Estas son, por nuestro orden, las mejores paellas valencianas que se pueden degustar en el cap i casal y su área metropolitana

Una pae­lla tra­di­cio­nal valen­cia­na.

Comer un buen arroz en Valen­cia ha sido una odi­sea duran­te muchos años. Bási­ca­men­te por dos moti­vos. El pri­me­ro, que los valen­cia­nos no solían visi­tar los res­tau­ran­tes sal­vo en días seña­la­dos, dejan­do el sec­tor de la res­tau­ra­ción bajo míni­mos en la ciu­dad de Valen­cia. Ape­nas algu­nos loca­les reco­no­ci­bles en la pla­ya o en la zona del Saler saca­ban cabe­za por la culi­na­ria local, inclu­yen­do algu­nos míti­cos como La Pepi­ca o La Mar­ce­li­na.

La segun­da razón es logís­ti­ca. Un arroz es rela­ti­va­men­te sen­ci­llo de hacer, y los de pes­ca­do y maris­co en espe­cial, pero la lla­ma­da pae­lla valen­cia­na, la típi­ca de la huer­ta con pollo, cone­jo y ver­du­ras es un pla­to que requie­re tiem­po —cer­ca de una hora—, pacien­cia y que se com­pli­ca por los fue­gos y la pre­ci­sión que nece­si­ta, ade­más de ocu­par amplios espa­cios y obli­gar a con­tar con unas ade­cua­das con­di­cio­nes para la extrac­ción de humos.

Todo ello hacía muy difí­cil que la res­tau­ra­ción se lan­za­ra al nego­cio de la pae­lla, una aven­tu­ra que, sin embar­go, flo­re­cía duran­te años en las afue­ras de la urbe, en zonas cam­pes­tres de segun­da resi­den­cia, don­de era mucho más sen­ci­llo ins­ta­lar un gran pae­lle­ro comer­cial: El Levan­te de la fami­lia Vidal en Benis­sa­nó, el de los Mar­gós en Chi­va o el Rome­ral del Vedat de Torrent, por citar solo tres de los mejo­res entre los muchos don­de los domin­gue­ros hacían take away con la pae­lla valen­cia­na de pollo y cone­jo.

El impa­ra­ble desa­rro­llo de la coci­na valen­cia­na en los últi­mos vein­te años ha logra­do, final­men­te, dar­le la vuel­ta a esta situa­ción. Cada vez se oye menos la con­sa­bi­da mule­ti­lla de los valen­cia­nos que solo reco­mien­dan la pae­lla de su madre o de su abue­la. Eso se ha aca­ba­do. Ya es posi­ble comer una bue­na pae­lla de la huer­ta en medio de la ciu­dad y que­dar com­ple­ta­men­te satis­fe­cho.

(Lea el artícu­lo com­ple­to en Alma­na­que Gas­tro­nó­mi­co)

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