La hos­pi­ta­li­dad es el eje de la hos­te­le­ría. Si usted no está dis­pues­to a dejar­se inva­dir para repar­tir armo­nía, es mejor que se dedi­que a la mili­cia o a dic­tar leyes. A los pro­ble­mas cono­ci­dos se ha aña­di­do el de la turis­mo­fo­bia, que es la creen­cia de que exis­ten seres con cami­sa blan­ca de fal­do­nes col­gan­do sobre los cal­zo­nes, lar­gas pier­nas imber­bes, más una máqui­na foto­grá­fi­ca y una seño­ra com­pues­ta por que­ma­du­ras sola­res y una cuar­ta par­te de tela estam­pa­da. Pero es men­ti­ra. Usted va a sus paí­ses y no los encuen­tra en las calles.

Esos dis­fra­ces, esos gri­tos que dan en nues­tros bares, son como una peti­ción de soco­rro exi­gien­do un guía que les cuen­te men­ti­ras super­fi­cia­les y colo­ris­tas que lle­var­se a casa. Lue­go están los turis­tas de cali­dad, mir­lo blan­co que nadie pare­ce saber cazar por­que no tene­mos tiem­po para atraer­los con cul­tu­ra, bien que esca­sea más que el wol­fra­mio. Para que la hos­pi­ta­li­dad fun­cio­ne uno tie­ne que libe­rar­se de los pre­jui­cios y com­pren­der al extra­ño de tal mane­ra que parez­ca que sea él quien deba com­pren­der­nos.

Tra­ba­jan­do yo en Valèn­cia, iba con mi cor­ba­ta al bar cer­cano y cada día a la mis­ma hora duran­te varios meses repe­tía al due­ño mi coman­da: cor­ta­do con leche fría. En Madrid, en ese bar don­de uno se agol­pa entre la mul­ti­tud para encon­trar diez cen­tí­me­tros cua­dra­dos don­de desa­yu­nar, tuve que pedir­lo sólo dos veces: al ter­cer día el cama­re­ro, sin que dije­ra una pala­bra, me gui­ñó un ojo y pre­pa­ró el cor­ta­do y así lo hizo duran­te años. Ade­más de hacer­nos ganar tiem­po a ambos, con­si­guió fide­li­zar­me por­que no sólo me hacía sen­tir impor­tan­te a esa hora en la que uno es un des­po­jo, es que la idea de ir a otro bar y reini­ciar la lucha a con los clien­tes se me hacía inso­por­ta­ble.

Este año he ido a Fitur. Se ocu­pó de reclu­tar­me la dele­ga­ción de Ouren­se, por medio de su emba­ja­dor Ser­gio Pazos. No impor­tó la filia­ción polí­ti­ca de su alcal­de, Jesús Váz­quez, dis­tin­ta a la nues­tra. Fui galle­gui­za­do por afán de con­gre­gar afi­ni­da­des. Se nos unió por sim­pa­tía un gadi­tano que que­ría que com­pa­rá­mos sus ostras. Acu­die­ron ama­ble­men­te varios famo­sos: el ex-juga­­dor de balon­ces­to coru­ñés Fer­nan­do Romay; el pre­sen­ta­dor José Manuel Para­da; Rafa Gutié­rrez, gui­ta­rris­ta fun­da­dor de hom­bres G; José Por­tas, uno de los mejo­res expor­ta­do­res de vacuno de cali­dad, pre­si­den­te de la eli­tis­ta, pero cachon­da, Cofra­día del Chu­le­tón; el radio­fó­ni­co Iña­ki Cano o los acto­res Aarón Gue­rre­ro y Sonia Cas­te­lo. Una reu­nión deli­cio­sa, tan agra­da­ble como la visi­ta que reali­cé hace poco en Cocen­tai­na al exqui­si­to y aco­ge­dor res­tau­ran­te L´Escaleta, de Kiko Moya y Rami­ro Redra­do, acom­pa­ñan­do a Juan Echa­no­ve para un docu­men­tal que ver­sa­rá sobre estas dos fami­lias. Hos­pi­ta­li­dad, ale­ja­da de los cir­cos de la per­pe­tua­ción en el poder, de la ambi­ción y de la cur­si­le­ría, defec­tos tan fal­tos de rigor que olvi­dan que un gui­ño de un cama­re­ro pue­de hacer­te sen­tir­te espe­cial, aún rodea­do de almas en pena que luchan por des­per­tar en la madru­ga­da, antes de rep­tar hacia el tra­ba­jo.

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