No estoy de acuerdo cuando se afirma, con pompa dogmática, que el principal motor de la cultura es el económico. El ansia cultural de escribir, esculpir, pintar, componer y crear tiene profundas raíces psicológicas, sociales y comunicativas ajenas al comercio. Esa búsqueda primordial tiene variadas razones. Una de ellas: la cultura es una expresión personal que aspira a transmitir sabiduría, conocimiento y emociones.
La cultura busca el significado de la vida y las claves de la sociedad que nos rodea; la cultura nos conecta con los demás: ellos somos nosotros; la cultura quiere dejar un legado; la cultura es un impulso que surge de una curiosidad natural, con la aspiración, no demasiado secreta, de innovar; la cultura puede ser una terapia personal para superar situaciones difíciles; la cultura es una transmisión de conocimientos y un instinto de supervivencia: donde ya no estaremos nosotros, tal vez estén nuestras obras. Por favor, no me llamen ‘idealista’ por mantener esta tesis. Al idealismo le tomé miedo hace décadas
Hacer cosas sin pensar en el dinero es todo un lujo. Cuando voy por las calles de Mislata –mi ciudad- y coincido con la pintora y poeta Marielo Bonet o con el fotógrafo creativo Eliseo Benavent, me siento reconfortado. El casual y siempre grato encuentro lo celebramos normalmente sentándonos en la terraza del Casino Musical de la calle peatonal Miguel Hernández, al lado de la Casa de la Dona y del Centro Cultural Carmen Alborch). Y allí, durante una media hora, gozosos y alborozados hablamos de cuestiones interesantes: de viajes a la India, de la libertad, de películas que nos dieron miedo o nos hicieron reír, del mejor cine europeo, de exposiciones en Valencia o de ‘Punt de Trobada d’Art a Mislata’, colectiva que estos días puede verse (hasta el 17 de octubre) en el citado Centro Cultural Carmen Alborch, muy bien gestionado desde hace años por la concejala socialista Pepi Luján.
Vi esa exposición una reciente mañana en compañía de Eliseo Benavent, detalladamente informado por él de las principales claves de la colectiva. Participan en la muestra, además del propio Eliseo y de Marielo, los artistas Antonio Pérez (Gorton), Francisca Lita, Ángel Kuenka, Elena Tsareva, Miguel Tarancón, Elena Nemenyi, Azahara Vázquez, J. Carlos Llorens, Marga Jiménez, Francisco J. Gil, Marina Fuster, Álvaro Martínez y Bienvenida Álvarez. El cartel de la muestra es de Voro García, fundador y presidente del Movimiento Artístico de Mislata (MAM, movimiento de Artistas con el objetivo común de crear un espacio de encuentro para la divulgación, conexión y participación en diversos espacios culturales).
Esta atractiva programación en la inquieta y vital Mislata despertó mi apetito cultural, de modo que, por la tarde, con un ansia in crescendo, me acerqué al centro de Valencia para disfrutar con las magníficas exposiciones de El Flaco (en el MuVIM y en la Galería del Tossal) y la de Picasso y la modelo. El perfil de Jacqueline en la Fundación Bancaja. No me dio tiempo de ver las exposiciones de La Nau, el IVAM, el Centro del Carmen, las de Manolo Millares y Vicent Machí en el MuVIM o la de Ximo Amigó en el Museo de la Ciudad. A no mucho tardar, las veré. Diré además que para sentirme culto y provechoso, apenas necesito gastarme dinero (de Mislata a Valencia, unos 10 minutos de trayecto, lo hago siempre en Metro: el viaje me cuesta 0’40 céntimos de euro).
La cultura es una vacuna contra la estulticia. El sociólogo y filósofo Zygmunt Baumann (Polonia, 1925-Reino Unido, 2017) lo explica de otra manera, más imaginativa: “Hoy la cultura no consiste en prohibiciones, sino en ofertas, no consiste en normas, sino en propuestas. Tal como señaló Bourdieu, la cultura hoy se ocupa de ofrecer tentaciones y establecer atracciones, con seducción y señuelos en lugar de reglamentos, con relaciones públicas en lugar de supervisión policial: produciendo, sembrando y plantando nuevos deseos y necesidades en lugar de imponer el deber”.
Me gustan especialmente las palabras ‘propuestas’, ‘tentaciones’, ‘seducción’ y ‘deseos’. Admiro a Baumann. Él ya no vive. Pero su pensamiento y sus libros sí viven.
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