quizá la mochila no venga tan cargada de proyectos y buenos propósitos como otros años pues, esta vez, para muchos pequeños comerciantes, la subida del cierre de sus negocios tras el paréntesis estival se plantea con inquietud, al apreciar que la situación de estancamiento en la que estamos inmersos no ha experimentado cambios significativos de los que quepa esperar mejoras sustanciales. Sienten que se aventuran hacia un horizonte que ni se ve ni se intuye, al que difícilmente pueden dirigirse asumiendo el riesgo inherente de nuevos proyectos, siendo empresa ya bastante ardua sacar adelante lo que se viene manejando.
En momentos de incertidumbre como los presentes, la enseñanza que destila esa hermosa oración en la que mirando al cielo se busca serenidad para aceptar las cosas que no se pueden cambiar, valor y entusiasmo para enfrentarse a las que se pueden controlar, y sabiduría para identificar a unas y otras, se presenta como una sabia proposición que puede ayudar a seguir avanzando ante un escenario con perspectivas tan poco definidas.
Como la serenidad y el valor son rasgos genéticos del empresario, es sobre la sabiduría, y el conocimiento–que es la fuente de la que se nutre aquella, y que tiene un componente más ambiental–, sobre los que se puede incidir para tratar de alcanzar los objetivos perseguidos por tan inspirado rezo.
Con tal propósito, este verano he dedicado algo de tiempo a rastrear datos y opiniones para tratar de alcanzar un mejor entendimiento de la situación económica actual, conocer cuáles son los resortes que pueden activar la recuperación y en qué medida se pueden accionar desde las empresas. Parece que la demanda externa, especialmente la de países emergentes, puede ser el principal resorte para que la tendencia se invierta. De hecho, Alemania (segundo país exportador del mundo) está ya en una senda de crecimiento, habiendo revisado su previsión de incremento del PIB para 2010 del 1,9% al 3%.
Los países como España, en los que la demanda interna tiene un mayor peso que las exportaciones, están en peor situación para iniciar la senda del crecimiento, y deberían centrar los esfuerzos en propiciar un aumento del consumo.
Aquí es donde encuentro que las empresas –grandes, pequeñas y medianas– tienen que jugar todas las bazas a su alcance para incitar a vencer el freno psicológico que el miedo y la incertidumbre han impuesto a muchos consumidores y que, en realidad, no están sufriendo los efectos de la crisis. Conozco muchos comerciantes que no sólo no se han contagiado por el desánimo, sino
que aprovechan cada instante y cada espacio para convertirlos en una oportunidad de venta y que exploran constantemente ideas para estimular el impulso comprador.No es tarea fácil, pero en su buen hacer diario, lo tienen asumido. El pulso de la calle lo miden mejor que nadie, y saben y entienden que el esfuerzo que procede ahora es mayor que el que hayan podido realizar en otros momentos. Y también saben que su único aliado es el cliente. Los consumidores, por nuestra parte, debemos entender que contribuimos en mayor medida a la solución de nuestros problemas dejándonos tentar por el encanto de los escaparates que destinando todo el excedente de nuestra renta disponible al ahorro.