Vicente Ortí, Guillermo Ortigueira, el cine y Carlos Boyero. Cuando más aprieta el calor con más ganas y disfrute me refugio en la cultura.
Cuando más aprieta el calor con más ganas y disfrute me refugio en la cultura. La temperatura en Valencia en este julio que ahora expira nos ha castigado a base de bien. He combatido esa dureza climatológica con mi recurso habitual año tras año: además del aire acondicionado, ¡más arte, más libros y más películas, que es el verano! En esa importante tarea he buscado amparo en los brazos creativos del escultor Vicente Ortí, el periodista Guillermo Ortigueira, las buenas películas y el crítico de cine Carlos Boyero.

El escultor Vicente Ortí
Procés, llenguatge i forma. Esas sugerentes palabras titulan la muestra individual del escultor Vicente Ortí (Torrent, 1947) inaugurada el pasado 15 de julio en la sala Coll Alas del Ayuntamiento de Gandía, coordinada por Joan Josep Payà y Silvia Martínez con el comisariado de Vanesa Valero Hoyo. No he visto aún la exposición –la veré dentro de unos días: se clausura el próximo 30 de agosto– pero he leído con placer y provecho el catálogo. Soy un fiel lector de catálogos. Con ellos aprendo. En esta ocasión, de modo especial: admiro mucho la obra de Vicente Ortí, doctor en Bellas Artes y durante más de treinta años profesor de escultura en la facultad de Bellas Artes de la Universidad Politécnica de Valencia.
«Al contemplar sus esculturas –afirma Vanesa Valero Hoyo en el hermoso texto del catálogo– no miramos simplemente formas: escuchamos la historia de los materiales. Cada veta, cada hendidura, cada oxidación, cuenta algo que no está escrito. Nos enfrentamos a objetos que resisten el olvido, que evocan la verdad del tiempo, que parecen esculpidos no solo por Ortí, sino por el agua, el viento, el fuego y la historia de las gentes que los utilizaron para diferentes fines. De ahí su poder: no son objetos que se imponen, sino presencias que permanecen».
«Los tiempos difíciles crean hombres fuertes». Con este aforismo de G. Michael Hopf (Maryland, USA, 1970) comienzan las memorias del periodista valenciano Guillermo Ortigueira Faus, tituladas Mi juguete de cartón y editadas por el propio autor (mayo, 2025). Las he leído de un tirón. Muchas de sus páginas son dolorosamente sinceras. Creo que muy pocos se atreverían a contar su vida con tanto desamparo en muchas de las etapas de su biografía. Las primeras páginas del libro nos narran la niñez de Ortigueira en años de pobreza, un entorno de miseria y una conflictiva convivencia familiar. «A pesar del dolor emocional provocado por sus padres, sabe gestionarlo y aborda los retos de su vida con tesón».
Con todo, junto a esa valiente y noble sinceridad, hay cierta ambigüedad en el enfoque del relato, una ambigüedad en el punto de vista que crece en las últimas páginas del libro y que puede entenderse –así lo hago yo–, como un refugio opcional para evitar la excesiva amargura autobiográfica: «No he pretendido jugar con el lector –aclara Ortigueira en la introducción– sino proponerle que agudice su imaginación, que descubra cuánto hay de realidad o ficción en ese relato, más periodístico que novelesco».
Películas. Intento olvidar los rigores del verano poniendo en la tele el blu-ray de varias de mis películas preferidas, entre otras, Con faldas y a lo loco (Billy Wilder, 1959), La escopeta nacional (Luis García Berlanga, 1978) o La noche de Halloween (John Carpenter, 1978). Las dos primeras provocan mis risas. La tercera, mi miedo. Con la ayuda extra –un tanto peligrosa a veces– del aire acondicionado, consigo el bienestar corporal, alterado ocasionalmente por algún estornudo que otro.
No sé si me explico. Es el título del relato autobiográfico publicado en Espasa (2024) por el crítico de cine Carlos Boyero (Salamanca, 1953). Boyero, siempre sincero (quizá sea más preciso decir «casi siempre sincero», ya que a veces nos engañamos a nosotros mismos, acaso con más frecuencia que a los demás), lleva cerca de medio siglo escribiendo y hablando de cine en distintos medios (sobre todo en El País, pero también en la Guía del Ocio, Diario 16, El Mundo, la SER, Onda Cero…).
Las cosas que cuenta Boyero son casi siempre explosivas. Pura dinamita con la mecha encendida. No siempre estoy de acuerdo con lo que dice, pero siempre disfruto con sus incendiarias palabras. Me animan, me excitan, me llevan a replantear algunos de mis modosos criterios… En una época en la que escasea la sinceridad, leer a Carlos Boyero es todo un lujo. Reproduzco tres párrafos de No sé si me explico. Tomen asiento. Empieza el espectáculo.
«Para mí, además de ser un prescindible director de cine, Pedro Almodóvar es un tipo deshonesto. Lo creo de verdad.»
«Sería obvio afirmar que el fútbol es solo un negocio, y mayoritariamente turbio. La mayoría de sus dirigentes me parecen seres excesivamente vulgares, groseros, mafiosos, patanes… Y el discurso de la mayoría de los futbolistas es penosamente limitado, clónico, sin saber combinar con acierto tres palabras seguidas».
«Fui libertario antes de conocer el significado del término. La acracia es algo con lo que me he identificado desde pequeño a nivel visceral, y más tarde a nivel racional, no sé si me explico. Sospechaba y sospecho que mi idea del mundo está más cerca de la izquierda que de la derecha, pero soy alguien que no ha votado jamás (…) Pensé en votar después del 15M. A Podemos. Me tragué la patraña, aquello que decían de que las cosas podían cambiar. Si hubiera votado, hoy me sentiría horrible al constatar lo que ha hecho Podemos.»
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