15 de diciem­bre de 2021.


“La Strea­ming Wars es la ofen­si­va de varias com­pa­ñías del entre­te­ni­mien­to arma­das has­ta los dien­tes, con nue­vas y abun­dan­tes ofer­tas y todas las estra­ta­ge­mas nece­sa­rias para con­ven­cer­nos de que nece­si­ta­mos incor­po­rar ese nue­vo ser­vi­cio a nues­tro día a día”. Son pala­bras de Ele­na Nei­ra, licen­cia­da en Dere­cho y Comu­ni­ca­ción Audio­vi­sual, en su libro Strea­ming Wars. La nue­va tele­vi­sión (Libros Cúpu­la, 2020).

“La nue­va tele­vi­sión es aho­ra tu tele­vi­sión, tu expe­rien­cia. Es una tele­vi­sión rápi­da, por­que nos hemos vuel­to muy rea­cios a la espe­ra”. Tie­ne toda la razón Ele­na Nei­ra. Nos ocu­rre a casi todos: aho­ra vemos la tele­vi­sión con una impa­cien­cia en la que son evi­den­tes los ras­gos de neu­ro­sis (o al revés: la neu­ro­sis urba­na nos ha con­ver­ti­do en espec­ta­do­res impa­cien­tes).

Hablo de mí: bus­co series que me atra­pen, pero a los diez minu­tos –o antes– de pres­tar aten­ción a lo que me cuen­tan, me pon­go a bus­car otra cosa. La abun­dan­cia de alter­na­ti­vas me lle­va a inda­gar de modo com­pul­si­vo en varias de las últi­mas ofer­tas. Sin ter­mi­nar de ver un solo capí­tu­lo, paso de Dex­ter: New Blood (Movis­tar) a El tiem­po que te doy (Net­flix), poco des­pués a Solo ase­si­na­tos en el edi­fi­cio (Dis­ney), para aca­bar vien­do de nue­vo los lar­go­me­tra­jes A vida y muer­te (Michael Powell Eme­ric Press­bur­ger, 1948), Los sobor­na­dos (Fritz Lang, 1953), El cebo (Ladis­lao Vaj­da, 1958) o Los para­guas de Cher­bur­go (Jac­ques Demy Michel Legrand, 1964). En el maras­mo, uno tien­de a refu­giar­se en las apues­tas segu­ras.

Al final de la noche, cuan­do voy en bus­ca de la cama para refu­giar­me en la lec­tu­ra, con­fun­do unas his­to­rias con otras y lue­go, en las horas de madru­ga­da, sue­ño con avia­do­res en la segun­da gue­rra mun­dial, tien­das de para­guas, poli­cías corrup­tos y ase­si­nos de niñas. La extra­or­di­na­ria polu­ción de imá­ge­nes pue­de enlo­que­cer­nos al igual que los libros de caba­lle­ría ena­je­na­ron al hidal­go Alon­so Qui­jano.

“Esta tele­vi­sión de con­su­mo ace­le­ra­do dará lugar a fenó­me­nos cada vez más fuga­ces, con menos poso cul­tu­ral y en el que la mul­ti­pli­ca­ción de con­te­ni­dos se digie­ren tan rápi­dos como se con­su­men”, afir­ma Ele­na Nei­ra. Se digie­ren y se olvi­dan, aña­do yo. “La nue­va tele­vi­sión se adap­ta al indi­vi­duo (y no a la inver­sa), es mayo­ri­ta­ria­men­te de pago (pero ase­qui­ble, tenien­do en cuen­ta las ven­ta­jas que ofre­ce), fle­xi­ble (pode­mos ver­la cuán­do, cómo y dón­de que­ra­mos), abun­dan­te y per­so­na­li­za­da. Y tam­bién des­es­truc­tu­ra­da”.

Duran­te déca­das, hemos teni­do muy cla­ro lo que era cine y lo que era tele­vi­sión. Cine –en mi pri­me­ra juven­tud– era ir con mucha ilu­sión al Capi­tol, al Coli­seum, al Ave­ni­da o al Serrano para ver Psi­co­sis (Alfred Hitch­cock, 1960), ¿Qué fue de Baby Jane? (Robert Aldrich, 1962) o 2001, una odi­sea del espa­cio (Stan­ley Kubrick, 1968). Y la tele­vi­sión era que­dar­se en casa, sen­tar­se en el tre­si­llo del come­dor y con­tem­plar de modo com­pen­sa­to­rio el Fes­ti­val de Euro­vi­sión o las Galas del sába­do que pre­sen­ta­ban Joa­quín Prat y Lau­ra Valen­zue­la. 

Aho­ra todo se ha enma­ra­ña­do. Aumen­tan las opcio­nes pero dis­mi­nu­yen la cla­ri­dad y el impac­to cul­tu­ral y emo­cio­nal. Es el signo de nues­tra épo­ca: Ir al cine (¿has­ta cuán­do se man­ten­drá esa cos­tum­bre social, aho­ra en situa­ción de peli­gro?), ver imá­ge­nes en el móvil, los sel­fis, los audio­vi­sua­les, la tele del día a día, los pro­gra­mas archi­va­dos para ver­los cuan­do nos ven­ga bien, you­tu­be, los DVD, el Blu-ray, las pla­ta­for­mas strea­ming, face­book, twit­ter, ins­ta­gram, el correo elec­tró­ni­co…

Aho­ra vemos más cosas que nun­ca pero al poco de ver­las no sabe­mos muy bien lo que hemos vis­to y dón­de lo hemos vis­to.

DIARIO UN CINÉFILO

«Que la vida iba en serio / uno lo empie­za a com­pren­der más tar­de”
Jai­me Gil de Bied­ma

DIARIO DE UN CINÉFILO Es una sec­ción dedi­ca­da al mun­do de las Series de TV, a todos sus aspec­tos ciné­fi­los pero tam­bién a sus deri­va­cio­nes socio­ló­gi­cas y rela­ti­vas a la vida coti­dia­na de las per­so­nas. La cons­truc­ción de roles, las rela­cio­nes fami­lia­res, la actua­li­dad, la come­dia y el dra­ma, la épi­ca his­tó­ri­ca, dra­go­nes y maz­mo­rras… Todo cabe en el mun­do de las series, y cual­quier pers­pec­ti­va del mun­do pue­de ser vis­ta des­de la ópti­ca de un ciné­fi­lo, de un serió­fi­lo inte­li­gen­te y pers­pi­caz. La sec­ción está per­so­na­li­za­da en Rafa Marí, uno de los últi­mos gran­des ciné­fi­los espa­ño­les. La perio­di­ci­dad es alea­to­ria, y la lon­gi­tud de cada entra­da, tam­bién. Pue­de ser tan­to muy cor­ta: un afo­ris­mo, como un exten­so mini­en­sa­yo, o entre­vis­ta, o diá­lo­go inte­rior.

Pese a ser un perio­dis­ta tar­dío, Rafa Marí (Valen­cia, 1945) ha teni­do tiem­po para tra­ba­jar en muchos medios de comu­ni­ca­ción: Car­te­le­ra Turia, Cal Dir, Valen­cia Sema­nal, car­te­le­ra Qué y Don­de, Noti­cias al día, Papers de la Con­se­lle­ria de Cul­tu­ra, Leva­n­­te-EMV, El Hype… Siem­pre en las pági­nas de cul­tu­ra. En 1984 fichó por Las Pro­vin­cias, dia­rio don­de actual­men­te es colum­nis­ta y crí­ti­co de arte.

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