Últi­ma­men­te varios ami­gos me han ense­ña­do una pul­se­ra que les indi­ca cuán­tos pasos han dado al cabo del día. El arti­lu­gio es inge­nio­so y mejo­ra en exac­ti­tud mi natu­ral con­ta­dor orgá­ni­co de cami­na­tas: los jua­ne­tes. Lo que no entien­do es para qué quie­ren saber el núme­ro exac­to de sus pisa­das, pues­to que el apa­ra­to no indi­ca si las han dado deam­bu­lan­do por un super­mer­ca­do o andan­do sola­men­te por la alfom­bra roja de la Real Aca­de­mia sue­ca. No es lo mis­mo un emplea­do que cuen­ta la caja que su jefe, que si cono­ce el bene­fi­cio de esos núme­ros.

La gen­te que siem­pre quie­re tener la razón usa la esta­dís­ti­ca para apli­car­la a sus cien­cias socia­les par­ti­cu­la­res y poder dar lec­cio­nes a los demás en los posts de Face­book. Para apo­yar la tesis de que los hom­bres somos más vio­len­tos que las muje­res, una ami­ga mía pre­ten­día usar el núme­ro de varo­nes en pri­sión, mucho más nume­ro­so que el de las fémi­nas. La afir­ma­ción es inexac­ta por­que dicho núme­ro depen­de, no de la natu­ra­le­za mas­cu­li­na, sino de unos con­di­cio­nan­tes que inclu­yen des­de la edu­ca­ción has­ta la acción de las hor­mo­nas. Mi ami­ga incu­rría en el mis­mo error que has­ta el siglo XIX lle­vó a con­si­de­rar la his­te­ria como una enfer­me­dad feme­ni­na que se cura­ba con masa­jes vagi­na­les has­ta la inven­ción del vibra­dor tera­péu­ti­co.

Es cier­to que hay un núme­ro mayor de hom­bres con­de­na­dos por deli­tos de vio­len­cia, pero si con­ta­mos tam­bién la razón por la cual las muje­res son con­de­na­das encon­tra­mos que el mayor núme­ro de ellas lo ha sido por deli­tos con­tra la salud públi­ca, sin que a nadie se le ocu­rra dedu­cir que las muje­res son más pro­pen­sas a dis­tri­buir dro­gas sin per­mi­so o ase­gu­rar que se pros­ti­tu­yen en mayor pro­por­ción por­que su natu­ra­le­za les indu­ce a ello.

Mi ami­ga tam­bién afir­ma sin­ce­ra­men­te, y sin duda lo ha leí­do en algún sitio, que los niños mal­tra­ta­dos sue­len usar la vio­len­cia cuan­do son mayo­res, pero que si son niñas son can­di­da­tas a reci­bir mal­tra­tos, crean­do así un huma­nis­mo selec­ti­vo des­vin­cu­la­do del carác­ter per­so­nal y de nues­tra natu­ra­le­za ani­mal, don­de las vacas no embis­ten, las perras no muer­den y las ser­pien­tes hem­bra, aun­que prac­ti­can el cani­ba­lis­mo sexual, pre­fie­ren ten­tar con man­za­nas del bien y el mal a seño­ri­tas sin ropa.

El caso es tener la razón, y si los núme­ros dan la posi­bi­li­dad de des­cu­brir las mejo­res ciu­da­des don­de vivir del mun­do o el ran­king de los diez mejo­res res­tau­ran­tes de la ciu­dad sin nece­si­dad de pen­sar­lo por noso­tros mis­mos y por nues­tros jui­cios per­so­na­les, ¿quién soy yo, vul­gar hom­bre, y de letras, para resis­tir­me ante tales evi­den­cias?

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