La Pepi­ca, uno de los res­tau­ran­tes his­tó­ri­cos de la pla­ya de Valen­cia.

… y cómo la pandemia va a cambiarlos

El 9 de abril de 2020 fue el día más negro del sec­tor de la res­tau­ra­ción. La impo­si­ción de con­fi­na­mien­tos para con­te­ner la pro­pa­ga­ción de la covid-19, jun­to con el deseo de la gen­te de evi­tar volun­ta­ria­men­te a los demás, hizo que ese jue­ves en Esta­dos Uni­dos, Aus­tra­lia, Gran Bre­ta­ña, Cana­dá, Ale­ma­nia, Irlan­da o Méxi­co se redu­je­ran a cero las reser­vas rea­li­za­das a tra­vés de Open­Ta­ble, una web de res­tau­ran­tes don­de nor­mal­men­te las reser­vas se cuen­tan por millo­nes. Aho­ra, cuan­do las eco­no­mías se abren, muchos res­tau­ran­tes, inclu­so los más ele­gan­tes, se enfren­tan a la esca­sez de mano de obra. Le Gavro­che, una de las ofer­tas fran­ce­sas más lujo­sas de Lon­dres, ha teni­do que sus­pen­der el ser­vi­cio de comi­das y ha per­di­do a su direc­tor gene­ral.

La covid ha pues­to freno a una expan­sión asom­bro­sa. En el perío­do 2010–2019, el núme­ro de res­tau­ran­tes con licen­cia para bebi­das alcohó­li­cas cre­ció en Gran Bre­ta­ña un 26%. Los esta­dou­ni­den­ses gas­ta­ron por pri­me­ra vez en comer fue­ra más de la mitad de su pre­su­pues­to total para ali­men­ta­ción. De Hong Kong a Los Ánge­les, las per­so­nas con recur­sos alqui­la­ron cada vez con menos repa­ros apar­ta­men­tos sin coci­na: ¿para qué moles­tar­se en coci­nar si era tan fácil con­se­guir fue­ra comi­da bue­na?

Tras que­dar­se sin res­tau­ran­tes, la gen­te se ha dado cuen­ta de lo mucho que los valo­ra. Comer fue­ra satis­fa­ce unas nece­si­da­des que pare­cen fun­da­men­ta­les en la natu­ra­le­za huma­na. Las per­so­nas tie­ne nece­si­dad de que­dar unas con otras, cerrar tra­tos y ver­se. En un buen res­tau­ran­te es posi­ble via­jar sin via­jar, o sen­ci­lla­men­te sen­tir­se mima­do.

Tras quedarse sin restaurantes, la gente se ha dado cuenta de lo mucho que los valora: las personas tiene necesidad de quedar unas con otras, cerrar tratos y verse. En un buen restaurante es posible viajar sin viajar…

Sin embar­go, los res­tau­ran­tes, en su for­ma actual, tie­nen a lo sumo unos pocos cien­tos de años. No satis­fa­cen nin­gún impul­so pri­mi­ti­vo, sino los de deter­mi­na­dos tipos de socie­da­des. Las fuer­zas eco­nó­mi­cas y socia­les, des­de la refor­ma polí­ti­ca has­ta los cam­bios en los mer­ca­dos labo­ra­les pasan­do por la urba­ni­za­ción, han crea­do la ofer­ta y deman­da de res­tau­ran­tes. Esa his­to­ria tam­bién nos indi­ca cómo podría ser su futu­ro en un mun­do pos­pan­dé­mi­co.

La gen­te lle­va mucho tiem­po comien­do fue­ra de casa. Los arqueó­lo­gos han con­ta­bi­li­za­do 158 can­ti­nas en Pom­pe­ya, ciu­dad des­trui­da por un vol­cán en el año 79; es decir, una por cada 60–100 habi­tan­tes, una pro­por­ción supe­rior a la de muchas ciu­da­des glo­ba­les actua­les. Los lon­di­nen­ses han teni­do a su dis­po­si­ción car­ne y pes­ca­do pre­pa­ra­dos al menos des­de la déca­da de 1170. Samuel Cole, uno de los pri­me­ros colo­nos anglo­sa­jo­nes en Amé­ri­ca, abrió la que se con­si­de­ra la pri­me­ra taber­na nor­te­ame­ri­ca­na en 1634, en Bos­ton.

Sin embar­go, esos loca­les eran más de comi­da para lle­var o pues­tos don­de se podía comer y beber rápi­da­men­te algo, más que res­tau­ran­tes. En cam­bio, la table d’hô­te, que sur­gió en Fran­cia de modo con­tem­po­rá­neo a Cole, se pare­cía más a un res­tau­ran­te moderno. Los clien­tes se sen­ta­ban en una úni­ca mesa y comían lo que se les ofre­cía (una ten­den­cia que aho­ra vuel­ve a apa­re­cer). Muchos de esos pro­to­rres­tau­ran­tes se ase­me­ja­ban a los come­do­res comu­ni­ta­rios, o casi bené­fi­cos, crea­dos en bene­fi­cio de los luga­re­ños. Los foras­te­ros no siem­pre eran bien­ve­ni­dos.

Tam­po­co eran des­ti­nos habi­tua­les de los más adi­ne­ra­dos. Antes de que en la Ingla­te­rra del siglo XVII se gene­ra­li­za­ra el uso del car­bón, pre­pa­rar la comi­da en casa supo­nía un gran gas­to en leña o tur­ba. Las coci­nas pro­fe­sio­na­les, en cam­bio, se bene­fi­cia­ban de las eco­no­mías de esca­la en el con­su­mo de ener­gía y, por lo tan­to, se encon­tra­ban en posi­ción de ofre­cer comi­das a un cos­te menor que el que podían con­se­guir los pro­pios indi­vi­duos. Hoy en día, comer fue­ra se con­si­de­ra un capri­cho, pero duran­te la mayor par­te de la his­to­ria de la huma­ni­dad fue la for­ma más bara­ta de ali­men­tar­se.

Hoy en día, comer fuera se considera un capricho, pero durante la mayor parte de la historia de la humanidad fue la forma más barata de alimentarse.

La his­tó­ri­ca bode­ga del res­tau­ran­te Durán de Figue­res, don­de solía acu­dir a comer Sal­va­dor Dalí.

Era una acti­vi­dad de baja cate­go­ría. Cice­rón y Hora­cio con­si­de­ra­ban que el visi­tan­te de una can­ti­na bien podía visi­tar tam­bién un bur­del. Según Pedro el labrie­go, un poe­ma ale­gó­ri­co inglés de fina­les del siglo XIV, los coci­ne­ros “enve­ne­na­ban a la gen­te secre­ta y fre­cuen­te­men­te”. Algu­nos ricos alqui­la­ban come­do­res pri­va­dos; Samuel Pepys, un dia­ris­ta del siglo XVII, dis­fru­ta­ba en Lon­dres comien­do en uno de ellos “a la fran­ce­sa” (es decir, en pla­tos comu­nes). Sin embar­go, la mayo­ría de los ricos pre­fe­ría comer en casa, dis­fru­tan­do del lujo de tener per­so­nal para coci­nar y lim­piar­lo todo.

De todos modos, con el tiem­po se fue impo­nien­do la idea de que una per­so­na res­pe­ta­ble podía comer en públi­co. Wil­to­n’s, un res­tau­ran­te lon­di­nen­se de pes­ca­do, empe­zó a fun­cio­nar en 1742. El más anti­guo de Dublín, fun­da­do en 1775, se lla­ma­ba Three Black­birds y era “famo­so por las bue­nas bote­llas de madei­ra y la chu­le­ta que salía de la parri­lla de car­bón”. Es pro­ba­ble que Fraun­ces Tavern, el res­tau­ran­te más anti­guo de Nue­va York, abrie­ra sus puer­tas en 1762 (sigue abier­to hoy en día y sir­ve comi­da deci­di­da­men­te esta­dou­ni­den­se, des­de sopa de alme­jas has­ta file­tes de Nue­va York de pri­me­ra cali­dad).

Algu­nos his­to­ria­do­res se fijan en la ofer­ta para expli­car ese cam­bio y argu­men­tan que el res­tau­ran­te sur­gió como resul­ta­do de las mejo­ras en la polí­ti­ca de la com­pe­ten­cia. Los pode­ro­sos gre­mios difi­cul­ta­ban con fre­cuen­cia la ven­ta simul­tá­nea de dos pro­duc­tos dife­ren­tes. Los car­ni­ce­ros mono­po­li­za­ban la ven­ta de car­ne; los vina­te­ros, la del vino. El cre­ci­mien­to de los res­tau­ran­tes, que sir­ven muchos pro­duc­tos dife­ren­tes, exi­gía rom­per esas barre­ras comer­cia­les.

Qui­zás el pri­me­ro en lograr­lo fue­ra un tal Mon­sieur Bou­lan­ger, un fabri­can­te pari­sino de sopas. Bou­lan­ger se atre­vió a ven­der un pla­to de “pies de ove­ja en sal­sa de vino blan­co”. Los trai­teurs de la ciu­dad ale­ga­ron que eso era en reali­dad un ragú, un pla­to de car­ne que sólo ellos podían pre­pa­rar y que, por lo tan­to, era ile­gal. Lle­va­ron el caso a los tri­bu­na­les, pero ganó Bou­lan­ger. Esta his­to­ria, que supues­ta­men­te mar­có el ini­cio de un movi­mien­to hacia unos mer­ca­dos más abier­tos en la Fran­cia de media­dos del siglo XVIII, es con toda pro­ba­bi­li­dad apó­cri­fa. No obs­tan­te, hubo otros cam­bios nor­ma­ti­vos que sí con­tri­bu­ye­ron a dicha evo­lu­ción. En Gran Bre­ta­ña, los refor­ma­do­res preo­cu­pa­dos por la embria­guez públi­ca apro­ba­ron en 1860 una ley que per­mi­tía ser­vir tam­bién vino a los loca­les que ofre­cían comi­da (con obje­to de ani­mar a los bebe­do­res a comer algo para absor­ber la bebi­da). Hacia la mis­ma épo­ca, los esta­dos nor­te­ame­ri­ca­nos empe­za­ron a apro­bar leyes de segu­ri­dad ali­men­ta­ria, lo que dio a los clien­tes más con­fian­za en la cali­dad de la comi­da.

Sin embar­go, para que los res­tau­ran­tes flo­re­cie­ran, los más ricos tuvie­ron que pedir lo que Pepys no pedía: comer a la vis­ta de los demás. Has­ta el siglo XVIII, las éli­tes con­si­de­ra­ron en bue­na medi­da los espa­cios públi­cos como algo sucio y peli­gro­so, o como un esce­na­rio de espec­tácu­lo. Sin embar­go, con el des­pe­gue del capi­ta­lis­mo, los espa­cios públi­cos se con­vir­tie­ron en luga­res de diá­lo­go racio­nal que esta­ban (supues­ta­men­te) abier­tos a todos. Y, como obser­vó el poe­ta fran­cés Char­les Bau­de­lai­re, las ciu­da­des del siglo XIX tam­bién se con­vir­tie­ron en luga­res don­de la gen­te se entre­ga­ba a un con­su­mo de osten­ta­ción.

El res­tau­ran­te era el hábi­tat natu­ral del flâ­neur, el pasean­te obser­va­dor de la vida urba­na de Bau­de­lai­re. ¿Qué mejor lugar que un res­tau­ran­te para ver y ser vis­to? Se aca­bó el menú fijo de la table d’hô­te; y apa­re­ció el menú a la car­ta. Las mesas com­par­ti­das die­ron paso a las pri­va­das. Salir a comer dejó de ser una acti­vi­dad comu­ni­ta­ria cen­tra­da en la inges­ta de calo­rías y pasó a ser una expe­rien­cia cul­tu­ral; y, como escri­bió Bau­de­lai­re, el res­tau­ran­te pasó a ser un lugar don­de la gen­te podía pre­su­mir de su rique­za pidien­do más comi­da de la que podía comer y bebien­do más de lo que nece­si­ta­ba.

Salir a comer dejó de ser una actividad comunitaria centrada en la ingesta de calorías y pasó a ser una experiencia cultural en el siglo XIX; y, como escribió Baudelaire, el restaurante pasó a ser un lugar donde la gente podía presumir de su riqueza pidiendo más comida de la que podía comer y bebiendo más de lo que necesitaba.

El cre­ci­mien­to de los res­tau­ran­tes se ace­le­ró en el siglo XX. Duran­te ese perío­do, el empleo esta­dou­ni­den­se en el sec­tor de la res­tau­ra­ción se cua­dru­pli­có como por­cen­ta­je de la pobla­ción acti­va. La Guía Miche­lin se publi­có por pri­me­ra vez en 1900; las estre­llas lle­ga­ron 26 años más tar­de. Y, sin embar­go, el con­ti­nuo auge de los res­tau­ran­tes has­ta la pan­de­mia plan­tea un enig­ma eco­nó­mi­co. Coci­nar en casa ha sido cada vez más fácil. El tama­ño medio de las casas no ha deja­do de cre­cer. Elec­tro­do­més­ti­cos como el robot de coci­na y el lava­va­ji­llas redu­je­ron el tiem­po de pre­pa­ra­ción y lava­do. Comer fue­ra se vol­vió rela­ti­va­men­te más caro: en Esta­dos Uni­dos, en 1930, una comi­da en un res­tau­ran­te era un 25% más cara que una comi­da equi­va­len­te en casa; aho­ra bien, en 2014 la dife­ren­cia había aumen­ta­do al 280%. Entre 2007 y 2020, la “infla­ción de The French Laundry”, que des­cri­be el cos­te de una comi­da en un res­tau­ran­te cali­for­niano con tres estre­llas Miche­lin, dupli­có la tasa de infla­ción bási­ca.

Con todo, tres cam­bios eco­nó­mi­cos han ase­gu­ra­ron el cre­ci­mien­to de la deman­da de res­tau­ran­tes a pesar del aumen­to de los pre­cios. El pri­me­ro ha sido la inmi­gra­ción. En los 50 años pos­te­rio­res a la Segun­da Gue­rra Mun­dial, el flu­jo neto de inmi­gran­tes hacia los paí­ses ricos, en rela­ción con la pobla­ción, se cua­dri­pli­có con cre­ces. Abrir un res­tau­ran­te es una bue­na opción pro­fe­sio­nal para los recién lle­ga­dos, ya que no requie­re cua­li­fi­ca­cio­nes for­ma­les ni, al menos en el caso de los coci­ne­ros, el domi­nio de la len­gua local. Los inmi­gran­tes tien­den a mejo­rar la cali­dad de los res­tau­ran­tes de una zona. Los de Lon­dres mejo­ra­ron mucho en la épo­ca de la libre cir­cu­la­ción con la Unión Euro­pea. El cri­sol de cul­tu­ras que es Sin­ga­pur tie­ne una de las mejo­res comi­das del mun­do. Los res­tau­ran­tes se vol­vie­ron más ten­ta­do­res, a pesar de la subi­da de los pre­cios.

Ven­ta de l’Ho­me, una casa de pos­tas en el camino de Valen­cia a Madrid, fecha­da en el siglo XVII. Aho­ra está en ven­ta.

El segun­do fac­tor fue el cam­bio en la micro­eco­no­mía de la fami­lia. Como mues­tra un nue­vo artícu­lo de Rachel Grif­fith del Ins­ti­tu­te of Fis­cal Stu­dies, las deci­sio­nes de los hoga­res acer­ca de coci­nar la pro­pia comi­da o com­prar­la ya pre­pa­ra­da no sólo están con­di­cio­na­das por el cos­te ini­cial de los pro­duc­tos. Tam­bién depen­den de lo que los eco­no­mis­tas lla­man “cos­tes ocul­tos”.

El ver­da­de­ro cos­te de una comi­da case­ra no sólo impli­ca el des­em­bol­so de los ingre­dien­tes, sino el tiem­po dedi­ca­do a la com­pra y la pre­pa­ra­ción. En una épo­ca en la que la par­ti­ci­pa­ción de la mujer en el mer­ca­do labo­ral era esca­sa, los cos­tes ocul­tos eran bajos. Una madre que se que­da­ba en casa y coci­na­ba en lugar de comer fue­ra tenía menos tiem­po libre. Sin embar­go, a medi­da que a lo lar­go del siglo XX un mayor núme­ro de muje­res se incor­po­ró al mer­ca­do labo­ral, esa ecua­ción cam­bió y aumen­ta­ron los cos­tes ocul­tos de la coci­na. Enton­ces, una mujer tra­ba­ja­do­ra que tuvie­ra que coci­nar sacri­fi­ca­ba un tiem­po que podía dedi­car a ganar dine­ro. Así que comer fue­ra fue adqui­rien­do cada vez más sen­ti­do des­de el pun­to de vis­ta eco­nó­mi­co, aun­que se vol­vie­ra más caro.

El ter­cer fac­tor ha sido el cam­bio en los patro­nes labo­ra­les. His­tó­ri­ca­men­te, los pobres han ten­di­do a tra­ba­jar más horas que los ricos. Sin embar­go, en la segun­da mitad del siglo XX ocu­rrió lo con­tra­rio. El aumen­to de los tra­ba­jos inten­si­vos en cono­ci­mien­to y la glo­ba­li­za­ción hicie­ron que el tra­ba­jo de los ricos fue­ra más gra­ti­fi­can­te y agra­da­ble. Tra­ba­jar has­ta altas horas de la noche se con­vir­tió en un signo de esta­tus. El resul­ta­do fue que las per­so­nas con más dine­ro para gas­tar en cenas fue­ra de casa se con­vir­tie­ron en las que más lo nece­si­tan, ya que eran las que dis­po­nían de menos tiem­po libre. En Gran Bre­ta­ña, la déci­ma par­te de los hoga­res más ricos dedi­can una par­te mucho mayor de su gas­to total a cenar y beber fue­ra que la déci­ma par­te más pobre, y la dife­ren­cia ha aumen­ta­do en los últi­mos años.

Históricamente, los pobres han tendido a trabajar más horas que los ricos. Sin embargo, en la segunda mitad del siglo XX ocurrió lo contrario. El aumento de los trabajos intensivos en conocimiento y la globalización hicieron que el trabajo de los ricos fuera más gratificante y agradable.

¿Qué dice la his­to­ria del res­tau­ran­te acer­ca de su futu­ro? La pobla­ción se ha ale­gra­do de su reaper­tu­ra. En las últi­mas sema­nas, las reser­vas de todo el mun­do se han acer­ca­do a los nive­les ante­rio­res a la pan­de­mia. Los mejo­res están reser­va­dos des­de hace meses: los nerds de Sili­con Valley han crea­do bots auto­ma­ti­za­dos que reser­van mesas al ins­tan­te.

A lar­go pla­zo, el futu­ro de los res­tau­ran­tes está menos cla­ro. La pan­de­mia ha hecho que muchas per­so­nas com­pren más comi­da para lle­var que antes (los ingre­sos de Uber por la entre­ga de comi­da a domi­ci­lio supe­ran aho­ra los que gana en el nego­cio de los des­pla­za­mien­tos); y otras sien­ten un nue­vo amor por la coci­na. Los res­tau­ran­tes no tie­nen más reme­dio que seguir adap­tán­do­se. Eso sig­ni­fi­ca ale­jar­se aun más del mode­lo uti­li­ta­rio del siglo XVIII y de los siglos ante­rio­res, y redo­blar la apues­ta por lo que mejor saben hacer: ofre­cer a quie­nes nece­si­tan comer un toque de roman­ce, gla­mour y amor.

A lar­go pla­zo, el futu­ro de los res­tau­ran­tes está menos cla­ro. La pan­de­mia ha hecho que muchas per­so­nas com­pren más comi­da para lle­var que antes (los ingre­sos de Uber por la entre­ga de comi­da a domi­ci­lio supe­ran aho­ra los que gana en el nego­cio de los des­pla­za­mien­tos); y otras sien­ten un nue­vo amor por la coci­na. Los res­tau­ran­tes no tie­nen más reme­dio que seguir adap­tán­do­se. Eso sig­ni­fi­ca ale­jar­se aun más del mode­lo uti­li­ta­rio del siglo XVIII y de los siglos ante­rio­res, y redo­blar la apues­ta por lo que mejor saben hacer: ofre­cer a quie­nes nece­si­tan comer un toque de roman­ce, gla­mour y amor.

Los restaurantes no tienen más remedio que seguir adaptándose… redoblar la apuesta por lo que mejor saben hacer: ofrecer a quienes necesitan comer un toque de romance, glamour y amor.


De The Eco­no­mist, tra­du­ci­do para La Van­guar­dia, publi­ca­do bajo licen­cia. El artícu­lo ori­gi­nal, en inglés, pue­de con­sul­tar­se en www.economist.com.

Tra­duc­ción: Juan Gabriel López Guix

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