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La atle­ta valen­cia­na para­lím­pi­ca, Miriam Mar­tí­nez, ha con­se­gui­do la meda­lla de pla­ta en el lan­za­mien­to de peso F36 en los Jue­gos Para­lím­pi­cos de Tokio. La cuar­ta para la dele­ga­ción valen­cia­na, la pri­me­ra para una mujer, des­pués de las con­se­gui­das por Kim López (oro y récord mun­dial en lan­za­mien­to de peso), Héc­tor Cata­lá (pla­ta en para­triatlón) y Ricar­do Ten, cuyo bron­ce en ciclis­mo supo­nía la octa­va meda­lla para­lím­pi­ca de su carre­ra.

Poco des­pués, el meda­lle­ro valen­ciano se amplia­ba aún más con el bron­ce con­se­gui­do por Héc­tor Cabre­ra en el lan­za­mien­to de jaba­li­na F1. Un Cata­lá que en Río había sido quin­to.

 

La his­to­ria de Miriam refle­ja a la per­fec­ción el espí­ri­tu de supera­ción que supo­ne el depor­te para­lím­pi­co. En sep­tiem­bre de 2018, hace jus­to aho­ra tres años, la atle­ta de Ibi empe­zó a sen­tir una espe­cie de hor­mi­gueo en la cara y las pier­nas que, sema­nas más tar­de, deri­vó en un derra­me cere­bral a cau­sa de una enfer­me­dad auto­in­mu­ne. L

as con­se­cuen­cias fue­ron bas­tan­te gra­ves. Tres años des­pués, en sep­tiem­bre de 2021, la atle­ta ali­can­ti­na se con­vier­te en una de las per­so­nas más feli­ces del mun­do al con­se­guir la meda­lla de pla­ta . Ade­más, con mar­ca per­so­nal, 9,62m. La amar­gu­ra y la feli­ci­dad de la vida, con­cen­tra­das en ape­nas 36 meses.

 

Gra­dua­da en Inge­nie­ría en Edi­fi­ca­ción, antes del derra­me cere­bral, Miriam Mar­tí­nez juga­ba al fút­bol sala de for­ma “semi­pro­fe­sio­nal” y prac­ti­ca­ba el atle­tis­mo “por­que mi padre había sido atle­ta duran­te muchos años y lo lle­va­ba en mis genes. Ade­más, en mi tiem­po libre, solía hacer esca­la­da, barran­quis­mo o alpi­nis­mo; es decir, moda­li­da­des con un alto com­po­nen­te de ries­go y adre­na­li­na. Pre­ci­sa­men­te, esa afi­ción por el depor­te es lo que me ha sal­va­do. Cuan­do esta­ba en el hos­pi­tal, des­de el pri­mer minu­to, pre­gun­té a los médi­cos que me aten­dían cuán­do vol­ve­ría a correr. No, a andar; sino, a correr», recuer­da.

«La pasión por el depor­te fue la espe­ran­za a la que me afe­rré para pen­sar que este per­can­ce sólo sería un parén­te­sis. En situa­cio­nes lími­te como la que yo viví, has de aga­rrar­te a lo que sea para no hun­dir­te. Yo me abra­cé al depor­te. Cuan­do des­pués de mucho inten­tar­lo, vol­ví a andar sin caer­me, pen­sé que, de nue­vo, esta­ba en con­di­cio­nes de vol­ver a empe­zar y de comer­me el mun­do”, comen­ta­ba Miriam antes de via­jar a Tokio.

Hoy he pues­to más cora­zón que otra cosa», con­fe­sa­ba Miriam, quien se ha acor­da­do y ha dedi­ca­do esta pla­ta a su fami­lia. “Aun­que nos cam­bie la vida, al final pode­mos vivir momen­tos mara­vi­llo­sos”, seña­la­ba para con­cluir. Hace tres años, un hor­mi­gueo le empe­zó a con­di­cio­nar la vida. Hoy, ha expe­ri­men­ta­do otro cos­qui­lleo. Pero, de emo­ción y orgu­llo.

 

 

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