Josep Pla, el his­to­ria­dor Vicens Vives con su hijo en bra­zos, y Quin­tà, el chó­fer, con su hijo Alfons.

Duran­te algu­nos años, bue­na par­te de los polí­ti­cos valen­cia­nos dor­mían inquie­tos. La jus­ti­cia había empe­za­do a inter­ve­nir en las tra­mas que corrom­pían la rela­ción de las admi­nis­tra­cio­nes públi­cas con empre­sa­rios poco escru­pu­lo­sos. Quien más quien menos sabía de algu­na cho­ri­za­da, o se había vis­to invo­lu­cra­do en trá­fi­co de influen­cias. Las pre­va­ri­ca­cio­nes y ama­ños eran corrien­tes, sus­tan­cia­les al sis­te­ma, al demo­crá­ti­co y al autár­qui­co decían los his­to­ria­do­res. 

Cual­quier noche podía lle­gar la guar­dia civil a casa o la poli­cía judi­cial con una orden de regis­tro, o aún peor, con un prin­ci­pio de encau­sa­mien­to. Todos cono­cían lo que ocu­rrió con fulano, dete­ni­do de madru­ga­da, con­du­ci­do espo­sa­do al cuar­te­li­llo y de allí a los juz­ga­dos, a decla­rar, pre­vio paso por los corri­llos de la pren­sa, canu­tos de tele­vi­sión y flashes en ris­tre. La lla­ma­da con­de­na del tele­dia­rio. 

Valen­cia fue asi­dua de los noti­cia­rios duran­te ese tiem­po y los valen­cia­nos hemos teni­do que pechar con esa car­ga como si esta tie­rra fue­ra Sici­lia o Cala­bria, media cla­se impu­tada por cual­quier cau­sa. Todos los con­cur­sos de adju­di­ca­ción de obras o de ser­vi­cios bajo sos­pe­cha. Nin­gún fun­cio­na­rio que­ría com­pro­me­ter­se a fir­mar un papel más. 

Aho­ra las cosas no siguen igual, pero los lobbys y los con­se­gui­do­res con­ti­núan tra­ba­ján­do­se el con­tra­to que per­si­guen, tal vez no de for­ma des­car­na­da y tan a la luz. La ges­tión públi­ca anda muy para­li­za­da y la inten­si­dad vigi­lan­te de jue­ces, fis­ca­les y perio­dis­tas ha baja­do el dia­pa­són. 

A esta intra­his­to­ria valen­cia­na se han apro­xi­ma­do algu­nas narra­cio­nes, aun­que casi todas for­ma­li­za­das median­te este­reo­ti­pos y muy con­ta­mi­na­das por las posi­cio­nes ideo­ló­gi­cas de los obser­va­do­res cuan­do no por intere­ses polí­ti­cos o comer­cia­les. Las nove­las y pelí­cu­las sobre el asun­to resul­ta­ron thri­llers bana­les. 

Se sal­van de la tri­via­li­dad la pelí­cu­la El rei­no de Rodri­go Soro­go­yen (2018), que no habla de nin­gún caso con­cre­to aun­que alguno de aquí se pue­de dar por alu­di­do, y el libro de Fran­cesc Ara­bí, Ciu­da­dano Zapla­na, la cons­truc­ción de un régi­men corrup­to (Akal 2019), escri­to con un esti­lo pun­zan­te e inclu­so diver­ti­do, en el que se cuen­ta de modo perio­dís­ti­co la géne­sis de aque­lla aven­tu­ra inmo­ral. Una pena que el libro no tras­cen­die­ra los lími­tes valen­cia­nos.

Todo lo con­tra­rio está ocu­rrien­do con El hijo del chó­fer (Tus­quets 2020), la cró­ni­ca del perio­dis­ta Jor­di Amat que lle­va camino de con­ver­tir­se en libro del año, y cuyo impac­to en el poder polí­ti­co empie­za a tras­cen­der más allá de su lec­tu­ra. No les haré spoi­ler pero les cen­tro el tema: 

En los años 60, ya reti­ra­do en su masía ampur­da­ne­sa, el escri­tor y posi­ble­men­te espía fran­quis­ta, Josep Pla, uno de los más bri­llan­tes e inte­li­gen­tes pro­sis­tas de su épo­ca y, final­men­te, deci­di­do repre­sen­tan­te de la alta cul­tu­ra cata­la­na, empe­zó a tejer en torno a su exis­ten­cia un círcu­lo de per­so­nas de la mayor rele­van­cia en la vida polí­ti­ca, eco­nó­mi­ca y cul­tu­ral de Cata­lu­ña –entre otros, su gran admi­ra­dor, Joan Fus­ter–, de cuyas idas y veni­das fue tes­ti­go el via­jan­te de comer­cio que le hizo de chó­fer en esa épo­ca ante los ojos de su hijo ado­les­cen­te, Alfons Quin­tà, quien con el paso de los años se con­ver­ti­ría en un influ­yen­te perio­dis­ta, pues no en vano diri­gió la pri­me­ra dele­ga­ción de El País en Bar­ce­lo­na y tuvo man­do en TV3.

El libro de Amat revuel­ve en la bio­gra­fía de Quin­tà para des­ve­lar la corrup­ción cata­la­na, la fala­cia del lla­ma­do oasis cata­lán, cuyo hedor hace tiem­po que inun­da todo el pai­sa­je polí­ti­co del Prin­ci­pa­do. Una Cata­lu­ña que, con­tra lo que el inde­pen­den­tis­mo ha cons­trui­do en su rela­to, se impli­có en las corrup­te­las del fran­quis­mo –La Cana­dien­se, Por­cio­les y Sama­ranch, Mate­sa…– y curio­sa­men­te tam­bién con la monar­quía: el caso Nóos, el de Urdan­ga­rín, se ges­ta en la escue­la de nego­cios Esa­de de Bar­ce­lo­na.

En cam­bio, Cata­lu­ña no pade­ce la cri­sis de repu­tación de Valen­cia. Has­ta tal pun­to que las fecho­rías del clan Pujol son vis­tas, a ojos de muchos cata­la­nes de a pie, como arti­lu­gios poli­tí­cos crea­dos por el espa­ño­lis­mo para dañar la ima­gen de su gran timo­nel y patrio­ta cata­la­nis­ta.

Y no es así ni mucho menos. Como se narra en El hijo del chó­fer, des­de los tiem­pos del patriar­ca Flo­ren­ci Pujol y la refun­da­ción de Ban­ca Cata­la­na algo hue­le a podri­do en Cata­lu­ña. Polí­ti­cos y ban­que­ros, edi­to­res y perio­dis­tas, jue­ces y nota­rios, inclu­so artis­tas, fut­bo­lis­tas y nove­lis­tas van a ir par­ti­ci­pan­do del gran holo­caus­to éti­co que se per­pe­tra en Cata­lu­ña. Don­de todos miran hacia otra par­te e impe­ra, aquí sí, la omer­tà. La máxi­ma de aquel tea­tri­llo se oyó cer­ca de Mar­ta Ferru­so­la: “a casa, els draps bruts es ren­ten amb silen­ci”.

La cró­ni­ca de Amat es sobre­co­ge­do­ra, dina­mi­ta. No sé si es verí­di­ca y cuen­ta con una for­mi­da­ble docu­men­ta­ción. Es vero­sí­mil, pero es tam­bién una joya lite­ra­ria. Está escri­ta de mane­ra lumi­no­sa y pug­naz. Al modo del nue­vo perio­dis­mo que cau­ti­vó a los del ofi­cio en los años 70 y 80, cuan­do Tom Wol­fe le dio la vuel­ta al fal­so pro­gre­sis­mo y Tru­man Capo­te mos­tró cómo la lite­ra­tu­ra es capaz de abor­dar la reali­dad. De esa mis­ma lite­ra­tu­ra se ha ser­vi­do con talen­to Jor­di Amat para ir sutu­ran­do los vacíos de la narra­ción has­ta cali­brar un tex­to esplen­do­ro­so que, ade­más, nos recon­ci­lia con la fun­ción del buen y hones­to perio­dis­mo. 

No sé de qué pie ideo­ló­gi­co cojea Amat, de hecho cola­bo­ra con La Van­guar­dia, rota­ti­vo que a prio­ri comul­ga con el idea­rio con­ser­va­dor cata­lán, mien­tras que Quin­tà fue un pro­gre­sis­ta que hemos des­cu­bier­to des­al­ma­do. Amat, en cual­quier caso, cum­ple con la lec­ción pro­fe­sio­nal que nos ense­ña­ba el gran perio­dis­ta Jesús Pra­do: “si quien te atri­bu­la con su com­por­ta­mien­to inmo­ral es un enemi­go, cuén­ta­lo, y si es ami­go, cuén­ta­lo toda­vía con más inten­si­dad, pues aña­de a su con­duc­ta el haber­te decep­cio­na­do en lo per­so­nal”.

Des­pués de leer El hijo del chó­fer en una sen­ta­da, publi­ca Enri­que Vila Matas un artícu­lo demo­le­dor en El País. Cita el libro de Amat para dar cur­so a un diag­nós­ti­co sobre Bar­ce­lo­na, una ciu­dad que –escri­be–, vive inmer­sa en un ángu­lo muer­to, en el aban­dono, sumi­da en el posh­lost, algo así como sus­pen­di­da en un tiem­po inde­fi­ni­do, ahis­tó­ri­co y sin alma.

El hijo del chó­fer no está exen­to de con­tro­ver­sias. Al hilo de las mis­mas el perio­dis­ta valen­ciano Ferran Bel­da (ex direc­tor de Leva­n­­te-EMV y ex direc­tor gene­ral del Dia­ri de Giro­na) publi­có una agu­da nota en el dia­rio Las Pro­vin­cias, que por su inte­rés repro­du­ci­mos, alu­dien­do, de paso, a la crí­ti­ca publi­ca­da por Lluís Bas­sets en el suple­men­to Babe­lia de El País (https://elpais.com/babelia/2020–11–20/los-angulos-muertos.html).

El hijo de Satanás del biógrafo

ESPADAS

Alfons Quintà criticaba lo que la prensa barcelonesa callaba

FERRAN BELDA 

Jue­ves, 26 noviem­bre 2020

Me apre­su­ré a reco­men­dar en La 99.9 la lec­tu­ra de la bio­gra­fía de Alfons Quin­tà, el pri­mer direc­tor de TV3 y de El Obser­va­dor, por lo que decía el fajín del libro –“Una his­to­ria de perio­dis­mo, chan­ta­je y corrup­ción que se lee como un thri­ller”– y aho­ra que lo he empe­za­do no sé si lo ter­mi­na­ré de leer. Con inde­pen­den­cia de los ban­da­zos, exce­sos y locu­ras que come­tió, Quin­tà siem­pre será para mi el perio­dis­ta que des­ta­pó el caso Ban­ca Cata­la­na. Amén del colum­nis­ta del Dia­ri de Giro­na que cri­ti­ca­ba lo que la pren­sa bar­ce­lo­ne­sa calla­ba cuan­do yo era direc­tor gene­ral de la publi­ca­ción. Así que, por más que el autor de esta sem­blan­za nove­la­da, Jor­di Amat, se acla­me a otros ilus­tres pre­ce­den­tes, como «el Eich­man de Arendt y el Mer­ca­der de Luri, el Mar­co de Cer­cas y el Smith de Capo­te», para jus­ti­fi­car tama­ño ase­si­na­to de carác­ter no pue­do evi­tar pen­sar que es ese desem­pe­ño de Quin­tà y no las malas notas que obtu­vo de estu­dian­te, ni mucho me temo que el parri­ci­dio que come­tió antes de sui­ci­dar­se, lo que le lle­va a des­pe­lle­jar­le des­de la segun­da pági­na. Entre otras cosas por­que no hay la menor som­bra de Freud en A san­gre fría y a Cer­cas se le ha lle­ga­do a acu­sar, si se pue­de lla­mar así, de enca­ri­ñar­se del hom­bre que se hizo pasar por super­vi­vien­te de los cam­pos de con­cen­tra­ción nazis. Amat, por el con­tra­rio, no es que retra­te a Quin­tà como el anti­guo Cate­cis­mo des­cri­bía al infierno («el con­jun­to de todos los males sin mez­cla de bien alguno»), es que lite­ral­men­te ase­gu­ra que siem­pre actuó movi­do por el deseo de ven­gan­za –¿inclu­so cuan­do des­ve­ló la ver­da­de­ra natu­ra­le­za de Pujol?– que le pro­vo­ca­ba que su padre, el chó­fer de Pla, pre­fi­rie­ra estar más con el escri­tor que con él y con su madre. Deli­ran­te, si no fue­ra por­que des­vía la aten­ción del mar de fon­do en el que el tam­bién ofi­cial de mari­na mer­can­te Quin­tà tuvo los arres­tos de aden­trar­se, el mar de los Sar­ga­zos de la polí­ti­ca cata­la­na. Y no me hace ni piz­ca de gra­cia que las des­ca­li­fi­ca­cio­nes de Amat impi­dan ver esa mar arbo­la­da que sur­có «el hijo del chó­fer» –un titu­lar cla­sis­ta don­de los haya– en su acti­vi­dad perio­dís­ti­ca. Anda­na­da bio­grá­fi­ca por anda­na­da bio­grá­fi­ca me que­do con el dague­rro­ti­po de José Antich que com­pu­so Sal­va­dor Sos­tres en el ABC del sába­do. Bajo en mora­li­na y no menos pre­cio­sis­ta y cáus­ti­co en los deta­lles. A Antich lo tra­té cuan­do diri­gía La Van­guar­dia. Y de Quin­tà no pue­do decir más que me reafir­mo en lo que le con­tes­té al enton­ces pre­si­den­te del con­se­jo de gobierno de la CCMA y aho­ra direc­tor de El Perió­di­co cuan­do me lla­mó para que­jar­se de sus artícu­los: ¿Aca­so mien­te?

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