El escritor reivindica la figura de la valenciana que triunfó en el mundo de la copla y que decidió retirarse en lo más alto de su carrera

El escri­tor Manuel Vicent (MuVIM).

Las pri­me­ras líneas de Retra­to de una mujer moder­na, el home­na­je del escri­tor Manuel Vicent (Villa­vie­ja, Cas­te­llón. 1936) a la can­tan­te Con­cha Piquer (Valen­cia, 1906-Madrid, 1990), se escri­bie­ron en 1987, pero el autor ha deja­do madu­rar a fue­go len­to un libro en el que, dice, se ha limi­ta­do aña­dir el «cómo» a la bio­gra­fía de una mujer de nove­la que es el «qué» del rela­to.

La nove­la nace en 1987, tras la falli­da con­ce­sión del Prín­ci­pe de Astu­rias [hoy Prin­ce­sa] a Con­cha Piquer ¿Por qué ha tar­da­do tan­to tiem­po en escri­bir­la?

Por­que la he ido madu­ran­do poco a poco, has­ta que un día me lan­ce a escri­bir la bio­gra­fía de esta mujer que for­ma par­te del incons­cien­te colec­ti­vo de nues­tra tie­rra. En reali­dad, ella es un per­so­na­je de nove­la sin nece­si­dad de libro y yo solo he aña­di­do la atmós­fe­ra a su vida. Pero mi rela­ción con ella es muy ante­rior: la Piquer era el pai­sa­je sono­ro de la Espa­ña en la que yo cre­cí; su voz se escu­cha­ba en los patios de luces, en los bares… era ubi­cua.

Por­ta­da de la nove­la.

Ese inten­to falli­do de con­ce­der­le dicho reco­no­ci­mien­to, en el que usted par­ti­ci­pó, ¿era sim­ple­men­te por tocar las nari­ces o había una volun­tad real de bajar el galar­dón a la calle?

No quie­ro des­ve­lar mucho, por­que es lo que da sen­ti­do a la nove­la, pero hubie­ra sido un pre­mio muy mere­ci­do. Es ver­dad que empe­zó casi como una bou­ta­de, pero fue un inten­to sin­ce­ro de dár­se­lo, por­que hubie­ra sido muy mere­ci­do. Qui­si­mos que el pre­mio pisa­ra la calle y rei­vin­di­car esa ver­dad que es la copla. Hoy se aso­cia a fran­quis­mo y a fol­clo­re, pero no hay que menos­pre­ciar­la: inclu­ye ele­men­tos surrea­lis­tas de pri­me­ra orden y, como decía Váz­quez Mon­tal­bán, la copla eran nove­las de tres minu­tos. No es casua­li­dad la rei­vin­di­ca­ción que hacía de ella Fede­ri­co Gar­cía Lor­ca, que veía en ella un tipo de surrea­lis­mo opues­to a lo que podía­mos lla­mar surrea­lis­mo aca­dé­mi­co, que bebía de André Bre­tón. Era un surrea­lis­mo fiel a la cul­tu­ra popu­lar.

Esa estre­chez de miras sigue pre­sen­te, esa des­co­ne­xión entre la lla­ma­da alta cul­tu­ra y la popu­lar, sigue viva. Cada año hay en las redes socia­les una cam­pa­ña para que le den el Prin­ce­sa de Astu­rias a Ibá­ñez, el padre de Mor­ta­de­lo y File­món, y todos los años se le igno­ra.

Eso no ha cam­bia­do. Hay una cul­tu­ra popu­lar zahe­ri­da, menos­pre­cia­da por la cul­tu­ra aca­dé­mi­ca y los inte­lec­tua­les ofi­cial­men­te reco­no­ci­dos, que a veces solo quie­ren una visión de las cosas, en con­cre­to la suya. Pero ¿qué es un hom­bre cul­to? ¿Aca­so no tie­ne cul­tu­ra un pes­ca­dor o un labra­dor? Si le hubié­ra­mos pre­gun­ta­do a Una­muno o a Orte­ga y Gas­set qué dife­ren­cia hay entre un pul­po y un cala­mar o entre cul­ti­var una zanaho­ria o una beren­je­na no hubie­ran sabi­do res­pon­der. Hay una cul­tu­ra que nace del pen­sa­mien­to y otra que nace de las manos. Nin­gu­na es mejor, solo son dife­ren­tes. La de Con­cha Piquer nacía en la gar­gan­ta y en las entra­ñas y tenía un pie en la huer­ta valen­cia­na y otro en Nue­va York.

Con esa bio­gra­fía, da la sen­sa­ción que sería impo­si­ble escri­bir una mala nove­la sobra la Piquer. ¿Has­ta qué pun­to ha sido fiel a los hechos y has­ta cuál, como decían en El hom­bre que mató a Liberty Valan­ce, ha impre­so la leyen­da?

No, la bio­gra­fía de Con­cha Piquer se cono­ce des­de hace tiem­po. No he aña­di­do nada, ni fal­ta que hace cuan­do escri­bes sobre una mujer que empe­zó a can­tar en Nue­va York con 13 años, que gra­bó una pelí­cu­la sono­ri­za­da antes que Al Joln­son, que mató con sus manos al hom­bre que inten­tó vio­lar­la, que cono­ció a gen­te tan dis­par como Blas­co Ibá­ñez, Evi­ta Perón o el gángs­ter Meyer Lansky. En esta nove­la, ella me ha dado el «qué» y yo me he limi­ta­do a aña­dir el «cómo». El pri­mer beso que le dio Manuel Pene­lla exis­tió, yo solo he nove­la­do cómo ocu­rrió. En su caso no hace fal­ta inven­tar­se nada. Lo que es ver­dad es que lo esen­cial no es que cómo yo cuen­to los hechos ni que sean ver­dad, sino vero­sí­mi­les. Los hechos reales, con la memo­ria y el tiem­po, se pudren y se con­vier­ten en fic­ción.

https://youtu.be/O3lCFuZiAqM?t=17

Tuvo la suer­te de entre­vis­tar­le en 1981 para El País, cuan­do lle­va­ba casi vein­te años reti­ra­da. ¿Cómo fue aquel encuen­tro?

Yo esta­ba sen­ta­do espe­rán­do­la y, de repen­te, escu­che unos taco­na­zos que anun­cia­ban su lle­ga­da. Tenía ya 80 años, pero solo con esos taco­na­zos ya sabías que seguía sien­do una mujer fuer­te, muy segu­ra de si mis­ma. Como ella decía, era arris­cada [arries­ga­da, valien­te]. Eso taco­na­zos me sir­vie­ron para ima­gi­nar­la como era con 18 años, cuan­do reco­rría Nue­va York bajo la nie­ve, en ple­na Ley Seca, para con­se­guir unas bote­llas de vino para la fies­ta de Navi­dad que pen­sa­ba dar a unos ami­gos, que es como empie­za la nove­la. Era la for­ma de andar de una mujer desa­fian­te, que plan­ta­ba cara.

Su vida fue increí­ble, y nada fácil. Con ese talen­to y esa voz, si todo hubie­ra sido más fácil, sin una vida que pare­ce saca­da de una de sus coplas, ¿habla­ría­mos hoy de la Piquer?

Esas des­gra­cias que le acom­pa­ña­ron toda la vida —la muer­te de sus her­ma­nos, de su pri­mer hijo, sus amo­res y des­en­ga­ños— se aña­die­ron a su voz, a una voz que salía de la gar­gan­ta y que sona­ba a ver­dad por­que pro­ce­día de muy hon­do. De hecho, muchas de las can­cio­nes se las com­pu­so Rafael de León, que era su mejor ami­go, ins­pi­ra­das en sus pro­pias viven­cias. Ella le con­ta­ba todo, le decía cómo se sen­tía y le pedía que con­vir­tie­ra esos sen­ti­mien­tos en can­ción. Sin las trai­cio­nes de su pri­mer amor, Manuel Pene­lla, Tatua­je no podría sonar tan­to a ver­dad. La vida está teji­da de muchos nudos, y si en lugar de vol­ver a Valen­cia se hubie­ra que­da­do en Nue­va York, pro­ba­ble­men­te su vida hubie­ra sido otra y habría aca­ba­do en Holly­wood sien­do una actriz de cine inter­na­cio­nal. No sé si hubie­ra sido una exis­ten­cia más o menos feliz, pero sí que su bio­gra­fía hubie­ra sido dife­ren­te.

Aun­que pue­da pare­cer que lo suyo era un arte menor, Lor­ca que se rin­dió a sus pies. ¿Se pue­de ser más gran­de?

No es que fue­ran ami­gos, pero Lor­ca esta­ba ena­mo­ra­da de ella. En las polé­mi­cas en la Resi­den­cia de Estu­dian­tes, él la defen­día como repre­sen­tan­te del ver­da­de­ro surrea­lis­mo, fren­te a Dalí y Buñuel que eran más de Bre­tón. Lue­go Lor­ca, cuan­do escri­be Poe­ta en Nue­va York les demues­tra que él tam­bién pue­de ser surrea­lis­ta, tirar las pala­bras al aire y reco­ger­las del sue­lo para jun­tar­las y hacer arte. Pero lo impor­tan­te es que el creía en esa ver­dad que nacía en la calle y en la gen­te, que esta­ba en la huer­ta valen­cia­na o en las esqui­nas de Gra­na­da.

Es curio­so, pero «el baúl de la Piquer» exis­tió: lo com­pró en Fran­cia al vol­ver de Esta­dos Uni­dos. Pero usted recuer­da que eran en reali­dad cin­cuen­ta por­que via­ja­ba con la casa a cues­tas. Eso tam­bién nos da un dato de cómo era: la Piquer seguía siedno la mis­ma estu­vie­ra don­de estu­vie­ra.

Sí que exis­te, y está en su casa museo. Pero no era uno sino cin­cuen­ta. Cuan­do se iba de gira se lle­va­ba la casa a cues­tas ¡has­ta la vaji­lla, el loro y el perro! Pero esa era su vida y la lle­va­ba a cues­tas. Ade­más sabía que cuan­do via­ja­ba a otro país no iban a ser unos días sino varios meses, por­que lle­na­ba los tea­tros con su espec­tácu­lo todos los días.

«Si no gano dine­ro, no me divier­to». Tam­bién se pasa por alto que fue una empre­sa­ria de éxi­to.

Por eso digo que fue «una mujer moder­na». Era una autén­ti­ca pro­fe­sio­nal, para ella el públi­co era sagra­do, lo que le man­te­nía en el car­tel. Esa expre­sión no sig­ni­fi­ca que estu­vie­ra obse­sio­na­da con el dine­ro, sino que el dine­ro, la recau­da­ción, era lo que demos­tra­ba el apre­cio de su públi­co. Podía haber escri­to que fue una mujer «fuer­te», «valien­te» o que sabía decir «no», pero he pre­fe­ri­do lla­mar­le «moder­na», por­que es sinó­ni­mo de pro­fe­sio­nal.

Pero no la defi­ne como femi­nis­ta

No, pero por­que esa es una defi­ni­ción que en su épo­ca no se usa­ba, como tam­po­co se uti­li­za­ba «empo­de­ra­da», que tam­bién la des­cri­be. He pre­fe­ri­do hablar de ella en los tér­mi­nos de su épo­ca.

Con­cha Piquer, en una ima­gen de la épo­ca.

Otra de las metá­fo­ras de su carác­ter era que le cos­ta­ba 500 pese­tas de la épo­ca can­tar Ojos ver­des y hablar de la «man­ce­bía», algo que la cen­su­ra le había prohi­bi­do.

Sí, ese es otro dato que la defi­ne: ella defen­día su pro­fe­sión, y si había que can­tar «man­ce­bía» se can­ta­ba, por mucho que la cen­su­ra dije­ra que había que decir «apo­yá en el qui­cio de tu casa un día». Ojos ver­des se can­ta­ba como la com­pu­sie­ron Rafael de León y Sal­va­dor Val­ver­de. Eso era inne­go­cia­ble. Si hacer eso le cos­ta­ba 500 pese­tas de mul­ta cada vez, pues la paga­ba. Ella no era ni de izquier­das ni anti­fran­quis­ta, ella era una pro­fe­sio­nal que defen­día lo suyo, y le daban igual las nor­mas de la Admi­nis­tra­ción del Espec­tácu­lo. Pero era siem­pre así. Antes, cuan­do Radio Nacio­nal daba el par­te sona­ba una cor­ne­ta y todo el mun­do tenía que dejar lo que esta­ba hacien­do y a escu­char en silen­cio. Pues ella no, seguía can­tan­do, por­que sus nor­mas eran las de los esce­na­rios y se debía a su públi­co. Solo res­pon­día ante él.

Y por eso se lle­gó inclu­so a enfren­tar a Fran­co.

A ella no le iba mucho la vida social, por­que no le gus­ta­ba que le dije­ran eso de «¿Es usted la Piquer? ¿No nos can­ta­ría una can­cion­ci­ta?». En cier­ta oca­sión, le dije­ron que Fran­co que­ría escu­char­la, pero ella iba a meren­dar, así que si que­ría escu­char­la, que fue­ra al tea­tro como todos. No es que fue­ra anti­fran­quis­ta, es que a ella no le decían lo que tenía que hacer.

Y un día, por una leve afo­nía, deci­de que ya ha lle­ga­do su momen­to y lo deja todo.

Sí. Cogió su lápiz de labios, los escri­bió en el espe­jo de su came­rino y se aca­bó. Ese era su carác­ter.

En su libro ape­nas cuen­ta nada de su épo­ca tras dejar los esce­na­rios.

Es que esa par­te no apor­ta nada a su bio­gra­fía. Cuan­do yo la cono­cí para entre­vis­tar­la era un bur­gue­sa nor­mal y corrien­te, que vivía en un gran piso en Madrid y eso no tenía mucho inte­rés. Eso sí, man­te­nía su fuer­za y era una pre­sen­cia impo­nen­te, pero era otra Con­cha Piquer, ya no era el per­so­na­je que había sido.

Por supues­to, la Valen­cia de la Piquer es otra de las pro­ta­go­nis­tas de la nove­la. ¿Se entien­de la una sin la otra?

No, o al menos yo no. Hay que saber cómo era esa Valen­cia y qué era la huer­ta don­de se crió para enten­der a esa niña que con 13 años se sube en un bar­co con su madre y se va a Esta­dos Uni­dos a can­tar. Por su pues­to, este tam­bién es un libro sobre Valen­cia.

El año pasa­do se publi­có el cómic Doña Con­cha, la rosa y la espi­na. ¿Le sor­pren­de que el públi­co más joven no solo no la haya olvi­da­do, sino que la rei­vin­di­que?

No. La ver­dad es que no me extra­ña­ría que se vol­vie­ra a poner de moda, o que al menos se vuel­va a rei­vin­di­car su figu­ra.

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