Que­dan pocos luga­res que se man­ten­gan en el tiem­po en una ciu­dad de cons­tan­tes aper­tu­ras y már­ge­nes jus­tos para sos­te­ner nego­cios gas­tro­nó­mi­cos. Y resis­ten menos aún pro­pues­tas sen­ci­llas, que no admi­tan reser­vas y se ubi­quen en un local peque­ño y sin ape­nas rin­co­nes don­de reco­no­cer­se en una foto­gra­fía hecha ex pro­fe­so para com­par­tir en las redes socia­les.

Y al igual que este tipo de sitios esca­sean, tam­bién muchos gus­tos sue­len des­pla­zar­se a terri­to­rios muy mar­ca­dos (Ruza­fa, Gran Vía, Cor­tes Valen­cia­nas, Ara­gón). Olvi­dan­do que muchas de las cosas comen­za­ron en Ciu­tat Vella. Y que esa par­te de la ciu­dad per­mi­te comer rodea­do de his­to­ria de dece­nas de siglos.

 

Lee el repor­ta­je com­ple­to de David Blay en el Alma­na­que Gas­tro­nó­mi­co CV

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