La obra, que permanecerá en cartel toda esta semana, abre las puertas a la zarzuela en Les Arts por primera vez

Rossy de Pal­ma, como la capri­cho­sa diva Eva Marshall, en el estreno de «El can­tor de Méxi­co» (Foto: Jor­ge Gil / Euro­pa Press).

Con una llu­via de con­fe­ti y el públi­co ento­nan­do fal­se­te jun­to a los pro­ta­go­nis­tas de elen­co. Así aca­bó el pasa­do vier­nes el estreno en el Palau de Les Arts de Valen­cia de El can­tor de Méxi­co, un entre­te­ni­mien­to musi­cal, mul­ti­co­lor y con remi­nis­cen­cias falle­ras que demues­tra que, a veces, como dice Cindy Lau­per, la gen­te «solo quie­re diver­tir­se».

Con ese título—una copro­duc­ción del Tea­tro de la Zar­zue­la y la Opé­ra de Lau­san­ne— el coli­seo valen­ciano da la bien­ve­ni­da a un géne­ro, iné­di­to has­ta la fecha en la pro­gra­ma­ción, con el obje­ti­vo de sub­ra­yar su voca­ción por con­ver­tir­se en «un autén­ti­co tea­tro musi­cal en el que todo el públi­co encuen­tre su pro­pio espa­cio», según afir­man sus res­pon­sa­bles.

En este sen­ti­do, El can­tor de Méxi­co, que tam­bién se podrá ver los días 6, 9, 10 y 12 de noviem­bre en la Sala Prin­ci­pal, pro­po­ne un varia­do via­je musi­cal des­de el bole­ro al swing, pasan­do por el mam­bo, la can­ción vas­ca y, por supues­to, el fol­klo­re mexi­cano.

Fran­cis López com­pu­so para la estre­lla Luis Mariano, autén­ti­co mito en Espa­ña y Fran­cia duran­te las déca­das de los cin­cuen­ta y sesen­ta, este Le chan­te­ur de Mexi­co, que se estre­nó en 1951 en el Théâ­tre du Châ­te­let de París. En 2006, la obra regre­só a ese mis­mo esce­na­rio de la mano de Emi­lio Sagi y, once años des­pués, vol­vió tra­du­ci­da y adap­ta­da al espa­ñol a la inau­gu­ra­ción de la tem­po­ra­da del Tea­tro de la Zar­zue­la de Madrid en 2017. Aho­ra se ve en Valèn­cia den­tro de la línea Les arts es zar­zue­la.

El tenor nava­rro José Luis Sola asu­me la pelia­gu­da tarea de suce­der a Mariano encar­nan­do a Vicen­te Etxe­bar (el mozo vas­co que pasa de pin­tor de bro­cha gor­da a galán de cine) y en el estreno se lle­vó la ova­ción de los asis­ten­tes —sobre todo en el alar­de del alar­ga­mien­to del fal­se­te de Méxi­co o en momen­tos aca­ra­me­la­dos como Aca­pul­co— que no pare­cie­ron echar de menos un mayor volu­men.

Jun­to a él apa­re­cen en el repar­to Syl­via Pare­jo, que inter­pre­ta a la ena­mo­ra­da Cri­Cri; Toni Mar­sol al fiel Bilou, Enri­que Baque­ri­zo como el pro­duc­tor Ric­car­do Car­to­ni; José Luis Mar­tí­nez (señor Bou­cher), María José Suá­rez (María), Nago­re Nava­rro (Lupi­ta), Miguel Huer­tas (el maes­tro del coro) y Eduar­do Carran­za (Tizoc).

Men­ción apar­te mere­ce la pre­sen­cia de Rossy de Pal­ma, quien sopor­ta con la rotun­da per­so­na­li­dad que la carac­te­ri­za la car­ga cómi­ca del mon­ta­je con su inter­pre­ta­ción de la capri­cho­sa diva Eva Marshall, al lado de la diver­ti­dí­si­ma Ana Goya en el rol de la seño­ri­ta Céci­le. Todos ellos están arro­pa­dos por el Cor de la Gene­ra­li­tat y la Orques­tra de la Comu­ni­tat Valen­cia­na bajo la direc­ción musi­cal de Óli­ver Díaz.

Una esce­na de la obra.

Kitch tropical  

Para recrear la his­to­ria —que adap­ta el anti­guo libre­to, ponien­do la fic­ción de la ope­re­ta den­tro de la fic­ción del roda­je de la pelí­cu­la— la fun­ción cuen­ta con la direc­ción escé­ni­ca de Emi­lio Sagi, esce­no­gra­fía de Daniel Bian­co, ves­tua­rio de Rena­ta Schussheim, ilu­mi­na­ción de Eduar­do Bra­vo y coreo­gra­fía de Nuria Cas­te­jón.

La vis­to­sa pro­pues­ta de Sagi fun­cio­na sumer­gién­do­se en lo kitsch para evo­car un ambien­te tro­pi­cal y con la esté­ti­ca tec­ni­co­lor de los musi­ca­les clá­si­cos de Holly­wood. Los cam­bios de esce­na son nume­ro­sos y el espec­ta­dor pasa de una sala de audi­cio­nes a las esca­le­ras de un bar­co, a una pla­ya con impac­tan­te luna o una explo­sión de fol­clo­re mexi­cano en for­ma de falla poli­cro­má­ti­ca.

En defi­ni­ti­va, más de dos horas y media para dejar­se lle­var por el entre­te­ni­mien­to, el humor y los rit­mos pega­di­zos.

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