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Ya casi no se recuer­da, pero la barria­da de Ruza­fa ori­lló has­ta hace bien poco los lími­tes de la exclu­sión. Era un barrio aban­do­na­do que coque­tea­ba con el hur­to y el nar­co­trá­fi­co, cuan­do no cosas peo­res. Los que hemos naci­do y cre­ci­do entre sus calles toda­vía lo comen­ta­mos, exul­tan­tes, mien­tras mano­sea­mos la des­co­mu­nal trans­for­ma­ción. Aho­ra Ruza­fa es de las pocas inflo­res­cen­cias que se aúpan den­tro de la ciu­dad como una selec­ta órbi­ta para la van­guar­dia cul­tu­ral. Tene­mos terra­zas, libre­rías y tien­das vin­ta­ge; col­ma­dos y locu­to­rios que se entre­la­zan con res­tau­ran­tes de moda y vino­te­cas.

Un Ruza­fa siem­pre caren­te de refe­ren­tes arqui­tec­tó­ni­cos –poco pue­de ver­se más allá de la igle­sia barro­ca de San Vale­ro–, se ha abra­za­do a sus gen­tes y la rique­za racial que tra­su­da­ba, a los micro­ne­go­cios del arte y el dise­ño, a la pun­ta de lan­za gas­tro­nó­mi­ca que, con Ricard Cama­re­na a la cabe­za, ha ubi­ca­do su man­do en pla­za entre las calles del Doc­tor oto­rrino Sum­si y del Maes­tro zar­zue­lis­ta José Serrano. Pero de entre todos los sím­bo­los del barrio, don­de de ver­dad se pal­pa el res­ta­ño de la anti­gua more­ría, es ante la figu­ra omní­mo­da de su mer­ca­do.

El mer­ca­do abrió cuan­do se roza­ban los años 60 y, como la mayo­ría de cons­truc­cio­nes de la épo­ca, se irguió como un edi­fi­cio fun­cio­nal. Todo es hor­mi­gón, des­de las vigas has­ta la cubier­ta, y poco ha podi­do hacer­se –si com­pa­ra­mos con otros mer­ca­dos más favo­re­ci­dos por su tiem­po– sal­vo pin­tar la celo­sía. Un colo­ri­do sen­ci­llo que ha tro­ca­do la apa­ren­te futi­li­dad de un cam­bio cro­má­ti­co en un acto sim­bó­li­co que deja tras­lu­cir, en su cara exte­rior, todas las his­to­rias que al Mer­ca­do de Ruza­fa toda­vía le que­dan por con­tar.

Des­de hace bien poqui­to este recu­bri­mien­to incon­fun­di­ble del mer­ca­do for­ma par­te ya de su nue­va ima­gen. Es su fla­man­te logo­ti­po, la seña de iden­ti­dad, la de la inci­pien­te pági­na web o la que lo iden­ti­fi­ca en redes socia­les. Pero más allá de un movi­mien­to de mar­ke­ting, tras este nue­vo emble­ma repo­sa la volun­tad de la Aso­cia­ción de Ven­de­do­res del Mer­ca­do de Ruza­fa de rei­vin­di­car el valor icó­ni­co que su mer­ca­do tie­ne para el barrio. A pesar de las difi­cul­ta­des ya han con­su­ma­do even­tos de coci­na en vivo, de músi­ca coral can­ta­da a cap­pe­lla por sus pasi­llos o la pre­sen­ta­ción de Rus­sa­fa Escé­ni­ca para demos­trar que aquí se osci­la en sin­to­nía y que se han subi­do al tren para asu­mir el papel de loco­mo­to­ra.

Y en esas ha segui­do la Aso­cia­ción, por­fian­do, has­ta alcan­zar el cul­men el pasa­do 19 de octu­bre en una noche de sába­do inau­di­ta en la que todo Ruza­fa se arre­mo­li­nó en su inte­rior. Ánge­la sacó su pes­ca­di­to fri­to y su all i pebre, Zuri­ta puso las palo­mi­tas y deli­ca­tes­sen, Ber­trand Mazu­rier sus excel­sos que­sos de leche cru­da por los que se pega media ciu­dadl’Horta Gour­met lus­tró sus fru­tas exó­ti­cas, Terra i Xufa su hor­cha­ta eco­ló­gi­ca, Ben Triat sus pro­duc­tos selec­tos ¡y has­ta el bar del mer­ca­do su máqui­na de café! Y aun­que me dejo a muchos, no voy a olvi­dar­me de la gran pae­lla y las cer­ve­zas con las que se regó, mien­tras la alga­ra­bía de un Ruza­fa son­rien­te escu­cha­ba Los Con­cier­tos del Mer­ca­do.

No es ya sólo que un gran mer­ca­do haya moder­ni­za­do sus comer­cios. No sim­ple­men­te que al de Ruza­fa ya hayan lle­ga­do las para­das con pro­duc­tos gour­met, las fru­tas y ver­du­ras pro­ce­den­tes de pun­tos dis­tan­tes en el atlas o que los gran­des chefs de media ciu­dad por fin lo sitúen en el mapa. Son sus vier­nes y sába­dos lle­nos de bulli­cio, del barrio que res­pi­ra en sus para­das don­de tam­bién se repa­ran bici­cle­tas, de las nue­vas pro­pues­tas socio­cul­tu­ra­les que están por venir –y ya se anun­cian– a las que nues­tro mer­ca­do va a pres­tar sus ins­ta­la­cio­nes… Atrás que­da­ron los oscu­ros años 80 en los que sien­do niño levan­ta­ba las fal­das de las seño­ras por los pasi­llos del mer­ca­do de mi barrio. Aho­ra, ami­gos, mi mer­ca­do des­can­sa tam­bién en las manos de su barrio, su gen­te, su ciu­dad y sus usua­rios.

Ya casi no se recuer­da, pero la barria­da de Ruza­fa ori­lló has­ta hace bien poco los lími­tes de la exclu­sión. Era un barrio aban­do­na­do que coque­tea­ba con el hur­to y el nar­co­trá­fi­co, cuan­do no cosas peo­res. Los que hemos naci­do y cre­ci­do entre sus calles toda­vía lo comen­ta­mos, exul­tan­tes, mien­tras mano­sea­mos la des­co­mu­nal trans­for­ma­ción. Aho­ra Ruza­fa es de las pocas inflo­res­cen­cias que se aúpan den­tro de la ciu­dad como una selec­ta órbi­ta para la van­guar­dia cul­tu­ral. Tene­mos terra­zas, libre­rías y tien­das vin­ta­ge; col­ma­dos y locu­to­rios que se entre­la­zan con res­tau­ran­tes de moda y vino­te­cas.

Un Ruza­fa siem­pre caren­te de refe­ren­tes arqui­tec­tó­ni­cos –poco pue­de ver­se más allá de la igle­sia barro­ca de San Vale­ro–, se ha abra­za­do a sus gen­tes y la rique­za racial que tra­su­da­ba, a los micro­ne­go­cios del arte y el dise­ño, a la pun­ta de lan­za gas­tro­nó­mi­ca que, con Ricard Cama­re­na a la cabe­za, ha ubi­ca­do su man­do en pla­za entre las calles del Doc­tor oto­rrino Sum­si y del Maes­tro zar­zue­lis­ta José Serrano. Pero de entre todos los sím­bo­los del barrio, don­de de ver­dad se pal­pa el res­ta­ño de la anti­gua more­ría, es ante la figu­ra omní­mo­da de su mer­ca­do.

El mer­ca­do abrió cuan­do se roza­ban los años 60 y, como la mayo­ría de cons­truc­cio­nes de la épo­ca, se irguió como un edi­fi­cio fun­cio­nal. Todo es hor­mi­gón, des­de las vigas has­ta la cubier­ta, y poco ha podi­do hacer­se –si com­pa­ra­mos con otros mer­ca­dos más favo­re­ci­dos por su tiem­po– sal­vo pin­tar la celo­sía. Un colo­ri­do sen­ci­llo que ha tro­ca­do la apa­ren­te futi­li­dad de un cam­bio cro­má­ti­co en un acto sim­bó­li­co que deja tras­lu­cir, en su cara exte­rior, todas las his­to­rias que al Mer­ca­do de Ruza­fa toda­vía le que­dan por con­tar.

Des­de hace bien poqui­to este recu­bri­mien­to incon­fun­di­ble del mer­ca­do for­ma par­te ya de su nue­va ima­gen. Es su fla­man­te logo­ti­po, la seña de iden­ti­dad, la de la inci­pien­te pági­na web o la que lo iden­ti­fi­ca en redes socia­les. Pero más allá de un movi­mien­to de mar­ke­ting, tras este nue­vo emble­ma repo­sa la volun­tad de la Aso­cia­ción de Ven­de­do­res del Mer­ca­do de Ruza­fa de rei­vin­di­car el valor icó­ni­co que su mer­ca­do tie­ne para el barrio. A pesar de las difi­cul­ta­des ya han con­su­ma­do even­tos de coci­na en vivo, de músi­ca coral can­ta­da a cap­pe­lla por sus pasi­llos o la pre­sen­ta­ción de Rus­sa­fa Escé­ni­ca para demos­trar que aquí se osci­la en sin­to­nía y que se han subi­do al tren para asu­mir el papel de loco­mo­to­ra.

Y en esas ha segui­do la Aso­cia­ción, por­fian­do, has­ta alcan­zar el cul­men el pasa­do 19 de octu­bre en una noche de sába­do inau­di­ta en la que todo Ruza­fa se arre­mo­li­nó en su inte­rior. Ánge­la sacó su pes­ca­di­to fri­to y su all i pebre, Zuri­ta puso las palo­mi­tas y deli­ca­tes­sen, Ber­trand Mazu­rier sus excel­sos que­sos de leche cru­da por los que se pega media ciu­dadl’Horta Gour­met lus­tró sus fru­tas exó­ti­cas, Terra i Xufa su hor­cha­ta eco­ló­gi­ca, Ben Triat sus pro­duc­tos selec­tos ¡y has­ta el bar del mer­ca­do su máqui­na de café! Y aun­que me dejo a muchos, no voy a olvi­dar­me de la gran pae­lla y las cer­ve­zas con las que se regó, mien­tras la alga­ra­bía de un Ruza­fa son­rien­te escu­cha­ba Los Con­cier­tos del Mer­ca­do.

No es ya sólo que un gran mer­ca­do haya moder­ni­za­do sus comer­cios. No sim­ple­men­te que al de Ruza­fa ya hayan lle­ga­do las para­das con pro­duc­tos gour­met, las fru­tas y ver­du­ras pro­ce­den­tes de pun­tos dis­tan­tes en el atlas o que los gran­des chefs de media ciu­dad por fin lo sitúen en el mapa. Son sus vier­nes y sába­dos lle­nos de bulli­cio, del barrio que res­pi­ra en sus para­das don­de tam­bién se repa­ran bici­cle­tas, de las nue­vas pro­pues­tas socio­cul­tu­ra­les que están por venir –y ya se anun­cian– a las que nues­tro mer­ca­do va a pres­tar sus ins­ta­la­cio­nes… Atrás que­da­ron los oscu­ros años 80 en los que sien­do niño levan­ta­ba las fal­das de las seño­ras por los pasi­llos del mer­ca­do de mi barrio. Aho­ra, ami­gos, mi mer­ca­do des­can­sa tam­bién en las manos de su barrio, su gen­te, su ciu­dad y sus usua­rios.

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