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Hacer las cosas bien pare­ce fácil. No lo es. Es como en esa pelí­cu­la de Juan José Cam­pa­ne­lla, El hijo de la novia, cuan­do el per­so­na­je que inter­pre­ta Ricar­do Darín ve cómo bai­lan sus padres y hace esa refle­xión: ver hacer las cosas a los demás pare­ce mucho más fácil que hacer­las tú mis­mo. Cier­to. Edu­car a los hijos es como el bai­le de esa pare­ja de vie­jos de la pelí­cu­la. Ves cómo lo hacen los otros, y tie­nes la sen­sa­ción de que es pan comi­do. Nada más lejos de la reali­dad. El otro día, en un par­que, había una madre colum­pian­do a su hijo a mi lado. El niño, que en sep­tiem­bre cum­pli­rá cua­tro años, se giró y le orde­nó: empú­ja­me más fuer­te, ton­ta. ¿Qué creen que hizo la madre? ¿Bajar­le del colum­pio? ¿Sen­tar­le en un ban­co? ¿Lle­vár­se­lo a casa? ¿Reñir­le? ¿Expli­car­le que no se debe insul­tar? ¿Empu­jar­le más fuer­te? Aque­llos de uste­des que hayan esco­gi­do la últi­ma opción han acer­ta­do. Ni se inmu­tó. A los pocos minu­tos, este mis­mo niño se acer­có a otra niña que llo­ra­ba por­que se había caí­do y tam­bién la insul­tó. La lla­mó loca, llo­ro­na y boba. Por supues­to, la madre del niño tam­po­co le recri­mi­nó su com­por­ta­mien­to, para dis­gus­to de la otra madre y para espan­to mío. Me acor­dé de la pelí­cu­la. Y me entró mie­do. Tal vez hacer las cosas (tan) mal sea (mucho) más fácil de lo que pare­ce.

Hacer las cosas bien pare­ce fácil. No lo es. Es como en esa pelí­cu­la de Juan José Cam­pa­ne­lla, El hijo de la novia, cuan­do el per­so­na­je que inter­pre­ta Ricar­do Darín ve cómo bai­lan sus padres y hace esa refle­xión: ver hacer las cosas a los demás pare­ce mucho más fácil que hacer­las tú mis­mo. Cier­to. Edu­car a los hijos es como el bai­le de esa pare­ja de vie­jos de la pelí­cu­la. Ves cómo lo hacen los otros, y tie­nes la sen­sa­ción de que es pan comi­do. Nada más lejos de la reali­dad. El otro día, en un par­que, había una madre colum­pian­do a su hijo a mi lado. El niño, que en sep­tiem­bre cum­pli­rá cua­tro años, se giró y le orde­nó: empú­ja­me más fuer­te, ton­ta. ¿Qué creen que hizo la madre? ¿Bajar­le del colum­pio? ¿Sen­tar­le en un ban­co? ¿Lle­vár­se­lo a casa? ¿Reñir­le? ¿Expli­car­le que no se debe insul­tar? ¿Empu­jar­le más fuer­te? Aque­llos de uste­des que hayan esco­gi­do la últi­ma opción han acer­ta­do. Ni se inmu­tó. A los pocos minu­tos, este mis­mo niño se acer­có a otra niña que llo­ra­ba por­que se había caí­do y tam­bién la insul­tó. La lla­mó loca, llo­ro­na y boba. Por supues­to, la madre del niño tam­po­co le recri­mi­nó su com­por­ta­mien­to, para dis­gus­to de la otra madre y para espan­to mío. Me acor­dé de la pelí­cu­la. Y me entró mie­do. Tal vez hacer las cosas (tan) mal sea (mucho) más fácil de lo que pare­ce.

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