La edi­to­rial Bru­gue­ra debe­ría reedi­tar un mag­ní­fi­co libro de su colec­ción Cin­co Estre­llas titu­la­do «Memo­rias», de Ten­nes­see Williams, uno de los mejo­res libros auto­bio­grá­fi­cos que se han escri­to nun­ca y publi­ca­do en 1975.  Diver­ti­do y sagaz. Mul­ti­tud de per­so­na­jes de los años dora­dos del cine de los años cua­ren­ta des­fi­lan por sus pági­nas.

 

Ha caí­do en mis manos un libro excep­cio­nal que es todo un com­pen­dio ale­gre y sagaz de cómo el whisky y es espí­ri­tu de la farán­du­la y la juer­ga empa­pa­ron la crea­ti­vi­dad mara­vi­llo­sa de mitad de siglo en el incom­pa­ra­ble arte de Holly­wood y sus mons­truos sagra­dos.

Se tra­ta del diver­ti­do y sen­sa­cio­nal libro Memo­rias de uno de los dra­ma­tur­gos mas más genia­les del siglo XX, Ten­nes­see Williams. El escri­tor que ade­más de poseer un talen­to por­ten­to­so para entrar en el alma huma­na fun­cio­nó como un demiur­go aglu­ti­na­dor de los mejo­res y más suge­ren­tes talen­tos de la épo­ca. Los años 1940 y la pos­te­rior eufo­ria del fin de la II Gue­rra Mun­dial. Las Memo­rias  de Williams, publi­ca­das en 1972 y edi­ta­das en Espa­ña por Bru­gue­ra en 1975, son un libro aho­ra impo­si­ble de encon­trar y es una pena por­que leyén­do­las uno se ente­ra de las mil y una aven­tu­ras que vivie­ron los genios más vene­ra­dos del siglo, del cine y del tea­tro. Tie­nen la ven­ta­ja, que a dife­ren­cia de los libros de recuer­dos publi­ca­dos por su ami­go Tru­man Capo­te, no le cos­ta­ron la amis­tad de su peña, por­que a nadie ofen­dió.

El autor de obras maes­tras de la esce­na como El zoo de cris­tal, La gata sobre el teja­do de cinc calien­te, Un tran­vía lla­ma­do de deseo. Naci­do en Ten­nes­see en 1911 y muer­to en Nue­va York en 1983 tuvo una peña de ami­gos y ami­gas a lo lar­go de su lar­ga vida que ya la desea­rían muchos. Ami­go y cola­bo­ra­dor de los mejo­res talen­tos dra­má­ti­cos de su tiem­po, como Elia Kazan, la escri­to­ra Car­son Mc Cullers, Paul y Jane Bow­les, Ten­nes­see es el pri­mer autor que escri­be abier­ta­men­te sobre su famo­sa homo­se­xua­li­dad y narra con la gra­cia de un Billy Wil­der su aven­tu­ras sexua­les en cru­ce­ros y rivie­ras. Se reco­rrió medio mun­do pero sobre todo fue un aman­te leal a Paris y sobre todo Roma.

Hay gen­te que gra­cias a su genio ha sabi­do pasár­se­lo bien en la vida y Williams fue uno de ellos, aquel tiem­po feliz del final de los 40 supu­so un jar­dín de las deli­cias para muchos. Parran­das sin fin, amor y alcohol jun­to a las pis­ci­nas lujo­sas de las man­sio­nes de la Rivie­ra fran­ce­sa o los pala­cios de la Roma inmor­tal.

Las juer­gas que se corrie­ron el escri­tor y su inti­ma ami­ga Anna Mag­na­ni son legen­da­rias. Ellas solas tie­nen su pelí­cu­la. En los estre­nos, en las fies­tas, en los roda­jes, hubo algo que nun­ca fal­tó: el whisky. Com­bus­ti­ble al pare­cer esen­cial para avi­var el fue­go de las gran­des obras de tea­tro que lue­go fue­ron lle­va­das al cine para pla­cer de millo­nes de espec­ta­do­res.

La noche de la Igua­na, es una de ellas. La bote­lla siem­pre a mano para ale­jar los malos rollos y esti­mu­lar la ima­gi­na­ción. Sin lugar a dudas las Memo­rias de Williams, al igual que la mag­ni­fi­ca Auto­bio­gra­fia de otro genio, John Hus­ton, hacen impe­rio­so el plan­tear­se el por­qué toda­vía no se ha escri­to un buen estu­dio sobre la rela­ción de los espi­ri­to­sos y el buen cine. Los colo­co­nes y las resa­cas que pro­du­cían auten­ti­cas joyas de entre­na­mien­to. Y  no solo en aque­llos años inol­vi­da­bles, con seres úni­cos que no se vol­ve­rán a repe­tir y genia­les pelí­cu­las toda­vía menos. Aquel gran cine de los 40, 50 y 60.

Pero en toda esta his­to­ria de gran­des aven­tu­ras den­tro de los aven­tu­re­ros del cine rei­na el scotch con voz pro­pia. Una bebi­da sagra­da que inci­ta a la des­inhi­bi­ción. Este es un libro cua­ja­do de anéc­do­tas sabro­sas rela­cio­na­das con el licor esco­cés, no sobre .la fri­vo­li­dad de las estre­llas de paco­ti­lla que vive nues­tra épo­ca. Por enton­ces los crea­do­res se toma­ban su arte muy en serio y bus­ca­ban la exce­len­cia y no solo el bene­fi­cio. El gran dra­ma­tur­go cuen­ta la diver­ti­da situa­ción de cuan­do en una cena de gala entre pro­duc­to­res, acto­res y rica­cho­nes, War­ner pre­gun­to al aman­te de Williams, Frank Mer­lo, con el que ya lle­va­ba más de 15 años: “¿Y usted a que se dedi­ca joven?”. Fran­kie con­tes­tó “A acos­tar­me con Mis­ter Williams”. Williams tra­ba­jó con Anto­nio­ni, con Mar­le­ne Die­trich y con Gore Vidal. ¿Se pude pedir más? Aun­que lo suyo fue siem­pre el tea­tro, casi todas sus gran­des obras fue­ron lle­va­das al cine. Aun tuvo tiem­po de escri­bir la nove­la  La pri­ma­ve­ra roma­na de la seño­ra Sto­ne. Ten­nes­see Williams es uno de los auto­res esen­cia­les del siglo XX, maes­tro y sumo sacer­do­te del saber crear arte, y saber vivir.

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