No resulta fácil para los empresarios de este país exponer sus ideas con franqueza dadas las herencias recibidas. Fiel a su legado falangista, el franquismo, sin ir más lejos, no fue nada proclive a la visión empresarial del mundo, y en eso terminó coincidiendo con la óptica sindicalista sobre la realidad económica en la que, poco menos, se criminalizaba al empresario como agente explotador.
A la izquierda obrerista, mamada en lecturas decimonónicas, cuando el hombre envilecía al hombre, le cuesta reconocer estos argumentos, y mucho menos que fue el Opus Dei y su moralidad en favor del esfuerzo y el trabajo de corte calvinista, el que transformó el país cuartelero de la posguerra en un escenario donde empezaron a emerger los emprendedores.Luego, es verdad, que no hemos tenido mucha fortuna con los liderazgos empresariales, salpicados de episodios como los de Ruiz Mateos –cuyo default se repite a modo del día de la marmota–, Mario Conde, los Albertos, Mariano Rubio y hasta el recientísimo de Díaz Ferrán. Así que, en efecto, no es fácil hablar como empresario en este país, donde el peso de la administración pública en la actividad económica llega a ser asfixiante, en el que se pide militancia activa para cualquier cosa, en donde el que se mueve no sale en la foto y no pilla un concurso o una adjudicación ni por casualidad.
No es fácil hablar en este país desde la independencia económica, y resultan sospechosas, incluso, las actitudes que algunos muestran en las cumbres que se concelebran en Moncloa o en cualesquiera otros lugares donde reside el poder político. Por eso, ahora, resuenan más tronantes que nunca las últimas palabras de Juan Roig, o las más recientes de Vicente Boluda como nuevo presidente de AVE, la asociación valenciana de empresarios que no depende de las subvenciones públicas para mantener palacetes y estructuras. Por no hablar de las memorias de Jiménez de Laiglesia y su cruzada contra las cámaras de comercio y sus onerosas actividades.Roig se sienta ya a la derecha de los dioses de la distribución, de El Corte Inglés y de Zara, y en algunos aspectos les supera. Pocos le interpretan como corresponde, cuando ha presentado unos números de ensueño haciendo de la necesidad, virtud. Sus negocios son un ejemplo de adaptabilidad a una demanda debilitada por la crisis. Como está ocurriendo en EEUU, Mercadona se posiciona barriendo precios, multiplicando la cantidad. Inditex está en la misma onda. Roig solicita para el país más competitividad, capacidad de sacrificio y esfuerzo en el trabajo.
Boluda, príncipe de los remolcadores marítimos, ha empezado su esperado mandato marcando claramente el terreno de juego. Ha dejado claro que la administración pública debe racionalizarse, y abaratarse. Y ha pedido flexibilidad en el mercado laboral, promover la productividad, liquidar el antiguo régimen de los convenios colectivos que parecen como fueros medievales, corsés para un mundo de alta competitividad.
Y así es. Ya no vivimos en un mundo de oligopolios, del que sí cabía defenderse con legislaciones laborales restrictivas para el empresariado. Ahora es justo al revés. Las empresas buscan desesperadamente mano de obra cualificada, buenos cuadros intermedios, directivos eficientes… No hay empresario que minusvalore de modo consciente el capital humano de su negocio. Todo lo contrario.
En buen momento, pues, llegan los voces de los empresarios que se sienten libres de ataduras. Como bien ha señalado Vicente Boluda con bastante más optimismo que Juan Roig, nos siguen quedando activos muy importantes para mantenernos en la liga de los grandes: el clima, el saber vivir, la creatividad.
Cambiemos de registro en consecuencia. Si los empresarios, al fin, se han constituido en uno de los grandes consejos del Estado mientras Mariano Rajoy, sabiamente, ha hecho ver la necesidad de contar también con la pymes, ya no es admisible escuchar a algún que otro negociante de los viejos tiempos afirmar que la crisis acabará cuando vuelva la actividad a la construcción. Ese sector, desde luego, se revitalizará, pero ya nunca podrá –ni deberá– alcanzar las cuotas locas del pib de hace unos años, ni generar plusvalías desorbitadas sin producir apenas valor añadido de nada.
La construcción ha de volver, sí, pero a estándares razonables, a través de empresarios profesionalizados, con gusto por su tarea, con sentido de la ciudad y del paisaje, con los márgenes adecuados. Llegará ese día, aunque todavía no anda a la vuelta de la esquina.
Francamente, ahora repasamos lo que se muestra en el IVAM y hay que frotarse los ojos. No sabemos cuál es el arte de su actual directora, Consuelo Císcar, pero justo en el momento en el que los presupuestos flaquean, el IVAM vuelve a brillar de modo rutilante con exposiciones sobre Jasper Johns, la dedicada al diálogo entre Julio González y David Smith, la retrospectiva de Baltasar Lobo o las deliciosas esculturas de Degas. Para estar en recesión aguda, parece que hablamos de un museo de París o de Londres.
Pero no volvemos al IVAM únicamente porque reverdece laureles, lo hacemos porque este mes, la noche del 14 de abril, la editorial Ruzafa Show, responsable de esta públicación, y de la revista Tendencias CV, referencia en el ámbito de la moda y el diseño en Valencia, os vuelve a convocar allí, en el museo de la contemporaneidad, para celebrar una nueva gala benéfica con motivo de la entrega de los segundos premios de Moda y Diseño que vamos a otorgar. Y de nuevo, nos veremos con un jurado interesantísimo, con figuras nuestras y nacionales, con gente muy guapa y muy creativa, con la cena de La Sucursal, cada vez mejor en su posición ya en lo más alto de la restauración española de la mano de Javier Andrés y Jorge Bretón. Y admiraremos de nuevo los galardones creados por Deva Sand y el trabajo de más de una veintena de profesionales dedicados a todas las facetas de la moda, desde el diseño a las pasarelas, de la alta costura al mundo de la moda infantil, así como a los creativos del diseño gráfico, del interiorismo, de la fotografía o de la arquitectura, la más poderosa de las artes según los clásicos. Allí os espero, y allí nos veremos, a beneficio de la Fundación Sandra Ibarra dedicada a la solidaridad en la lucha contra el cáncer.El diccionario de La Real Academia Española define el fado como “canción popular portuguesa, especialmente lisboeta, de carácter triste y fatalista” . Puesto que este blog parte de la premisa de ser “optimista”, no encaja el fado como música de fondo para el comentario de la actualidad económica. Sin embargo, que duda cabe respecto al trasfondo triste de la noticia de la inminente intervención de la política económica de nuestro vecino peninsular.
No por el hecho de que fuera previsible la noticia, le resta un ápice de importancia. España es el principal socio, cliente, proveedor y acreedor, de Portugal, y su riesgo de impago nos afecta directamente. Y además, nos afecta en el peor momento, cuando más necesitados estamos de liquidez y de crédito internacional. Financieramente, nos cantan “fados” nuestros vecinos, por mucho que deseemos “rumbas” o “fandangos”.
La falta de acuerdo de los políticos portugueses para aprobar un plan de ajuste de las cuentas públicas y medidas de austeridad nacional, ha desembocado en la dimisión del gobierno “socrático”, y a la convocatoria de elecciones anticipadas. El problema principal radica en que, tanto la derecha liberal como el partido de ascendencia marxista, han votado en contra del plan presentado por los socialdemócratas para “hacer los deberes” impuestos por Bruselas. Es decir, todos contra todos, pero unidos frente a lo inevitable.
No querer enfrentarse a tiempo a medidas impopulares, pero necesarias para volver a la senda del crecimiento y saneamiento de las cuentas, no evita el tener que llevar a cabo dichas medidas. El problema es que el tiempo agrava la situación, por lo que lo inevitable, cuanto mas tarde se aborde, peor. Y de eso, en nuestro país, también sabemos y practicamos mucho.
Cada vez es mas evidente la Europa bipolar, la del ahorro y la del crédito, la protestante y la católica, la mediterránea y la atlántica, la latina y la sajona, etc. Dicho todo ello con todos los matices que una afirmación de este tipo requiere, pero lo cierto es que, ya es hora de llegar a acuerdos que permitan salvar las diferentes sensibilidades y salvaguardar los legítimos intereses de todas las partes en liza.
Si Alemania y el resto de países acreedores quieren tener la seguridad de cobro de, al menos, gran parte de sus créditos, tendrán que dar plazo y quitas parciales, para que los países deudores, podamos crecer de nuevo, y así generar excedentes con los que devolver los créditos. Por supuesto, todo ello con serios planes de austeridad, sin renunciar a mínimos sociales. Austeridad frente a lo superfluo y redundante, a lo ineficiente y a lo despilfarrador.
Hay que insistir en una idea que a veces se pierde de vista en estas épocas; si unos deben mucho y no pueden pagarlo, es porque otros se lo prestaron con gran liberalidad y pensando que hacían un buen negocio prestando. Y esto sirve para particulares, empresas, y por supuesto, naciones. Es hora de que todos los actores en liza arrimen el hombro y aúnen esfuerzos para salir del lodazal en el que nos encontramos inmersos.
Leo sobrecogida que una joven rumana, Ridca Stanescu, de 23 años, acaba de tener su primera nieta, la hija de la hija que ella misma parió a los 11 años con el sueño de que la pequeña viviera una vida mejor que la suya. Ahora, a menos que considere una ventaja que su hija haya parido un año antes que ella misma (la niña tiene 10), tendrá que darse de bruces con el tremendo desastre de su vida y de la de su hija. Hace poco, en Andalucía, otra niña rumana, Elena, dio a luz a un bebé cuyo padre, al parecer, era un primo hermano, y con motivo de esa noticia aparecieron otras que aseguraban que la hembra humana a esa edad estaba tan preparada para ser madre como en la última etapa de la vida reproductiva, en las primeras fases de la menopausia. Pero, si dejamos a un lado las posibilidades físicas… ¿Está preparada una cría que debería pasarse el día jugando para criar un bebé real? Obviamente, no. En mi opinión, ni siquiera está bien que finja amamantar a una muñeca con uno de esos artilugios que imitan las tetas.
Y llega nuestra ineludible cita lúdico-festiva por excelencia, como siempre de la mano de la mejor guía de nuestro cap i casal, para el buen deleite del alma y del cuerpo. Las fallas, topicazos fuera, son una explosión de disfrute, trabajo, orgullo y fiesta. Un terremoto para los cinco sentidos y las mil y una noches. Como todo lo que hacemos los valencianos: barroco, derrochador, desbordante, efímero, grandilocuente, inigualable. Somos un pueblo de récord, por nuestra idiosincrasia compleja, por nuestra conflictiva personalidad, por nuestra identidad discutida, por nuestro exacerbante individualismo, por nuestra paranoia vital. Y por eso tenemos unas fiestas de récord: en dinero gastado, en celebraciones realizadas, en honores religiosos, en orgías paganas, en arte en la calle, en indumentaria excelsa, en banquetes comunitarios, en estruendosa pólvora, en fuego purificador, en música arrolladora. Somos lo más y lo sabemos.
Por tanto, alzamos el leiv-motiv de ostentar el título de la más alegre y loca city dónde las haya, llegando al súmmum si nos enrolamos en su festa gran, en la semana fallera. Y si otras veces hemos optado por recomendarles transgresión académica o folklorismo patrio –ambas opciones bien parecidas y consideradas‑, esta edición optamos por plantearles la auténtica quinta-esencia de la fiesta. Apúntese a la falla de su barrio y atrévase a disfrutar. Doctores tiene el turismo capitalino para indicarles dónde tomarse esos bunyols de carabassa de impresión, que chocolatería es la más apta para repartir patentes de corso de valencianidad, o qué verbena o garitos noctámbulos y sin ley son los más activos a ciertas horas ya matutinas. Como también hay suficiente fallerismo-mayor en nuestras calles dónde les recomendarán cual es el mejor punto para ver l’Ofrena de Flors a la Mare de Déu, dónde tomarse el aperitivo más cool después de una buena mascletà bien regada de polvo y pólvora, o qué Casal ha de frecuentar para ver y dejarse ver bien visto, Lomanas a banda…
El que firma estas líneas les aconseja un punto de vista diferente, rebelde dentro del orden establecido, como es uno. Sin salirse de la champions league de nuestra fiesta, adéntrense en los equipos, a priori, más humildes, más sencillos, más silenciosos. Los más curtidos, los más auténticos, los verdaderos gigantes, que desde el esfuerzo y el sacrificio de sus comisiones plantan año tras año grandes monumentos, aunque para los miopes pasen desapercibidos. Busquen en el Turista Fallero la Falla Malvarrosa y déjense llevar por su alegría. Y como somos del Ensanche, ese barrio del querer y no poder, pues que mejor que admirar el resurgir del fénix de la Falla Pizarro, la más joven, cortesana, animosa y audaz comisión del centro de nuestra Valencia. Y si se atreven, pues ya me contarán. Turista, viajero, visitante, vecino, aborigen… Láncese a esta hoguera de vanidades e intereses creados que a día de hoy conforma nuestra fiesta más universal. Hágase fallero, no se arrepentirá. Y repetirá, como todo lo bueno.
lLlega Loewe y yo con estos folios (en blanco). La firma de lujo organizó un showroom de su colección Made To Order en la galería Paz y Comedias. Tres días de presentación en sociedad para que compres algo exclusivo (me encanta esta palabra) mientras bebes Möet & Chandon (esto todavía me gusta más). Pero lo mejor vino por la noche con la exclusiva fiesta que organizó Mondo Lirondo para cincuenta invitados. Alegría, alegría. Y yo, claro, enviada especial para realizar este artículo. Vale que no es trabajar en la mina, pero es duro escribir mientras los demás se divierten. O beben champán. O fuman. Como Paqui Casans, Vicente Montañana, Ángel Abad y Katia Albelda. Lógicamente, entre los bolsos Amazona estaba prohibido fumar. Así que algunos se escapaban al balcón para entregarse en cuerpo y alma a la nicotina. O para comer canapés. Como los presentadores de C9 Laura Grande y Fermín Rodríguez y el guapo portero del Valencia CF, Miguel Ángel Moyá. O el entrenador del Levante, Luis García Plaza. Para rematar (o entrar a puerta), aquello se llenó de guapas modelos de las que parecen llegadas de otro planeta como Paula Dolcet, Paola Sol y las mellizas Isabel y Elena Clérigues. En esta verbena de invitados donde una sobrevive y disfruta, saludé a Sara Guazo, Macarena Gea, María Cosín y Pachi Viñoles, cultivé los reencuentros con Lorena Oliver, Manuel Manzano y Natalia Segrelles y compartí conversación con Carmina Durán y su holograma, es decir, su hija Carmina. Y de banda sonora, la música de los djs Kaspar&Hauser, nombre artístico tras el que se esconde el hijo del senador Pedro Agramunt. En resumen, un fiestorro divertido con gente moderna, carne de crónica, bulto y frufrú.
Dejando los bultos y el frufrú aparte, febrero fue un maratón de desfiles en la Cibeles Fashion Week ‑pase, pose y vuelve a pasar-. Francis Montesinos se sacó de la chistera una colección homenaje al pintor americano Matt Lamb. Genio y figura. Pero el show de verdad llegó cuando apareció el modelo Jon Kortajarena y el público empezó a gritar. Oye, Histeria Lane. También Paola Dominguín jaleaba a su hijo, el modelo Nicolás Coronado. El front row de Montesinos fue tan variopinto como siempre: desde periodistas como Lydia Lozano y Juan Ramón Lucas, la presentadora Fiona Ferrer, la modelo Sandra Ybarra o la condesa de Siruela hasta la ‘fallera mayor’ Carmen Lomana.
Y si Montesinos se desvive con la pintura, la diseñadora valenciana Elisa Palomino echa el resto con lo nipón. Tirando de la iconografía japonesa. Su colección fue un homenaje al mundo de las geishas y los quimonos. Sus diseños vienen de Oriente, pero su público de Levante. Como su madre, Carmen Pérez, directora del Instituto Valenciano de Restauración, sentada al lado de Mayrén Beneyto y muy cerca de Carmen Alborch. También Valentín Herráiz, el pintor Vicente Peris y el empresario Edgar Betoret aplaudieron sus diseños. Y entre bambalinas saludé a sus hermanas Menchu y Constanza. Luego Elisa Palomino posó en el kissing room con su marido, Tristán, vestido con una casaca roja y unas botas tabis, con el pulgar separado. Parecían los pies de pez de Kevin Costner en Waterworld.
No soy amigo de los toros. Lo he intentado varias veces, alguna con personajes cuya sola presencia me conmueve los afectos. Paco Brines, por ejemplo, o Tomás March. He ido a la plaza, he sentido la magia, la del círculo, la de los claveles y los mantones, la de los pasodobles, la arena y todas juntas, incluso he disfrutado de las glotonas meriendas del coso de Valencia, plaza abiertamente torerista. Pero cuando empieza la verdad de la fiesta, la presencia inaplazable de la sangre y de la muerte, se me caen los pelendengues.
Que los toros son un atavismo en nuestro mundo moderno y maternalista, sin duda, pero eso no puede implicar nunca su inmediata liquidación. “Todo lo que no es tradición es plagio”, escribió Eugenio D’Ors en una frase favorita del añorado Fernando Benito. Y los toros son eso, tradición, casi ecuménica, del profundo numen que constituye el ser mediterráneo. Prohibirlos ha sido una enorme prueba de analfabetismo cultural y de intransigencia. Lo que se ha patrocinado, en definitiva, ha sido un gesto antiespañol.Así que no me gustan los toros pero no soy antitaurino, ni mucho menos, todo lo contrario. Hay momentos que me embelesan, en especial la prosapia que los acompaña en tantas y tantas cosas, en la jerga del idioma, en los trajes de luces, en todas sus artes, en la arquitectura. De todo eso se habla en la exposición que se inaugura el próximo día 10 dedicada al genio hierático de Vicente Barrera, el primer –me da que sí– licenciado en Derecho con las agallas suficientes para lidiar morlacos de media tonelada. La muestra es en la Fundación Cajamurcia que lidera en nuestra ciudad, Lola Narváez, imparable gestora, contando con los importantes fondos y la iniciativa del Museo Taurino, a cuyo frente –auspiciada por el diputado Isidro Prieto–, se encuentra la eficiencia de la agitadora cultural, Flaminia Guallart.
La exposición es como el preámbulo de la feria taurina de Fallas, la última que toreará Barrera en la plaza valenciana. Un edificio de alto valor estético y constructivo de mediados del siglo XIX, obra de Sebastián Monleón, quien se inspiró en los circos romanos –los detalles de ladrillo visto, por ejemplo–, para darle empaque y proporción. Ahora, el presidente de la Diputación, Alfonso Rus, acaricia la idea de cubrirla para ganar en confortabilidad y sacarle más posibilidades a su programa de usos.No me parece mal. Creo que en línea con lo que antes señalábamos de los toros, de la fiesta en sí, no se trata de prohibirlos pero tampoco de dejarlos detenidos en el tiempo, han de evolucionar, pero a la manera d’orsiana, con talento, sin caer en el plagio. La cubrición de la plaza de la ciudad de Xàtiva –de otro gran arquitecto, Demetrio Ribes–, no está nada mal, como tampoco la techumbre que añadieron en Berlín al estadio olímpico, cuyo exquisito estilo neoclásico se ha ensamblado a una estructura tecno justo para disputar el último europeo de fútbol. Se trata de hacerlo bien, de tener un proyecto a la altura del valor del edificio sobre el que se va a actuar. De añadir calidad al talento. Entonces ¿cuál es el problema?
El que tenemos, por ejemplo, con la estructura de cemento del nuevo estadio del Valencia Club de Fútbol, un monumento al fracaso y al descrédito que ni esta ciudad ni su club más emblemático se pueden permitir. No entiendo como el propio teniente de alcalde de grandes proyectos, Alfonso Grau, no ha comparecido para dar explicaciones y anunciar sanciones.No entiendo cómo el principal causante del empastre, el expresidente Juan Bautista Soler, tiene el humor de salir a los medios a anunciar su libertad de conciencia a los dos años de la paralización de la obra. Desconozco a qué terapeuta ha acudido, pero vive una confusa irrealidad.
Y tampoco entiendo que el presidente actual manifieste que al aficionado le es indiferente lo del nuevo campo. Cuando resulta, además, que la ampliación con atobones de Paco Roig ha sido declarada ilegal. ¿Qué pasa si a un juez le da por demoler?En cualquier caso, el urbanismo está para cumplirse. No se trata de una lotería que a uno le cae de por vida, como un derecho inalienable. No, la planificación de la ciudad se hace a un tiempo determinado y la autoridad planificadora, en este caso el Ayuntamento, ha de exiguir su cumplimiento por el bien común de la ciudad. No es verdad que la osamenta de cemento –que luego resultará baldía, erosionada por el paso de los días–, deje sin emociones a los valencianos. Es extraña, genera estupefacción primaria, luego deprime, y en su fase final, irrita. Que no se convierta en metáfora de nosotros mismos
No les descubro nada si asocio el mes de marzo en Valencia a las Fallas, a la pasión valenciana por la calle, el jolgorio vecinal, la exaltación de sus mujeres y la devoción por la Mare de Déu, nuestra Virgen txeperudeta que vela por los desamparados, los enfermos mentales y los inocentes. Yo les recomiendo que si no lo han hecho nunca, que no dejen pasar la ocasión de, al menos una vez en la vida, desfilar con una comisión fallera el día de la Ofrenda, y verán lo que es emoción al entrar en la plaza de la Virgen y ver el gran catafalco-esqueleto donde se depositan las flores.
Pero lo que resulta más extraordinario es comprobar que en este mes la cartelera teatral desborda propuestas y de las buenas. Tenemos consolidado, por ejemplo, el Circuito del Café Teatro, y no menos la oferta de actividades escénicas en el centro de La Nau de la Universitat de València, donde un histórico como Josep Lluís Sirera apuesta con lucidez por el papel pedagógico del teatro. Pero pasen y vean porque el Principal –por fin, vuelve– propone uno de los mejores musicales de todos los tiempos, Chicago –que tuve la suerte de degustar en Broadway y ardo en deseos de acudir a su versión española. Mientras, el Olympia no se queda atrás y nos propone una sarcástica y divertida batalla de Sexos.La intensidad teatral de este mes sorprende, desde luego, pero en general es como si la ciudad se hubiera vuelto a poner las pilas. La crisis parece quedar atrás, las incertidumbres económicas y políticas se despejan, así que regresa la cultura. En el IVAM, por ejemplo, podemos degustar a uno de los mayores gigantes del siglo xx, Jasper Johns, y a Degas, mientras Consuelo Císcar debate con más de una treintena de colegas latinoamericanos sobre el futuro de los museos. Al ámbito americano, ahora que estamos a una hora y media de Madrid, hay que apuntarse de un modo decidido, porque somos ya la escala mediterránea más próxima a los países del otro lado del Atlántico.
Mientras estamos en esas podemos pasar por el Politécnica para charlar con Savater, uno de los grandes lúcidos de nuestro tiempo, visceralmente libre, divulgador, homo ludens, impenitente lector, sabio como pocos… El mes lo culminaremos todavía mejor si aprovechamos la oferta de los martes que ha ideado Felipe de Luz en el Flash Flash, justo enfrente de los ABC Park y Mercadona. Ese día, la conocida tortillería destina su recaudación a una acción benéfica, a una ong contrastada. Me parece ejemplar. No solo me apunto sino que lo recomiendo con fervor.Aunque ya he tratado este tema más de una vez, una amiga me ha sugerido que lo retome, porque se trata de un asunto que no sólo no pasa de moda sino que vuelve cada vez con fuerza renovada. Sí. Voy a hablar sobre las talimamas. Las talimamas son esas mujeres que junto con sus hijos engendraron la verdad absoluta. Ay. Las talimamas se caracterizan por pontificar sobre la lactancia materna, el biberón, el colecho, el método Estivill o cualquier otra cuestión sabiendo de sobra que la razón la tienen ellas. Las talimamas (que se dirigen habitualmente a madres en estado de debilidad por falta de sueño, por escasez de tiempo para su persona o por puro agotamiento físico), suelen poner el grito en el cielo cuando otra madre confiesa que a su bebé le da pecho (o no), que duerme con él (o no) o que le deja llorar (o no). Y frente a eso, señoras y señores, yo propongo tolerancia cero. Tolerancia cero con las talimamas. Porque en esto de la maternidad, todos lo hacemos lo mejor que podemos sin que nadie tenga que decirnos que estamos actuando mal sólo porque no lo hacemos con ellas. ¿No les parece?
El disfrute de las prendas de moda tiende a no racionalizarse, ya que la industria respalda su utilización durante un espacio de tiempo cada vez más corto, como es el caso de marcas generalistas y moda pronta.
En cambio, en las grandes marcas con nombres propios adscritas al mundo del lujo, el período se prolonga hasta incluso llegar a convertirse en vintage, o sea, en una recuperación de los clásicos.
En esta época de interregno, con propuestas intergeneracionales, con visos de interrelación y de carácter intersexual, en la que todo sirve para todo y cualquier gesto o moda puede ser fotografiada y difundida de manera inmediata, en las propuestas para vestir se abren dos vías diferentes.
Una, echarnos al shopping y consumir a ciegas sin pedir demasiada explicación al proceso, más bien en pos del resultado final en búsqueda del “divina de la muerte”.
Por otra, movimientos más antifashion promulgan el diseño y la confección de artículos de vestir con materias primas que pueden llegar hasta las orgánicas realizadas con elementos tradicionales huyendo del 100% prêt-a-porter.
Estas tendencias proponen llevar una prenda una temporada, dos o cinco, para luego regalarlas a los miembros de tu familia, a tu prima o a tu abuela, extendiendo su vida más allá de lo fashion. La moda lenta es una consecuencia de la moda rápida, el slow food y el fast food, el “vive acelerado” o “tómatelo con calma”.
Lo cierto es que hoy en día cada vez más nuevos diseñadores se aferran a esta posición de preocuparse más por el medio ambiente, por los procesos de fabricación, sobre las condiciones de los trabajadores… para que todo el proceso revierta en unas prendas con diseño atemporal.
Los tiempos que corren son terreno de cultivo para abonar estas simientes. Apostar por la calidad y no por la temporalidad, dando el sí quiero a unas prendas que permanezcan con nosotros hasta que la muerte nos separe. La base de lo lento rechaza la tiranía de los ciclos de la moda apelando al ecologismo en todo momento, y cuya consecuencia se reduciría a no comprar más que lo imprescindible con un diseño que no pase de moda, algo vinculado a nuestra personalidad, unas prendas con las que nos sintamos especiales y que por último podamos dejar en herencia a nuestros seres queridos.
El modo de vida tiene que ver con nuestra circunstancia de vestir, y en la vida tot és un negoci para los que estamos al otro lado del telón. Opciones no nos van a faltar y la moda no va a parar de sugerirnos, susurrarnos, cuchichearnos mil y un secretos para parecer diferentes, para lucir personales y para ser “los más de lo más” en nuestro entorno.
No tardaremos mucho en ver por estos lares a la tropa hooligan del Madrid y del Barça para jugar una final de fútbol. Y no ha mucho que hemos estrenado el AVE con la capital del Reino, cuyo incesante traqueteo y el mareo general que lleva a la cafetería parece ser debido a que todavía no se han asentado las vías, de tan nuevas. Y tampoco hace nada que todos a una nos hemos puesto a reivindicar el Corredor Mediterráneo, rumbo a Barna y de allí a Europa, por el valle del Ródano, el más fértil, desde luego, que los catalanes ya tienen ancho europeo hasta su condado.
Todo lo cual no hace sino reavivar polémicas sobre la proximidad de Valencia a un polo u otro –al madrileño o al barcelonés–, debate que se traviste de empirismo basado en la topografía o en la economía ya en las monas de pascua o en el idioma, cuando en realidad casi todo el mundo está pensando en términos románticos que así son, y siempre lo han sido, las razones sobre la identidad y otros sentimientos en torno a naciones y banderas, camisetas de fútbol incluidas.
Eso piensa un servidor, que como queda cursi y decimonónico barruntar en términos nacionalistas, la mayoría se escuda tras razones mucho más materialistas, en estos tiempos incluso financieras y tecno-mercantiles para reivindicar la nación y su canesú.
Hace un tiempo, aquel polémico libro que escribieron Eduard Mira y Damià Mollà, De impura natione, sostenía la tesis de que Valencia debiera jugar un papel rotular en España, en busca de su propio interés y oscilando entre Barcelona y Madrid; ahora contigo ahora sin ti.
Otras voces, por ejemplo la del matemático Josep Guia –o la del exnotario de Xàtiva, Alfons López Tena– prefieren la asimilación directa de Valencia a Cataluña (¿al modo del anschluss austriaco?). Y otros, en sentido contrario, como el letrado García Sentandreu, justo postulan la disolución valenciana en la totalidad absoluta de España.
Pero esto son minorías que apenas si pueden reunirse en un discreto aplec. Los partidos de poder de verdad, el PP y el PSOE, se toman la cuestión con muchísima moderación, y hacen bien. De hecho, los gestos más foralistas del presidente popular Francisco Camps, no han tenido demasiado eco en su partido y apenas si han dado una ténue pátina a la cuestión valenciana. Y en modo inverso, Jorge Alarte, demasiado timorato, no hizo más que amagar con desnacionalizar al PSPV, dando un falso paso, pues los socialistas continúan viviendo en el PV y por bastante tiempo. A Rita Barberá la cuestión, simplemente, se la trae al fresco, y le gustaría mucho más que estuviéramos hablando de transformar la ciudad en un nuevo Montecarlo.
Los empresarios, gentes más pragmáticas, lo que piden es oportunidad de negocio. Consideran que llegando más rápido y pronto a Europa se gana competitividad. Es muy posible. Eso tendrá que explicarlo el IVEI de Francisco Pérez, que por encargo de la CAM, ha llevado a cabo un macroestudio económico del Corredor Mediterráneo. Hablamos de mercancías, a lo que parece.
Más visionarios, sin embargo, se muestran los nuevos líderes como Vicente Boluda, el naviero privado más importante de Europa que acaba de tomar posesión de la presidencia de la Asociación Valenciana de Empresarios (AVE también), y para quien la conexión ferroviaria con Madrid en hora y media puede provocar toda una revolución económica en el país.
Lo dice un naviero –y le sigue un banquero, José Luis Olivas–. Es posible que todavía no lo hayamos siquiera intuido pero esto que acaba de empezar puede cambiar la faz de Valencia, y de España, tanto como la división provincial de Javier de Burgos en el siglo XIX o el estado de las autonomías de hace 30 años. Aquí no van a viajar naranjas frescas ni verduras congeladas, ni siquiera ideas que ya circulan digitalmente por la red. Aquí viajan personas, profesionales y prestadores de servicios, con retribuciones salariales bien dispares, costes incomparables y sistemas de comercialización distintos.
La renta per cápita media de Madrid es un 30% más alta que la de Valencia. Con eso está dicho todo. Me acaba de invitar una agencia de comunicación a ir a Madrid de compras, en el día. De compras, sí, y al teatro, al fútbol, a lo que sea, de ida y de vuelta. ¡Si eso no va a cambiar la manera de ver las cosas…!
Los empleados de Cajamadrid y Bancaja ya han empezado a darse cuenta. Ellos serán los primeros en contarnos la experiencia y opino que no será traumática, todo lo contrario. Tras una primera fase de temor y de pérdida de singularidad, vendrá la excitación por el cambio, el vértigo, y finalmente, tras la novedad, la ventaja de estar primero que nadie en un nuevo escenario. A ese cosquilleo le llaman progreso.
La infancia es un tesoro que conservamos con gusto en el corazón, pues la razón nos la trató de arrebatar a medida que fuimos perdiendo la credulidad y la inocencia. Por eso, la guardamos a buen recaudo, en esa parte de nuestro cuerpo a la que atribuimos nuestras acciones menos reflexivas y más temperamentales.
El misterio que sirve de hilo conductor de una de mis películas favoritas (Ciudadano Kane) es la última palabra pronunciada al morir por el magnate Charles Foster Kane: “Rosebud”, que no era otra cosa que el nombre del trineo con el que jugaba de niño y que constituía el único enlace de su memoria con una infancia que le tocó perder, prematuramente, al convertirse en titular de una inmensa fortuna, la cual jamás le pudo compensar de aquella pérdida.
Todos tenemos nuestro rosebud. En ocasiones nos topamos con él o con referencias que nos lo hacen presente y que nos transportan a aquellos años en que todo era posible y en los que ser feliz consistía, como decía Pessoa, solamente en ser feliz.
Popland es una tienda que me hace conectar con mi particular rosebud. Sé que como establecimiento responde, fundamentalmente, a una demanda de grupos de jóvenes que necesitan adscribirse a unos iconos para diferenciarse y reconocerse, y que en la simbología que denominan pop o retro han encontrado sus señas de identidad. Ellos se apuntan, más que a otros aspectos, a la estética colorista de los años 60 y 70, y convierten en tótems de su inconformismo a personajes con los que no convivieron en su niñez pero que les resultan atractivos, pero para mí y para los de mi generación esta tienda es como un museo de nuestra infancia. Aquí se amontonan en sus vitrinas y estanterías un sinfín de recuerdos, cuyos protagonistas son héroes tan reconocibles de nuestros primeros años como Mazinger Z, el Coyote y el Correcaminos, los Pitufos, Tintín o los Muppets, presentes en camisetas, zapatillas, objetos de decoración o como figuritas de plástico que los reproducen con verdadero rigor.
Siempre que paso por la calle Moratín me asomo al escaparate de Popland y esa parada constituye un pequeño viaje en el tiempo. En ocasiones entro, no sin antes experimentar una extraña sensación de estar infringiendo alguna norma social, por la que un tío casi cincuentón, con traje y corbata, tuviese que abstenerse de husmear en un templo tribal reservado a veinteañeros modernos. Sin duda alguna, prejuicios, pues cuando entras descubres que cada vez son más los curiosos de mi quinta a los que el imán de la nostalgia les ha animado a aventurarse dentro del establecimiento y a los que, una vez allí, les cuesta resistirse a la tentación de llevarse algún recuerdo.
Hoy quiero hablarles de una joven empresaria que me ha cautivado. Desde hace unos meses ha puesto en marcha en un vistoso esquinazo de Ciudad Bella (el que forman la Plaza de la Virgen y la Calle del Peso de la Harina) una suerte de “creperie-tarterie”, aprovechando un minúsculo local de no más de cuatro metros cuadrados, usado hasta entonces como puesto de döner kebabs.
Concha, que así se llama mi admirada empresaria, ha transformado con arrollador entusiasmo y enormes dosis de amor, este pequeño espacio, al que ha bautizado como “Mama Concha”, en un obrador de sabrosas delicatessen, manufacturadas por ella misma con productos naturales y de primera calidad: tartas de zanahorias, de queso y arándanos, de yogur, quiches variados, muffins, crepes de todos los gustos y un sinfín de delicias con las que disfrutar de desayunos y meriendas.
A las ocho y media de la mañana llega, para iniciar la jornada comprando las materias primas que necesita en el Mercado Central, luego pone en marcha la cocina y comienza a atender a su cada vez más numerosa clientela sin parar hasta la diez de la noche en que echa el cierre. Concha además estudia en la Universidad y acude a la Escuela Oficial de Idiomas para mejorar su inglés y el pasado verano se fue a Edimburgo para practicarlo sobre el terreno. Quizá piensen ustedes que sus méritos no son otros que los que deben presumírsele a cualquier empresario que se precie: iniciativa y esfuerzo. De acuerdo, pero es que me faltaba decirles que la joven emprendedora objeto de mi admiración ¡tiene ochenta y cuatro años!.
Conocerla y quedarse prendado de esta excepcional mujer es una misma cosa. A lo largo de su vida ha puesto en marcha y gestionado diferentes negocios, siempre para ayudar a sus seis hijos, por los que ha dado todo lo que sólo una madre es capaz de dar. Más aún desde que, con tan solo 35 años, tuvo que enfrentarse al duro revés de la viudedad. Su dinamismo es portentoso y su alegría contagiosa. La verdad es que no se me ocurre nadie que pueda ofrecer mejor ejemplo a esta sociedad que se había acostumbrado a tener resueltas demasiadas cosas y que no sabe para donde tirar ahora que la ubre del “todo incluido” da muestras de agotamiento.
Les animo a que se tomen un café y un bizcocho en la terraza de Mama Concha. Lo disfrutarán y probablemente empezarán a ver las cosas de otra manera.
Es curioso como los dirigentes políticos pueden pasar, de afirmar con total rotundidad que nuestro sistema financiero es el mas sólido del mundo, a firmar su acta de defunción por lo abultado de su riesgo respecto a su capital, en cuestión de un par de años.
Y es que, todo apunta a que la mitad del sector financiero español compuesto por las cajas de ahorros, tiene los días contados, tal y como lo conocemos y hemos conocido. Primero fueron el FROB y los SIP, ahora su transformación en bancos y su cotización en bolsa. Es decir, lo que se negaban a admitir unos y otros (políticos regionales, locales y centrales, incluidos los gerifaltes del Banco de España), a acabado imponiéndose por el inexorable mandato del “mercado”, y mas concretamente por los inversores de cedulas hipotecarias, bonos y pagarés, y los potenciales inversores en acciones de los bancos de las SIP.
Y ¿que se negaba y ocultaba?, pues que los activos inmobiliarios que garantizan los créditos hipotecarios han perdido y están perdiendo valor a marchas forzadas por el hundimiento del mercado, y que los impagos crecen como la espuma, lo cual esta consumiendo todo el capital y las reservas acumuladas.
Y mientras la nave se hundía, se apuntalaban los precios de solares y viviendas en un vano intento de achicar el descomunal torrente de morosidad particular y mortandad empresarial. Todo ello, con la aquiescencia de la otrora todopoderosa maquinaria de la policía financiera, que era la inspección del Banco de España.
Pues bien, las cosas son como son, y no como quisiéramos que fueran, y nos toca hacer con retraso, lo que otros países mas rigurosos hicieron hace dos años y pico; hay que valorar los activos a su verdadero valor, es decir al de mercado actual, no al de entonces, y asumir que todo lo demás son pérdidas, y si las cajas no tienen accionistas para reponer capital, hay que buscarlos, y estos querrán mandar, como es lógico y normal.
Consecuencia ineludible: adiós al modelo de las Cajas de Ahorros conocido. ¿El futuro? Me atrevo a pensar que la ley del péndulo nos depara un futuro para la mitad del negocio bancario de nuestro país, plagado de competidores foráneos. El hundimiento del modelo de las cajas por la negligencia y nepotismo localista, ha creado el caldo de cultivo propicio para que la banca centroeuropea (alemana, francesa y neerlandesa especialmente) se haga con la parte del pastel que nunca consiguieron de nuestro mercado. No olvidemos que son los principales acreedores de nuestras cajas de ahorros, y que hay que devolverles un dinero que no está ni se le espera.
Pues si lo anterior sirve para que fluya de nuevo el crédito y florezcan comercios e industrias, bienvenidos sean los acreedores de las cajas y sus nuevos propietarios por todos los que sufrimos las consecuencias del actual estado de cosas.
Juan Gil-Albert le abrió las contraventanas a Luis Cernuda para enseñarle el paisaje urbano: “es la calle más calle que he visto nunca”, le expresó el poeta sevillano. Estaban en la calle de la Paz, de nombre hermoso y en donde se han vivido en primera persona muchos acontecimientos de la ciudad. Una calle rotunda, trazada con el tiralíneas de la razón del urbanismo decimonónico, con la armonía en sus alturas y el talento estético en sus fachadas, incluyendo una con deliciosos infantes de Mariano Benlliure.Una calle deliciosa en suma, y no exenta de polémicas, pues no llega a ninguna parte recta y respeta en su final la perspectiva de Santa Catalina y el delicioso caos de las callejas junto a la Plaza Redonda, ahora ya con pocos periquitos y tortugas pero con los cromos de siempre y los gormitis actuales.
La calle de la Paz –y su contigua del Mar–, constituye en cualquier caso un ejemplo de ciudad bien hecha y de entrega al buen comercio. De sus arterias surgen corrientes importantes como la Milla de Oro y el palacio del Marqués de Dos Aguas junto a las remozadas San Martín y San Juan de la Cruz, el Patriarca que celebra su cuarto centenario restaurando su exquisita iglesia y con una gran exposición del Consorci de Museus, el histórico edificio de la Nau que la Universitat está consiguiendo proponer como un gran foco cultural…
Conviene pues volver a la Paz, disfrutar de sus propuestas y apoyar a sus emprendedores, recordar sus lecciones a lo largo de la historia y su urbanidad más allá de la teoría urbana. Las calles de Altarriba, la Unión Musical, Prieto, Vicente Gracia, Rafael Torres, Mercader de Indias, Cupcakes, Carolina Herrera, la Óptica Comedias –y el horno–, Paloma Verdeguer, Camper, Prima del Alma, los surferos de Quicksilver, Burdeos in love, el Pomodoro, EK, la fantástica Doctora Ridaura…
Antes, desde luego, disfruten de la Semana de la Moda, recuerden que el genial músico argentino, Daniel Barenboim, regresa al Palau de la Música, o que la cartelera de teatro vuelve a estar cargadita. Y no se dejen de lado al IVAM. Este es el mes de los gigantes, de la confrontación de dos artistas de la metalurgia: Julio González frente a David Smith de la mano del profesor José Francisco Yvars… del surreal Roberto Matta, de la poderosa mirada pop de Jasper Johns. La ciudad vuelve por sus fueros culturales, pero en un abrir y cerrar de ojos ya están aquí las Fallas. Antes, pasen por Requena, la histórica ciudad que el AVE ha resituado al frente de la modernidad. Hay que descubrirla.
Hace poco estuve en la residencia para niños que la Junta Provincial de Madrid de la Asociación Española contra el Cáncer (aecc) pone a disposición de los críos y de sus padres para cuando se desplazan a la capital para someterse a los tratamientos. Me consta que hay en todas las ciudades importantes, Valencia incluida. Tengo la sensación de que entró una persona y de allí salió otra. ¿Por qué? Porque estuve con niños y niñas enfermos que tenían nombre y cara, que eran ellos y no otros, no la mía, no la de ustedes, pero junto a ellos había dos muñecos, uno de Mickey y otro de Minnie, dos de esos enormes que todos tenemos en casa. Y ¿saben qué? Que esos peluches sí eran nuestros hijos. Los suyos. La mía. Y en ese momento tuve la certeza de que todos, ustedes y yo, los que tenemos la suerte de tener hijos sanos, vivimos en una burbuja que nos mantiene a salvo de ese dolor, pero es una burbuja falsa y, sobre todo, egoísta. Si todos colaborásemos, habría más dinero para la investigación. Y con investigación sería más fácil luchar contra la enfermedad, contra el cáncer y contra cualquiera, incluso contra las llamadas enfermedades raras. No esperemos a que el drama nos afecte. Hagámoslo ahora. Yo voy a hacerlo. Háganlo ustedes también.