Ima­gen de la pelí­cu­la Orfeo, fil­man­do en el cam­po de bata­lla, de 1969

El caso Maenza lo es no solo por su sospechosa muerte en Teruel sino por el efecto explosivo de su presencia entre la intelectualidad valenciana de los 70

Ima­gen de la pelí­cu­la Orfeo, fil­man­do en el cam­po de bata­lla, de 1969

Hubo un tipo joven que lle­gó a Valen­cia a prin­ci­pios de la déca­da de los 70 y puso patas arri­ba a toda la inte­lec­tua­li­dad indí­ge­na. La con­tra­cul­tu­ra valen­cia­na y el cine under­ground no habrían sido los mis­mos sin él. El tipo se lla­ma­ba Anto­nio Maen­za, era de Teruel, y rodó aquí una pelí­cu­la rarí­si­ma titu­la­da Orfeo, fil­ma­do en el cam­po de bata­lla que con el tiem­po se ha con­ver­ti­do en el no va más de la con­tra­cul­tu­ra local de los últi­mos años del pasa­do siglo.

En la coque­ta gale­ría Rai­lowsky se ofi­ció un cón­cla­ve casi secre­to que reu­nía a todos aque­llos, pocos, que que­rían saber más allá de luga­res comu­nes la reali­dad cul­tu­ral de los tiem­pos del cine inde­pen­dien­te. Los pro­fe­so­res de audio­vi­sual y comu­ni­ca­ción Fer­nan­do Ros y Car­les Can­de­la mon­ta­ban una char­la sobre un per­so­na­je que como un ave Fénix de la revuel­ta resur­ge otra vez para com­ba­tir la des­me­mo­ria.

Un cineas­ta que no ven­de nada y que sigue ente­rra­do en el olvi­do de su cemen­te­rio en la ciu­dad de Teruel. Un cineas­ta cola­bo­ra­dor de Buñuel, ami­go de Pere Por­ta­be­lla y del poe­ta mega­mal­di­to Leo­pol­do María Pane­ro que nada tie­ne que ver ni con Almo­dó­var ni con las moder­ni­da­des de los años 80 de la liber­tad sin ira.

El escri­tor, crí­ti­co de cine y cineas­ta Rafa Ferran­do, fun­da­dor tam­bién del legen­da­rio pub Cap­sa 13

Anto­nio Maen­za, naci­do en Teruel en 1948 y falle­ci­do en extra­ñas cir­cuns­tan­cias en el invierno de 1979, y esas cir­cuns­tan­cias podrían ser maca­bras por­que muchos de sus ami­gos vivos pien­san que fue pre­sun­ta­men­te ase­si­na­do de una bru­tal pali­za a manos de un gru­po de mato­nes turo­len­ses de extre­ma dere­cha.

La muer­te del joven cineas­ta maño sigue sien­do una incóg­ni­ta. Lo úni­co que que­da de Maen­za son una serie de pelí­cu­las fil­ma­das en 16 mm, al final de los años 60 y que cul­ti­van pol­vo en la Fil­mo­te­ca, y el docu­men­tal sobre su peri­pe­cia de Car­les Can­de­la, Cine­ma­tó­gra­fo, mag­ne­tó­fono, buen chi­co y sádi­co de 2012 y que ha pasa­do sin pena y poca glo­ria por algún fes­ti­val.

La rela­ción de su cine y su vida tam­bién se pue­de leer en mi ensa­yo El bai­le de los mal­di­tos (Cine inde­pen­dien­te valen­ciano, 1967–1975) tra­ba­jo exhaus­ti­vo sobre todos los cineas­tas under­ground del momen­to, publi­ca­do por la Fil­mo­te­ca en 1999. Este libro tam­bién duer­me el sue­ño de los jus­tos con 300 ejem­pla­res ente­rra­dos en los alma­ce­nes de la Fil­mo­te­ca. Como el mis­mo Maen­za, la desidia ha per­se­gui­do al libro mal­di­to.

El caso Maen­za lo es no solo por su sos­pe­cho­sa muer­te en Teruel sino por el efec­to explo­si­vo de su pre­sen­cia entre la inte­lec­tua­li­dad valen­cia­na de los 70. Como escri­bió Oswal­do Muñoz, gran ami­go suyo en sus corre­rías por Valen­cia, en la necro­ló­gi­ca que le escri­bió en 1990: “Al con­ver­sar con él me per­ca­té de inme­dia­to que aquel indi­vi­duo no esta­ba hecho del mis­mo mol­de que el res­to de pro­gre­sis­tas de aque­lla épo­ca”.

Por­ta­da del libro de Abe­lar­do Muñoz, El Bai­le de los Mal­di­tos

La épo­ca era la ago­nía del fran­quis­mo, en los pri­me­ro 70, y el ambien­te en la cul­tu­ra juve­nil esta­ba muy revuel­to. Si no esta­bas en par­ti­dos clan­des­ti­nos eras un apes­ta­do. Y el espí­ri­tu pro­vo­ca­dor y atí­pi­co, fue­ra de la polí­ti­ca esta­li­nis­ta del momen­to, pro­vo­có que lo can­ce­la­ran de inme­dia­to por­que lo que hacía era un cine muy raro, sin pies ni cabe­za, a la mane­ra del Perro anda­luz de Dalí y Buñuel.

Así que en esa tar­de de colo­quio en Rai­lowsky está­ba­mos para recor­dar al per­so­na­je. El pro­fe­sor Ros habló de “esa per­tur­ba­do­ra memo­ria”. Entre los pre­sen­tes se encon­tra­ban los pocos  que cono­ci­mos al cineas­ta en per­so­na: el cate­drá­ti­co de Mate­má­ti­cas, Lluís Puig, ami­go y actor de sus pelí­cu­las; Ros y yo mis­mo.

Car­tel del docu­men­tal de Can­de­la

El rea­li­za­dor Can­de­la pasó un mon­ta­je de esce­nas sobre todos aque­llos que sabían del cineas­ta mal­di­to. El poe­ta semió­lo­go Jena­ro Talens, que lo con­si­de­ró siem­pre un artis­ta incom­pren­di­do y excep­cio­nal: “Su cine es un vive­ro de ideas y sen­sa­cio­nes. Venía de apli­car el mal­di­tis­mo de Batai­lle, que recu­pe­ró a Mal­do­ror y Artaud”.

El cineas­ta Pere Por­ta­be­lla, que finan­ció algu­na de sus pelí­cu­las impo­si­bles: “Era un hom­bre frá­gil”. Una madu­ra Emma Cohen, ami­ga de Anto­nio, que decla­ró que por enton­ces para todo aquel gru­po de raros, “fue mejor hacer que pro­tes­tar”.

En el cita­do libro El bai­le de los mal­di­tos, se narran los ava­ta­res de la pro­duc­ción fíl­mi­ca de Maen­za y su gene­ra­ción de rea­li­za­do­res en súper 8, olvi­da­dos en el tiem­po. Pedro Uris, Rafa Gas­sent, Lluís Rive­ra, Josep Lluís Seguí, María Mon­tes, Gar­cía de Val, Casi­mi­ro Gan­día y Car­les Mira, entre otros. Todos héroes del silen­cio que en los 70 inten­ta­ron seguir las ense­ñan­zas de Jonas Mekas y los cineas­tas rebel­des neo­yor­qui­nos que que­rían  hacer “no pelí­cu­las rosa­das, sino pelí­cu­las del color de la san­gre”.

El maño Maen­za, dejó bue­na hue­lla en la van­guar­dia valen­cia­na de la tran­si­ción. “Estar con él era como ver por pri­me­ra vez las cosas” escri­bió un ami­go. Muy rela­cio­na­do con otro loco del momen­to, Leo­pol­do María Pane­ro, cla­ma­ba por algo que aho­ra se anto­ja visio­na­rio: “Ni amos ni escla­vos, las ideo­lo­gías son como las reli­gio­nes, y engen­dran la mal­dad, tene­mos que seguir pen­san­do en otra solu­ción”. Cuan­do en el hela­do diciem­bre turo­len­se de 1979 el joven cineas­ta apa­re­ció sobre un char­co de san­gre con la cabe­za rota en una calle de su ciu­dad, el caso se ocul­tó. La ver­sión ofi­cial, un sui­ci­dio, la de sus ami­gos, un cri­men. El caso Maen­za sigue abier­to.

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