Adolfo Plasencia, 20 de mayo de 2025
Imagen superior: Los astroturfers actúan ahora a través de las pantallas. AP
Las técnicas de engaño y manipulación de la conducta y la opinión llevan funcionando mucho tiempo. Tanto para fines comerciales o mediáticos como para propósitos políticos, si bien la universalización de los medios digitales ha dado la oportunidad de usarlas a escala social y poder manipular la opinión y modificar la conducta, a distancia y de forma sutil, aprovechando la tecnología. Desde que se recopilan datos de los usuarios en la red y se usan mediante la algorítmica predictiva, el modificar su conducta y emociones se ha convertido en una práctica masiva de las plataformas, donde interaccionan millones de personas con su conducta sutilmente modificada a distancia sin que se aperciban de ello.
Su éxito se debe a la eficacia de la arquitectura logarítmica con que funcionan las plataformas digitales globales, que tienen como objetivo último el conseguir adicción y generar un fuerte engagement (enganche, en traducción libre) de la atención y un uso lo más intenso y continuado posible. Dicho engagement es un constructo psicológico que supone una conexión afectiva, cognitiva y conductual de los usuarios en un entorno concreto de internet, o en una actividad definida. La introducción de diversos modos y usos tecnológicos en la práctica de los usuarios de internet combinados con el registro de sus propios datos, metadatos y niveles emocionales, ha conseguido obtener para sí una eficacia sin precedentes en «monetizar» (convertir en dinero, dicho en la jerga) el tiempo de atención de los usuarios a gran escala por las plataformas globales digitales que, combinando todo ello con el negocio global de la publicidad, están consiguiendo una tasa de beneficios como nunca antes conseguían otras empresas en la historia de la economía.
Origen y estrategias del Astroturfing
Dentro de esa manipulación a distancia de la opinión y, con ello, de la conducta a través de internet, destaca por los cambios sociales y políticos conseguidos, EE UU, país que de forma pionera empezó a utilizar técnicas evolucionadas del marketing comercial, que posteriormente se aplicaron con formas nuevas a las campañas políticas. Técnicas que han llegado a su paroxismo en la época del trumpismo, cuyos estrategas ya llevan a cabo un uso intensivo de campañas del tipo Astroturfing como vectores de manipulación mediática y política.
De estos usos derivan conceptos como posverdad, o mentira emotiva, un neologismo que implica la distorsión deliberada de una realidad en la que priman las emociones y las creencias personales frente a los hechos objetivos, con el fin de crear y modelar ad hoc la opinión pública e influir en las actitudes sociales. Otra estrategia es la llamada generación de hechos alternativos, término cuyo origen (en inglés: «alternative facts») es muy concreto. La expresión se hizo célebre por una frase usada por la consejera del presidente norteamericano Donald Trump, Kellyanne Conway, durante una entrevista con el programa de noticias Meet the Press el 22 de enero de 2017, en la cual defendió una declaración falsa del Secretario de Prensa de la Casa Blanca, Sean Spicer, sobre la asistencia a la investidura presidencial (la de Biden) del propio Trump.
De hecho, hoy, años después, el Astroturfing en EE UU se considera un sinónimo de posverdad, desde la primera vez que Trump se presentó a la presidencia, en una campaña en la que combinó estrategias de recursos publicitarios televisivos con otras basadas en segmentación algorítmica y artefactos de las redes sociales. En la segunda lo ha vuelto a hacer de forma más encriptada. Pero conviene saber de dónde viene esto. En su primera campaña estuvo involucrada Cambridge Analytica (CA), una empresa británica que combinaba minería y análisis de datos con la comunicación estratégica para los procesos electorales. Saltó a la fama en 2018 como protagonista del «escándalo Facebook-Cambridge Analytica». Channel 4 emitió, en marzo de 2018, unas declaraciones en las que dos ejecutivos de CA admitían haber gestionado toda la campaña digital de Donald Trump durante su candidatura a la presidencia de los EE UU. Según se escucha en aquellas grabaciones, CA estuvo a cargo de la investigación, análisis de datos, selección y ejecución de la campaña digital y televisiva de Trump. El resto es historia.
Es importante señalar que una característica decisiva de cara a una socialización eficiente de la manipulación con el Astroturfing es la apariencia de espontaneidad, es decir, que lo que ocurre, el estado de opinión fruto de la manipulación, aparezca como algo que ha sucedido espontáneamente y no fruto de ciertas acciones externas a la propia elección individual libre de las personas afectadas. Precisamente el propio nombre de Astroturfing se deriva de un doble juego de palabras en inglés, que procede del concepto de grassroots (literalmente «raíz de hierba»), referido a un movimiento de raíz social. Es una noción que se suele asociar a movimientos «con base social», que surgen «de abajo», producto de la interacción espontánea de los miembros de una comunidad de personas, en relación a algo concreto. Por otra parte, el segundo sentido del juego de palabras tiene relación con la marca Astro Turf, una conocida marca estadounidense de césped artificial, cuyos productos están diseñados para parecer, o que aparenten, ser hierba natural. Así, astroturfing hace referencia a esa artificialidad, a esa falsa base social de ciertas campañas mediáticas o comerciales.
El objetivo de una campaña de este estilo es conseguir modificar la conducta a grandes grupos humanos ocultando que existen acciones de una entidad política o comercial interesadas en esa modificación, y como si ese cambio de opinión y/o conducta fuera fruto de una reacción pública espontánea e independiente, o del convencimiento individual frente a otras propuestas, o en el caso comercial, la preferencia de otros productos, servicios, etc.
Por supuesto, los maquinadores de tales técnicas y campañas tienen un nombre relacionado. Se les llama astroturfers (que se podría traducir de los términos del argot que se usa en inglés como intoxicadores o cespedistas). Estos intoxicadores de opinión pública o social intentan orquestar o articular para ello acciones específicas coordinadas mediante diversos medios y tecnologías, llevadas a cabo por unos pocos individuos aparentemente diversos y geográficamente distribuidos, tanto a través de actuaciones explícitas como más subliminales, e incluso a veces ocultas, con el fin de dar la impresión de que hay entusiasmos populares multitudinarios a favor de la causa que los citados astroturfers pretenden favorecer.
Tecnologías digitales y técnicas de manipulación de la conducta.
Una de las técnicas más comunes en el desarrollo de este márketing deformado es la de crear uno o más grupos de fachada que suelen autopresentarse, sobre todo en el ámbito de la política, aunque también lo hacen en otras áreas sociales, deportivas, de patrocinio, etc. como defensores del interés público o social, manteniendo esa apariencia pero, en realidad, trabajan a favor de un patrocinador corporativo, comercial o político que suele financiar de manera oculta estas campañas u operaciones. La proyección estratégica de las campañas de Astroturfing son relativamente frecuentes como parte de la actividad de ciertos lobbies. Y pueden proyectarse de forma sutil con las actuales tecnologías, tanto hacia grandes grupos sociales en los que la espontaneidad es más fácil de simular masivamente, como también hacia grupos sociales segmentados poco numerosos, pero decisivos, como puede ser el caso de grupos de parlamentarios o legisladores cuyo voto es clave para que se aprueben determinadas leyes en un parlamento de modo favorable a ciertos intereses concretos.
Otra técnica es el uso de los llamados en la jerga títeres de calcetín (sock puppets) que son entidades ficticias con las que una sola persona puede crear múltiples identidades falsas on-line para simular apariencias de gran apoyo popular. Los títeres de calcetín pueden publicar críticas positivas sobre un producto o hinchar y falsear el apoyo de una figura popular, o incluso atacar a los participantes que critican a una organización o publicar críticas y comentarios negativos sobre competidores, con identidades falsas. Las empresas de Astroturfing pueden pagar al personal en función de la cantidad de publicaciones que realizan que no sean marcadas por los moderadores. Lo último en ello es usar software de IA de gestión de personajes digitales, para que cada publicación pagada pueda gestionar de cinco a cien, o más, de esos personajes digitales convincentes en redes sociales sin confundirlos.
Hacer Astroturfing online con títeres de calcetín se considera como una forma de ataque Sybil, que consiste en que un atacante puede contaminar un sistema distribuido de internet, como una red social, la audiencia de un evento, una página web comercial o corporativa, etc., creando un gran número de identidades que, en dicho ámbito digital, aparentan ser independientes y espontáneas, con el fin de obtener una influencia desproporcionada, alterar valoraciones o modificar contenido digital. Muchas de las métricas de seguidores, votaciones, audiencias u otras acciones on-line pueden ser falseadas de esta manera. La apariencia de importancia de eventos o figuras basadas en métricas de internet, como la de muchos influencers, por ejemplo, se están falseando con estos métodos. Casi todas las métricas de internet que se suelen dar comercialmente suelen estar hinchadas, o ser literalmente falsas mediante millones de acciones digitales de títeres de calcetín. Puede que lo ocurrido hace unos días con el voto popular en Eurovisión provenga de un ámbito de esta naturaleza manipulada.
El incremento de la importancia de la comunicación digital y el masivo uso de Internet, y de las redes sociales en particular, ha hecho que se actualicen conceptos y técnicas de manipulación de las opiniones y conductas con medios digitales, ya que permiten el uso de estas técnicas que afectan a millones de personas y ahora, con la segmentación algorítmica, realizarlas casi de forma personalizada, tanto para modificar opiniones y conductas como siempre habían hecho la publicidad y el marketing, y también se usaban en el ámbito de la política. Lo que cambia es que ahora se realizan a una escala que supera lo anterior en varios órdenes de magnitud, y con una eficacia inusitada.
Esto ha obligado, por su creciente importancia, qa ue se estudie el impacto de todas estas técnicas que no solo afectan a la veracidad en el mundo del comercio y de negocios basados en la notoriedad, que hoy incluyen a la política (el apoyo a un presidente en EE UU se basa, literalmente, en las métricas de su «popularidad»). Se han convertido en algo muy relevante en el ámbito de la gobernanza política ya que ahora son posibles significativas manipulaciones de opinión y erosiones de la confianza mediante medios digitales, que se traducen incluso en una distorsión del debate democrático, con lo que hoy se llaman en política las batallas por el relato en las que conseguir la victoria de la influencia, aunque sea con argumentos falsos o inventados, más importantes y efectivos que la propia verdad para muchos estrategas.
La posverdad o los hechos alternativos tienen que ver con estas técnicas. Obviamente, se hacen de forma opaca y para engañar. Así que hoy preservar en las democracias el libre albedrío y la toma de decisiones informadas y libres de los ciudadanos es más esencial que nunca. Los ciudadanos deberíamos ser conscientes de que existen y se usan estas nuevas fórmulas digitales de manipulación de nuestras opiniones y conductas contra nosotros. Y todas estas técnicas manipuladoras de dudosa ética deberían ser combatidas por entidades estatales apropiadas no partidistas, que funcionen como defensoras del sistema democrático desde un consenso amplio.
Lawrence Lessig, el prestigioso profesor de leyes de Harvard señalaba hace muy poco cuál es el reto que tenemos en la actualidad: «…Hemos entregado las grandes plataformas digitales a un modelo de negocio que va en contra de la democracia. Es un modelo de negocio que gana dinero cuanto más nos incapacita para tomar decisiones democráticas. Y uno se pregunta, ¿cuándo en la historia de la democracia las empresas de medios más poderosas que conocemos han estado en contra de la posibilidad misma de que la democracia funcione? Ese es nuestro desafío».
Misinformación, Desinformación y Mal-Información
Todo lo relacionado con la manipulación de opiniones y conductas ha pasado desde ámbitos comerciales a generalizarse también en ámbitos de relación social y política. Y la multiplicación de instrumentos, técnicas y nuevas tecnologías digitales relacionadas ha pasado a ser de una enorme importancia social, científica y también política, y ya está relacionada con la seguridad nacional en la mayoría de los países, dado que la dinámica actual de la geopolítica obliga a tener en cuenta las guerras y agresiones cibernéticas en las que se actúan con estas nuevas formas en opacas acciones dentro de las llamadas guerras híbridas del siglo XXI, en las que la modificación de la opinión y la conducta a distancia es posible a gran escala, gracias a la hiper-conexión del mundo actual.
Otros aspectos relacionados hoy con la desinformación tienen que ver con la enorme dimensión de los negocios digitales de las plataformas, en cuyo modelo de negocio ya se sabe con certeza que la información falsa es más rentable que la verdadera, y cuyo impacto también pueden producir daños en la vida y en la salud física y mental de muchas personas, indefensas ante sus manipulaciones personalizadas. Lo cual está obligando también a las autoridades a contemplar estos temas como de interés preferente para toda la sociedad y para la defensa de la democracia. Así que, en unas sociedades tan tecnologizadas como las nuestras, la transparencia sobre el cómo, por quién, y con qué propósito se publican o también se hacen circular por las redes las informaciones dirigidas y cuál es su impacto, se ha vuelto un asunto esencial para los ciudadanos, pero también para la gobernanza, los legisladores y, obviamente, también para la economía y las empresas. Sin olvidar, claro está, a los periodistas y a los medios de comunicación. Hoy es de tanto interés el cómo y con qué velocidad circula tanto la información veraz en la sociedad, como qué ocurre con lo que serían sus antítesis: la Misinformación, Desinformación, Mal-Información y su manejo por medios digitales y algorítmicos, con técnicas que evolucionan de modo constante.
No dispongo de espacio aquí para extenderme sobre todos los detalles en relación a la importancia que estos conceptos han adquirido. Solo voy a señalar algunos aspectos más urgentes, en relación al impacto en el uso de las grandes plataformas digitales globales por el grado de veracidad o falsedad de las informaciones que hacen llegar cada día a miles de millones de usuarios. Urgentes, porque esto sucede en un momento político internacional en el que, imitando directrices del trumpismo, se están desmontando en las redes sociales mecanismos de defensa y moderación contra la información falsa y la acción de diversos tipos de los citados astrortufers, a los que me gusta llamar en español, intoxicadores o cespedistas, que han hecho de divulgar y proyectar información falsa su negocio y modo de vida.
Y también quiero manifestar mi convencimiento de que la importancia del periodismo genuino sigue siendo, hoy más que nunca, un pilar de la democracia que debemos cuidar y defender. Para que no haya dudas, considero que las redes sociales no son medios de comunicación en el sentido de los mass media que Marshall McLuhan definió, alimentados y capacitados por el periodismo cualificado. Y, por tanto, los influencers no son periodistas, ya que actúan desde plataformas globales –de las que son simples comisionistas mercenarios, por muy famosos que sean en la red–. Plataformas cuyo propósito es el ánimo de lucro radical sin que importen sus daños colaterales, como la adicción o la erosión del libre albedrío de los usuarios, como ya he manifestado anteriormente. Como afirma el profesor da Silveira, si no se ponen límites a sus voraces modelos de negocio, «sin regulación –ni dación de cuentas–, las plataformas digitales amplían los conflictos y distorsionan los conceptos de libertad y democracia».
Aunque ahora está de muchísima actualidad todo esto no ha surgido de la nada. No podemos olvidar que, desde hace años, estos procesos están en marcha afectando a la política mediante estrategias de desinformación y técnicas similares o parecidas que comercian con datos de millones de usuarios de las redes sociales, para usarlos también en campañas políticas y electorales. Lo mostró con rotundidad hace tiempo la serie de informaciones sobre Cambridge Analytica Files del prestigioso The Guardian, en especial, el escalofriante artículo en el que la periodista Carole Cadwalladr entrevistó a Christopher Wylie, analista y apasionado de la ciencia de datos que relata, años después, cómo fue su actuación en Cambridge Analytica, una empresa de análisis de datos que, con posterioridad, tuvo un papel importante en la campaña a favor del Brexit para el referéndum que causó la salida de Gran Bretaña de la UE, y que como hemos señalado, se convirtió además en agente clave de las operaciones digitales durante la primera campaña electoral de Donald Trump.
La empresa aprovechó que había creado perfiles psicológicos de 230 millones de estadounidenses, hackeando la red social Facebook –segmentándolos por su grado de vulnerabilidad psicológica, gracias a lo cual se les podría cambiar fácilmente de forma personalizada, sutil e imperceptible para ellos, su opinión y decisiones–. Y también resultan impresionantes las acciones de una empresa relacionada con la anterior llamada SLC Elections, especializada en «operaciones psicológicas» (o PSYOP –eufemismo de operaciones de guerra psicológica– llevadas a cabo por EE UU), con las que eran capaces de cambiar la opinión de la gente no mediante la persuasión, sino mediante lo que llaman el «dominio informativo», un conjunto de técnicas que incluye rumores, desinformación y noticias falsas.
Por ello me quiero hacer aquí eco del texto publicado sobre la desinformación de un grupo de investigadores de varias universidades españolas que, a su vez, han señalado el interesantísimo primer capítulo del estudio del Foro contra las Campañas de Desinformación de 2024 del Departamento de Seguridad Nacional del Estado Español, que ha descrito al menos un glosario de 125 términos clave «relacionados con las campañas de desinformación que facilitan la comprensión y el uso coherente de términos, evitando confusiones y proporcionando una base común para describir conceptos, técnicas y estrategias, dada la falta de uniformidad y homogeneidad en la terminología empleada hasta ahora en la sociedad española».
Señalaré aquí solo algunas definiciones concretas, aunque el detalle se puede consultar en los enlaces del párrafo anterior. Describo ahora las tres definiciones básicas:
- Misinformación es información falsa, pero no se crea ni se comparte con la intención de causar daño.
- Desinformación es un contenido que se crea y difunde de modo deliberado para engañar, perjudicar o manipular.
- Mal-Información es una información basada en hechos, pero sacada de su contexto original para engañar, perjudicar, manipular o infringir daño a una persona, organización o país.
Evitar la trampa del meme y la tormenta perfecta
En el contexto digital, y en el uso de internet, incluso con los nuevos modelos de IA, para saber cómo combatir la desinformación, es muy necesario entender primero cómo se propaga. Con la llegada de la era de Internet y las redes sociales, la información se difunde con rapidez, a menudo con un solo clic del ratón. También es muy conveniente no ser lo habitualmente ingenuos que somos en la red, mucho más que en nuestra vida del mundo físico. La dinámica de las redes sociales está pensada como producto de sofisticados sistemas algorítmicos de alcance general por las empresas dueñas de las plataformas globales como Meta –solo la plataforma Meta es dueña de las redes sociales Facebook, Instagram, WhatsApp y Messenger, entre otras, con unos ingresos anuales conjuntos de 134.902 millones de $; más que todo el gasto anual de la sanidad pública española–; o como X, TikTok y otras. Es ese poder algorítmico de sus sistemas online el que, además de generar adicción digital o sin sustancia, domina a sus usuarios en sus casi infalibles trampas cognitivas. Además, consiguen que caigamos en un estado de ansiosa comodidad nihilista cuyo fin es que seamos más productivos para ellas, aumentando la velocidad en que deseamos transmitir y re-enviar lo que nos ha llegado a nuestros contactos con trucos, entre otros el scroll infinito que aparece en nuestra pantallas, que usamos sin pensar y sin darnos cuenta de que, en realidad, haciendo eso, estamos trabajando gratis para ellas muchas hora al día, y contribuyendo de modo inocente con nuestra propio tiempo y atención a sus ingentes beneficios económicos. Las microdescargas constantes de dopamina que provocan nos hacen creer que ese tiempo es alegre y divertido pero, en realidad, se trata de una alegría momentánea e inducida, y durante el mismo estamos dedicados a generar dólares en sus cajas registradoras,
Como ejemplo significativo en webs de direcciones abiertas y públicas, dan por hecho que no vamos a negarnos a aceptar los cookies, el instrumento más general para recolectar datos de los usuarios (incluso la web de La Moncloa tiene una frase de un supuesto que dice: «Este sitio web asume que acepta el uso de cookies para navegar por el mismo»); o las de los Ministerios; o las de otras entidades públicas, por ejemplo, universidades, que parecen no dar importancia a la recolección de datos a través de sus páginas web.
Es decir, que hasta nuestras entidades públicas contribuyen a la recolección y fagocitación de nuestros datos, en aspectos que, sutilmente, hacen que nosotros, al menos en parte, seamos contribuidores y algo astroturfers, incluso de modo involuntario, eliminándonos el tiempo de reflexión, y manejando los contenidos en la pantalla del móvil, casi de forma automática y sin pensar, mediante herramientas como el citado scroll infinito y otras herramientas muy pensadas para ello, que nos inducen a participar en una carrera por ser los primeros en publicar o en re-enviar la información, así como en promover su retransmisión o promoción y, también, a reaccionar casi siempre de forma irreflexiva ante las declaraciones de otros que, en muchos casos, en realidad no sabemos ni quienes son (hay mucha identidad fingida en las redes sociales). Muchas personas están ahora interactuando en su pantalla con avatares que aparentan ser personas que, en realidad, no existen y solo son software. Esto se está multiplicando con la IA generativa.
También, de modo constante las personas conectadas suelen caer en la llamada trampa del meme, sobre todo navegando en el móvil con interfaz táctil, en cuya pantalla aparece en nuestro feed –corriente continua e incesante de contenido formada por publicaciones, fotos y vídeos–, en las redes sociales, alimentado por el susodicho scroll infinito. Cuando aparece algo en nuestro teléfono con algún matiz atractivo o gracioso, casi siempre participamos sin pensarlo, como víctimas y siervos de la gleba digital, en el comercio de la cadena de suministro global de difusión de numerosos memes o informaciones que, en realidad, han sido creados para que los usuarios los movamos por la red, cayendo una y otra vez en esa trampa cognitiva casi infalible, como ocurre con millones de personas.
Todo esto que a mucha gente aún le parece nuevo fue descrito hace tiempo por la Unesco. El explosivo crecimiento del uso en las redes sociales de las plataformas globales, unido a prácticas más insidiosas como la distribución intencionada de desinformación para obtener beneficios económicos o políticos, ha creado lo que la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) denomina una «tormenta perfecta».
Para concluir, quiero recordar y actualizar aquí, dada la coyuntura en la que hoy nos encontramos invadida por múltiples formas de información falsa, las tres causas que permiten que una ingente cantidad de desinformación nos atrape cada día, como señaló la Unesco:
- Colapso de los modelos de negocio tradicionales. El rápido descenso de los ingresos publicitarios y la migración de la publicidad a los medios digitales hacen que las redacciones tradicionales dispongan de muchos menos recursos. Esto, a su vez, ha provocado una reducción de la calidad de las noticias y menos tiempo para «controles y equilibrios». También fomenta el pseudo-periodismo de «cebo-de-clic» o «clickbait». Como resultado, los medios tradicionales están perdiendo audiencia, y los consumidores de medios se están pasando a productos de noticias «entre iguales» que ofrecen «acceso bajo demanda». Y lo que es más importante, las noticias «de igual a igual» carecen de ética y normas consensuadas, como sí existen en el periodismo.
- Transformación digital de las redacciones, la narrativa y el relato. Con el desarrollo de la era de la información, se observa una transformación digital perceptible en la industria periodística. Esta transformación obliga a los periodistas a preparar contenido para múltiples plataformas, lo que limita su capacidad para analizar adecuadamente los hechos. A menudo, los periodistas aplican el principio de «publicación prioritaria en redes sociales», mediante el cual sus artículos se publican de forma directa en redes sociales para satisfacer la demanda de la audiencia en tiempo real. Esto, a su vez, promueve el periodismo de clickbait y la búsqueda de la viralidad en lugar de la calidad y la precisión.
- La creación de nuevos ecosistemas informativos. Con el creciente acceso a las redes sociales, los usuarios pueden gestionar sus propios flujos de contenido y crear sus propias «redes de confianza» o «cámaras de resonancia» (unidad básica de la arquitectura de interacción de una red social que son donde se polarizan y centrifugan hacia los extremos las opiniones y las conductas), donde se propaga contenido inexacto, falso, malicioso y propagandístico. Estos nuevos ecosistemas permiten el florecimiento de la Misinformación y la Desinformación, ya que los usuarios son más propensos a compartir historias emocionantes o sensacionalistas y mucho menos propensos a evaluar de forma adecuada las fuentes o los hechos. Cabe destacar que, una vez difundida, un usuario que se percata de que una declaración puede constituir desinformación es, en gran medida, incapaz de retractarse o corregirla.
Como conclusión apresurada. Estas estrategias de manipulación masiva que están teniendo lugar son como un torpedo en la línea de flotación de la confianza en la gente normal del Internet abierto que conocíamos. Si no podemos estar seguros de que lo que vemos o leemos en la red o en redes sociales es obra de quien dice ser, ¿cómo se va a resentir nuestra confianza en la valoración u opiniones sobre un hotel, una película, un restaurante o un producto o servicio? Creo que se va a resentir en una dimensión enorme.
Y voy más allá. Si la falsa información invade también las noticias u opiniones sobre la democracia, cuya limpieza se basa en gran modo en la confianza, ¿qué puede ocurrir con nuestra democracia si crece en las pantallas, ante nuestros ojos, la comunicación profusamente basada en mentiras digitales mercenarias que no se distinguen de la verdad? Creo que esta es una nueva amenaza sobre la que reflexionar y a la que deberemos hacer frente. Será esencial no relativizar a la baja la importancia de toda esta desinformación, así como los perniciosos efectos sobre nosotros de todas estas nuevas estrategias de manipulación que nos amenazan. No hay que ceder ante la posición del pensamiento nihilista de que estos usos de la tecnología que nos imponen o con que nos intentan manipular son algo inevitable. En modo alguno creo que sea así. La pasividad ante todo ello es lo menos recomendable. Lo recomendable es decidir por nosotros mismos, y sin excepciones: qué debe o puede entrar, y qué no, en nuestro sistema cognitivo. Si nos protegemos contra el exceso de información no deseada con asertividad, nos irá mejor. Dicho queda.
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