Larry McMurtry escri­bió en 1975 la nove­la La fuer­za del cari­ño. Ocho años más tar­de el rea­li­za­dor James L. Brooks la tras­la­dó al cine y el éxi­to fue rotun­do: cose­chó cin­co oscars en la edi­ción de aquel año. Ante el tirón de la his­to­ria, Don Gor­don par­tió del libro y la pelí­cu­la para hacer una adap­ta­ción tea­tral que aho­ra la direc­to­ra Magüi Mira trae al Tea­tro Olym­pia con una cabe­za de car­tel que tie­ne ase­gu­ra­do el favor del públi­co: Loli­ta Flo­res.

La obra es un can­to al amor pro­ta­go­ni­za­do por los cua­tro per­so­na­jes cuyo gran reto dia­rio es que­rer­se y afron­tar los sin­sa­bo­res coti­dia­nos de la vida, que no son pocos. Cua­tro per­so­na­jes entra­ña­bles: una madre viu­da, Auro­ra, tími­da y pro­tec­to­ra de su hija, Enma, una joven rebel­de casa­da con Flap, un pro­fe­sor tor­pe y seduc­tor. Y jun­to a ellos está Garret, un astro­nau­ta excén­tri­co y muje­rie­go que le per­mi­ti­rá a Auro­ra reen­con­trar­se con el amor. 

Loli­ta se encar­ga de dar vida a esa madre y sobre ella recae bue­na par­te de la fuer­za de la obra, vol­vien­do a demos­trar su fuer­te per­so­na­li­dad y natu­ra­li­dad sobre un esce­na­rio. Pero no menos con­tun­den­te es el tra­ba­jo que rea­li­za la actriz Mar­ta Gue­rras, enér­gi­ca y con­vin­cen­te en una inter­pre­ta­ción con la que con­si­gue trans­for­mar a Enma en un per­so­na­je entra­ña­ble. La par­te mas­cu­li­na del elen­co corre a car­go de Luis Mot­to­la, que sub­ra­ya el carác­ter cómi­co del estra­fa­la­rio astro­nau­ta, y un Anto­nio Hor­te­lano que trans­mi­te el tono per­fec­to del espo­so de Enma.

En con­jun­to la obra es una invi­ta­ción a afron­tar los pro­ble­mas de la vida, esos que lle­gan cuan­do menos se les espe­ra; un carru­sel de emo­cio­nes que osci­la inin­te­rrum­pi­da­men­te del dra­ma a la come­dia, del llan­to a la risa, y vuel­ta a empe­zar. Una obra tier­na y emo­ti­va que rei­vin­di­ca que la cosa más impor­tan­te de la vida es esa nece­si­dad de amar y ser ama­do. El mejor reme­dio para los momen­tos difí­ci­les que inevi­ta­ble­men­te nos halla­mos en el camino.

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