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El malagueño Alberto Cortés firma una performance sobre el concepto de deseo y el impulso de lo salvaje.

Cuan­do Alber­to Cor­tés (Mála­ga, 1983) des­cu­brió el libro Los chi­cos sal­va­jes, escri­to en 1971 por el gran estan­dar­te de la “Gene­ra­ción Beat” William S. Burroughs, una peque­ña chis­pa sur­gió en su inte­rior.

 

Alber­to Cor­tés en un momen­to de la per­for­man­ce “El ardor”.

En sus pági­nas, el nove­lis­ta esta­dou­ni­den­se retra­ta­ba a una pan­di­lla de jóve­nes gue­rri­lle­ros que, arma­dos con los ele­men­tos más impen­sa­bles, empren­dían su par­ti­cu­lar revo­lu­ción para aca­bar con todos los sis­te­mas dog­má­ti­cos, de patrias a reli­gio­nes, inclu­so el pro­pio len­gua­je.

Bus­ca­ban des­truir lo esta­ble­ci­do y empe­zar de cero, crear una comu­ni­dad sin líde­res ni jerar­quías que uti­li­za­ra una len­gua basa­da en el arte pic­tó­ri­co y no en las pala­bras.

Con su obra, Burroughs desa­fió todas las reglas y sir­vió de ins­pi­ra­ción al tra­ba­jo de otros artis­tas de cul­to, de Jim Morri­son, David Bowie o Kurt Cobain en la músi­ca has­ta Fran­cis Ford Cop­po­la y David Cro­nen­berg, en el apar­ta­do cine­ma­to­grá­fi­co.

 

La “revolución escénica” de Cortés

Fal­ta­ba la revo­lu­ción “escé­ni­ca”, y ahí es don­de Cor­tés ‑direc­tor, dra­ma­tur­go y per­for­mer, ade­más de licen­cia­do en His­to­ria del Arte‑, encon­tró un camino por el que comen­zar a explo­rar.

Aque­lla chis­pa ini­cial pasó a ser una lla­ma crea­ti­va, se ali­men­tó de otras influen­cias como Arthur Rim­baud o Hakim Bey, y aca­bó con­vir­tién­do­se en un incen­dio impa­ra­ble.

Su títu­lo es El ardor, lle­ga a La Mutant los pró­xi­mos 28 y 29 de mayo (20:30 horas) y su autor la defi­ne como “un speech sobre la deci­sión defi­ni­ti­va de aban­do­nar la casa y ele­gir lo sal­va­je, y para ello el cuer­po no pue­de estar solo, nece­si­ta rodear­se de sus pares, de una ban­da de des­he­re­da­dos y mal­di­tos con los que huir”.

 

Alber­to Cor­tés fue varian­do el plan­tea­mien­to con­for­me se aden­tra­ba en el con­cep­to de deseo.

En su inves­ti­ga­ción, Alber­to Cor­tés fue varian­do el plan­tea­mien­to con­for­me se aden­tra­ba en el con­cep­to de deseo, que en el caso de El ardor tie­ne más que ver con una expre­sión román­ti­ca y un víncu­lo con el capi­ta­lis­mo que con el con­su­mo rápi­do del cuer­po.

“La obra pare­ce un dis­cur­so don­de una som­bra habla sobre la nece­si­dad de con­ver­tir en inmor­ta­les a las comu­ni­da­des outsi­ders, ado­les­cen­tes, vie­jas, queers y cuer­pos al mar­gen”, des­cri­be Cor­tés, quien se enfren­ta en soli­ta­rio al tex­to a lo lar­go de una hora.

“Se tra­ta de hacer de ellos ban­das calle­je­ras que vivan el deseo como un esta­do román­ti­co inmor­tal, con­tra el con­su­mo rápi­do, como herra­mien­ta de des­truc­ción de la socie­dad afec­ti­vo­ca­pi­ta­lis­ta”.

Con esta per­for­man­ce, La Mutant enca­ra el mes de junio, el últi­mo antes de cerrar la tem­po­ra­da, con la pre­sen­cia de la dan­za con­tem­po­rá­nea local y euro­pea, ade­más de otras pro­pues­tas de artes vivas.

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