Nos hemos pasa­do la vida con­fun­dien­do sen­ti­mien­tos. Defor­man­do el sen­ti­do de las pala­bras. Cre­yen­do que amor es sexo. Los hay tan cenu­trios que hacen cuen­ta de los amo­res que han teni­do. Don Jua­nes de ope­re­ta.

 

Lejos de enten­der que el amor está en todas par­tes si se bus­ca bien y que poco tie­ne que ver con el zafio ero­tis­mo que nos ha for­ma­do en el cine o la lite­ra­tu­ra. Refle­xio­nar sobre el acto de amor es hoy nece­sa­rio en el pen­sa­mien­to moderno para arre­glar tan­to estro­pi­cio como ha hecho la cul­tu­ra fáli­ca y patriar­cal que nos han indi­ges­ta­do la natu­ra­li­dad de vivir.

Los ami­gos se reúnen para hacer­se la pae­lla del domin­go habi­tual y recor­dar vie­jas aven­tu­ras y zozo­bras. En el pos­tre se habla de amor y de amo­ríos; cuan­tos amo­res han ocu­pa­do nues­tro cora­zón. Uno de los con­ter­tu­lios, entre risas y bro­mas de macho­tes, afir­ma haber lle­va­do la cuen­ta de las muje­res de su vida: he esta­do con mil, afir­ma tan cam­pan­te y los demás que­dan mudos. Las chi­cas de la comi­da huyen a otra habi­ta­ción y el gru­po de machos alfa con­ti­núa con sus balan­dro­na­das.

Más allá de anéc­do­ta, que es real, siem­pre me he pre­gun­ta­do sobre este asun­to por­qué dos de las nove­las que más han influi­do en mi tor­men­to­sa vida y con­cep­ción del amor son fran­ce­sas: «Mada­me Bovary» de Flau­bert y «Rojo y Negro» de Stendhal. Libros que  mol­dea­ron mi idea román­ti­ca del amor, para estro­pear­lo, natu­ral­men­te. Fue­ron el ger­men del con­cep­to de amor deci­mo­nó­ni­co que toda­vía con­ta­mi­na en nues­tras cabe­zas. Con­cep­to que  me ha sumi­do en una con­fu­sión ideo­ló­gi­ca esen­cial.

La narra­ción  román­ti­ca, cuan­to más trá­gi­ca peor ha influi­do en la fatal idea del amor que tene­mos en nues­tra épo­ca. Podría­mos decir que todas las aflic­cio­nes, vio­len­cias  rela­cio­na­das con el sexo y sus depre­da­cio­nes vie­nen de una con­cep­ción del hecho del  amar que nada tie­ne que ver con la dicha de estar ena­mo­ra­do. Es uno de esos vene­nos. La pose­sión. La vani­dad…. Erro­res sin cuen­to con que se abor­da una de las esen­cia de la vida que es amar y que te amen.

Mi gene­ra­ción comen­zó con el haz el amor y no la gue­rra por­que coin­ci­día la épo­ca de las gran­des gue­rras impe­ria­lis­tas que enve­ne­na­ron el siglo. Viet­nam, Áfri­ca… De la cul­tu­ra hippy vino una con­cep­ción del amor que no era otra cosa que la igual­dad de sexos y el res­pe­to a los géne­ros y que, con el paso del tiem­po y la derro­ta de los movi­mien­tos de libe­ra­ción, ha que­da­do hecha tri­zas en este siglo.

La tarea titá­ni­ca que se impo­ne al huma­nis­mo moderno es recu­pe­rar la con­cep­ción y la prác­ti­ca de una nue­va for­ma de hacer el amor. De amar. El cine y mul­ti­tud de rela­tos lamen­ta­bles han con­tri­bui­do a mez­clar y con­fun­dir amor y sexo. Esa con­fu­sión ha sido fatal para muchas pare­jas que don­de pen­sa­ban se abría un mun­do de ilu­sio­nes, muy cur­si por cier­to, se esta­ba cayen­do en una sima de incer­ti­dum­bres y des­en­ga­ños.

Y si a todo esto le aña­di­mos la con­cep­ción de la fami­lia como un nidi­to de amor eterno, lleno de hijos, el pas­tel amo­ro­so se hace indi­ges­to. Cuan­do el ami­go de la pae­lla habló de sus mil amo­res, se refe­ría al sexo, natu­ral­men­te. Era una afir­ma­ción machis­ta, fáli­ca, estú­pi­da y gro­tes­ca, que puso de moda en nues­tra épo­ca un James Bond. Por for­tu­na no todo está oscu­ra, los movi­mien­tos LGTB han pues­to patas arri­ba las apo­li­lla­das con­cep­cio­nes deci­mo­nó­ni­cas del asun­to. Con las revo­lu­cio­na­rias teo­rías trans y el des­ca­ro de las nue­vas acti­tu­des eró­ti­cas, acep­ta­das y difun­di­das por los medios, y has­ta como efec­ti­vos gan­chos publi­ci­ta­rios, los vie­jos roman­ces van de reti­ra­da.

 

 

 

 

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