Cuando escribo este suelto, un día primaveral cualquiera, las noticias hablan de la inminente dimisión de José Luis Olivas de la presidencia de Bancaja, de la imputación por diversos delitos del Consejo de Administración del Banco de Valencia, de la pérdida de valor de las acciones de Banca Cívica (el invento que fusionó a Caja Sol y Caja Navarra con otras dos) tras su adquisición a la baja por La Caixa, de la reiteración de la CAM sobre el nulo valor de sus preferentes, el mismo producto que en Bankia cambian por acciones mientras el cliente tiembla… o del comisario europeo, Joaquín Almunia, quien se pregunta por qué España no se dirige al fondo de rescate para salvar a su banca herida de muerte, a lo que el ministro De Guindos responde que de eso nada. Mientras, en los círculos económicos internacionales se vuelve a hablar del dolor de cabeza que produce la mala situación española, que no remonta ni nada que se le parezca.
Todo eso lo contaban los medios de comunicación un día cualquiera. Entre tanto, los datos objetivos seguían/siguen produciendo estragos. El crédito, desde luego, no fluye, ni a nivel doméstico ni a nivel empresarial. Y eso que la banca española ha consumido la mitad de la barra libre que ha generado el Banco Central Europeo. Es decir, que el BCE –sobre el que básicamente manda Alemania–, le da a la maquinita de hacer billetes de euros y los presta al 1%, y son los españoles los que acuden a por ellos.Ese dinero, la banca lo utiliza en comprar la deuda pública del Tesoro español, que remunera entre el 4 y el 5% en estos momentos, salvando de ese modo al país –al Estado–, amenazado como está por la temible prima de riesgo. O sea, que el dinero “alemán” se dirige fundamentalmente a socorrer al sistema público nacional, en situación de clara insolvencia: Dado que nuestra clase política dimensionó un Estado al ritmo de la burbuja inmobiliaria, ahora no cuadran ingresos con gastos una vez la actividad económica se ha ralentizado. Ese es el círculo vicioso de la actual situación.
Ante tan complicada coyuntura, en los cuarteles generales de los financieros españoles las consignas son claras: no prestar sino todo lo contrario, desapalancar; valorar a la baja los inmuebles ajenos y mantener en ficción y fuera del mercado los suyos propios, que los tienen a millones; fusionarse siempre con ayudas públicas hasta que se agote el frob, que está a punto; salvar las pensiones directivas; y a verlas venir haciéndose el sueco sobre la recomendación del Gobierno para recapitalizarse con fondos propios…Se trata de una auténtica partida de póker, de cuya mesa van cayendo poco a poco, uno a uno, los jugadores con menos fondos y peor gestión, y cuyo cuadro final es fácil aventurar: apenas resistirán tres, cuatro o cinco grandes corporaciones bancarias, con capacidad industrial e internacional, y todo lo demás a liquidación, incluyendo el sistema de cajas sociales que inventaron los españoles hace dos siglos para los mercados locales. En nuestro caso, y una vez se subaste el Banco de Valencia –que interesa a Cajamurcia–, se consumará la total desaparición de entidades financieras de soberanía valenciana. Adiós a los ideales del Marqués de Campo y de otros próceres. Nos queda la presencia de Héctor Colonques –y ahora de Juan Roig– en el capital del Banco de Sabadell (CAM), y la de Francisco Pons en representación de los empresarios valencianos en Bankia. Para de contar.
Ese panorama desolador verá una sensible mejoría en cuanto se haga realidad el plan gubernamental para anticipar recursos a las diversas administraciones públicas –en nuestro caso ayuntamientos y Generalitat– para que paguen las facturas atrasadas y liberen a sus proveedores de la terrible espiral de deudas y morosidades. El plan de Rajoy se sustanciará en la reintroducción en el sistema económico del país de más de 30.000 millones de euros, lo que tiene, por narices, que aliviar la situación de las empresas. Lo importante ya no es la economía en general sino la liquidez en particular.Pero en tanto llega ese pequeño maná y las reformas en marcha hacen su efecto para liberar a las empresas de sus pesadas cargas al tiempo que se aligera de gasto corriente nuestro sector público, conviene que sepamos hacia dónde nos dirigimos. De momento nadie se atreve a señalar ni dónde hay que ir ni qué caminos recorrer para alcanzar el futuro.
Las economías domésticas y empresariales de este país están muy endeudadas, y necesitan un plan de refinanciación, puede que incluso algún tipo de quita o de moratoria. Esa es la clave para que España se vuelva a poner en marcha. Entre tanto, los expertos más atrevidos lanzan ideas, algunas sugerentes: crear en la banca un coeficiente de crédito obligado para privados, limitar la compra de deuda pública, alargar los plazos de los créditos ico a cambio de fomentar el empleo, condonar deuda fiscal a cambio de contrataciones, mejorar los seguros médicos privados y crear seguros para la educación, instaurar los mini-jobs a cambio de un gran pacto social que abarate la vivienda, el transporte y los servicios para los jóvenes, etc, etc.No hace falta ser un lince para comprobar la cada vez más nutrida presencia valenciana en los sitios de moda de Madrid. El AVE, con veinte años de retraso, ha venido a mostrarnos cuan cerca podemos estar las dos capitales. La realidad mide distancias de tiempo, no de kilómetros, y ahora Madrid está separada de Valencia apenas a hora y media, más o menos lo que se tarda en llegar en coche a Benidorm. Que nadie se extrañe, pues, de la revolución que está en curso. En la Comunidad de Madrid ya toman medidas al respecto, activando sus campañas de promoción entre los valencianos. A Madrid se va a hacer gestiones, sí, pero también a disfrutar de los mejores museos, de un programa teatral sin parangón o del mejor panorama galerístico del país, incluso de sus parques y jardines históricos, uno de los cuales, el Botánico, fue dirigido por nuestro gran ilustrado, Cavanilles.Así que mientras los madrileños nos visitan rumbo a los chiringuitos junto al mar, ansiosos por degustar un arroz sublime, los valencianos chalaneamos por los madriles, recuperando a Velázquez y Goya o paseando por el Retiro. Y mantenemos lo nuestro, como el Palau de la Música, que hace ya 25 años que se inauguró junto al río un 25 de abril, normalizando aquella anomalía que significó que una de las tierras con más amor por la música, con más músicos, no tuviera un auditorio en condiciones. Cinco lustros después el Palau es un activo de nuestra cultura totalmente normalizado, casi un miembro más de nuestro organismo.
Y lo mismo cabe esperar de la Sala Parpalló, que tras penar por diversas sedes al fin recala en un espacio a la altura de lo que se espera. El MuVIM es el escenario de esta nueva pero añeja Parpalló que, en su día, fue muy relevante para impulsar el arte contemporáneo, otra anomalía valenciana que ayudó a subsanar junto a su hermano mayor y sucesor, el IVAM.No hay mayor tragedia que sobrevivir a un hijo. Eso es algo que todos sabemos y de lo que pocos hablamos. Yo, en particular, no menciono el tema nunca. Ni lo pienso. Si alguna vez la idea se me cruza, aunque sea de soslayo, me deja un mal cuerpo que me dura días enteros. Pero no pude evitar pensarlo mientras escuchaba a Toñi Santiago relatar cómo murió su hija Silvia, de seis años, en un atentado de ETA en Santa Pola, en 2002. La madre, sin poder aguantar el llanto, contó cómo se dio cuenta de que su pequeña moría conforme la rescataba de los cascotes de la casa destrozada, y cómo se acercó a su oído para cantarle una canción, mientras tal desgracia ocurría. Y luego, explicó que, con junto al cuerpo de la niña, dijo algo en referencia a los terroristas, y mientras lo decía, en la sala donde se celebraba el juicio, se giró hacia los etarras, les miró fijamente, sin miedo, y les dijo: asesinos, cobardes, hijos de puta. A continuación relató que a ella no le habían amputado una pierna, sino el alma. Al oírla yo me puse a llorar, y mi hija, que estaba conmigo, me preguntó qué me pasaba. Le contesté con un abrazo. Si te pasa algo, me muero. Qué me va a pasar. Y cómo te vas a morir, si no te has morido nunca. La niña se rió, con esa risa infantil y confiada de los niños que aún no saben que el mundo puede ser un lugar tan hostil a pesar de todos nuestros esfuerzos.
Estamos recibiendo en los últimos días una gran cantidad de información en forma de declaraciones de ministros, portavoces, periodistas y opinadores varios, relativa a la propuesta de inyectar una importante suma de liquidez (entre 30 y 50 millardos de €) mediante la participación del Instituto de Crédito Oficial y la banca, para atender pagos atrasados a los proveedores de la administración municipal, autonómica y central.
Sorprende que para atender pagos corrientes de proveedores municipales y autonómicos, el gobierno central tenga que orquestar una macro-operación financiera como la que nos cuentan. No se entiende que la administración recurra a medidas extraordinarias, cuando teóricamente, sus gastos e inversiones tienen que tener una contrapartida contable en los ingresos o en la caja, al inicio del ejercicio. Por tanto, lo anterior, es consecuencia de una falta de programación, de una manipulación de las distintas cuentas que componen la contabilidad pública, de una inesperada caída brusca de los ingresos, o de una combinación de las distintas alternativas mencionadas.
Lo realmente importante es que, reconocido el problema, se aborde cuanto antes mejor, y de la manera menos gravosa posible, tanto para los proveedores, como para los administrados, paganos en última instancia. El criterio de primar en el cobro a quien ofrezca una rebaja del principal adeudado no parece muy justo, pues en este caso, salen beneficiados aquellos que cuentan con más margen en la contratación y no quienes presentaron una oferta mas competitiva, así como quienes cuenten con una estructura financiera mayor y mas sofisticada, como las grandes corporaciones, en detrimento de la Pyme y el autónomo, y otras posibles situaciones a mi juicio injustas.
En todo caso, insuflar 30 o 50 millardos de € en la economía productiva de una país exangüe financieramente hablando, cuya banca tiene que mejorar sus ratios de solvencia rechazando la financiación de nuevos proyectos y exigiendo ansiosamente la devolución de las cantidades prestadas, por imposibilidad de mejorarlos mediante nuevas ampliaciones de capital porque los mercados desconfían de sus balances, como digo, insuflar esa cantidad, es la mejor noticia que cabría esperar del nuevo gobierno central, y una forma excelente de mejorar la maltrecha liquidez de toda la nación. Puede ser el inicio de la recuperación de cierta normalidad en cuanto a lo que liquidez empresarial se refiere, y ayudar a la banca en su reconversión patrimonial.
Si en vez de gastar casi 20 millardos de € en los Planes E, se hubieran dedicado a pagar deuda pendiente de las administraciones con los proveedores del sector público con dicho importe, seguramente nos hubiéramos ahorrado unos cuantos miles de parados y empresas desaparecidas. Aunque tarde, sea bienvenida la medida, y que vuelva a fluir algo de liquido por las venas y arterias de la economía productiva de España para que no pare de latir su corazón que es, sobre todo, el conjunto de pequeñas y medianas empresas, y los autónomos.
Tras un maratón de 4 días de moda, 38 desfiles, fotos en backstage, curiosidades e infinitos ‘tuits’, terminó la Valencia Fashion Week. La semana de la moda valenciana que nunca fue una auténtica semana (se celebra a lo largo de cuatro días) es el evento con mayor cantidad de estetas por metro cuadrado: fotógrafos, modelos, diseñadores, creadores de tendencias, interioristas, etc.
En esta edición Sara Vega, la hermana de Paz idem, estuvo allí, sentada en la primera fila de casi todos los desfiles. Sara Vega acumuló sobre su persona casi tantas miradas como las modelos de la pasarela. A excepción de la colección del diseñador Assaad Awad, creador de piezas que ha lucido Lady Gaga, que dejó anonado al público con sus vestidos con tachuelas y calaveras. Y por la impactante sorpresa final de su desfile: Rossy de Palma con traje de novia, a medio camino entre Helena Bonham Carter y la novia de Frankentein. Bravo por Assaad Awad que logró despertar el ojo saturado del espectador. Rossy de Palma creó más follón que los niños que había en el precioso desfile de Hortensia Maeso. «Mamá, ¿cuando empieza?». «Mamá ¿esas son las modelos?». «Mira, una oveja», cuando apareció un niño con un borrego en brazos.
Pero no sólo de moda y borregos vive la ciudad. Acaba de abrir sus puertas el Caro Hotel, primer hotel monumento de Valencia, y se celebró por todo lo alto. El Caro no tiene aire palaciego: es un palacio situado en el casco antiguo que perteneció al Marqués de Caro. Es un placer caminar por su pasillos y encontrarse una pared gótica o restos de la antigua muralla árabe de Valencia. También tiene una escalera de esas que pilla Lubitsch y te hace una película. Yo quiero hacer el check-in en este hotel…
La inauguración reunió a 100 personas con una original propuesta gastronómica de El Alto dispuesta en distintos puntos del hotel. Los invitados fueron recorriendo cada una de las habitaciones, como la antigua torre de vigilancia de la muralla árabe convertida en junior suite, las habitaciones abuhardillas con viguería de madera original y las terrazas decoradas con basas romanas.
Entre los asistentes, el Secretario Autonómico de Educación Santiago Martí, el Secretario Autonómico de Turismo Luis Lobón, el presidente de la Cámara de Comercio José Vicente Morata, el presidente de la CEV Salvador Navarro, el presidente del Puerto de Valencia Rafael Aznar, el presidente de Feria Valencia Alberto Catalá, y Enrique Soto. También estuvieron la concejal Mayrén Beneyto, Juan Eloy Durá y su mujer Mamen, Pilar Lluquet, Amparo de la Concepción, Vicente Pechuán, Alejandro Cerdá y Esther Barrera, el arquitecto Ramón Esteve, el distribuidor de Dicoval Javier Monedero, Laura Gallego y Javier Botella.
Hace unos días me encontré con un antiguo amigo en una esquina cualquiera de la ciudad. Iba cargado de libros, como de costumbre, pero me llamó la atención el motivo de los mismos, monográfico: Mayo del 68. Le pregunté por su interés y fue tajante, ya quiso hacerlo cuando el 15M pero ahora, con la llamada “Primavera de Valencia” en prime time, no lo iba a dejar escapar.
Mismamente como la literatura sobre el crack del 29 tras la debacle de los hermanos Leman y las recontrahipotecas, ahora también se ha disparado el consumo sobre los antecedentes históricos de las revueltas juveniles. La gente quiere comprender por qué pasa lo que pasa.Mi amigo, claro está, siguió en su día las vicisitudes de personajes como Cohn Bendit, conocido como Dany el rojo, quien todavía azota el parlamento europeo con su verbo fácil desde un escaño verde, incluso estuvo al tanto de las derivas hacia la ley y el orden de clásicos intelectuales sesentayochistas como el exmaoísta Glucksmann, y también ha visto un millón de veces el testamento antinihilista de Nicholas Ray en Rebeldes sin causa –basado, por cierto, en un libro de psiquiatría– con la famosa chupa de cuero de James Dean. Incluso recuerda las andanzas del Cojo Mantecas y los rompefarolas que se opusieron al primer gabinete socialista español y terminaron negociando un atillo de chorradas con el entonces número dos de Maravall, que no era otro que Miguel Barroso, ex del Viejo Topo y de Diario de Valencia y esposo actual de la ex ministra de Defensa, Carme Chacón.
La cuestión que se suscitó con mi amigo era si todo aquello del siglo pasado tenía algún parangón con las movilizaciones actuales, contemporáneas, tan queridas de los medios y valoradas, incluso, por un supuesto diario imparcial y tan legendario como el New York Times.
Y la respuesta es que no. Que es posible que de nuevo veamos aflorar el natural comportamiento contestario de la juventud, su indomable rebeldía contra lo establecido, la perturbación que lo organizado provoca en un espíritu sometido a la exaltación de la sensualidad a flor de piel, la líbido insurgente, la concupiscencia que el actual sistema de valores les ha transmitido… Todo eso es posible, pero no mucho más, que ya es bastante, aunque poco que ver con París y Berkeley.
La generación que más tiempo ha permanecido en formación –que no la más formada–, la que menos se ha sentido agobiada por la ansiedad de las carencias, aquella que más ha alargado los valores pueriles tan de la adolescencia –fenómeno inventado por nuestra cultura de la opulencia–… esa se ha aprestado a ensayar también una experiencia de revuelta para sentirse protagonista. Ya lo dijo Warhol, que en el futuro –o sea, nuestro presente– todo el mundo podrá ser famoso al menos durante quince minutos en la televisión. Pues de eso se trata.
La Primavera de Valencia, que es una revolución sin azúcar, una rebelión entre light y zero más que sin causa, tiene lugar bajo la mirada cómplice de la oposición y del periodismo de alcance, sabedores de que toda corriente de agua mueve molino, es decir, desgasta al Gobierno. Pero los hay más o menos responsables, más o menos rigurosos. El papelón de algunos diputados valencianos creyéndose agitadores revisitados no puede ser más banal.
A la derecha, en cambio, todas estas cosas le ponen nerviosa. Cree ver el fantasma de Lenin y sus manipuladores bolcheviques en cada esquina, no sabe cómo resolver las escenografías policiales por temor a no dar con la debida frenada y, a duras penas, alcanza a ver el fondo de la cuestión porque muchos de sus analistas solo saben ser adheridos y no pensadores propios.
Curiosamente, de todo lo oído recientemente, lo más interesante ha sido el cabreo parlamentario de Alberto Fabra contra los llamados recortes, y sobre todo la proclama de Mariano Rajoy al cierre de su extraño congreso de Sevilla, reconociendo dos ámbitos sociales bien distintos: el de los favorecidos por un status (sindical, de funcionario, de estudiante, etc.), y el de los pobres de solemnidad (parados, emigrantes, mayores, gentes sin formación…). A estos últimos quiso dirigirse, y a ellos tendrán que ir dedicados los esfuerzos de futuro si no queremos ver pauperizarse al país.
Urge, en ese sentido, un nuevo pacto o marco social que garantice los valores básicos. Ante la ceguera y falta de imaginación de la clase dirigente sindical, en especial los de la función pública, les compete a los gobiernos actuales afrontar estas nuevas políticas a modo de new deal: de abaratamiento del transporte público, de los suministros básicos de energía, de puesta a disposición del enorme parque de viviendas vacías… de la generación en suma de una nueva visión social a la que podrán acogerse los más jóvenes también, necesitados de anclajes para volver a creer en este sistema.
Si alguna intención tiene la exposición que el IVAM dedica al estudio A‑cero es la de mostrar la capacidad arquitectónica de este último, trascendiendo de una vez el ruido mediático que suele producirse en torno a sus componentes, Joaquín Torres y Rafael Llamazares. Torres, llamado el arquitecto de los famosos, es un personaje singularísimo, con mucha fuerza vital, capacidad de trabajo y de negocio. Pero es también un excelente arquitecto, atrevido, capaz de asumir riesgos y que nunca se conforma con el camino fácil.
Así que no le extrañe a nadie que sea un triunfador, que los periodistas se lo rifen y que la arquitectura que propone le interese al gran público. Pero Torres no abandona por ello ni uno solo de los postulados de la arquitectura moderna, al contrario. Es en estos momentos su gran difusor en nuestro país. Y no hace solamente mansiones –que por cierto han hecho todos los grandes arquitectos del siglo xx–, sino también edificaciones públicas, viviendas protegidas y, en especial, modulares que, cabe señalarlo, fabrica desde la Comunitat Valenciana.Otras empresas importantes de aquí, como el grupo Porcelanosa o Vondom, han confiado en A‑cero para trabajar conjuntamente. La editora de esta revista, Ruzafa Show, ha colaborado en el diseño del catálogo de la exposición, cuyo comisario es el editor jefe de esta misma City, Juan Lagardera, y podemos decir sin ambages que trabajar junto al equipo técnico y humano de A‑cero ha sido muy estimulante y creativo.
Realmente nos sentimos orgullosos de haber colaborado en esta muestra, Vivir en la Arquitectura, y se la recomiendo fervientemente. Así que entre una mascletà, la visita a un monumento fallero y una ofrenda, dense un respiro por el IVAM y disfruten de una exposición concebida para que le guste a todo el mundo.Esperemos, por lo demás, que las Fallas sirvan este año para traer el buen tiempo pero también para iniciar la necesaria recuperación del consumo, en especial en el sector de la hostelería. Les proponemos una ruta de tapeo por la ciudad, esa casi obligada tendencia de la cocina sencilla, económica, casual y con raíces que se abre paso para superar la crisis y la decadencia de la alta gastronomía.
Dejemos pues que la calle se torne una fiesta y que siquiera por unos días se olvide de confrontaciones. Lo importante es recuperar el pulso, y algunos síntomas empiezan a dar buenas señales, empezando por la cartelera de teatro y también por la oferta musical, dos ámbitos en los que desde este número vamos a destacar dos recomendaciones de la mano de una gran cerveza, Mahou, desde siempre al lado de la cultura.El Marqués de Griñón, la Academia
de Gastronomía, Comité Cisne y más
Por Juana Camps
Lo primero que vi al llegar a la entrega de los premios de la Academia Valenciana de Gastronomía fue a Ymelda Moreno, la Marquesa de Poza y presidenta de la Cofradía de la Buena Mesa. Estaba frente a la pecera que rodea el restaurante El Submarino del Oceanogràfic. El mejor comienzo para unos premios de nivel organizados por la presidenta de la Academia Valenciana de Gastronomía, Cuchita Lluch. Observando el acuario también estaba otra celebrity, ésta de mayor nivel. Era Carlos Falcó, Marqués de Griñón, empresario, viticultor, bodeguero y digno representante de la aristocracia, por su elegancia y saber estar. Nada que ver con la Duquesa de Alba, todo un esperpento del mejor Valle Inclán. De Quevedo y de Góngora no hablaré si no es en presencia de mis notas a pie de página.
Pero el tema va de cocina, aunque en la entrega de los premios de la Academia Valenciana de Gastronomía ni los chefs ni el fabuloso menú fueron los protagonistas. Las verdaderas estrellas fueron dos bebés: Leo, el hijo de Didier Fertilati, premiado como mejor director de sala, y Vicente, el retoño del cocinero Vicente Patiño, galardonado en la categoría de ‘Otra forma de comer’. También Javier Andrés, premiado por su restaurante La Sucursal, acaba de ser padre en lo que parece un baby boom en el gremio culinario. Estrellas (pequeñas) aparte, en esta séptima edición el premio a la mejor bodega fue El Seque y la mejor sumiller Amanda Navarro. También hubo reconocimiento para un gran producto de la Comunidad Valenciana, la trufa de Castellón, y un premio especial a Verema. Entre los asistentes a la comida, reconocidos gourmets como el notario Carlos Pascual, los promotores Pedro Gimeno y Francisco Murcia, los galeristas Sergio y Olga Adelantado, Rosa y David Lladró, los empresarios alicantinos Pepe Amat y José Sanchis, el doctor Juan Viña y Mercedes Casanova.
Y como una comida conduce a una cena les cuento la gran fiesta ‘Ángeles Unidos contra el Alzheimer’ que tuvo lugar en Mar de Bamboo. Una noche solidaria organizada por el músico Elías Azulay en la que logró que un montón de músicos de los grupos de la ‘movida valenciana’ se unieran en beneficio de las familias que sufren la enfermedad del Alzehimer. Participaron Nacho Mañó de Presuntos Implicados, Elías Azulay de Betty Troupe, Javier Escrig de Dadà, Copi de Comitè Cisne, Dai Berenguer de Wicked Article, Vicente Feijóo de Zarpa, Suco de Blue Moon y las Chicas de Butterfly, además de miembros de Los Inhumanos, Comitè Cisne y Revólver. Como broche final, la animada música que pincharon los djs Lucky Carreño, José Aparicio y Nacho Rodríguez. Lo más divertido fue ver cómo de vez en cuando iba alguien a la cabina para hacer peticiones. Creo que nadie solicitó al pobre dj cosas infernales. Desde luego, si se le hubiera ocurrido poner a Andy y Lucas, por ejemplo, yo hubiera salido corriendo.
la quiebra moral y
económica de valencia
La realidad es una mera percepción como no cansan de recordarnos los metafísicos y los terapeutas. La realidad actual, mismamente, es una percepción que en muchas ocasiones se tamiza a través de los medios de comunicación. Lo que quiere decir, en palabras bien sencillas, que los medios no cuentan la realidad sino que la fabrican.
Me extralimito en este preámbulo toda vez que en las últimas semanas se ha generado la idea de que Valencia –el topónimo por una vez ha servido para designar a la ciudad y a la región– no es solo un territorio quebrado en lo financiero sino también en lo moral.
En un giro informativo con un claro sesgo político se ha lanzado la especie de que tras dos décadas de gobiernos conservadores, Valencia es poco menos que un páramo económico, donde ha aflorado la corrupción de un modo generalizado, la ineptitud gestora ha campado por sus fueros y se ha multiplicado un incontrolado despilfarro de las arcas públicas.
Y puede que sea cierto que algunos datos empíricos juegan ahora en contra de Valencia. Ya lo dijimos no hace mucho en estas mismas páginas a propósito de la pérdida de las cajas y bancos de su obediencia valenciana. O a cuenta del desastre que la gestión de Juan Soler propició en la principal institución afectiva de los valencianos, su club de fútbol, ahora en trance de superación gracias a nuevos dirigentes.
No es menos cierto que algunos líderes políticos se han visto inmersos en causas judiciales por cohechos y otras malversaciones, pero no en un grado superior al que hayamos visto en Cataluña, Baleares o Andalucía, y desde luego nadie en sus cabales osaría decir algo así como que las estafas del antiguo director del Palau de la Música de Barcelona, del caso Palma Arena o del Brugal en Alicante confirman la tendencia de la costa mediterránea a la corrupción.
Conviene, pues, no generalizar, y desde luego no confundir un relato periodístico con la verdad, a la que ya no aspiran ni los historiadores, liberados al fin de los cuentos chinos marxistas que asumían una supuesta realidad científica de la historia.
Así que ni tanto ni tan calvo. No eramos los mejores del mundo mundial como algunas derivas políticas, casi neoperonistas, nos hacían creer no hace mucho. Ni ahora somos poco menos que una ruina asolada por una turba de sinvergüenzas amparados en siglas políticas.
Nuestro pecado como valencianos, en cualquier caso, fue creernos que tendríamos crédito sin límites hasta el fin de los tiempos. Pero es que apenas hace cinco años los economistas valoraban, precisamente, nuestra capacidad de consumo interno –igual que los norteamericanos, decían–, frente al inmovilismo ahorrativo de otras sociedades que mostraban entonces un menor dinamismo económico que la nuestra.
Por lo demás, compartimos malestares con muchos de nuestros semejantes. No somos más corruptos, me consta, que catalanes o andaluces, no hemos hecho más aeropuertos o universidades poco eficientes que los gobiernos socialistas de Castilla o los nacionalistas de Cataluña. Hemos politizado las cajas de ahorro tanto o menos que otras autonomías. Y las apuestas por grandes eventos y centros de ocio son muy parecidas a otras, bastante menos onerosas, por ejemplo, que las Olimpiadas o el Forum de Barcelona, la Expo de Sevilla o el complejo cultural de Santiago de Compostela.
La alocada apuesta inmobiliaria, por lo demás, la compartimos con Andalucía, Baleares o Madrid. Y la desastrosa gestión de las cajas se reproduce en casi todo el país, teniendo en cuenta, además, que en los consejos de dichas entidades había políticos y zánganos provenientes de todos los partidos en liza.
No es de recibo, pues, este descrédito tan sin medida ni matiz hacia lo valenciano. Cuando resulta que somos la única región española leal y sin complejos al proyecto común de España –lo dice hasta nuestro himno–, siendo la única capaz de poder elegir entre ese proyecto y otro más en consonancia con el pasado de la Corona de Aragón –que no científico como los erráticos neofusterianos siguen preconizando.
El valenciano medio es, precisamente, un modelo de emprendedor, que entronca con la tradición mercantil latina, y que se cimenta sobre epopeyas anónimas que van desde la desecación de la Albufera que glosara Blasco Ibáñez a la exportación de cítricos a Europa y hasta de muebles a Oriente Medio.
Empresarios como Juan Roig, Héctor Colonques, Vicente Boluda, Adolfo Utor, Francisco Pons, Fernando Ballester de Martinavarro, los Navarro de Carmencita, Pedro López de Valor, Paco Segura, Francisco Andreu de sillas del mundo, Federico Michavila de Torrecid… por no hablar de los hoteleros de Benidorm, los zapateros de Elche y Elda… Todos ellos marcan caminos a seguir. Los valencianos seguirán en pie, levantándose otra vez.
Conviene leer el editorial del pasado 19 de enero de Las Provincias: “Valencia es mucho más”. http://www.lasprovincias.es/v/20120119/opinion/valencia-mucho-20120119.html
Leo que un matrimonio de Cambridge acaba de revelar a sus allegados y a toda la comunidad el sexo de su hijo a los cinco años de haber sido padres. Durante todo este tiempo, le han educado en la ignorancia de saber si era un niño o una niña con la idea de que al crecer, la criatura decidiese lo que quería ser de mayor. Y no me refiero a médico, periodista, futbolista o concursante de Gran Hermano. Los padres le han dado una educación neutral y sólo le han comprado juguetes unisex porque querían evitar los estereotipo, así que, por ejemplo, dicen, han permitido que se vistiera como quisiera, ya fuera como una bailarina con tutú o con un disfraz de Spiderman. La madre dice que ninguna otra mamá ha querido ir a su casa a tomar el té. Y todavía se preguntará por qué. Y miren que si hay alguien a favor de la igualdad y en contra de estereotipar a la gente, o de discriminar a nadie por su condición sexual, es la que suscribe. Pero también me encontrarán frente a los padres que no tienen ningún sentido común y que hacen pagar esa carencia a sus hijos, ya sea alimentándoles únicamente con leche materna y orina (también lo he leído, no me lo estoy inventando) o fingiendo ante ellos que el sexo es algo que se puede elegir. Quizá este tipo de padres no estén demasiado lejos de los que creen que la homosexualidad se cura con pastillas, con terapia o encomendándose a Dios. Y cuando pienso que para adoptar un bebé investigan hasta a la prima segunda de la cuñada de la portera de tu edificio, la sangre me hierve hasta alcanzar el punto de ebullición. Porque cualquier descerebrado puede tener sus propios hijos sin que nadie les cuestione ese derecho. Aunque se lleven por delante a los más inocentes.
Todo el mundo tiene la sensación de estar inmerso en una pesadilla económica y financiera sin fin. Todas las portadas y principales titulares de los medios resaltan aspectos casi dantescos del actual estado de las cosas, y da igual que el escenario sea regional como nacional o internacional. Los vocablos más utilizados son del tipo “debacle”, “crash”, “desplome”, “hundimiento” etc.
En nuestro país somos poco dados a parametrizar los fenómenos sociológicos, al contrario de lo que ocurre en Estados Unidos, donde hasta la más insignificante pauta de comportamiento social se estudia, analiza y cuantifica estadísticamente. Hay programas que miden incluso la intensidad, el número y la prioridad con la que los artículos de los medios de comunicación citan palabras, y/o conceptos económicos y financieros, de carácter negativo o positivo a lo largo de ciclos económicos.
Lo anterior es una consecuencia y, al mismo tiempo, la causa del estado de ánimo y de cómo se propaga el mismo a través de los medios. Cuántas veces escuchamos últimamente comentarios del tipo “no quiero leer los periódicos porque me pongo de mal humor” o “pones la radio y todo son malas noticias”. Y es verdad que, en épocas como la actual, la preponderancia, intensidad y número de veces en las que se emplean adjetivos, conceptos, y en general palabras de contenido negativo es muy alto. Y lo contrario pasa en épocas de gran expansión y crecimiento.
Ambos fenómenos retroalimentan al alza, o a la baja, el ánimo y por tanto las expectativas de todos aquellos que tienen ámbitos de responsabilidad económica y financiera. Gestores de fondos, inversores institucionales o particulares, gobernantes, directivos de grandes empresas, etc., se ven a diario afectados como seres emocionales por la gran carga que supone la apabullante cantidad de información de uno u otro signo. En consecuencia, invertir o, al menos, atemperar y equilibrar al alza o a la baja la corriente dominante informativa, es una necesidad y una terapia muy saludable social y económicamente.
Por ello, y porque es difícil estar peor, soy de los que cree que estamos tocando suelo y queda menos, y relativamente poco, para darle la vuelta a la situación en la que nos encontramos. Las grandes reformas están en marcha (laboral, fiscal, financiera, presupuestaria, judicial, etc.) a nivel nacional y regional. Algunas de ellas tendrán como consecuencia un repentino empeoramiento de algunos indicadores (paro, pérdida de poder adquisitivo, mayor esfuerzo fiscal…), pero son necesarios para estabilizar la economía y sentar las bases del nuevo ciclo expansivo. Estamos incursos en un proceso quimioterapéutico, destructivo pero sanador.
Europa, y Alemania a la cabeza, empieza a dar muestras de cierta flexibilidad a la hora de inyectar liquidez en el sistema, y lo estamos notando desde hace un mes y medio a través de las subastas del tesoro y la prima de riesgo. Falta que la banca aflore pérdidas inmobiliarias y sanee balances, que los gobiernos reduzcan déficit, que salarios y precios ganen competitividad, y que el crédito vuelva a fluir con cierta normalidad. Pero al menos, la financiación del Estado empieza a normalizarse. Definitivamente creo que estamos empezando a tocar suelo.
Justo hace cinco años, en febrero de 2007, veía la luz esta revista con una clara vocación: servir por y para Valencia como una guía de las actividades más importantes de la ciudad. Valencia se preparaba para la America’s Cup y parecía una urbe capaz de convertirse en el nuevo Montecarlo del sur de Europa. Un lustro después, la crisis económica se hace sentir y aquellos sueños han empezado a desvanecerse.
Pero hay que estar a las uvas y a las maduras. Si la ciudad cuando parecía embalada necesitaba altavoces que glosaran aquella aventura, ahora que la recesión parece adueñarse de la vida cotidiana más necesario es si cabe poder contar con medios dispuestos a ayudar a quienes, cada día, prestan servicios en esta ciudad.
Así que cinco años después del nacimiento de Valencia City nuestros deseos y anhelos siguen siendo los mismos. Nos mantenemos como una publicación al servicio de sus lectores y clientes, una revista que aboga por convertir en noticia las novedades comerciales de la ciudad.
Como en los históricos diarios de avisos que se centraban en las actividades mercantiles, nuestro objetivo es contar la oferta cultural de Valencia, pero también la creatividad gastronómica de sus restaurantes, los esfuerzos por mejorar sus productos de los comercios agroalimentarios y también de las tiendas de moda, los éxitos de innovación de nuestras pequeñas y medianas empresas, las nuevas inversiones hoteleras, el desarrollo del sector turístico, tanto en la ciudad como en la provincia…
Ser visible, reconocible, saber utilizar la información y su derivado creativo: la publicidad en sus diversas manifestaciones, es todavía más importante en momentos de dificultades. Vivimos un tiempo difícil pero muy competitivo, lo que nos obliga a todos a ser excepcionalmente buenos.
Valencia City lo va a procurar. Desde estas páginas vamos a seguir apoyando a Valencia, a sus empresarios y emprendedores, guiando a los turistas y a los clientes, confiando en que ese espíritu comercial que tantas veces aflora en el carácter y en el esfuerzo de los valencianos, vuelva a renacer para conquistar nuevas etapas de bienestar.
La fuerza motora de nuestras instituciones, de nuestras universidades, de nuestros mejores empresarios y talentos, tiene que volver a ponerse en marcha. Tenemos que volver a ilusionarnos como sociedad. Nosotros seguimos creyendo en Valencia y en los valencianos que no solo no nos han abandonado en estos cinco últimos años sino que siguen creyendo en nosotros incluso digitalmente, como ha ocurrido en los últimos meses, cuando hemos triplicado, por ejemplo, el número de visitas a nuestra web: valenciacity.es
Justo hace cinco años, en febrero de 2007, veía la luz esta revista con una clara vocación: servir por y para Valencia como una guía de las actividades más importantes de la ciudad. Valencia se preparaba para la America’s Cup y parecía una urbe capaz de convertirse en el nuevo Montecarlo del sur de Europa. Un lustro después, la crisis económica se hace sentir y aquellos sueños han empezado a desvanecerse.
Pero hay que estar a las uvas y a las maduras. Si la ciudad cuando parecía embalada necesitaba altavoces que glosaran aquella aventura, ahora que la recesión parece adueñarse de la vida cotidiana más necesario es si cabe poder contar con medios dispuestos a ayudar a quienes, cada día, prestan servicios en esta ciudad.
Así que cinco años después del nacimiento de Valencia City nuestros deseos y anhelos siguen siendo los mismos. Nos mantenemos como una publicación al servicio de sus lectores y clientes, una revista que aboga por convertir en noticia las novedades comerciales de la ciudad.
Como en los históricos diarios de avisos que se centraban en las actividades mercantiles, nuestro objetivo es contar la oferta cultural de Valencia, pero también la creatividad gastronómica de sus restaurantes, los esfuerzos por mejorar sus productos de los comercios agroalimentarios y también de las tiendas de moda, los éxitos de innovación de nuestras pequeñas y medianas empresas, las nuevas inversiones hoteleras, el desarrollo del sector turístico, tanto en la ciudad como en la provincia…
Ser visible, reconocible, saber utilizar la información y su derivado creativo: la publicidad en sus diversas manifestaciones, es todavía más importante en momentos de dificultades. Vivimos un tiempo difícil pero muy competitivo, lo que nos obliga a todos a ser excepcionalmente buenos.
Valencia City lo va a procurar. Desde estas páginas vamos a seguir apoyando a Valencia, a sus empresarios y emprendedores, guiando a los turistas y a los clientes, confiando en que ese espíritu comercial que tantas veces aflora en el carácter y en el esfuerzo de los valencianos, vuelva a renacer para conquistar nuevas etapas de bienestar.
La fuerza motora de nuestras instituciones, de nuestras universidades, de nuestros mejores empresarios y talentos, tiene que volver a ponerse en marcha. Tenemos que volver a ilusionarnos como sociedad. Nosotros seguimos creyendo en Valencia y en los valencianos que no solo no nos han abandonado en estos cinco últimos años sino que siguen creyendo en nosotros incluso digitalmente, como ha ocurrido en los últimos meses, cuando hemos triplicado, por ejemplo, el número de visitas a nuestra web: valenciacity.es
Hemos vivido tan intensamente estos últimos años que, a veces, hemos perdido la perspectiva para valorar lo que ya teníamos, los avances y logros que se han hecho cotidianos. Tanta operística internacional y no hemos reparado, por ejemplo, en que el Palau de la Música bajo la batuta de Mayrén Beneyto y Ramón Almazán se mantiene temporada a temporada ofreciendo un altísimo nivel en su programación. Esta primavera cumplirá 25 años, ahí es nada, habiéndose convertido en un instrumento de normalidad cultural para la ciudad. Tan es así que este enero, para empezar un año que se presume tan crítico, el Palau presenta diversos conciertos de muchísima calidad como los de Diana Damrau con Xavier de Maistre, o el de Ainhoa Arteta, para culminar con la siempre estimulante London Symphony Orchestra, la mejor agrupación británica, con sede en el centro Barbican, y capaz de cualquier atrevimiento musical con incursiones en el mundo del cine y del pop. La LSO, de la que han sido directores titulares gigantes como Previn, Abbado o Colin Davis, confirma ese deleite cotidiano que nos produce el Palau de la Música.
Aguas arriba, en la otra orilla, ocurre lo mismo con el IVAM (cumplirá 23 años este febrero) de Consuelo Ciscar, blanco de iras seudoperformativas a las que ella contesta con más y más trabajo mientras mengua el presupuesto cultural de la Generalitat a una velocidad preocupante. El IVAM mantiene a salvo su programación, busca nuevos territorios para ganarse la participación de los más jóvenes con actividades diversas y cataloga su impresionante fondo. Arranca el año con exposiciones muy interesantes como las del arte indígena contemporáneo de Australia o la fotografía cubana (atención a Alberto Korda), estando prevista para febrero la espectacular muestra sobre arquitectura y diseño interior del equipo A‑cero, formado por Rafael Llamazares y Joaquín Torres, quienes han dotado de una calidad y monumentalidad desconocidas en nuestros país a las viviendas aisladas, hasta el punto de que dado el altísimo nivel y popularidad de muchos de sus clientes han conseguido una proyección mediática nunca vista en la arquitectura española de vanguardia.
Bueno será, ya digo, valorar nuestro paisaje cultural normalizado. Atisbar que más allá de los fastos pasados y los estragos de la crisis, Valencia es una ciudad cuya cartelera diaria sigue reconfortándonos como ciudadanos contemporáneos. A ello contribuyen los grandes centros públicos, pero también la vitalista programación de nuestras universidades –tanto la UPV como la Nau–, e incluso resistentes de la iniciativa privada como el Olympia de los hermanos Fayos o el Circuit de Teatre que gestiona María Minaya.He escogido estas tres palabras para reflexionar, aunque sea con la brevedad que el medio y las circunstancias imponen, sobre la actual coyuntura económica y social. Porque, si bien es verdad que el peor síntoma de la actual crisis es la falta de liquidez, también lo es el hecho de estar afrontando una sequía de ideas y proyectos con los que poner remedio o mejorar el panorama presente.
Cuando hablo de ideas, me refiero a propuestas novedosas que impliquen abordar tareas o mejorar procesos del mundo de la empresa y la administración con un nuevo enfoque, nuevos métodos y nuevas tecnologías, de tal manera que se liberen recursos mal empleados o infrautilizados, o se desvíen hacia otras actividades más eficientes económica o socialmente.
La plasmación de esas ideas en empresas rentables son los proyectos a los que me refiero en este artículo. La mejor manera de visualizar las ideas y los proyectos es a través de lo que hoy día se conoce en el mundo de las telecomunicaciones y la informática como “aplicaciones”, o en su versión en inglés abreviado apps.
Que en Valencia se instale Apple es una buena noticia. Sobre todo porque se rehabilita un edificio icónico en un lugar estratégico comercialmente, pero social o económicamente sólo implica unas cuantas ventas más que las que ya se hacían en la ciudad pero en otros puntos de venta, además vecinos de la actual tienda. Lo verdaderamente importante de Apple es el mundo casi infinito que alberga detrás de la insignia de la manzana, que mejora nuestra calidad de vida, ahorra costes a empresas y particulares, acerca a las personas a precios irrisorios, descubre y facilita de forma inimaginable toda la información posible con solo tocar una pantalla y esperar segundos.
Y todas esas ideas que luego dan vida a proyectos rentables, creadores de puestos de trabajo cualificados y creativos, esas ideas digo, ni se generan aquí, ni encuentran el caldo de cultivo necesario para ello, porque cuando se da el caso tienen que emigrar.
Y no sólo es la falta de liquidez, pues la puesta en marcha de las “aplicaciones”, en su estadio inicial no requiere más que de conocimiento de la herramienta, imaginación, talento y mucha interacción entre los más jóvenes y flexibles mentalmente para ir dando forma a un futuro totalmente distinto del que conocemos.
Hace falta mucha libertad de ideas e imaginación, romper mucho molde y prebenda académica (¡la gran revolución pendiente en España!), mucho arrojo y valentía ante el fracaso y la adversidad, capitales que exploren fuera de la zona de confort y la tradición, para que Apple venga a Valencia no solo a vender sus aparatos sino a comprar ideas y proyectos.
Pero como uno es optimista antropológico y confía mucho en el talento que genera nuestra ubérrima tierra, estoy seguro que la generación de los nacidos en los 90 y primera década del actual siglo, será prolífica en ideas y proyectos que atraigan la necesaria liquidez para devolver esperanza, pujanza y liderazgo a nuestra maltrecha Comunidad.No es la primera vez que lo escribo ni será la última, pues creo firmemente en el valor estético de la ciudad. Y considero que más allá de la calidad de los edificios que conforman la misma casi es más importante su estado de conservación. Por suerte hemos avanzado muchísimo en ese ámbito, y cada vez menos las fachadas se muestran desconchadas o herrumbrosas tras una de andamios, restauración y pintura que las deja renovadas.
Pero eso mismo que afecta al frente escenográfico de la calle, en idéntica medida hay que aplicarlo a la propia vía urbana, desde su pavimento al mobiliario, la iluminación o el arbolado.
Cualquiera sabe del valor añadido que significa transitar por una calle de agradable vegetación, convivir, por ejemplo, con los árboles del amor o de judea que circundan la calle Cirilo Amorós, con las palmeras datileras de la avenida del Reino o los tilos de Burriana, por no hablar de las lilas persas o los cinamomos de la calle más elegante de Valencia, que no es otra que Sorní.
Pero en el camino hacia el diseño urbano de calidad aún nos queda mucho por recorrer. Cierto es que la particular sensibilidad de la alcaldesa Rita Barberá y la buena disposición de las contratas de medio ambiente han dotado a la ciudad de un buen grado de mantenimiento tanto de sus jardines como de sus arboledas y demás elementos verdes, por más que echemos en falta un mayor número de superficies sin asfalto.
Las nuevas avenidas que van hacia el Marítimo, por ejemplo, han sido oportunidades verdes perdidas, pero en cambio a mi me parece un logro el puente de las Flores, cien veces más bonito y agradable –y barato– que el enfático “jamonero” plantificado por el genio desbocado de Santiago Calatrava junto a la Ciudad de las Ciencias, del que me gustan mucho más los puentes de la Alameda y del 9 d’Octubre, este último, por cierto, todavía por culminar en su lámina de agua.
Nos queda por avanzar, por ejemplo, en poner orden y concierto a esa plétora de artefactos que componen semáforos, muppis, papeleras, farolas, contenedores o señales de tráfico que atiborran las aceras. Por no hablar de las aceras mismas, que salvo excepciones, siguen siendo pavimentadas con unos horribles cuadrilateros hidráulicos de mucha resistencia antivandálica pero pésimo gusto.
Bastante fallida ha sido, sirva otro ejemplo, la reforma de la Gran Vía, donde a un suelo antirrugoso y agradable se han añadido unos bordillos metálicos poco adecuados así como unos muebles de aires modernos y chirriantes.
La calle es demasiado importante en la recreación estética de nuestra vida cotidiana, así que conviene cuidarla, darle mimo y rigor. No se puede colocar cualquier cosa, ni cada servicio municipal puede tomarla a su antojo.
Particularmente dañina es la ocupación de la calle por obras de arte, o supuestas obras de arte, que sin ton ni son ubica no se sabe muy bien quién. La reflexión está bien traída porque el propio Ayuntamiento y la Universitat de Valéncia han iniciado un programa de exhibición de grandes piezas escultóricas en la emblemática plaza del Patriarca.
Ese programa se ha iniciado con una pieza sobresalientemente mayúscula, Cabeza pensante, de Miquel Navarro, a la que dedicamos nuestra portada. La nueva presencia de Navarro en un enclave de la ciudad, tras su Pantera rosa y su Parotet, esta vez con un aire menos monumental, más cercano al transeúnte, dotan a la iniciativa de trascendencia artística.
Pero conviene que pensemos en ello. En el increíble valor que tiene hacer las cosas bien en nuestros espacios públicos, confiando en artistas de verdadera calidad la creación sobre dichos lugares. No estaría de más que como ocurre en Barcelona, una comisión de expertos pusiera coto a los desmanes, a esas donaciones envenenadas de artistas de segunda fila o a decisiones extravagantes como las de algunos ingenieros que, a cuenta del 1% de los fondos de obras públicas destinados a ornato artístico, nos ha plantificado arbitrariedades estéticas del tamaño de los ya famosos anzuelos de la rotonda de entrada sur a Valencia.
De ese modo nos ahorraríamos polémicas y descréditos, como el que sufrió el pobre alcalde madrileño Álvarez del Manzano con la escultura de la Violetera. Por suerte para Madrid, el nuevo concejal de las artes de la capital no es otro que el valenciano Fernando Villalonga, a quien aprovechamos para felicitarle desde estas páginas por su nombramiento.