Fotografía superior: Miguel Macián
Fue una fiesta literaria, plena de vitalidad y cariño, organizada por los talleres literarios adscritos a la iniciativa «Libro, Vuela Libre», dirigidos en Valencia por Aurora Luna con alta creatividad y un trabajo serio. El Palacio de Colomina, sede en Valencia de la Universidad CEU Cardenal Herrera, acogió el pasado miércoles 25 de junio, un emotivo acto de hermanamiento literario de Valencia con Colombia. El acto, con el salón lleno, contó con la participación por videoconferencia de Eduardo Ávila Navarrete (embajador de Colombia en España) y con la presencia en la mesa presidencial de Jéssica Paola Negrete (cónsul adjunto del Consulado de Colombia en Valencia), de Carmen Puerto (coordinadora responsable del Palacio de Colomina CEU), de la citada Aurora Luna y de los periodistas culturales Jimmy Entraigües y el arriba firmante (un honor para mí haber sido invitado a pronunciar unas palabras en este acto de hermanamiento cultural).
Mi intervención consistió en la lectura de unos recuerdos de Gabriel García Márquez, publicados en sus memorias, Vivir para contarla (Random House, Mondadori, 2002). Reproduzco unos párrafos de esos recuerdos, con ocasionales comentarios míos.
Gabriel García Márquez (Aracataca, Colombia, 6 de marzo de 1927-Ciudad de México, 17 de abril de 2014) afirmaba que el periodismo «es el oficio más hermoso del mundo». Comparto ese criterio. También es uno de los más complejos. Un buen reportero tiene que amar la verdad y ser buena persona (creo que por ese orden). Si no se cumplen esas dos exigencias, ya no se hace buen periodismo, tan solo se imparte doctrina.
En sus memorias, Vivir para contarla, rememora García Márquez un pasaje poco conocido de sus años jóvenes. El Mago Dávila, su amigo y colega, le propuso hacer en Bogotá «un periódico de veinticuatro por veinticuatro (media cuartilla) que circularía gratis a la hora atropellada del cierre del comercio». Con el irónico título de Comprimido, sería el periódico más pequeño del mundo, «para leer en diez minutos», y se financiaría «gracias a los anuncios publicitarios».

Fotografía: Miguel Macián
El primer número «salió el martes 18 de septiembre de 1951 –relata el futuro Premio Nobel de Literatura en 1982–, y es imposible concebir un éxito más arrasador ni más corto: tres números en tres días (…) El sueño duró hasta el jueves, cuando el gerente nos demostró que si publicábamos un número más nos dejaría en la quiebra, ya que los anuncios comerciales eran tan pequeños y tan caros que no había solución». Es decir, apenas había anuncios. «La misma concepción del periódico, que se fundaba en su tamaño, arrastraba consigo el germen matemático de su propia destrucción: era tanto más incosteable cuanto más se vendiera. Quedé colgado de la lámpara».
El germen matemático de su propia destrucción: ¡Qué gran frase!
Una experiencia similar a la de aquel Comprimido de 1951 la hemos vivido en nuestra juventud periodistas de todo el mundo. Yo mismo colaboré hace medio siglo o por ahí con un periódico deportivo que solo publicó un número. Salió al mercado esa nueva publicación, con toda la ilusión del mundo, pero solo se vendieron siete ejemplares. Hubo que clausurarlo de inmediato, sin tener que esperar al segundo número.
Regreso al Premio Nobel de Literatura. En Vivir para contarla son insuperables la ternura literaria y la divertida ironía de Gabriel García Márquez para narrar estos lances primerizos. Cuando hay talento, hay talento. Muchas gracias, maestro.

Gabo en la redacción

García Márquez comprando la prensa en las Ramblas de Barcelona.
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