La deci­sión adop­ta­da por varios paí­ses, inclui­do el nues­tro, de cerrar sus fron­te­ras al movi­mien­to de per­so­nas como con­se­cuen­cia de la pan­de­mia del coro­na­vi­rus, pue­de ser la pun­ti­lla a una mane­ra de ges­tio­nar la glo­ba­li­za­ción. Y ten­drá con­se­cuen­cias en el futu­ro inme­dia­to. De momen­to, ha revi­ta­li­za­do a la nación como con­cep­to admi­nis­tra­ti­vo y polí­ti­co útil cuan­do muchos lo dába­mos ya por muer­to en medio de un mun­do sin fron­te­ras. Cuan­do hace fal­ta, como aho­ra, ¡menos mal que tene­mos fron­te­ras para pro­te­ger­nos detrás de ellas! Sí, ya sé que una pan­de­mia es algo excep­cio­nal. Pero si las fron­te­ras nacio­na­les han sido con­si­de­ra­das úti­les para fre­nar un virus que aten­ta con­tra nues­tra salud, ¿por qué no van a ser­lo, como dicen Trump o Sal­vi­ni, para hacer fren­te a la inmi­gra­ción o a una com­pe­ten­cia inter­na­cio­nal que dete­rio­ra, dicen, nues­tro nivel de vida?

Lle­va­mos años denun­cian­do una gra­ve asi­me­tría en la glo­ba­li­za­ción. Mien­tras que los mer­ca­dos son mun­dia­les, todo lo que englo­ba­mos bajo el con­cep­to de gober­nan­za de la eco­no­mía sigue tenien­do hue­lla nacio­nal cau­san­do, con ello, mul­ti­tud de des­ajus­tes y pro­ble­mas como, por ejem­plo, la des­re­gu­la­ción finan­cie­ra inter­na­cio­nal que estu­vo en el ori­gen de la cri­sis de 2008.

Esta glo­ba­li­za­ción eco­nó­mi­ca no es algo que haya caí­do del cie­lo. Es cier­to que algu­nos avan­ces, como la revo­lu­ción tec­no­ló­gi­ca, la han impul­sa­do. Pero sur­ge de un deseo empre­sa­rial de incre­men­tar los bene­fi­cios situan­do la pro­duc­ción don­de es más bara­to o don­de menos impues­tos se paga, de unos con­su­mi­do­res que pre­fie­ren com­prar a menor pre­cio y de unos gobier­nos que adop­ta­ron tres medi­das tras­cen­den­ta­les: libe­ra­li­zar los movi­mien­tos de capi­ta­les y dar entra­da a Chi­na en la OMC, son dos de ellas. La ter­ce­ra deci­sión, ha sido, no per­mi­tir el sal­to hacia un gobierno mun­dial efec­ti­vo que regu­le y con­tro­le el nue­vo capi­ta­lis­mo mun­dial, arbi­tran­do medi­das que con­tra­pe­sen, por ejem­plo, los incre­men­tos de des­igual­dad social que ya son impo­si­bles de negar con el argu­men­to (cier­to) de que la pobre­za mun­dial se ha redu­ci­do. La des­apa­ri­ción de la cla­se media en los paí­ses lla­ma­dos desa­rro­lla­dos es impo­si­ble de enten­der sin el impac­to de una glo­ba­li­za­ción eco­nó­mi­ca asi­mé­tri­ca, caren­te de una para­le­la gober­nan­za glo­bal.

Has­ta aho­ra, pare­cía cla­ro que si avan­zá­ba­mos hacia lo glo­bal tenía­mos que hacer­lo de mane­ra equi­li­bra­da: la eco­no­mía, sí, pero tam­bién las reglas de com­pe­ten­cia, el sis­te­ma tri­bu­ta­rio o las leyes labo­ra­les o medioam­bien­ta­les; es decir, la gober­nan­za de esa eco­no­mía tam­bién. Algu­nos inclu­so hemos defen­di­do la nece­si­dad de acom­pa­ñar la glo­ba­li­za­ción eco­nó­mi­ca con un ‘gobierno mun­dial que, en la prác­ti­ca, ha inten­ta­do ser sus­ti­tui­do por reglas comu­nes (que no siem­pre se pue­den hacer cum­plir) y orga­nis­mos mul­ti­la­te­ra­les (de efi­cien­cia dudo­sa). El resul­ta­do ha sido que los impac­tos nega­ti­vos deri­va­dos de esa incom­ple­ta gober­nan­za mun­dial han con­tri­bui­do a des­ar­bo­lar unos gobier­nos nacio­na­les sin capa­ci­dad para ata­jar las cau­sas, por glo­ba­les, y caren­tes de recur­sos sufi­cien­tes para hacer fren­te a las con­se­cuen­cias, loca­les. Esa inca­pa­ci­dad de los gobier­nos nacio­na­les ante pro­ble­mas inso­lu­bles para ellos por su esca­la, está en la base tan­to del nue­vo popu­lis­mo como del glo­ba­lis­mo de quie­nes defen­día­mos la nece­si­dad de dar un sal­to a un gobierno mun­dial.

Esa ten­sión local/global que defi­nía la polí­ti­ca, se empie­za ponien­do en cues­tión cuan­do se rom­pen los insu­fi­cien­tes esque­mas mul­ti­la­te­ra­les exis­ten­tes en favor de la bila­te­ra­li­dad, como ha hecho Trump con las nego­cia­cio­nes comer­cia­les con Chi­na. Pero se cues­tio­na, toda­vía más, cuan­do ana­li­za­mos la mane­ra en que se han abor­da­do pro­ble­mas comu­nes, ade­más de glo­ba­les, como el cam­bio cli­má­ti­co y esta­lla aho­ra con la ges­tión de la actual pan­de­mia.

Un mundo que solo es global y libre para mercancías y capitales, y mantiene las decisiones que afectan a los ciudadanos dentro de fronteras políticas nacionales, es un mundo imperfecto

El cam­bio cli­má­ti­co es, sin duda, un desa­fío que nos afec­ta a todos y que no pue­de hallar solu­ción si no es en el mar­co de medi­das inten­sas, comu­nes y de ámbi­to mun­dial. Y, sin embar­go, lle­va­mos años abor­dán­do­lo (mal) median­te con­fe­ren­cias (COP) con­vo­ca­das por la ONU, pero que son inter­gu­ber­na­men­ta­les, es decir, des­de una débil gober­nan­za que se pre­ten­de glo­bal pero que fun­da­men­ta su legi­ti­mi­dad en el vie­jo Esta­do nación, a pesar de lo imper­fec­to que este méto­do resul­ta para abor­dar una solu­ción real. Y, aho­ra, con la pan­de­mia, otro pro­ble­ma cla­ra­men­te común y glo­bal, renun­cia­mos inclu­so a la vía inter­gu­ber­na­men­tal para regre­sar direc­ta­men­te a las fron­te­ras de lo nacio­nal. Has­ta en el seno de una expe­rien­cia supra­na­cio­nal como la Unión Euro­pea, las deci­sio­nes se están adop­tan­do y apli­can­do a esca­la de Esta­­do-nación, sal­vo lo apro­ba­do por el BCE en defen­sa del euro. Un mun­do que solo es glo­bal y libre para mer­can­cías y capi­ta­les, pero que man­tie­ne las deci­sio­nes comu­nes sobre ciu­da­da­nos, tra­ba­ja­do­res y con­tri­bu­yen­tes den­tro de fron­te­ras polí­ti­cas nacio­na­les, es un mun­do imper­fec­to en el que renun­cia­mos a adop­tar medi­das efi­ca­ces ante pro­ble­mas colec­ti­vos que son los que están deci­dien­do nues­tro futu­ro, no como ciu­da­da­nos de tal o cual país, sino como raza huma­na. Pero si es, como pare­ce, lo que va a salir de esta pan­de­mia, mejor nos vamos pre­pa­ran­do. Todos. Por­que el hori­zon­te se está movien­do y más nos vale reajus­tar mapas y hojas de ruta.

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