Spor­ting Club Rus­sa­fa.

El inmenso recinto es lo más parecido a un taller de fundición o una nave para maquinaria pero nos encontramos en uno de los templos de la creación artística de la ciudad.

Spor­ting Club Ruza­fa.

Sen­ta­da en duras gra­das de made­ra una vario­pin­ta audien­cia com­pues­ta por hom­bres muje­res y niños escu­cha con aten­ción los ver­sos que decla­ma el poe­ta Vicen­te Galle­go. Es uno más en un mara­tón de lec­tu­ras poé­ti­cas que inun­da esa tar­de de oto­ño de reso­nan­cias liri­cas un colo­sal espa­cio que anta­ño fue guar­da­mue­bles y can­cha de boxeo. Una nave inmen­sa que se ha rein­ven­ta­do para dis­fru­te de los aman­tes de lo insó­li­to e ima­gi­na­ti­vo. Una madri­gue­ra de hace­do­res de arte­fac­tos artís­ti­cos. Como una col­me­na de artis­tas de prin­ci­pios del siglo XX pero en medio de la moder­ni­dad más rabio­sa y en la que cada uno tie­ne su cel­da pro­pia para desa­rro­llar la ima­gi­na­ción.

El inmen­so recin­to es lo más pare­ci­do a un taller de fun­di­ción o una nave para maqui­na­ria pero nos encon­tra­mos en uno de los tem­plos de la crea­ción artís­ti­ca de la ciu­dad: El Spor­ting Club Rus­sa­fa, Car­los Moreno Mín­guez, lla­ma­do así en honor de uno de sus crea­do­res falle­ci­do. Ubi­ca­do en el núme­ro 5 bajo de la calle Sevi­lla y que fue con­ce­bi­do en el año 2003 por un gru­po de artis­tas pro­ce­den­tes del mas varia­do pela­je. El pin­tor Curro Cana­ve­se, muer­to en 2019, el escul­tor Pepe Llá­cer, el crea­dor de obje­tos pata­fi­si­cos y crea­cio­nes side­ra­les Manel Cos­ta, la actriz y artis­ta de per­for­man­ces Lucía Pei­ró, y el pro­pio Car­los Moreno, fue­ron los pio­ne­ros. Y algu­nos nom­bres más de cuyo nom­bre no pue­do acor­dar­me bau­ti­za­ron el lugar como Espai de Arts con­tra les arts.

Toda una decla­ra­ción de inten­cio­nes en un momen­to en que el barrio se esta­ba inun­dan­do de estu­dios de dise­ño y estu­dios de pin­to­res cuyo alqui­ler cos­ta­ba un ojo de la cara. El Spor­ting supu­so una idea genial que unía eco­no­mía y talen­to; reci­bió su nom­bre del hecho de que anta­ño fue una popu­lar can­cha de boxeo en los tiem­pos en que el barrio de Rus­sa­fa era poco menos que un arra­bal de arte­sa­nos y pobres menes­tra­les.

En la tar­de hela­da esta sesión de poe­sía, es una de las muchas acti­vi­da­des que rea­li­za el Club; no solo Galle­go, muchos otros bar­dos de ambos sexos acce­den al micró­fono para delei­tar al per­so­nal. El esce­na­rio es sim­ple. Un piano cerra­do con­tra una pared jun­to a un mani­quí de made­ra de cabe­za redon­da con las manos ata­das con una cin­ta de seda. Esce­no­gra­fía surrea­lis­ta, como un pla­tó para Alfred Jarry.

Al fon­do y pega­dos a las pare­des de la gran cua­dri­cu­la que for­ma la nave mul­ti­tud de nichos de crea­ción. Peque­ños estu­dios sepa­ra­dos por pane­les reple­tos de botes de pin­tu­ra, mar­cos, pin­ce­les, caba­lle­tes, pla­ta­for­mas, cua­dros, foto­gra­fías y los obje­tos más varia­dos posi­bles. Per­te­ne­cen a los artis­tas que allí se afa­nan en resol­ver la com­ple­ji­dad esté­ti­ca del uni­ver­so coti­diano, tan abu­rri­do en gene­ral. Cel­das de un panal de rico arte.

El espa­cio extra­ño es como una coope­ra­ti­va de artis­tas, cada crea­dor tie­ne su lugar por el que paga un alqui­ler y este le da dere­cho a rea­li­zar su tra­ba­jo. Pero el Spor­ting es más que eso, tam­bién es una sala de arte, por­que su acce­so con­sis­te en un lar­go pasi­llo en el que a dia­rio se expo­nen obras de diver­sos artis­tas.

En reali­dad, su aire des­tar­ta­la­do, sus ter­tu­lias, fies­tas, actua­cio­nes, deba­tes y encuen­tros recuer­dan aque­llas ker­me­ses moder­nis­tas del prin­ci­pios de siglo XX en las que Debussy, Satie, Ravel, Picas­so y otros se dedi­ca­ban a cri­ti­car­se mutua­men­te entre risas y absen­tas.

Del des­apa­re­ci­do fun­da­dor Cana­ve­se, se con­ser­va su estu­dio, en el que nadie ha movi­do un pin­cel del lugar en que lo dejó; un san­tua­rio del san­to hace­dor que ima­gi­nó un arte demo­crá­ti­co y sin vani­da­des; un museo de artis­ta, su espa­cio de tra­ba­jo era un alti­llo que se acce­de por una esca­le­ta de made­ra; allí lo veías pin­tan­do sus acua­re­las kan­disk­ya­nas con un ciga­rri­llo duca­dos en la boca, músi­ca de Char­lie Par­ker y una per­pe­tua son­ri­sa soca­rro­na de des­ape­go que nun­ca le aban­do­nó.

Spor­ting Club Ruza­fa.

Casi nadie sube al pan­teón de Curro, que se con­ser­va intac­to, pero su espí­ri­tu domi­na el local como un fan­tas­ma bene­fac­tor y humo­rís­ti­co. Su ami­go de alma Manel Cos­ta, acti­vis­ta anti­li­te­ra­to y fabri­can­te de libros que no son libros sino todo lo con­tra­rio, apa­re­ce de vez en cuan­do para rea­li­zar algu­na acti­vi­dad.

Tras vein­te años de tra­sie­go de artis­tas las col­me­nas artís­ti­cas de la nave rebo­san de acción. Aho­ra las habi­tan Mai­te Back­man, pin­to­ra de ori­gen sue­co colom­biano, el pai­sa­jis­ta Rafa José Corral, la crea­do­ra Maria Julou, alias Tina McCa­llan, que ima­gi­na pin­tu­ras abs­trac­tas des­en­te­rra­das de una catás­tro­fe nuclear, el fotó­gra­fo Rin­cón, Ximo Micó, Lucía Pei­ró, Maria José Balles­ter, la bai­la­ri­na y actriz Car­men Bonet y la bri­tá­ni­ca ya muy valen­cia­na Josie McCoy cons­ti­tu­yen la tro­pa de crea­do­res del Spor­ting actual. Todos bajo la direc­ción de Emi­liano Barrien­tos, la abe­ja rei­na sin duda, un padre para todos. Cuan­do no hay reci­ta­les y lec­tu­ras como la de la tar­de de Galle­go y los demás, hay char­las sobre arte, accio­nes artís­ti­cas, con­cier­tos de músi­ca y has­ta sesio­nes noc­tur­nas de cine a la que asis­te un gru­po de adic­tos al cine clá­si­co.

El inven­to ha crea­do escue­la y hoy, dos déca­das des­pués, es muy fácil encon­trar en los barrios más chic de la ciu­dad, como el Car­me o Beni­ca­lap, espa­cios colec­ti­vos que per­mi­ten que los artis­tas jóve­nes se aho­rren la pas­ta de un alqui­ler con estu­dio pro­pio.

En estas col­me­nas tra­ba­jan ellos con abso­lu­ta liber­tad. Hay has­ta una libre­ría, la anti­gua Cose­cha Roja del exper­to en nove­la negra Miguel, que esta­ba en la mis­ma calle pero que su due­ño deci­dió incrus­tar en el Club.

Por supues­to hay una barra con bebi­das que sir­ven de expan­sión en las fies­tas que se orga­ni­zan. Cual­quier ciu­da­dano se pue­de hacer socio pagan­do 10 pavos al mes lo que le da dere­cho a cier­tas actua­cio­nes gra­tis. La tar­de de la poe­sía fue un éxi­to. Pero en esta visi­ta que hice al ini­cio del invierno a la nave, cuyo techo de vigas metá­li­cas recuer­da un esce­na­rio de Fritz Lang, solo esta­ba la sim­pá­ti­ca artis­ta Josie McCoy. Pin­ta foto­gra­fías. Ella me lo expli­ca así, con su acen­to bri­tá­ni­co que sabe a pas­tel de meren­gue y con mucha gra­cia: “Cada una de mis obras comien­za con un foto­gra­ma de pelí­cu­la que es el lien­zo y lue­go se pin­ta meticu­losa­men­te, crean­do un dia­lo­go entre anti­guos maes­tros, foto­gra­fía con­tem­po­rá­nea  y pro­yec­ción. La rea­li­za­ción refle­ja la pro­yec­ción psi­co­ló­gi­ca  de nues­tros deseos en el suje­to…”. Impre­sio­nan­te. Nos obser­va una Pené­lo­pe Cruz gigan­tes­ca, una de sus últi­mas crea­cio­nes.

La calle Sevi­lla siem­pre ha teni­do un aire espe­cial. De atmos­fe­ra anti­gua y aires de calle­jón sinies­tro pues no tie­ne sali­da es un Cul de sac. Cuan­do uno sale de la vie­ja can­cha de boxeo, con­ver­ti­da en madri­gue­ra de crea­do­res, se topa en el cha­flán con la calle Denia con los miem­bros de la Ter­tu­lia del café Tos­tao: como vie­jos baro­jia­nos dis­pues­tos a per­pe­tuar su memo­ria en las entra­ñas de este barrio que fue jar­dín moruno. Rafel Sena, exper­to en calles valen­cia­nas y Fer­nan­do Arias, escri­tor remo­to, entre otros, se reúnen allí los vier­nes. Unos con su cara­ji­llo, otros con su agua mine­ral. Un ran­cio olor a libro vie­jo inun­da el lugar, se tra­ta de la libre­ría Ruza­fa, crea­da en 1947, y cuyo due­ño Luis, tam­bién es ter­tu­liano. La vie­ja calle Sevi­lla es nues­tro petit Mon­mar­tre en lo que fue­ron los ver­ge­les del moro Zayan.

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