Tal vez sea casua­li­dad, pero casi todas las pan­de­mias que han azo­ta­do a Euro­pa pro­ve­nían del Este. Del mis­mo modo que tam­bién las inva­sio­nes vinie­ron siguien­do la mis­ma direc­ción. Des­de el gran espa­cio este­pa­rio del Asia Cen­tral, el camino hacia el Oes­te lle­va al mar; por tie­rra, hacia el Este, en cam­bio, se alcan­za el cora­zón de Euro­pa y la gran bal­sa del Medi­te­rrá­neo y su cul­tu­ra.

La pes­te negra que liqui­dó el mun­do medie­val tenía pro­ce­den­cia asiá­ti­ca, lle­gó a Cri­mea y de allí se cebó en Ita­lia. Aque­lla enfer­me­dad para­si­ta­ria se pro­pa­ga­ba con el calor e hiber­na­ba con el frío. Por eso Bocac­cio escri­bía El Deca­me­rón escu­chan­do sus his­to­rias en los cáli­dos pra­dos tos­ca­nos adon­de huían los habi­tan­tes pudien­tes de Flo­ren­cia. 

El coro­na­vi­rus 19 que aho­ra nos infec­ta se ha cen­tra­do en Milán y en sus veci­nos, en espe­cial Bér­ga­mo, y ape­nas dos sema­nas más tar­de lo hizo en Madrid, dos gran­des focos de inter­na­li­za­ción e inter­cam­bio. La ola expan­si­va pro­si­gue hacia el nor­te, según pare­ce con la lle­ga­da de una pri­ma­ve­ra benig­na en lo cli­ma­to­ló­gi­co aun­que, de momen­to, sin tan­ta per­sis­ten­cia ni leta­li­dad.

Un gru­po de estu­dios nor­te­ame­ri­cano ha esta­ble­ci­do, inclu­so, un mapa­mun­di geo­tér­mi­co sobre el virus. Su hipó­te­sis, nada des­de­ña­ble pero tam­po­co veri­fi­ca­da por nin­gu­na prue­ba empí­ri­ca, atri­bu­ye al covid-19 un ran­go de hume­dad bajo y una tem­pe­ra­tu­ra media para su desa­rro­llo. Según tales esta­dís­ti­cos, el exce­so de calor y el frío seve­ro serían mor­ta­les para el pató­geno, y de ahí su baja inci­den­cia actual en los paí­ses ecua­to­ria­les o en los nór­di­cos.

Otra teo­ría, más este­reo­ti­pa­da, sub­ra­ya el éxi­to –al menos tem­po­ral– de la polí­ti­ca sani­ta­ria de Ale­ma­nia ante la cri­sis des­ata­da por el virus. Los ale­ma­nes han rea­li­za­do cin­co o seis veces más prue­bas de detec­ción que nues­tro país, tie­nen una cifra seme­jan­te de con­ta­gios y, en cam­bio, su mor­ta­li­dad es muy baja: no lle­gan a 200 las per­so­nas que han falle­ci­do en sue­lo ger­mano. 

En este caso, los ale­ma­nes, que ade­más de ser más altos y robus­tos siem­pre ganan al fút­bol y todo lo que pro­du­ce su indus­tria ape­nas se estro­pea, lo esta­rían hacien­do mucho mejor que ita­lia­nos y espa­ño­les. Lo cier­to es que en Ale­ma­nia exis­ten más de 22.000 camas de urgen­cia inten­si­va para 82 millo­nes de per­so­nas mien­tras que en Espa­ña son unas 4.500 para 46 millo­nes. 

Los núme­ros hablan por sí solos a pesar de que la sani­dad espa­ño­la se ha auto­ca­li­fi­ca­do por los polí­ti­cos como una de las mejo­res del mun­do. Tal vez lo sea, pero tam­bién está infra­do­ta­da. La media de camas hos­pi­ta­la­rias por habi­tan­te está muy por deba­jo de la media euro­pea, y la sani­dad valen­cia­na lo está, a su vez, res­pec­to a la media espa­ño­la. Somos un país pobre que cree que pue­de vivir como uno rico.

Mi ami­go Car­los Gon­zá­lez Tri­vi­ño me recor­da­ba estos días la diver­ti­da anéc­do­ta de Orte­ga y Gas­set cuan­do le pre­gun­ta­ron por la cau­sa de la nota­ble pre­sen­cia de gran­des filó­so­fos de ori­gen ale­mán en rela­ción con su esca­sez en Espa­ña. Pues “por la mis­ma razón que expli­ca la ausen­cia de tore­ros en Ale­ma­nia”, res­pon­dió el pen­sa­dor espa­ñol. 

Qui­zás por eso mis­mo, por el hecho inclu­so de que últi­ma­men­te han prac­ti­ca­do la polí­ti­ca de gran­des coa­li­cio­nes de Esta­do entre con­ser­va­do­res y social­de­mó­cra­tas, lo cier­to es que la dis­ci­pli­na­da Ale­ma­nia, antes inclu­so de que su sis­te­ma pro­duc­ti­vo se vea en la nece­si­dad de ser para­li­za­do, ya ha avi­sa­do de la pues­ta en mar­cha de un cré­di­to sin lími­te –más de medio billón de euros para empe­zar– al obje­to de sal­var su teji­do empre­sa­rial.

Así que, caram­ba, lo que está en jue­go ade­más de la salud es todo un mode­lo eco­nó­mi­co que a nues­tro país –y más toda­vía a la Comu­ni­dad Valen­cia­na–, nos pilla con el défi­cit públi­co sin con­tro­lar, sin mar­gen para mucha más deu­da y con el turis­mo y el sec­tor ser­vi­cios ini­cian­do un seve­ro nau­fra­gio. A los valen­cia­nos nos toca enco­men­dar­nos a Espa­ña, y a la nación enco­men­dar­se a Euro­pa para que los obje­ti­vos de défi­cit se pos­pon­gan. Soñar con una mutua­li­za­ción de la deu­da euro­pea es toda­vía una uto­pía, pero o nos enca­mi­na­mos hacia ese des­tino o el vie­jo con­ti­nen­te va a entrar en su oca­so.

Un eco­no­mis­ta reco­no­ci­do me lo resu­mía de modo bien expre­si­vo: esto es el fin de la glo­ba­li­za­ción, un inven­to de los eco­no­mis­tas que nun­ca tuvo en cuen­ta las dife­ren­cias y la diver­si­dad polí­ti­ca y social del mun­do. Ya lo pre­di­jo Umber­to Eco cuan­do dio en Valen­cia su céle­bre con­fe­ren­cia con la que abrió el enési­mo inten­to valen­ciano por cul­tu­ri­zar­nos allá por los 90: “cuan­do los chi­nos usen papel del wáter, se aca­ba­rán los bos­ques”. No sé si aque­llas pala­bras expli­can lo inex­pli­ca­ble, la locu­ra colec­ti­va que ha lle­va­do a la gen­te a aca­pa­rar estos últi­mos días todo el papel higié­ni­co que el mer­ca­do pro­du­ce.

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