“Max Webber se equivocó con la cronología y el sitio”, el capitalismo no nació con la ética del trabajo del norte puritano, sino en el sur mediterráneo.

 

Des­pués de cua­ren­ta años estu­dian­do el Medi­te­rrá­neo, José Enri­que Ruiz-Domè­­nec (Gra­na­da, 1978), cate­drá­ti­co de His­to­ria Medie­val de la Uni­ver­si­dad Autó­no­ma de Bar­ce­lo­na (UAB), pre­sen­ta una sín­te­sis sobre la evo­lu­ción de este espa­cio, des­de la Gue­rra de Tro­ya has­ta el actua­li­dad. Una obra con­fec­cio­na­da por cien­tos de hechos y per­so­na­jes que, suma­dos, com­po­nen y rei­vin­di­can el lega­do de una civi­li­za­ción de tres mil años.

Ruiz-Domè­­nec en Xàti­va. Foto: Joa­quín Bér­chez

 

Tex­to de María Coll (publi­ca­do en cata­lán en Sàpiens, nº 244, julio 2022, mien­tras su últi­mo libro, El sue­ño de Uli­ses, esca­la posi­cio­nes entre los ensa­yos más leí­dos en nues­tro país tras su segun­da edi­ción)

 

—¿Cuán­do des­pier­ta su inte­rés por el Medi­te­rrá­neo como esce­na­rio his­tó­ri­co?

En 1980, me pidie­ron que die­ra la con­fe­ren­cia inau­gu­ral de un con­gre­so sobre la nave­ga­ción en el Medi­te­rrá­neo. Aque­lla ponen­cia ya la titu­lé El sue­ño de Uli­ses: la acti­vi­dad marí­ti­ma en la cul­tu­ra medi­te­rrá­nea como un fenó­meno de estruc­tu­ra. Era un nue­vo mode­lo de lec­tu­ra del Medi­te­rrá­neo.

 

—¿En qué se basa ese mode­lo que usted lla­ma el sue­ño de Uli­ses?

El mun­do medi­te­rrá­neo debe­mos pen­sar­lo tal como Home­ro lo des­cri­be en la Odi­sea. El poe­ta pre­sen­ta el mar como un via­je de regre­so a casa car­ga­do de infor­ma­ción, viven­cias y con­cep­ción mejo­ra­da de la reali­dad eco­nó­mi­ca y cul­tu­ral del Medi­te­rrá­neo. El lega­do del Medi­te­rrá­neo es el sue­ño de Uli­ses, una socie­dad que armo­ni­za la diver­si­dad.

 

—¿Sig­ni­fi­ca esto que pode­mos hablar de una cul­tu­ra medi­te­rrá­nea, en sin­gu­lar?

En el Medi­te­rrá­neo hay muchas cul­tu­ras, reli­gio­nes y for­mas de vida dife­ren­tes, por tan­to, siguien­do el lega­do ilus­tra­do, debe­ría­mos hablar de medi­te­rrá­neos, pero yo apues­to por el lega­do homé­ri­co y creo en la armo­nía de la diver­si­dad y en una iden­ti­dad medi­te­rrá­nea úni­ca.

 

—¿Cuán­do empie­za a con­fi­gu­rar­se esta iden­ti­dad medi­te­rrá­nea?

En el siglo XII a. C., cuan­do colap­san los impe­rios de la últi­ma eta­pa de la Edad del Bron­ce. Esta cri­sis afec­ta a los tres con­ti­nen­tes que reúne el Medi­te­rrá­neo: Euro­pa, Asia y Áfri­ca. En ese momen­to, a tra­vés de un con­flic­to arma­do como es la Gue­rra de Tro­ya, gran­des civi­li­za­cio­nes decaen, se crea la pri­me­ra visión épi­ca del mar y nace la cul­tu­ra medi­te­rrá­nea, cuan­do dece­nas de civi­li­za­cio­nes se inte­gran en este espa­cio.

 

Los roma­nos lla­ma­ron al Medi­te­rrá­neo, Mare Nos­trum. ¿Ha sido el momen­to de máxi­ma uni­dad del mar?

Sí. La uni­dad del Medi­te­rrá­neo en épo­ca roma­na se pro­du­ce en dos sen­ti­dos. Por un lado, en el ámbi­to jurí­di­co. El Impe­rio romano repre­sen­ta la apli­ca­ción y expan­sión de un códi­go legal común en todo el mar. Y, por otra par­te, en el ámbi­to lin­güís­ti­co. En todo el Impe­rio romano se habla latín, pero tam­bién grie­go y otras muchas len­guas. La uni­dad roma­na es de carác­ter fun­cio­nal, afec­ta a la eco­no­mía y la trans­mi­sión del cono­ci­mien­to; en este sen­ti­do, pue­de com­pa­rar­se con nues­tra glo­ba­li­za­ción. Cuan­do la estruc­tu­ra polí­ti­ca des­apa­re­ce, el Mare Nos­trum tam­bién. Tras la caí­da del Impe­rio romano, el Medi­te­rrá­neo vuel­ve a ser un mar de con­flic­tos, pero siem­pre con el obje­ti­vo de bus­car ele­men­tos comu­nes. Por eso, gran­des auto­res post-roma­­nos, como Dan­te Alighie­ri, recu­pe­ran la figu­ra de Uli­ses.

 En todo el Impe­rio romano se habla latín, pero tam­bién grie­go y otras muchas len­guas. La uni­dad roma­na es de carác­ter fun­cio­nal, afec­ta a la eco­no­mía y la trans­mi­sión del cono­ci­mien­to; en este sen­ti­do, pue­de com­pa­rar­se con nues­tra glo­ba­li­za­ción.

—¿Cuán­do apa­re­ce el nom­bre Medi­te­rrá­neo?

Medi­te­rrá­neo es un con­cep­to defen­si­vo de la épo­ca moder­na y sig­ni­fi­ca “mar entre tie­rras”. Los oto­ma­nos, en cam­bio, le cono­cían como el mar Blan­co.

 

Usted escri­be que la bata­lla de Lepan­to (1571) es una for­ma cruel de con­ce­bir la vida y expli­ca deta­lles esca­bro­sos. ¿Hemos miti­fi­ca­do del Medi­te­rrá­neo inclu­so los con­flic­tos?

Mi des­crip­ción de esta bata­lla es des­de el pun­to de vis­ta de los reme­ros. Nos gus­ta mucho la his­to­ria heroi­ca y, a veces, nos olvi­da­mos de con­tar la his­to­ria de la gen­te nor­mal. Este enfren­ta­mien­to tam­bién nos demues­tra que ni las bata­llas ni las gue­rras solu­cio­nan los pro­ble­mas estruc­tu­ra­les de una civi­li­za­ción. La bata­lla de Lepan­to, por ejem­plo, fue inne­ce­sa­ria, por­que el con­flic­to entre el Impe­rio oto­mano y los Habs­bur­go pro­si­guió tres siglos más.

Ni las bata­llas ni las gue­rras solu­cio­nan los pro­ble­mas estruc­tu­ra­les de una civi­li­za­ción. La bata­lla de Lepan­to, por ejem­plo, fue inne­ce­sa­ria, por­que el con­flic­to entre el Impe­rio oto­mano y los Habs­bur­go pro­si­guió tres siglos más. 

—¿Fue el Roman­ti­cis­mo el cul­pa­ble de la tipi­fi­ca­ción de esta cul­tu­ra?

Un poco antes ya tuvo lugar el Gran Tour de los ilus­tra­dos, que supu­so un cam­bio sís­mi­co en la for­ma de per­ci­bir la heren­cia medi­te­rrá­nea de la cul­tu­ra euro­pea. Son pro­ta­go­nis­tas de esta eta­pa Edward Gib­bon, un gran his­to­ria­dor inglés que, a fina­les del siglo XVIII, lle­gó a Roma para escri­bir un libro monu­men­tal sobre la heren­cia de esta ciu­dad, y el poe­ta ale­mán Goethe, que escri­bió Ele­gías roma­nas. Con ellos empe­zó una miti­fi­ca­ción del Medi­te­rrá­neo, pero, sí, fue­ron los román­ti­cos quie­nes apos­ta­ron por una visión nove­les­ca del pasa­do. Lord Byron, por ejem­plo, ana­li­zó a Gre­cia como si la his­to­ria no tuvie­ra impor­tan­cia, pero los grie­gos del siglo XIX no eran los grie­gos de Peri­cles. El Roman­ti­cis­mo tam­bién encon­tró Orien­te en el Medi­te­rrá­neo, lo que le con­vir­tió en un par­que temá­ti­co.

 

Usted tam­bién afir­ma que el capi­ta­lis­mo nació en el Medi­te­rrá­neo.

Sí, por supues­to. Cuan­do empe­za­ba a estu­diar la Edad Media, los pro­fe­so­res de His­to­ria Eco­nó­mi­ca ita­lia­nos esta­ban con­ven­ci­dos de que el capi­ta­lis­mo era un fenó­meno eco­nó­mi­co y social naci­do en los siglos XII y XIII en las ciu­da­des de su país. Sin embar­go, yo demos­tré que a fina­les del siglo XI ya había un per­so­na­je cata­lán, Ricard Gui­llem, mer­ca­der, terra­te­nien­te, via­je­ro, noble feu­dal y hábil polí­ti­co, que había sido pio­ne­ro, y en bue­na medi­da crea­dor, de la expan­sión del capi­ta­lis­mo. ¿Y esto qué sig­ni­fi­ca­ba? Esta tesis entra­ba en con­flic­to con una idea que en ese momen­to esta­ba muy gene­ra­li­za­da: la vin­cu­la­ción del naci­mien­to del capi­ta­lis­mo con la éti­ca pro­tes­tan­te, espe­cial­men­te, de los holan­de­ses del siglo XVII. Esta tesis había sido fomen­ta­da por el soció­lo­go ale­mán Max Web­ber, que se equi­vo­có con la cro­no­lo­gía y con el sitio.

 

—¿El Medi­te­rrá­neo, res­pec­to al nor­te, his­to­rio­grá­fi­ca­men­te se ha menos­pre­cia­do?

La cul­tu­ra medi­te­rrá­nea se halló enfren­ta­da con una cul­tu­ra moder­na nor­­te-atlá­n­­ti­­ca y algu­nos his­to­ria­do­res pen­sa­ron que era una civi­li­za­ción aca­ba­da y deca­den­te. ¡Y esto ha sido un gran error! Actual­men­te, con el cono­ci­mien­to que tene­mos del mun­do anti­guo y de la Edad Media, esta idea no es sos­te­ni­ble. Por ejem­plo, el Medi­te­rrá­neo tuvo un repun­te muy impor­tan­te en el siglo XIX, y esto toda­vía no se ha valo­ra­do lo sufi­cien­te. Hoy, negar el moder­nis­mo cata­lán, el cos­mo­po­li­tis­mo de Egip­to o el mun­do de las gran­des ciu­da­des sefar­díes es insos­te­ni­ble. El últi­mo gran tópi­co, sin fun­da­men­to alguno, es ver el Medi­te­rrá­neo como una civi­li­za­ción del pasa­do.

El Medi­te­rrá­neo tuvo un repun­te muy impor­tan­te en el siglo XIX, y esto toda­vía no se ha valo­ra­do lo sufi­cien­te. Hoy, negar el moder­nis­mo cata­lán, el cos­mo­po­li­tis­mo de Egip­to o el mun­do de las gran­des ciu­da­des sefar­díes es insos­te­ni­ble. El últi­mo gran tópi­co, sin fun­da­men­to alguno, es ver el Medi­te­rrá­neo como una civi­li­za­ción del pasa­do. 

Si el Medi­te­rrá­neo tie­ne pasa­do y tie­ne pre­sen­te, ¿cuál es hoy su gran reto?

La cul­tu­ra del diá­lo­go. Este libro es, pre­ci­sa­men­te, una pro­pues­ta para que en el siglo XXI se apues­te de una vez por todas por el diá­lo­go.

 

—¿Y cuál es su futu­ro?

El Medi­te­rrá­neo ten­drá un gran papel en el siglo XXI. En este momen­to, hay dos temas cla­ve que deben resol­ver­se: la inmi­gra­ción y el equi­li­brio social. No pode­mos cons­truir una socie­dad en la que las dife­ren­cias socia­les se acen­túen. Las pate­ras son el cla­ro ejem­plo de que el Medi­te­rrá­neo es un espa­cio uni­do nor­­te-sur a tra­vés de la des­gra­cia huma­na, y aca­bar con esta migra­ción es un reto his­tó­ri­co.

 

Des­pués de tres mil años, ¿cuál es el lega­do de la cul­tu­ra medi­te­rrá­nea?

La Euro­pa moder­na nace del Medi­te­rrá­neo medie­val. Tam­bién pro­ce­de de aquí par­te del lega­do euro­peo en Amé­ri­ca (las matri­ces urba­nís­ti­cas, las for­mas de vida, las cos­tum­bres…). Los medi­te­rrá­neos tene­mos ras­gos comu­nes. Cual­quier ciu­da­dano del Medi­te­rrá­neo, incons­cien­te­men­te, sabe que el mun­do es diver­so y, con­se­cuen­te­men­te, bus­ca la armo­nía y el diá­lo­go en la diver­si­dad. Y éste es el lega­do que hoy pode­mos apor­tar al res­to del mun­do.

Cual­quier ciu­da­dano del Medi­te­rrá­neo, incons­cien­te­men­te, sabe que el mun­do es diver­so y, con­se­cuen­te­men­te, bus­ca la armo­nía y el diá­lo­go en la diver­si­dad. Y éste es el lega­do que hoy pode­mos apor­tar al res­to del mun­do.

Ruiz-Domè­­nec duran­te la pre­sen­ta­ción de El sue­ño de Uli­ses en Bar­ce­lo­na.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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