Las tertulias casi han desparecido y eso es una mala noticia. Porque Valencia es una urbe de conspiradores de café y aquí ha habido muchos, en la dictadura y en la transición.
Espacios muy entretenidos donde uno podía matar la tarde pelando a los demás y dándose pisto a uno mismo. Arte, literatura y sobre todo política copaban la lista de temas.
Pero ahora, en pleno avance tecnológico, se han reducido al máximo las posibilidades de la invención. Los temas se han agotado y la tertulia vespertina se ha dejado en manos de la televisión y el mundo rosa y el navajeo político. Regresamos a un mundo primario en que los temas a tratar resultan muy poco interesantes. Se ha criticado a la tertulia como cosa de carcamales y es una pena porque su existencia ha sido siempre fuente de conocimientos muy rica que haría más culta y tolerante a la gente.
Algunas se mantienen pero ninguno de sus miembros baja de los 50. Se reúnen los valencianistas concienciados en esa pecera del Octubre Centro de Cultura Contemporània, que montaron los miembros por la recuperación identitaria, en el bunker de Eliseu Climent, intelectual valenciano que ahora pese a edad, mantiene vivo y activo este centro oculto en la calle San Fernando. En el otro extremo, los antisistema jóvenes hacen sus tertulias secretas encerrados en sus edificios okupados de Ciutat Vella.
Esta ciudad es pequeña en su núcleo central y sus cenáculos culturales están separados en clanes. En realidad, no han desaparecido del todo las reuniones para matar el aburrimiento de las tardes. Una vez terminado el trabajo, asistir a sesiones donde cada uno defiende su propio yo. Un lugar donde la gente va más a hablar de si misma y pelar a los demás y no escuchar mucho lo que dicen los otros.
Hay cenáculos conservadores como el Ateneo Mercantil o el Circulo Agrario de la calle de la Paz. Pero la de más salero estuvo en la calle Roteros del barrio del Carmen. Una banda de progres y estetas comandada por el incombustible periodista valenciano J.J. Perez Benlloch hacia tertulia todas las noches, a poqueta nit, estimulando su dialéctica con gin-tonics o vinos Verdejo. Aquella sí que era buena porque el bar, que llevaban unos italianos, se situaba en un chaflán acristalado, con sus altos taburetes de rigor y caldos de calidad; y había tardes en que por allí pasaban figuras famosas en su tiempo como Consuelo Ciscar o viejas glorias de la izquierda como Antonio Palomares, famoso activista miembro del PCE al que la policía franquista le toco mucho las pelotas y le pegó tal paliza que lo dejó lisiado de por vida. Un hombre valiente que, a pesar de todo, mantuvo su sonrisa. aunque no tenía mucho que decir porque por entonces el PCE estaba en extinción.
También pasaba por la tertulia de Roteros el magnífico esteta y critico de arte J.A. Ivars. Excelente columnista en La Vanguardia con gran ojo crítico. Pintores como Valdés, Horacio Silva, escritores como Martí Dominguez o Ferran Torrent y cualquiera que fuera alguien en la ciudad se colaba unos minutos a charlar. Pura tertulia itinerante.
En un plan mas decimonónico, años 60 mayormente, en la ciudad antigua se hacían tertulias caseras en las que un personaje mundano y adinerado reunía a sus amigos artistas para mostrar sus viajes en un proyector casero, como de juguete. Era, como todo aristócrata que se precie, cazador y cada mes convocaba a sus conocidos a la proyección de sus hazañas en África. Mi padre me llevaba a esas citas que se hacían en pisos modernistas y ricamente decorados del Eixample. En ocasiones alguna dama emperifollada tocaba unas sonatas de Chopin al piano con lo que uno se imaginaba trasladarse a los tiempos del viejo romanticismo.
Las tertulias políticas, sin embargo, han sido lo mas aburrido del mundo. Una de ellas era la del bar de la calle Ruiz de Lihory, que comandaba Vicent Ventura, Fuster y otros padres de la patria valenciana antes de que comenzara aquella guerra del pollo que ya es historia antigua. Las tertulias de aquel bar, llamado Malvarrosa, fueron un volcán de disidentes y artistas en ciernes.
Hubo una tertulia legendaria que montaron estos personajes ya desaparecidos. Esta se oficiaba en la tarraza de la plaza al aire libre cuando comenzaba la primavera y tenia lugar en la cafetería San Patricio. A los pies de la estatua de Franco discutían de política. Las hubo en los pasajes urbanos, como catacumbas, como el pasaje Artis, en la famosa librería Viridiana y la del pasaje Dávila, llamado así por la librería de textos prohibidos que llevaba con buen sigilo un librero muy activo y de izquierdas. En aquellos tiempos previos a la democracia, las librerías fueron lugar privilegiado de tertulias.
Otra más vintage y viejuna fue la del teósofo Pygmalion, en los 50, que tenia lugar en una librería de lance en la recoleta y hermosa plaza Lope de Vega, junto a la Plaza Redonda, quizás uno de los rincones con mas salero de la ciudad que ya no existe.
El periodista Paco Cerdá tiene escrito que la transición civil valenciana se forjó en la barra de un bar y nada mas cierto. Este conocedor profundo de nuestro universo cultural y artístico recuerda la de Paco Muñoz en L’Aplec que abrió en 1976 y se convirtió en la meca de los nacionalistas del cap i casal. Cerdá también recuerda en un artículo de la prensa local el bar Lisboa de Toni Peix. Todas ellas desparecidas junto con su halo de conspiración cultural y subversivo.
Las tertulias siempre fueron una buena cosa, pero como dijo el periodista JJ Perez Benlloch, “tú ahora convocas una tertulia en tal sitio y cuando vas solo has acudido tú”.
Y un toque de nostalgia lo da el recordar la tertulia que un grupo de adolescentes y aficionados al cine tuvieron en el bar Los Gestalguinos, que permanece en la calle Poeta Liern fiel a si mismo, como abuelo de todas las tertulias valencianas.
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