El fotó­gra­fo e his­to­ria­dor de la arqui­tec­tu­ra Joa­quín Bér­chez expon­drá en la trat­to­ria Simon Boc­ca­ne­gra una serie de imá­ge­nes selec­cio­na­das por el pro­pio autor. La mues­tra esta­rá dis­po­ni­ble des­de el jue­ves 25 has­ta el pró­xi­mo 25 de noviem­bre.

 

Echan­do fotos del con­cier­to de la vida, por Juan Lagar­de­ra

La natu­ra­le­za artís­ti­ca del len­gua­je foto­grá­fi­co ha sido obje­to de deba­te des­de su mis­ma
irrup­ción, a media­dos del siglo XIX. Nada nue­vo que no afec­te a otras dis­ci­pli­nas artís­ti­cas.

Pero en el caso de la foto­gra­fía la dis­cu­sión ha sido y es más inten­sa y per­sis­ten­te, ¿por
qué? Pue­de que por la impor­tan­cia deci­si­va para la obten­ción de la obra del ele­men­to
ins­tru­men­tal –la cáma­ra y los pro­duc­tos quí­mi­cos–, tal vez por­que tene­mos dema­sia­do
cer­ca su fecha de bau­tis­mo o qui­zás por su amplia difu­sión como acti­vi­dad domés­ti­ca y
coti­dia­na en la vida con­tem­po­rá­nea, por su repro­duc­ti­bi­li­dad…

Para sub­sa­nar seme­jan­tes dis­fun­cio­nes, la socie­dad arte pro­ce­dió a apro­piar­se de la
foto­gra­fía con todo el ardid que la oca­sión mere­cía a raíz del galar­dón con­ce­di­do en el
apar­ta­do de escul­tu­ra de la Bie­nal de Vene­cia de 1990 a la pare­ja for­ma­da por Bernd y
Hilla Becher, habi­tua­les por lo demás en las suce­si­vas Docu­men­ta de Kas­sel des­de la
famo­sa de 1972. Has­ta enton­ces pro­si­guie­ron las dudas y con­tro­ver­sias, pero des­de los
Becher todo pare­ce dis­tin­to. Sus foto­gra­fías son más bien sim­ples y repe­ti­ti­vas,
impa­si­bles… siem­pre des­de una pers­pec­ti­va fron­tal y en sus comien­zos con una cáma­ra de cajón de gran for­ma­to que les pro­por­cio­na­ba mucha esta­bi­li­dad. No hacían foto­gra­fía
arqui­tec­tó­ni­ca pro­pia­men­te dicha, ni sub­je­ti­vis­mo, tam­po­co se tra­ta­ba de docu­men­tar ad
hoc el patri­mo­nio indus­trial. Pero coin­ci­die­ron con la apa­ri­ción del arte con­cep­tual y por
esa bre­cha se cola­ron ellos y todos los fotó­gra­fos que les suce­die­ron y jura­ron no ser
fotó­gra­fos sino artis­tas. El con­tra­sen­ti­do es que Bernd Becher se ini­ció con la cáma­ra al
obje­to de fijar mode­los para sus pin­tu­ras, muy influi­das por la meta­fí­si­ca del ita­liano De
Chi­ri­co.

Joa­quín Bér­chez nació en 1950 en Mon­ti­lla, dan­do tum­bos por todo el país des­de enton­ces, has­ta que se aco­mo­da en Valen­cia como pro­fe­sor a par­tir de 1975; cate­drá­ti­co de His­to­ria de la Arqui­tec­tu­ra en la Uni­ver­si­dad de Valen­cia des­de 1992. Tras su jubi­leo uni­ver­si­ta­rio vive en el cora­zón del barrio de Ruza­fa, redes­cu­brien­do las rela­cio­nes de vecin­dad pró­xi­ma en una zona de la ciu­dad que se ha con­ver­ti­do en la más joven y bulli­cio­sa de la mis­ma pero com­pa­gi­nán­do­se con el sus­tra­to popu­lar que per­du­ra. Bér­chez se afi­cio­nó a la foto­gra­fía por­que en sus comien­zos fue un ele­men­to coad­yu­va­dor con el cual mejo­rar la didác­ti­ca de sus cla­ses sobre arqui­tec­tu­ra.

Fue ahon­dan­do en el uni­ver­so foto­grá­fi­co al obje­to de con­se­guir cada vez un deta­lle más
níti­do y con­tras­ta­do que fue­ra de su inte­rés, con obje­ti­vos capa­ces de acer­car­nos a pun­tos muy leja­nos para el ojo humano que ya veían la arqui­tec­tu­ra en fuga. No se tra­ta­ba de una foto­gra­fía efec­tis­ta ni de entre­te­ni­mien­to, ni docu­men­ta­lis­ta siquie­ra. La cali­dad de sus imá­ge­nes y la nove­dad de su pun­to de vis­ta pron­to le gran­jea­ron un mere­ci­do pres­ti­gio, en espe­cial en revis­tas espe­cia­li­za­das en la repro­duc­ción foto­grá­fi­ca del arte y la arqui­tec­tu­ra, como la que lle­va la fir­ma de Fran­co Maria Riz­zi, Arqui­tec­tu­ra Viva o Anna­li di Archi­tet­tu­ra. Con los años y arma­do de un equi­po de alta cali­dad y sofis­ti­ca­ción, y libe­ra­do al fin de las nece­si­da­des peda­gó­gi­cas, Joa­quín Bér­chez se ha ido con­so­li­dan­do en un esti­lo pro­pio e incon­fun­di­ble, basa­do en la arqui­tec­tu­ra y en los espa­cios, sin­gu­lar­men­te en sus rit­mos y para­do­jas.

Bér­chez no bus­ca la monu­men­ta­li­dad ni la nue­va obje­ti­vi­dad por más que algu­nas de sus
pie­zas pue­dan incor­po­rar esos valo­res: su penúl­ti­ma ima­gen del Pra­do vis­to des­de el Ritz es un extra­or­di­na­rio com­pen­dio de ambos. Bér­chez anda tras la músi­ca –la musi­ca­li­dad– de las cons­truc­cio­nes. En sus foto­gra­fías oímos la vibra­ción de los vacíos, las armo­nías de los fuer­tes con­tras­tes de luz y la trans­for­ma­ción con­tra­pun­tís­ti­ca de lo pétreo en deta­lle y en pai­sa­je a la vez.

Y como quie­ra que él sigue con su cachi­va­ches foto­grá­fi­cos a cues­tas ajeno a la socie­dad
arte, tie­ne a bien expo­ner para sus ami­gos más veci­nos en la trat­to­ria de bajo de su casa, de nom­bre ver­diano y rodea­do por los músi­cos de jazz orde­na­dos por Simo­ne Pac­ca­ne­lli y que le han pedi­do un esfuer­zo foto­grá­fi­co más sin­co­pa­do por esta vez. De ahí que entre las imá­ge­nes selec­cio­na­das por el pro­pio autor para esta peque­ña y reco­ve­ca mues­tra,
apa­rez­can por pri­me­ra vez de modo tan diá­fano las pre­sen­cias de seres huma­nos tan­to de
con­tras­te de esca­la a las edi­fi­ca­cio­nes como eje­cu­tan­do de acto­res pre­fe­ren­tes del con­cier­to de la vida.

Comparte esta publicación

amadomio.jpg

Suscríbete a nuestro boletín

Reci­be toda la actua­li­dad en cul­tu­ra y ocio, de la ciu­dad de Valen­cia