Mue­ble inter­me­dio y sillón, boce­to de José Juan Bel­da para Juan Lagar­de­ra.

Hace una déca­da dijo que le tenían que hacer un tras­plan­te de cora­zón. Creo que no había cum­pli­do los 60 y nos dejó aco­jo­na­dos a pesar de la fle­ma con la que con­ta­ba aque­lla dolen­cia. Fue una fal­sa alar­ma, un diag­nós­ti­co cagón, y él no para­ba de decir que se había encon­tra­do con una pro­lon­ga­ción de la vida, todo lo cual se lo siguió toman­do con cal­ma, con un estoi­cis­mo que des­ar­ma­ba. Resul­ta que, final­men­te, cayó pos­tra­do por un cán­cer y, sigi­lo­sa­men­te, su alma aban­do­nó este mun­do en la tar­de del sába­do 16 de enero de 2021. José Juan Bel­da Inglés tenía 73 años, había naci­do en Béte­ra en 1947, y era muy cono­ci­do en el tra­to cer­cano como J.J.

No mucho des­pués del suce­so, la pági­na web de gráfica.info daba cuen­ta de la tris­te noti­cia y col­ga­ba un pri­mer resu­men de la tra­yec­to­ria pro­fe­sio­nal como dise­ña­dor indus­trial y de mobi­lia­rio de J.J. Bel­da (ver el libro de Javier Gimeno), uno de los espí­ri­tus más libres y ami­ga­bles de aquel irre­pe­ti­ble gru­po crea­ti­vo que dio la Valen­cia de la Tran­si­ción, La Nave, el pri­mer y más serio inten­to por crear un estu­dio poli­fó­ni­co en torno al dise­ño. La Nave lide­ró la moder­ni­za­ción de la ima­gen y el gra­fis­mo valen­ciano, de su núcleo sur­gie­ron varios pre­mios nacio­na­les (Daniel Nebot, Nacho Laver­nia, Mari­sa Gallén…) y una plé­to­ra de exce­len­tes pro­fe­sio­na­les (Qui­que Com­pany, Paco Bas­cu­ñán, San­dra Figue­ro­la…). Pero como tan­tas otras opor­tu­ni­da­des para el sal­to ade­lan­te de la moder­ni­dad valen­cia­na, la tra­ve­sía de La Nave duró muy poco, ape­nas sie­te tem­po­ra­das.

Bel­da pro­ve­nía de otro gru­po, Cap i Mans, con el que fun­dó en 1984 La Nave, crean­do el pri­mer espa­cio crea­ti­vo de raí­ces con­tem­po­rá­neas en uno de los edi­fi­cios indus­tria­les de aires decó situa­do entre la calle San Vicen­te y la ave­ni­da Gior­ge­ta. La Nave se ha con­ver­ti­do en toda una leyen­da de la his­to­ria del dise­ño valen­ciano (en la cita­da web de gráfica.info hay col­ga­do un diver­ti­do vídeo sobre el gru­po), entre otras razo­nes por­que de sus mesas de tra­ba­jo sur­gie­ron, entre otras, la nue­va ima­gen de la Gene­ra­li­tat Valen­cia­na o los car­te­les valen­cia­nos de la Auto­pis­ta A7 que toda­vía hoy nadie ha supe­ra­do en cali­dad y atre­vi­mien­to.

No obs­tan­te, y a pesar de ser un gran dibu­jan­te, J.J. estu­vo dedi­ca­do fun­da­men­tal­men­te al dise­ño de mue­bles y obje­tos, una crea­ti­vi­dad mucho más mate­rial y no tan visual como las artes grá­fi­cas. Sobrio y a la vez atre­vi­do, geo­mé­tri­co pero rup­tu­ris­ta, los mue­bles de Bel­da siem­pre mos­tra­ban equi­li­brio y altas dosis de sin­gu­la­ri­dad. Memo­ra­bles, ver­da­de­ras pie­zas de museo, son sus sillas Cebra y Mos­ca que expre­san movi­mien­to a pesar de tra­tar­se de ele­men­tos inani­ma­dos.

Silla Cebra.
Silla Mos­ca.

Mesas de ins­pi­ra­ción bauha­sia­na, cafe­te­ras de aires surrea­lis­tas, ele­gan­tí­si­mas mani­ve­las a la ita­lia­na, carri­tos y mue­bles bar de reso­nan­cias orien­ta­les zen… Esa es la curio­sa y extra­or­di­na­ria apor­ta­ción de Bel­da a la revo­lu­ción crea­ti­va valen­cia­na que final­men­te se fue asen­tan­do en su pro­pio estu­dio de Ruza­fa, con NI o a tra­vés de la fir­ma de su ami­go Vicent Mar­tí­nez, Punt Mobles, o de los encar­gos de ArtEs­pa­ña.

Ade­más de obje­tos, Bel­da fue un con­su­ma­do esce­nó­gra­fo, y a él se deben algu­nas de las expo­si­cio­nes mono­grá­fi­cas más esti­mu­lan­tes que se han orga­ni­za­do en Valen­cia. Como la gran mues­tra que el Impi­va dedi­có a Maris­cal a fina­les de los 80 en la Lon­ja, cuyo espa­cio fue cap­tu­ra­do con gran habi­li­dad por J.J. Y fue gra­cias a su talen­to y capa­ci­dad fun­cio­nal, que saca­mos ade­lan­te un lugar expo­si­ti­vo impo­si­ble como el MuVIM duran­te la expo­si­ción dedi­ca­da a los 200 años de indus­tria­li­za­ción valen­cia­na. Fue en el oto­ño de 2007 y el éxi­to de aque­lla empre­sa se debió en lo más fun­da­men­tal a J.J. Bel­da.

Miem­bros de La Nave duran­te la inau­gu­ra­ción de la expo­si­ción dedi­ca­da a su tra­yec­to­ria. El más alto, en el cen­tro, con aire más medi­te­rrá­neo, es José Juan Bel­da.

Con todo, lo más impor­tan­te de este pro­fe­sio­nal siem­pre fue su buen carác­ter. Nun­ca le vi enfa­da­do ni per­der la com­pos­tu­ra. Tenía un mun­do esté­ti­co de aires mila­ne­ses pero su razón de vivir era total­men­te valen­cia­na. Afron­ta­ba los dra­mas con laco­nis­mo y los gozos con una son­ri­sa mode­ra­da jun­to a Ana Vido­rre­ta, cuyos diver­ti­dos sar­cas­mos le ani­ma­ban todos los días. Le gus­ta­ba comer arroz jun­to a la pla­ya, man­te­ner el equi­li­brio hedo­nis­ta de la filo­so­fía medi­te­rrá­nea. Una gran huma­ni­dad, un exce­len­te tipo. Espe­ro que des­can­se en una bue­na loun­ge de dise­ño, a ser posi­ble blan­di­ta como las de los Eames y no tan dura como la de Mies, tocan­do un gong espi­ri­tual.

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