Hace poco cayó en mis manos su relato corto Juventud y quedé fascinado por lo que podría ser una novela moderna escrita en este siglo. En esta historia Conrad cuenta el avatar de un carguero que saliendo e Liverpool con destino a Bangkok, con una carga de carbón, jamás pudo llegar a su destino merced a la cantidad de problemas que sufrió en la travesía.

Joseph Con­rad.

En cual­quier momen­to de tu exis­ten­cia en que sien­tas que tu alma se hun­de en la tris­te­za, en el can­san­cio de la lucha por la vida, en el abu­rri­mien­to, hay un escri­tor mara­vi­llo­so que te podrá res­ca­tar del nau­fra­gio al ins­tan­te. Se lla­ma Joseph Con­rad (1857–1924) y es cono­ci­do uni­ver­sal­men­te por su obra maes­tra The hearth of dark­ness, El cora­zón de las tinieblas, escri­ta en el últi­mo año del siglo XIX, una de las nove­las más lúci­das y valien­tes con­tra la bar­ba­rie del colo­nia­lis­mo occi­den­tal. Una inmer­sión en el inte­rior del espí­ri­tu humano. Una joya de la lite­ra­tu­ra uni­ver­sal.

La socie­dad cul­tu­ral más joven del siglo XX se ente­ró de su exis­ten­cia gra­cias a Fran­cis Ford Cop­po­la y su Apo­caly­pse Now sobre la gue­rra de Viet­nam. Una visión sui géne­ris de la gran nove­la. Pero, ami­gos, Con­rad es mucho más que eso. Tie­ne tam­bién un pues­to nota­ble en la lite­ra­tu­ra de via­jes. Des­de Jonathan Swift y su Gulli­ver has­ta Bru­ce Chat­win o Javier Rever­te.

Aquí tam­bién tene­mos a narra­do­ras via­je­ras. Hay un libro deli­cio­so, poco cono­ci­do por aho­ra, que se escon­de tími­do en las libre­rías, se tra­ta de Las bellas ciu­da­des y yo (2022. Eds. Del Baal), de la via­je­ra Pilar Len­non. Un tex­to asom­bro­so de casi 400 pági­nas que reco­rre el mun­do en pri­me­ra per­so­na. La auto­ra ha reu­ni­do de la A a la Z, un mon­tón de ciu­da­des que ha visi­ta­do a lo lar­go de sus sesen­ta lar­gos años. Ella ha sido pro­fe­so­ra duran­te déca­das pero se defi­ne como via­je­ra. Da que pen­sar. Por­que qui­zás ese sea el mejor ofi­cio del mun­do.

Ya la pri­me­ra gene­ra­ción liber­ta­ria y van­guar­dis­ta del siglo XX, los hip­pies y beats se lla­ma­ron via­je­ros. Y en cine el road movie ha sido esti­lo de cul­to. Des­de Easy rider has­ta Paris Texas.

Los pio­ne­ros: Jack Lon­don y Joseph Con­rad, sin con­tar a Ste­ven­son. Con­rad fue ade­más de un gran narra­dor, un marino que con­tó sus aven­tu­ras en libros tre­pi­dan­tes que deben leer los ado­les­cen­tes de todas las épo­cas. El cora­zón lite­ra­rio de Con­rad es el océano y sus tem­pes­ta­des. Las galer­nas y tor­men­tas, los bar­cos que salían de Lon­dres rum­bo a Orien­te y sus tri­pu­la­cio­nes. Como Lon­don y Mel­vi­lle, se enro­ló pron­to en la mari­ne­ría.

Con­rad ade­más de escri­tor de aven­tu­ras es un huma­nis­ta y un gran avan­za­do a su tiem­po. Ade­más de ser un nove­lis­ta naci­do en Polo­nia su obra la escri­bió en inglés y murió en 1924. Con­rad sigue sien­do un escri­tor lumi­no­so y román­ti­co cuya obra nos aden­tra en el mara­vi­llo­so mun­do de lo des­co­no­ci­do, del afán des­cu­bri­dor de los gran­des mari­nos mer­can­tes del Impe­rio Bri­tá­ni­co que ofre­cie­ron a Occi­den­te sus expe­rien­cias. Y lo mejor de él está en sus rela­tos cor­tos, como su El com­pa­ñe­ro secre­to. Un epi­so­dio de la cos­ta. Una intri­ga en la que un poli­zón es pro­te­gi­do por el capi­tán del bar­co.

El espe­jo del mar es uno de los libros más lin­dos de Con­rad y que debe figu­rar en las bal­das de cual­quier afi­cio­na­do a la nave­ga­ción y ser lec­tu­ra obli­ga­da para jóve­nes. Pero hace poco cayó en mis manos su rela­to cor­to Juven­tud y que­dé fas­ci­na­do por lo que podría ser una nove­la moder­na escri­ta en este siglo. En esta his­to­ria Con­rad cuen­ta el ava­tar de un car­gue­ro que salien­do e Liver­pool con des­tino a Bang­kok, con una car­ga de car­bón, jamás pudo lle­gar a su des­tino mer­ced a la can­ti­dad de pro­ble­mas que sufrió en la tra­ve­sía. Pri­me­ro una tem­pes­tad hizo chi­chi­na el bar­co y tuvo que regre­sar a puer­to, mas tar­de, repa­ra­do, y cuan­do ya esta­ban en el Índi­co, el car­bón comen­zó a arder en las bode­gas y al final el bar­co se fue a pique. La his­to­ria ter­mi­na bien por­que con botes la tri­pu­la­ción lle­gó a Mala­sia.

En cada párra­fo del rela­to Con­rad, con gran sen­ti­do del humor, escri­be la coda, ¡Pása­me la bote­lla!. Lo mag­ni­fi­co de sus his­to­rias es que refle­xio­na en medio de la acción con filo­so­fía. Hablan­do de unos ami­gos escri­be: “Sin embar­go ambos están muer­tos aho­ra como lo está la seño­ra Beard, y la juven­tud, la fuer­za, el genio, los pen­sa­mien­tos, los logros, los cora­zo­nes sen­ci­llos, todo mue­re. No impor­ta”.

¿Se pue­de defi­nir con más opti­mis­mo y gra­cia en el oca­so de su exis­ten­cia, la vida de las per­so­nas? Cada vez que me sien­to per­di­do bus­co a Con­rad, su opti­mis­mo vital, su sabi­du­ría sobre la con­di­ción huma­na y su des­crip­ción de la vida de la mari­ne­ría, es una puer­ta abier­ta a la mara­vi­lla de este mun­do que vivi­mos los terrí­co­las. Y siem­pre me que­da ese res­que­mor de aban­do­nar este mun­do sin expe­ri­men­tar la pul­sión de los mares. La nave­ga­ción como una for­ma de ver la tie­rra des­de otro pun­to de vis­ta.

El bueno de Con­rad se horro­ri­za­ría en este tiem­po al con­tem­plar el nego­cio de los cru­ce­ros. Un  turis­mo depre­da­dor y con­ta­mi­nan­te que está ase­si­nan­do la pure­za de las tres par­tes del pla­ne­ta. Con­rad el via­je­ro, el cha­val que se enro­ló en un vele­ro a los 18 años. Tie­ne sus segui­do­res, como mi ami­ga Pilar Len­non, una mujer que vive estoi­ca­men­te en tie­rra para aho­rrar e inver­tir su pen­sión en via­jes ince­san­tes. Una mujer con­ra­dia­na que tuvo la vir­tud de tomar notas de todo lo que vivía muy lejos de la turis­ta al uso. Narran­do los deta­lles coti­dia­nos de las gen­tes y sus cul­tu­ras. Nada que ver con el repor­ta­je o la nove­la. Pura vida, cru­da sen­sa­ción de vivir. En las noches de insom­nio, cuan­do mi cabe­za se resis­te a des­can­sar, evo­co las galer­nas y tem­pes­ta­des de Con­rad y Mel­vi­lle, las olas terri­bles que zaran­dean los bar­cos. Los gri­tos de los mari­ne­ros. Los obje­tos que se rom­pen en los cama­ro­tes, el caos de las jar­cias y más­ti­les, el vela­men raja­do por el vien­to, el peli­gro de caer por la bor­da. Y, vaya, con eso logro con­ci­liar el sue­ño. El sutil y oní­ri­co espe­jo del mar.

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