Duran­te miles de años, un pará­si­to sin nom­bre vivió feliz­men­te entre los mur­cié­la­gos de herra­du­ra en el sur de Chi­na. Los mur­cié­la­gos habían evo­lu­cio­na­do has­ta un pun­to del que no eran cons­cien­tes; rea­li­za­ban sus vue­los noc­tur­nos sin que nadie les moles­ta­ra. Un día, el pará­si­to ‑un ante­pa­sa­do del coro­na­vi­rus [ https://bit.ly/33Rc25e ], el sars-CoV-2- tuvo la opor­tu­ni­dad de expan­dir su rei­no. Tal vez fue un pan­go­lín, el oso hor­mi­gue­ro esca­mo­so, una espe­cie en peli­gro de extin­ción que es víc­ti­ma del ince­san­te trá­fi­co de fau­na sil­ves­tre y que se ven­de, a menu­do en secre­to, en los mer­ca­dos de ani­ma­les vivos de todo el sudes­te de Asia y Chi­na. O no. La tra­yec­to­ria gené­ti­ca sigue sin estar cla­ra. Pero para sobre­vi­vir en una nue­va espe­cie, sea cual sea, el virus tuvo que mutar drás­ti­ca­men­te. Inclu­so podría haber adqui­ri­do un seg­men­to de una cepa de coro­na­vi­rus dife­ren­te que ya habi­ta­ba en su nue­vo hués­ped (anfi­trión), trans­for­mán­do­se en un híbri­do, una ver­sión mejor y más fuer­te de sí mis­mo, un pató­geno común capaz de desa­rro­llar­se en diver­sas espe­cies. Recien­te­men­te, el coro­na­vi­rus encon­tró una nue­va espe­cie: la nues­tra. Tal vez un via­je­ro can­sa­do se fro­tó los ojos, o esta­ba ner­vio­so mor­dién­do­se las uñas, o ras­cán­do­se la nariz incons­cien­te­men­te. Una peque­ña e invi­si­ble ‘gotí­cu­la’ de virus. Una cara huma­na. Y aquí esta­mos, luchan­do con­tra una pan­de­mia glo­bal.

Los casos con­fir­ma­dos en el mun­do (aque­llos con un aná­li­sis de labo­ra­to­rio posi­ti­vo para Covid-19, la enfer­me­dad cau­sa­da por el SARS-CoV‑2), [SARS: seve­re acu­te res­pi­ra­tory syn­dro­me, en espa­ñol: “sín­dro­me res­pi­ra­to­rio agu­do gra­ve” ], se dupli­ca­ron en sie­te días, de casi dos­cien­tos tre­ce mil, el 19 de mar­zo, a cua­tro­cien­tos sesen­ta y sie­te mil, el 26 de mar­zo. Cer­ca de vein­tiún mil per­so­nas han muer­to. Los Esta­dos Uni­dos tie­nen aho­ra más casos con­fir­ma­dos que cual­quier otro país de la tie­rra, con más de ochen­ta mil el 26 de mar­zo. Estas cifras son una frac­ción del total real y des­co­no­ci­do en este país y en todo el mun­do, y las cifras segui­rán subien­do. Los cien­tí­fi­cos que están detrás de un nue­vo estu­dio, publi­ca­do a prin­ci­pios de este mes en la revis­ta , han obser­va­do que por cada caso con­fir­ma­do hay pro­ba­ble­men­te de cin­co a diez per­so­nas más en la comu­ni­dad con una infec­ción no detec­ta­da. Este, pro­ba­ble­men­te, segui­rá sien­do el caso. “Los aná­li­sis no están ni siquie­ra cer­ca de ser ade­cua­dos”, dijo uno de los auto­res del estu­dio, Jef­frey Sha­man, pro­fe­sor de cien­cias de la salud ambien­tal en la Uni­ver­si­dad de Colum­bia. Los comen­ta­rios de los médi­cos del Ser­vi­cio de Urgen­cias han esta­do cir­cu­lan­do por los medios socia­les como ben­ga­las S.O.S. Uno de ellos, de Danie­le Mac­chi­ni, médi­co de Bér­ga­mo, al nor­te de Milán, des­cri­bió la situa­ción como un “tsu­na­mi que nos ha des­bor­da­do”.

Los cien­tí­fi­cos des­cu­brie­ron por pri­me­ra vez que los coro­na­vi­rus se ori­gi­nan en los mur­cié­la­gos tras el bro­te del Sín­dro­me Res­pi­ra­to­rio Agu­do Gra­ve (SARS) en 2003. Jonathan Eps­tein, un epi­de­mió­lo­go de Eco­Health Allian­ce de Nue­va York que estu­dia los virus zoo­nó­ti­cos ‑aque­llos que pue­den sal­tar de los ani­ma­les a las per­­so­­nas- for­ma­ba par­te de un equi­po de inves­ti­ga­ción que fue a bus­car la fuen­te en la pro­vin­cia chi­na de Guang­dong, don­de se habían pro­du­ci­do diver­sos bro­tes simul­tá­neos de SARS, lo que suge­ría múl­ti­ples trans­mi­sio­nes de los ani­ma­les a las per­so­nas. Al prin­ci­pio, los fun­cio­na­rios de salud cre­ye­ron que las cive­tas de las pal­me­ras, una espe­cie simi­lar a la man­gos­ta, que se come común­men­te en algu­nas par­tes de Chi­na, eran las res­pon­sa­bles, ya que se ven­dían amplia­men­te en los mer­ca­dos rela­cio­na­dos con el bro­te de SARS, y die­ron posi­ti­vo para el virus. Pero las cive­tas cria­das en otros luga­res de Guang­dong no tenían anti­cuer­pos con­tra el virus, lo que indi­ca­ba que los ani­ma­les del mer­ca­do eran sólo un hués­ped inter­me­dia­rio y alta­men­te infec­cio­so. Eps­tein y otros sos­pe­cha­ban que los mur­cié­la­gos, que son omni­pre­sen­tes en las coli­nas rura­les y agrí­co­las de la zona, y que en ese momen­to tam­bién se ven­dían en jau­las en los mer­ca­dos de ani­ma­les vivos de Guang­dong, podrían ser el reser­vo­rio natu­ral del coro­na­vi­rus.

Los inves­ti­ga­do­res via­ja­ron por el cam­po, esta­ble­cien­do labo­ra­to­rios de cam­po den­tro de caver­nas o cavi­da­des de pie­dra cali­za y toman­do mues­tras con bas­ton­ci­llos de dece­nas de mur­cié­la­gos duran­te la noche. Des­pués de meses de inves­ti­ga­ción, el equi­po de Eps­tein des­cu­brió cua­tro espe­cies de mur­cié­la­gos de herra­du­ra que por­ta­ban coro­na­vi­rus simi­la­res a los SARS, uno de los cua­les por­ta­ba un coro­na­vi­rus que era, gené­ti­ca­men­te, más del noven­ta por cien­to coin­ci­den­te. “Se encon­tra­ron en todos los luga­res don­de había gru­pos (bro­tes) de SARS “, dijo.

Des­pués de años de seguir vigi­lan­do a los mur­cié­la­gos, los inves­ti­ga­do­res aca­ba­ron encon­tran­do un coro­na­vi­rus ante­ce­den­te direc­to de los SARS, así como cien­tos de otros coro­na­vi­rus que cir­cu­la­ban entre algu­nas de las 1.400 espe­cies de mur­cié­la­gos que viven en los seis con­ti­nen­tes. Resul­ta que los coro­na­vi­rus y otras fami­lias de virus han esta­do co-evo­­lu­­cio­­na­n­­do con los mur­cié­la­gos duran­te todo el perío­do de la civi­li­za­ción huma­na, y posi­ble­men­te mucho más tiem­po.

A medi­da que la fami­lia de coro­na­vi­rus cre­ce, dife­ren­tes cepas co-infe­c­­tan simul­tá­nea­men­te a mur­cié­la­gos a nivel indi­vi­dual, con­vir­tien­do sus peque­ños cuer­pos en mez­cla­do­res de virus, crean­do nue­vas cepas de todo tipo, algu­nas más pode­ro­sas que otras. Este pro­ce­so ocu­rre sin enfer­mar a los mur­cié­la­gos, un fenó­meno que los cien­tí­fi­cos han vin­cu­la­do a la sin­gu­lar — entre los mamí­­fe­­ros- capa­ci­dad de los mur­cié­la­gos para volar. La haza­ña se cobra un alto pre­cio (en vidas), de tal mane­ra que sus sis­te­mas inmu­no­ló­gi­cos han desa­rro­lla­do una mejor mane­ra de repa­rar el daño celu­lar y de luchar con­tra los virus sin pro­vo­car más infla­ma­ción. Pero cuan­do estos virus sal­tan a una nue­va espe­cie, ya sea un pan­go­lín o una cive­ta o un humano, el resul­ta­do pue­de ser una enfer­me­dad gra­ve, a veces mor­tal.

En 2013, la prin­ci­pal cola­bo­ra­do­ra de Eps­tein en Chi­na, Shi Zheng-Li, secuen­ció un coro­na­vi­rus encon­tra­do en mur­cié­la­gos, que, en enero, des­cu­brió que com­par­te el noven­ta y seis por cien­to de su geno­ma con el sars-CoV‑2, ‑el coro­na­vi­rus cau­san­te de la enfer­me­dad por coro­na­vi­rus (COVID-19)-. Los dos virus tie­nen un ante­pa­sa­do común que se remon­ta a entre trein­ta y cin­cuen­ta años, pero la ausen­cia de una coin­ci­den­cia per­fec­ta sugie­re que se pro­du­jo una nue­va muta­ción en otras colo­nias de mur­cié­la­gos, y lue­go en un hués­ped (anfi­trión) inter­me­dio. Cuan­do se anun­cia­ron por pri­me­ra vez cua­ren­ta y un casos gra­ves de neu­mo­nía en Wuhan, en diciem­bre, muchos de ellos esta­ban rela­cio­na­dos con un mer­ca­do de ani­ma­les vivos con una noto­ria sec­ción de fau­na sil­ves­tre. Los ani­ma­les se api­lan en jau­las ‑los cone­jos enci­ma de las cive­tas, a su vez enci­ma de los tejo­­nes-turón chi­nos. “Lo que no es más que un inter­cam­bio gra­vi­ta­to­rio de mate­ria fecal y virus”, dijo Eps­tein. Las auto­ri­da­des chi­nas infor­ma­ron de que hicie­ron aná­li­sis a ani­ma­les en el mer­ca­do ‑todos los cua­les die­ron resul­ta­do nega­­ti­­vo- pero no han espe­ci­fi­ca­do a qué ani­ma­les hicie­ron aná­li­sis, infor­ma­ción que es cru­cial para el detec­ti­ves­co tra­ba­jo de Eps­tein. Las auto­ri­da­des encon­tra­ron más tar­de el virus en mues­tras toma­das de las mesas y cana­le­tas del mer­ca­do. Pero, debi­do a que no todos los pri­me­ros pacien­tes esta­ban vin­cu­la­dos al mer­ca­do, ni esta­ban conec­ta­dos unos con otros, Eps­tein dijo, “se plan­teó la cues­tión de que, bueno, qui­zá esos cua­ren­ta y un casos no fue­ran los pri­me­ros”.

Los aná­li­sis del geno­ma del sars-CoV‑2 indi­can un úni­co even­to de dise­mi­na­ción, lo que sig­ni­fi­ca que el virus sal­tó una sola vez de un ani­mal a una per­so­na, lo que hace pro­ba­ble que el virus estu­vie­ra cir­cu­lan­do entre per­so­nas ya antes de diciem­bre. A menos que se publi­que más infor­ma­ción sobre los ani­ma­les del mer­ca­do de Wuhan, la cade­na de trans­mi­sión pue­de que nun­ca que­de cla­ra. Sin embar­go, hay nume­ro­sas posi­bi­li­da­des. Un caza­dor de mur­cié­la­gos o un tra­fi­can­te de ani­ma­les sal­va­jes podría haber lle­va­do el virus al mer­ca­do. Los pan­go­li­nes, resul­ta que son por­ta­do­res de un coro­na­vi­rus, que podrían haber reco­gi­do de los mur­cié­la­gos hace años, y que es, en una par­te cru­cial de su geno­ma, vir­tual­men­te idén­ti­co al sars-CoV‑2. Pero nadie ha encon­tra­do aún prue­bas de que los pan­go­li­nes estu­vie­ran pre­sen­tes en el mer­ca­do de Wuhan, o siquie­ra de que los ven­de­do­res de allí tra­fi­ca­ran con pan­go­li­nes. “Hemos crea­do cir­cuns­tan­cias en nues­tro mun­do que, de algu­na mane­ra, per­mi­ten que estos virus, que de otra for­ma no se sabría que cau­sen nin­gún pro­ble­ma, entren en las pobla­cio­nes huma­nas”, me dijo Mark Deni­son, el direc­tor de enfer­me­da­des infec­cio­sas pediá­tri­cas del Ins­ti­tu­to de Infec­ción, Inmu­no­lo­gía e Infla­ma­ción del Cen­tro Médi­co de la Uni­ver­si­dad de Van­der­bilt. “Y este (virus) resul­tó que dijo, ‘Yo aquí estoy muy bien’.”

Según los inves­ti­ga­do­res de los Labo­ra­to­rios de las Mon­ta­ñas Roco­sas (Rocky Moun­tain Labo­ra­to­ries), en EE.UU., algu­nas par­tí­cu­las vira­les per­ma­ne­cen via­bles has­ta cua­tro horas en el cobre, vein­ti­cua­tro horas en el car­tón y seten­ta y dos horas en el plás­ti­co y el ace­ro inoxi­da­ble, aun­que el núme­ro de par­tí­cu­las via­bles comien­za a dis­mi­nuir en minu­tos.

El nue­vo coro­na­vi­rus es un ase­sino escu­rri­di­zo. Como la gen­te nun­ca ha vis­to esta cepa antes, hay gran par­te de ella que sigue sien­do un mis­te­rio. Pero, en las últi­mas sema­nas, la inves­ti­ga­ción gené­ti­ca, las imá­ge­nes a nivel ató­mi­co, los mode­los infor­má­ti­cos y las inves­ti­ga­cio­nes pre­vias sobre otros tipos de coro­na­vi­rus, inclui­dos los SARS (el actual ‘sín­dro­me res­pi­ra­to­rio agu­do gra­ve de Covid-19), MERS (sín­dro­me res­pi­ra­to­rio de Orien­te Medio), han ayu­da­do a los inves­ti­ga­do­res a apren­der rápi­da­men­te una can­ti­dad extra­or­di­na­ria sobre lo que podría espe­cí­fi­ca­men­te tra­tar­lo o erra­di­car­lo, a tra­vés de medi­das de dis­tan­cia­mien­to social, medi­ca­men­tos anti­vi­ra­les y, final­men­te, una vacu­na. Des­de enero, se han publi­ca­do casi ocho­cien­tos artícu­los sobre el virus en BIOR­xiv, un ser­vi­dor de ‘pre-publi­­ca­­ción’ para estu­dios que aún no han sido revi­sa­dos por pares. Más de un millar de secuen­cias genó­mi­cas del coro­na­vi­rus, pro­ce­den­tes de dife­ren­tes casos en todo el mun­do, se han com­par­ti­do en bases de datos públi­cas. “Es una locu­ra”, me dijo Kris­tian Ander­sen, un pro­fe­sor del Depar­ta­men­to de Inmu­no­lo­gía y Micro­bio­logy de Scripps Research. “Casi todo el cam­po cien­tí­fi­co se cen­tra aho­ra en este virus. Esta­mos hablan­do de una situa­ción casi béli­ca”.

Hay un sin­fín de virus entre noso­tros, hechos de ARN o ADN. Los virus de ADN, que exis­ten en mucha mayor abun­dan­cia en todo el pla­ne­ta, son capa­ces de cau­sar enfer­me­da­des sis­té­mi­cas que son endé­mi­cas, laten­tes y per­sis­ten­tes, como los virus del her­pes (que inclu­ye la vari­ce­la), la hepa­ti­tis B y los virus del papi­lo­ma que cau­san cán­cer. “Los virus de ADN son los que viven con noso­tros y se que­dan con noso­tros”, dijo Deni­son. “Son para toda la vida”. Los retro­vi­rus, como el V.I.H., tie­nen ARN en su geno­ma pero se com­por­tan como virus de ADN en el anfi­trión. Los virus de ARN, por otro lado, tie­nen estruc­tu­ras más sim­ples y mutan rápi­da­men­te. “Los virus mutan rápi­da­men­te, y pue­den rete­ner ras­gos ven­ta­jo­sos”, me dijo Eps­tein. “Un virus que es más pro­mis­cuo, más gene­ra­lis­ta, que pue­de habi­tar y pro­pa­gar­se en muchos otros anfi­trio­nes, tie­ne en defi­ni­ti­va mejo­res opor­tu­ni­da­des de super­vi­ven­cia”. Tam­bién tien­den a cau­sar epi­de­mias, —como el saram­pión, el Ébo­la, el Zika y una serie de infec­cio­nes res­pi­ra­to­rias, como la gri­pe y los coro­na­vi­rus. Paul Tur­ner, un pro­fe­sor de eco­lo­gía y bio­lo­gía evo­lu­ti­va de la Uni­ver­si­dad de Yale, me dijo, “Son los que más nos sor­pren­den y hacen más daño”.

Los cien­tí­fi­cos des­cu­brie­ron la fami­lia de los coro­na­vi­rus en los años cin­cuen­ta, mien­tras obser­va­ban a tra­vés de los pri­me­ros micros­co­pios elec­tró­ni­cos las mues­tras toma­das de pollos que sufrían de bron­qui­tis infec­cio­sa. El ARN del coro­na­vi­rus, su códi­go gené­ti­co, está envuel­to en tres tipos dife­ren­tes de pro­teí­nas, una de las cua­les cubre la super­fi­cie del virus con espí­cu­las en for­ma de hon­go, dan­do al virus el aspec­to epó­ni­mo de una ‘coro­na’. Los cien­tí­fi­cos encon­tra­ron otros coro­na­vi­rus que cau­sa­ban enfer­me­da­des en cer­dos y vacas, y lue­go, a media­dos de los años sesen­ta, dos más que cau­sa­ban un res­fria­do común en las per­so­nas. (Más tar­de, una amplia inves­ti­ga­ción iden­ti­fi­có otros dos coro­na­vi­rus huma­nos, res­pon­sa­bles de los res­fria­dos). Estos cua­tro virus del res­fria­do común podrían haber pro­ve­ni­do, hace mucho tiem­po, de ani­ma­les, pero aho­ra son virus ente­ra­men­te huma­nos, res­pon­sa­bles del quin­ce al trein­ta por cien­to de los res­fria­dos esta­cio­na­les en un año dado. Noso­tros somos su reser­vo­rio natu­ral, al igual que los mur­cié­la­gos son el reser­vo­rio natu­ral de cien­tos de otros coro­na­vi­rus. Pero, como no pare­cían cau­sar enfer­me­da­des gra­ves, fue­ron igno­ra­dos en su mayo­ría. En 2003, una conferencia(congreso) sobre nido-vira­­les (el orden taxo­nó­mi­co al que per­te­ne­cen los coro­na­vi­rus) estu­vo a pun­to de ser can­ce­la­da, debi­do a fal­ta de inte­rés. Enton­ces sur­gie­ron las MERS, que sal­ta­ron de los mur­cié­la­gos a las cive­tas y de ahí a las per­so­nas. La con­fe­ren­cia se lle­nó y ago­tó sus pla­zas.

El SARS está estre­cha­men­te rela­cio­na­do con el nue­vo virus al que nos enfren­ta­mos actual­men­te. Mien­tras que los coro­na­vi­rus del res­fria­do común tien­den a infec­tar sólo las vías res­pi­ra­to­rias supe­rio­res (prin­ci­pal­men­te la nariz y la gar­gan­ta), lo que los hace alta­men­te con­ta­gio­sos, los SARS infec­tan prin­ci­pal­men­te el sis­te­ma res­pi­ra­to­rio infe­rior (los pul­mo­nes), y por lo tan­to cau­san una enfer­me­dad mucho más letal, con una tasa de mor­ta­li­dad de apro­xi­ma­da­men­te el 10%. (El MERS, que sur­gió en Ara­bia Sau­di­ta en 2012 y se trans­mi­tió de mur­cié­la­gos a came­llos y de ellos a per­so­nas, tam­bién cau­só una gra­ve enfer­me­dad en el sis­te­ma res­pi­ra­to­rio infe­rior, con una tasa de mor­ta­li­dad del 37%). El sars-CoV‑2 (Covid-19), se com­por­ta como un mons­truo­so híbri­do mutan­te de todos los coro­na­vi­rus huma­nos que le pre­ce­die­ron. Pue­de infec­tar y repli­car­se en todas nues­tras vías res­pi­ra­to­rias. “Por eso es tan malo”, me dijo Stan­ley Perl­man, un pro­fe­sor de micro­bio­lo­gía e inmu­no­lo­gía que ha estu­dia­do los coro­na­vi­rus duran­te más de tres déca­das. “Tie­ne la menor gra­ve­dad en las vías res­pi­ra­to­rias infe­rio­res, pro­pias de los coro­na­vi­rus de SARS y MERS, y la trans­mi­si­bi­li­dad de los coro­na­vi­rus del res­fria­do.”

Una de las razo­nes por las que el sars-CoV‑2 pue­de ser tan ver­sá­til y, por lo tan­to, tan exi­to­so, tie­ne que ver con su par­ti­cu­lar talen­to para unir­se y fusio­nar­se con las célu­las pul­mo­na­res. Todos los coro­na­vi­rus usan sus pro­teí­nas de espí­cu­las para entrar en las célu­las huma­nas, a tra­vés de un com­ple­jo pro­ce­so de varios pasos. En pri­mer lugar, si uno se ima­gi­na la for­ma de seta de la ‘espí­cu­la’, el som­bre­re­te actúa como una lla­ve mole­cu­lar, que enca­ja en las cerra­du­ras de nues­tras célu­las. Los cien­tí­fi­cos lla­man a estas cerra­du­ras recep­to­res. En el sars-CoV‑2, el som­bre­re­te se une per­fec­ta­men­te a un recep­tor lla­ma­do ACE‑2, que se pue­de encon­trar en varias par­tes del cuer­po humano, inclu­yen­do los pul­mo­nes y las célu­las del riñón. Los coro­na­vi­rus ata­can al sis­te­ma res­pi­ra­to­rio por­que sus recep­to­res ACE‑2 son muy acce­si­bles al mun­do exte­rior. “El virus sim­ple­men­te sal­ta”, me dijo Perl­man, “mien­tras que no es fácil lle­gar al riñón”.

Aun­que el pri­mer virus SARS se unía al recep­tor ACE‑2, el sars-CoV‑2 se une a él diez veces más efi­cien­te­men­te, me dijo Kizz­me­kia Cor­bett, la líder cien­tí­fi­ca del pro­gra­ma de coro­na­vi­rus en el Cen­tro de Inves­ti­ga­ción de Vacu­nas de los Ins­ti­tu­tos Nacio­na­les de Salud. “El sars-CoV‑2 tam­bién pare­ce tener una capa­ci­dad úni­ca, que no tenían los SARS y MERS, de usar enzi­mas de nues­tro teji­do humano, inclu­yen­do una, amplia­men­te dis­po­ni­ble en nues­tros cuer­pos, lla­ma­da furi­na (una pro­teí­na que en los huma­nos está codi­fi­ca­da por el gen FURIN) para sepa­rar el som­bre­re­te de la espí­cu­la de la pro­teí­na de su tallo. Sólo enton­ces pue­de el tallo fusio­nar la mem­bra­na del virus y la mem­bra­na de la célu­la huma­na, per­mi­tien­do al virus escu­pir su ARN den­tro de la célu­la. De acuer­do con Lisa Gra­lins­ki, pro­fe­so­ra asis­ten­te en el Depar­ta­men­to de Epi­de­mio­lo­gía de la Uni­ver­si­dad de Caro­li­na del Nor­te en Cha­pel Hill, esta capa­ci­dad tur­bo­ali­men­ta­da de unir­se al recep­tor ACE‑2, y de usar enzi­mas huma­nas para acti­var la fusión, “podría con­tri­buir mucho a la trans­mi­si­bi­li­dad de este nue­vo virus y a la siem­bra de infec­cio­nes a nivel supe­rior”.

Una vez que un coro­na­vi­rus entra en una per­so­na, se alo­ja en el sis­te­ma res­pi­ra­to­rio supe­rior y secues­tra el hard­wa­re de la célu­la, se repli­ca rápi­da­men­te. Cuan­do la mayo­ría de los virus de ARN se repli­can en un hués­ped (anfi­trión), el pro­ce­so es rápi­do y poco pre­ci­so (se hace de cual­quier mane­ra), ya que no tie­nen nin­gún meca­nis­mo de correc­ción. Esto pue­de con­du­cir a muta­cio­nes fre­cuen­tes y alea­to­rias. “Pero la gran mayo­ría de esas muta­cio­nes sim­ple­men­te matan el virus inme­dia­ta­men­te”, me dijo Ander­sen. A dife­ren­cia de otros virus ARN, sin embar­go, los coro­na­vi­rus tie­nen cier­ta capa­ci­dad para com­pro­bar si hay erro­res cuan­do se repli­can. “Tie­nen una enzi­ma que de hecho corri­ge los erro­res”, me dijo Deni­son.

El coro­na­vi­rus se une a las célu­las anfi­trio­nas y se fusio­na con la mem­bra­na de la célu­la, libe­ran­do su geno­ma viral y secues­tran­do la maqui­na­ria de la célu­la para dupli­car su ARN y crear nue­vas pro­teí­nas vira­les. El ARN y las pro­teí­nas se empa­que­tan en nue­vas par­tí­cu­las vira­les, que se excre­tan de la célu­la para infec­tar más célu­las.

Un virus se repli­ca con el fin de des­pren­der­se de su hués­ped (anfi­trión), —a tra­vés de mocos, muco­si­dad, fle­mas e inclu­so nues­tro alien­to—, lo antes posi­ble, en gran­des can­ti­da­des, para poder seguir pro­pa­gán­do­se. El coro­na­vi­rus resul­ta ser un fan­tás­ti­co pro­pa­ga­dor. Un estu­dio [ https://bit.ly/33SFEzi ] pre­li­mi­nar de inves­ti­ga­do­res ale­ma­nes, publi­ca­do a prin­ci­pios de este mes, y uno de los pri­me­ros fue­ra de Chi­na en exa­mi­nar los datos de pacien­tes diag­nos­ti­ca­dos con Covid-19, encon­tró prue­bas cla­ras de que las per­so­nas infec­ta­das excre­tan (expulsan/propagan) el coro­na­vi­rus a tasas sig­ni­fi­ca­ti­vas antes de desa­rro­llar sín­to­mas. En efec­to, —posi­ble­men­te debi­do a esa capa­ci­dad tur­bo­ali­men­ta­da de unir­se y fusio­nar­se a nues­tras célu­las—, el virus lle­va una capa invi­si­ble. Los cien­tí­fi­cos esti­ma­ron [ https://bit.ly/3dN4SDU ], recien­te­men­te que los casos no docu­men­ta­dos de Covid-19, o per­so­nas infec­ta­das con sín­to­mas leves, son en un 55% igual de con­ta­gio­sos que los casos gra­ves. Otro des­cu­brió que en los casos más gra­ves (que requie­ren hos­pi­ta­li­za­ción), los pacien­tes siguen excre­tan­do el virus de sus vías res­pi­ra­to­rias duran­te un perío­do de has­ta trein­ta y sie­te días.

Fue­ra de un hués­ped (anfi­trión), en el pur­ga­to­rio para­si­ta­rio, un virus es iner­te, no está del todo vivo, pero tam­po­co muer­to. Cien millo­nes de par­tí­cu­las de coro­na­vi­rus podrían caber en la cabe­za de un alfi­ler ‑típi­ca­men­te, miles o dece­nas de miles son nece­sa­rias para infec­tar a un ani­mal o a una per­­so­­na- y podrían per­ma­ne­cer via­bles duran­te lar­gos perío­dos. Los inves­ti­ga­do­res de la Virus Eco­logy Unit of Rocky Moun­tain Labo­ra­to­ries (Uni­dad de Eco­lo­gía Virí­ca de los Labo­ra­to­rios de las Mon­ta­ñas Roco­sas), en Mon­ta­na, EE.UU., una ins­ta­la­ción vin­cu­la­da al Ins­ti­tu­to Nacio­nal de Aler­gias y Enfer­me­da­des Infec­cio­sas, han obser­va­do que el virus pue­de per­ma­ne­cer en el cobre duran­te cua­tro horas, en un tro­zo de car­tón duran­te vein­ti­cua­tro horas, y en el plás­ti­co o el ace­ro inoxi­da­ble has­ta tres días. Tam­bién encon­tra­ron que el virus pue­de sobre­vi­vir, duran­te tres horas, flo­tan­do en el aire, trans­mi­ti­do por las dimi­nu­tas gotí­cu­las res­pi­ra­to­rias que una per­so­na infec­ta­da exha­la, estor­nu­da o tose. (Otras inves­ti­ga­cio­nes sugie­ren que el virus podría exis­tir en for­ma de aero­sol, pero sólo en . Sin embar­go, la mayo­ría de las par­tí­cu­las del virus pare­cen per­der su viru­len­cia con bas­tan­te rapi­dez. La ven­ta­na de infec­ción es más alta en los pri­me­ros diez minu­tos. Aun así, el ries­go de infec­ción ha con­ver­ti­do a muchos de noso­tros, com­pren­si­ble­men­te, en ger­mó­fo­bos.

El coro­na­vi­rus entra en el cuer­po a tra­vés de la boca, los ojos y la nariz, y lue­go se diri­ge a los pul­mo­nes, don­de las par­tí­cu­las se repli­can. Se trans­mi­te prin­ci­pal­men­te a otros a tra­vés de la tos y los estor­nu­dos.

Lo úni­co que quie­re un virus es una cade­na inter­mi­na­ble de hués­pe­des (anfi­trio­nes). El con­ta­gio es el obje­ti­vo final evo­lu­ti­vo. Basán­do­se en los expe­ri­men­tos rea­li­za­dos has­ta aho­ra, los inves­ti­ga­do­res esti­man que el covid-19 es lige­ra­men­te más trans­mi­si­ble que la gri­pe común y menos trans­mi­si­ble que los virus más infec­cio­sos, como el saram­pión, con el que una sola per­so­na enfer­ma pue­de infec­tar a unas doce per­so­nas más. Es pro­ba­ble que haya ‘súper pro­pa­ga­do­res’ de coro­na­vi­rus, per­so­nas que, por algu­na razón, son casi total­men­te asin­to­má­ti­cas pero trans­mi­ten la enfer­me­dad a muchas otras per­so­nas. Pero deter­mi­nar una tasa de infec­ción exac­ta, en este pun­to, es una tarea impo­si­ble. “Ten­de­mos a cen­trar­nos en estas cifras abso­lu­tas como si nos estu­vie­ran dicien­do lo preo­cu­pa­dos que debe­ría­mos estar”, dijo Deni­son. “Mira, es como una inun­da­ción. Ya sabes, ¿lle­ga has­ta las rodi­llas o has­ta la bar­bi­lla? No impor­ta. Ten­go que hacer algo para ase­gu­rar­me de que no voy a con­du­cir mi coche hacia la inun­da­ción.”

En muchos luga­res, ya nos hemos meti­do en la inun­da­ción. Mien­tras cien­tos de per­so­nas mue­ren cada día, los hos­pi­ta­les se están que­dan­do sin sumi­nis­tros, sin camas y sin res­pi­ra­do­res. En estos casos gra­ves de covid 19, según los cono­ci­mien­tos actua­les de los cien­tí­fi­cos, la enfer­me­dad pue­de tener más que ver con una res­pues­ta inmu­no­ló­gi­ca des­or­de­na­da al virus que con cual­quier otra cosa. Debi­do a que el virus pue­de afian­zar­se en nues­tro sis­te­ma res­pi­ra­to­rio infe­rior mien­tras sigue usan­do esa capa invi­si­ble, “bási­ca­men­te le gana la mano (se anti­ci­pa) al sis­te­ma inmu­no­ló­gi­co y comien­za a repli­car­se dema­sia­do rápi­do”, dijo Perl­man. Cuan­do el sis­te­ma inmu­no­ló­gi­co final­men­te regis­tra su pre­sen­cia, pue­de meter la direc­ta, y enviar todo su arse­nal para ata­car, dado que no tie­ne anti­cuer­pos espe­cí­fi­cos para luchar con­tra estos nue­vos y extra­ños inva­so­res. “Es como echar­le gaso­li­na al fue­go”, me dijo Deni­son. El teji­do pul­mo­nar se hin­cha y se lle­na de líqui­do. La res­pi­ra­ción se cons­tri­ñe, así como el inter­cam­bio de oxí­geno. “La res­pues­ta inmu­ne del hués­ped (anfi­trión) se dis­pa­ra a un nivel tan extre­mo que, lue­go, va apro­ve­chan­do su pro­pio efec­to mul­ti­pli­ca­dor y se acu­mu­la has­ta que final­men­te el cuer­po entra en una espe­cie de shock”, dijo Gra­lins­ki. Es casi como una enfer­me­dad auto­in­mu­ne; el sis­te­ma inmu­no­ló­gi­co está ata­can­do par­tes del cuer­po que no debe­ría.

Este tipo de res­pues­ta podría ser la razón por la que los ancia­nos son, en gene­ral, más vul­ne­ra­bles al covid-19, al igual que lo fue­ron al bro­te de SARS en 2003. (En ese bro­te, casi no hubo muer­tes entre los niños meno­res de 13 años y, cuan­do los niños enfer­ma­ron, la enfer­me­dad fue, en pro­me­dio, más leve que la que afec­tó a los adul­tos). Al estu­diar los SARS en mode­los de rato­nes, Deni­son me dijo que había obser­va­do un fenó­meno cono­ci­do como “senes­cen­cia inmu­ne”, en el que los rato­nes de mayor edad ya no tenían capa­ci­dad de res­pon­der de mane­ra equi­li­bra­da a un nue­vo virus; la reac­ción exa­ge­ra­da de sus sis­te­mas inmu­no­ló­gi­cos hacía enton­ces la enfer­me­dad aún más gra­ve. Esto tam­bién ocu­rrió en algu­nos de los peo­res casos duran­te el pri­mer bro­te de SARS, dijo Deni­son, y expli­ca por qué los medi­ca­men­tos anti­vi­ra­les pue­den ser sig­ni­fi­ca­ti­va­men­te más efi­ca­ces al comien­zo de la enfer­me­dad, antes de que el sis­te­ma inmu­no­ló­gi­co haya teni­do la opor­tu­ni­dad de cau­sar estra­gos.

En la últi­ma déca­da, el labo­ra­to­rio de Deni­son y sus cola­bo­ra­do­res de la Uni­ver­si­dad de Caro­li­na del Nor­te han esta­do inves­ti­gan­do los tra­ta­mien­tos anti­vi­ra­les para encon­trar algo que fun­cio­na­ra no sólo con­tra SARS y MERS sino tam­bién con­tra un nue­vo coro­na­vi­rus que, sabían, lle­ga­ría inevi­ta­ble­men­te. Jun­tos, lle­va­ron a cabo gran par­te de las pri­me­ras inves­ti­ga­cio­nes sobre el medi­ca­men­to aho­ra cono­ci­do como Rem­de­si­vir, que actual­men­te está sien­do desa­rro­lla­do por Gilead y en estu­dios sobre pacien­tes infec­ta­dos, y otro com­pues­to far­ma­co­ló­gi­co anti­vi­ral, cono­ci­do como NHC. Ambos fár­ma­cos, en mode­los ani­ma­les, fue­ron capa­ces de rodear, evi­tar o blo­quear la fun­ción de correc­ción del coro­na­vi­rus, lo que ayu­dó a impe­dir que el virus se repli­ca­ra con éxi­to en el orga­nis­mo. “Fun­cio­na­ron muy efi­caz­men­te con­tra todos los coro­na­vi­rus que hemos pro­ba­do”, me dijo Deni­son.

Es pro­ba­ble que los coro­na­vi­rus ten­gan esa enzi­ma correc­to­ra por­que son enor­mes ‑uno de los mayo­res virus de ARN que exis­­ten- y nece­si­tan un meca­nis­mo que man­ten­ga una estruc­tu­ra genó­mi­ca tan lar­ga. Des­de nues­tra pers­pec­ti­va, la ven­ta­ja de un geno­ma tan gran­de, me dijo Ander­sen, “es que cuan­tos más genes y subs­tan­cias pro­teí­ni­cas ten­ga un virus, más opor­tu­ni­da­des tene­mos de dise­ñar tra­ta­mien­tos espe­cí­fi­cos con­tra ellos”. Por ejem­plo, la capa­ci­dad úni­ca del virus para uti­li­zar la enzi­ma huma­na Furi­na (una pro­teí­na que en los huma­nos está codi­fi­ca­da por el gen FURIN), resul­ta pro­me­te­do­ra para (obte­ner) fár­ma­cos anti­vi­ra­les que actúan como inhi­bi­do­res de la furi­na.

El Covid-19, mien­tras siga sien­do nue­vo para noso­tros los anfi­trio­nes, segui­rá cau­san­do infec­ción gene­ra­li­za­da y muer­tes. Pero, dijo Eps­tein, “Con el tiem­po, a medi­da que los virus evo­lu­cio­nan jun­to con sus hábi­tats natu­ra­les, tien­den a cau­sar enfer­me­da­des menos gra­ves. Y eso es bueno tan­to para el anfi­trión como para el virus”. Las cepas más viru­len­tas podrían fun­dir­se (lo cual, sin embar­go, sig­ni­fi­ca muchas más muer­tes terri­bles), mien­tras que los demás anfi­trio­nes podrían desa­rro­llar cier­ta inmu­ni­dad. De for­ma más inme­dia­ta y urgen­te, la esta­bi­li­dad del virus –has­ta qué pun­to está pro­li­fe­ran­do entre noso­tros aho­ra mis­mo, y mutan­do sólo míni­­ma­­me­n­­te- es un buen augu­rio para el buen com­por­ta­mien­to de los fár­ma­cos anti­vi­ra­les y, en defi­ni­ti­va, de una vacu­na. Si el cre­cien­te núme­ro de medi­das de miti­ga­ción ‑este con­fi­na­mien­to nacio­nal e inter­na­cio­nal sin pre­­ce­­de­n­­tes- se man­tie­ne duran­te el tiem­po sufi­cien­te, la velo­ci­dad de pro­pa­ga­ción del virus debe­ría dis­mi­nuir, lo que supon­dría un ali­vio para los hos­pi­ta­les y el per­so­nal sani­ta­rio. “El virus es nues­tro maes­tro”, me dijo Deni­son. Ha pasa­do miles de años evo­lu­cio­nan­do para lle­gar a don­de está. Lo úni­co que esta­mos hacien­do es correr para alcan­zar­lo.

Fue el labo­ra­to­rio de Deni­son en Van­der­bilt el pri­me­ro en con­fir­mar, en expe­ri­men­tos con virus vivos, la exis­ten­cia de esta enzi­ma, que con­vier­te a los coro­na­vi­rus, en cier­to modo, en astu­tos mutan­tes. Los virus pue­den per­ma­ne­cer esta­bles en un hués­ped (anfi­trión) cuan­do no exis­te una pre­sión selec­ti­va para cam­biar, pero evo­lu­cio­nan rápi­da­men­te cuan­do es nece­sa­rio. Cada vez que sal­tan a una nue­va espe­cie, por ejem­plo, son capa­ces de trans­for­mar­se rápi­da­men­te para sobre­vi­vir en el nue­vo entorno, con su nue­va fisio­lo­gía y un nue­vo sis­te­ma inmu­no­ló­gi­co para luchar. Sin embar­go, una vez que el virus se pro­pa­ga fácil­men­te den­tro de una espe­cie, su acti­tud es: “Aquí estoy feliz, estoy bien, no hay nece­si­dad de cam­biar”, dijo Deni­son. Eso pare­ce estar suce­dien­do aho­ra en los huma­nos; a medi­da que el sars-CoV‑2 cir­cu­la por el glo­bo, hay lige­ras varia­cio­nes entre sus cepas, pero nin­gu­na de ellas pare­ce afec­tar el com­por­ta­mien­to del virus. “Este no es un virus que esté en pro­ce­so de adap­ta­ción rápi­da. Es como el mejor coche de (carre­ras) de Las 500 Millas de India­ná­po­lis. Va el pri­me­ro y no hay nin­gún obs­tácu­lo en su camino. Así que no tie­ne nin­gu­na ven­ta­ja hacer cam­bios en el coche.”    


Carolyn Kor­mann es escri­to­ra de The New Yor­ker. Este artícu­lo, que por su inte­rés repro­du­ci­mos, fue publi­ca­do ori­gi­na­ria­men­te en .

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