Las primaveras en el norte de Marruecos poseen un lujuriante verdor que pocos sospechan. Llueve mucho en el Atlántico. Resulta que pese a ser un país tan cercano al nuestro no tenemos ni la más remota idea de su idiosincrasia, costumbres y peligros.
La horterada de comprar un cus-cus gigante de barro cocido, que se romperá a la vuelta, la foto como el encantador de serpientes de la plaza que hizo famosa Juan Goytisolo, Jemaa el fna… son los únicos referentes. Por no hablar de telas, chilabas, mantas, lamparas de piel de camello y flautas rifeñas.
Parece que el Estrecho, las Columnas de Hércules y su Jardín de las Hespérides con manzanas de oro macizo, sea un mar remoto lleno de monstruos marinos, grifos y sirenas malvadas, ballenas prehistóricas y el espíritu flotante de tantos héroes y guerreros de la Antigüedad.
Pero, no, Marruecos está a dos horas de viaje en ferry y el perfil del Atlas es siempre una invitación a adentrarse en ese país ignoto con el que siempre hemos tenido problemas. Y tiene la ventaja de que Málaga o Cádiz nunca se pierden de vista por lo que pueda pasar. La madre patria.
Cuando los grupos de amigos o las parejas se plantean una visita al Magreb siempre sale el problema de las mujeres. Una cultura de tíos feos con bigote, escondidos bajo su turbante con una mirada siempre lujuriosa frente a la europeas, con intención inequívoca de raptarlas para el serrallo. Costumbre del tiempo de las Cruzadas y de la rabia que albergan por la pérdida de la Alhambra.
En muchos casos, esa cultura que se ha creado con el miedo que tiene la gente a los llamados moros tiene su base en un malentendido. Los musulmanes no enseñan las pechugas como nosotros. Ni hombres ni mujeres. Una recomendación. Nunca se ponga una bermudas cuando vaya a viajar a Marruecos, hará el ridículo y hasta es posible que lo encierren. Ellas sí que pueden llevar minifalda y cualquier vestido que resalte su sensualidad de mujeres occidentales liberadas. De ahí esa mirada entre estúpida y calenturienta con que los primeros visitantes magrebíes descubren en la península a las chicas. Cosas que pertenecen al pasado pues ya están todos mas que acostumbrados aunque algunos majaras racistas hispanos insistan en atacar con el mauser del desastre de Annual.
Pero a fecha de hoy no hay que preocuparse. Las autoridades musulmanas se dieron cuenta de que esos temores a la rijosidad de sus ciudadanos hacia las turistas eran fatales para el avance del turismo, que se ha convertido en la industria nacional tanto de Marruecos como de España. En este punto hay que aclarar que la rijosidad machista es idéntica a los dos lados del Estrecho. Tan brutos los unos como los otros.
Inicié este articulo con la primavera porque en una ocasión, un amigo marroquí y yo corrimos una aventura de película en el sur de Marruecos, el Sáhara, en los límites que separan los dos países al suroeste. Se nos ocurrió coger el coche y en un solo día, viajar desde del puro norte, Tánger, al sur, Ouarzazate, más allá de Marrakesh, preciosa ciudad de tierra roja que es plató favorito para rodar películas de aventuras exóticas. Desde la serie de Indiana Jones hasta las aventuras de los personajes de la novela de Paul Bowles en «El Cielo Protector».
No reparamos mi amigo Mohamed y yo en la diferencia atmosférica que existe en este país, igual que aquí, La primavera es fría en el norte, pero cuando comienzas a bajar hacia el sur sube la temperatura. Así que llegamos, después de cruzar medio país desde Tánger, a la ciudad de Rachidia, a las puertas del desierto y que en el mes de marzo hacia un calor muy africano, nunca mejor dicho.
Llevábamos ambos las genuinas chupas de cuero negro de Tánger que como es sabido, son de una piel excelente y cuestan la mitad que en la península. Eso nos delató ante los oriundos de esa ciudad cercana al desierto y plagada de soldados por su cercanía con la frontera de los enemigos inveterados argelinos que se han empeñado en ser estos dos países que en realidad son el mismo, solo separados por la arbitrariedad colonial de los franceses.
La policía del lugar nos echó el ojo y nosotros cometimos el error de alquilar una habitación en una pensión barata rodeada de palmeras y arena del desierto.
El país, tiene otro producto estrella, además de las cazadoras, y es el hachís, que se cultiva en el norte. En el sur es como encontrar jamón de Jabugo en Lugo. Aquella fue una noche infernal. Cenamos en un garito viendo el partido entre el Barça y el Madrid y luego nos fuimos a dormir. Y aquí empieza la película, en la que solo falto, Jason Bourne o en su caso, Matt Damon, para animar el cotarro.
Llamadas a la puerta de la habitación e irrupción de dos polizontes de paisano que de inmediato preguntaron dónde estaba el chocolate que traíamos del norte. Llevábamos, por supuesto, y lo encontraron para más inri oculto en un paquete de preservativos.
Otra de las costumbres de este país, como en España, es la corrupción. Hicimos un trato con los polizontes y a cambio de darles la mitad del producto y unos cuantos papeles de fumar nos dejaron seguir camino. El susto fue de muerte porque a nadie se le escapa que una mazmorra marroquí es como una peli de terror o una estancia gratis en Guantánamo. Avisados de nuestra torpe indumentaria, nos compramos unas bonitas chilabas azules e iniciamos un recorrido turístico inolvidable por la infinidad de cordilleras de montañas que constituyen el macizo del Atlas. Nuestra aventura en Marruecos tuvo final feliz. El sabor del cine de aventuras. Es mas que recomendable visitarlo, porque es hermoso y poblado por gentes magníficas, pero, alto, no llevan chocolate encima.
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