[vc_row full_width_row=“true”][vc_column][vc_column_text]Desde 2016, el MuVIM apro­ve­cha la efe­mé­ri­de del Día Inter­na­cio­nal de la Mujer Tra­ba­ja­do­ra para exhi­bir y poner en valor la obra de muje­res crea­do­ras. Y este año el museo tam­po­co ha fal­ta­do a la cita. Sin embar­go, su apues­ta museo­grá­fi­ca ha ido esta vez mucho más allá: ya no se tra­ta sólo de expo­ner una obra en el Vitrall que fil­tra la luz que entra en el ves­tí­bu­lo del museo, sino que este mes —con el per­mi­so de Ber­lan­ga y su expo­si­ción “Vis­ca Ber­lan­ga”— el museo ha sido prác­ti­ca­men­te toma­do por muje­res, artis­tas y valen­cia­nas todas ellas.

«Una vez más, como cada 8 de mar­zo, el MuVIM se mues­tra fiel a su com­pro­mi­so con las muje­res crea­do­ras que, con sus obras, amplían fron­te­ras ya fija­das, abren nue­vos cami­nos a tra­vés de los cua­les las muje­res pode­mos y debe­mos de con­ti­nuar avan­zan­do», afir­ma Glò­ria Tello, dipu­tada del MuVIM.

 

Las mujeres-árbol

 

La obra “Sol de Verano”, de Cuqui Gui­llén.

Cuqui Gui­llén, artis­ta de refe­ren­cia en el arte pop y com­po­nen­te del Equi­po Lími­te duran­te quin­ce años (1987–2002), ha ves­ti­do la gran vidrie­ra del museo con la obra «Sol de Verano», una obra en la que pro­po­ne una relec­tu­ra pop del mito de Daf­ne, esa «mujer her­mo­sa pero inde­pen­dien­te y con­tra­ria a las exi­gen­cias del canon feme­nino que obli­ga­ba a las muje­res a casar­se y tener hijos», según Lola Mar­to­rell, comi­sa­ria de la expo­si­ción.

Al igual que suce­dió con Daf­ne, las muje­res del vitrall que pin­ta Cuqui Gui­llén se con­vier­ten en muje­­res-árbol para poder libe­rar­se del aco­so patriar­cal: así «trans­for­man su pen­sa­mien­to en árbol, en enre­da­de­ra, en savia» que se trans­mi­te gene­ra­cio­nal­men­te, por­que «hay una her­man­dad anti­gua en todos los rela­tos. Hay un hilo que hil­va­na nues­tra pre­sen­cia a tra­vés de los siglos. Algo que todas sabe­mos y que no nece­si­ta­mos decir­nos», ase­gu­ra Lola Mar­to­rell.

 

Fundar un hogar propio

 

La obra “No lo lla­ma­ba hogar, pero era todo lo que ella tenía», de Nati­vi­dad Nava­lón.

En esa mis­ma idea de con­ti­nui­dad inci­de la ins­ta­la­ción que la escul­to­ra valen­cia­na Nati­vi­dad Nava­lón ha dise­ña­do para El Cubo del MuVIM, ese espa­cio expo­si­ti­vo del museo que sale al encuen­tro de sus visi­tan­tes. «Vivi­mos en la pér­di­da de todo fun­da­men­to», afir­ma la filó­so­fa Mer­ce­des Gómez-Ble­­sa, comi­sa­ria de la mues­tra. En la era de la indi­gen­cia, «en la pér­di­da de todo fun­da­men­to teó­ri­co». Solos y a la intem­pe­rie, esta­mos «des­asis­ti­dos de las gran­des ver­da­des de anta­ño». Vivi­mos ins­ta­la­dos aún en espa­cios, cáno­nes, códi­gos, patro­nes y dog­mas ya en desuso por­que es de lo úni­co de que dis­po­ne­mos, como sugie­re el sig­ni­fi­ca­ti­vo títu­lo que Nati­vi­dad Nava­lón ha pues­to a su ins­ta­la­ción: «No lo lla­ma­ba hogar, pero era todo lo que ella tenía».

Esos cono­ci­dos refu­gios nos pro­te­gen de la intem­pe­rie, de ese mie­do y esta­do de aler­ta «en el que se han ins­ta­la­do nues­tras vidas, intu­yen­do obse­si­va­men­te al enemi­go cer­ca», como dice Gómez-Ble­­sa. «La vie­ja casa de la madre se ha derrum­ba­do y vivi­mos entre escom­bros». Y, sin embar­go, esta­mos obli­ga­das a tras­cen­der­los, por­que «tran­si­ta­mos de los vie­jos códi­gos a otros nue­vos que están por hacer». Esta­mos obli­ga­das, pues, a «fun­dar un hogar pro­pio que no sea hecho con dese­chos», como seña­la grá­fi­ca­men­te Gómez-Ble­­sa.

 

El alivio de la belleza

 

Una de las obras de “La cate­dral del már­mol”, de Lola Bonet.

Si, como sen­ten­ció Kant, la Ilus­tra­ción es la supera­ción volun­ta­ria de la mino­ría de edad auto­cul­pa­ble de la huma­ni­dad, cada vez es más evi­den­te que se nece­si­ta una nue­va ilus­tra­ción feme­ni­na y femi­nis­ta. «La pre­ten­sión, por par­te de cier­ta moder­ni­dad, de comen­zar cada vez des­de cero nos lle­va­ría a una infan­cia per­pe­tua, sin posi­bi­li­dad de evo­lu­ción ni cre­ci­mien­to», ase­gu­ra­ba Josep Bonet, poe­ta y padre de la artis­ta que expo­ne aho­ra —en la Sala del Atrio situa­da en el hall del MuVIM— una selec­ción de escul­tu­ras bajo el títu­lo «La cate­dral del már­mol». Las obras de Lola Bonet i Palop «no son la ilus­tra­ción de nada, sino una bús­que­da de sen­ti­do que, a tra­vés del caos inhe­ren­te al mun­do, alcan­za el ali­vio y el pla­cer, la cal­ma, que nos da la belle­za», en pala­bras de Josep Bonet.

En esta mues­tra se recrea un «no-pai­­sa­­je», según Ama­dor Gri­ñó, jefe de expo­si­cio­nes del MuVIM. La artis­ta ganó en 2016 la últi­ma con­vo­ca­to­ria de las Becas Alfons Roig, gra­cias a la cual reali­zó las obras que aho­ra exhi­be, «rea­li­za­das con téc­ni­cas y mate­ria­les que le per­mi­ten reite­rar la ima­gen para rea­li­zar —a par­tir de la seri­gra­fía, el off­set o la impre­sión láser— una espe­cie de no-luga­­res geo­grá­fi­cos que apa­ren­te­men­te se opo­nen a la con­cep­ción clá­si­ca del géne­ro pai­sa­je», en pala­bras de Gri­ñó. En el caso de Lola Bonet i Palop, la repe­ti­ción seria­da de lo ya cono­ci­do es lo que per­mi­te tras­cen­der­lo, supe­rar­lo, fun­dar no ya un hogar sino un pai­sa­je nue­vo y ale­ja­do de los patro­nes clá­si­cos.

 

El tiempo de cocción exacto del arroz

 

Una de las obras de “lliu­res”, de Belén Sega­rra.

Para Belén Sega­rra —artis­ta plás­ti­ca, ilus­tra­do­ra y auto­ra de la obra que ocu­pa el Muro del MuVIM— las muje­res están obli­ga­das a una tarea cicló­pea, repe­ti­ti­va y ago­ta­do­ra: «medir los moda­les, el voca­bu­la­rio, el físi­co. Medir la altu­ra de la fal­da para que no sea dema­sia­do cor­ta, pero tam­po­co dema­sia­do lar­ga. Medir el tiem­po de coc­ción del arroz». Y, ade­más,  «pedir per­dón. Per­dón muchas veces por todo y por no que­rer, poder o saber coci­nar el puñe­te­ro arroz».

Un arroz que la artis­ta reco­no­ce que se le pasa siem­pre. Las muje­res deben «aguan­tar los piro­pos, las crí­ti­cas, el mie­do, los erro­res, el examen exhaus­ti­vo de cada cosa que hace­mos». Un esta­do de obli­ga­ción per­pe­tua que Belén Sega­rra resu­me como la cons­tan­te nece­si­dad de «demos­trar, demos­trar cosas todo el rato».

Por eso el mural con el que Belén Sega­rra reci­be a los visi­tan­tes en el ves­tí­bu­lo del museo lle­va el sim­ple pero sig­ni­fi­ca­ti­vo títu­lo de «Libres». Y, como suce­de con el res­to de su obra, el men­sa­je es reco­no­ci­ble al ins­tan­te. Por­que los per­so­na­jes y los mun­dos que pin­ta Sega­rra pare­cen ino­cen­tes, pero se vuel­ven com­ple­jos al mirar­los. Su obra esta­ble­ce siem­pre un jue­go entre lo inge­nuo, lo sobre­na­tu­ral, lo deli­ca­do y lo rocam­bo­les­co. Y el Muro del MuVIM es una bue­na prue­ba de ello. «Menos mal que habéis veni­do. Menos mal que esta­mos jun­tas. Menos mal que nos que­re­mos. Libres».

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