Cafe­te­ria y sala del cine Capi­tol e ima­gen del día de su inau­gu­ra­ción.

1 de mayo de 2021.

Copio en este mi dia­rio par­te del tex­to que escri­bí para la inves­ti­ga­ción de Miguel Teje­dor El libro de los cines de Valen­cia (1896–2014), Care­na, 2014. Lo he poda­do un poco debi­do a su exten­sión, ade­cua­da para un pró­lo­go, pero no tan­to para un comen­ta­rio perio­dís­ti­co. Sigue sien­do lar­go, pero supon­go que pue­de inte­re­sar a quie­nes, niños o ado­les­cen­tes, empe­za­ron a amar al cine a media­dos del siglo pasa­do. Y qui­zá tam­bién a ciné­fi­los jóve­nes de nues­tro tiem­po. Regre­so a un mun­do per­di­do, recuer­do emo­cio­na­do de los des­apa­re­ci­dos cines de barrio, fue el títu­lo de aquel pró­lo­go.

El cine Museo, en el barrio del Car­men

En mis noches de insom­nio pien­so, mien­tras doy vuel­tas en la cama, sobre las cosas que fue­ron coti­dia­nas en nues­tras vidas y que poco a poco han ido per­dien­do pre­sen­cia has­ta casi des­apa­re­cer. Me pre­gun­to: “¿Cuán­to tiem­po hace que no escri­bes una car­ta?”. Me levan­to, voy a beber agua y por el camino hacia la neve­ra me res­pon­do: “No sé, doce o quin­ce años”. Inten­to tran­qui­li­zar­me: “Supon­go que lo mis­mo les pasa­rá a muchos, aho­ra nos apa­ña­mos con men­sa­jes de móvil, con las redes socia­les o un email”. Me acues­to de nue­vo: “¿Dón­de se encuen­tra el buzón más cer­cano de mi casa?, ¿cuál fue la últi­ma vez que hice uso de una cabi­na tele­fó­ni­ca?”. Res­pues­ta: “Más o menos, vein­te años”. Ape­nas vemos ya jaz­mi­ne­ros, luciér­na­gas, higue­ras… Los cami­nos de tie­rra están des­apa­re­cien­do, tam­bién las gran­des dunas en el lito­ral. Nues­tro entorno y nues­tras cos­tum­bres están cam­bian­do a gran velo­ci­dad, no siem­pre para bien. 

Al cabo de una hora sin con­ci­liar el sue­ño lle­gan las pre­gun­tas auto­bio­grá­fi­cas: “¿Cuán­do dejó de coci­nar bien mi madre?”. La con­clu­sión va a ser dura y para­dó­ji­ca, pero debo res­pon­der­me con hones­ti­dad, no pode­mos men­tir­nos en horas de madru­ga­da: “Mi madre dejó de coci­nar tan mara­vi­llo­sa­men­te cuan­do se aco­gió a los avan­ces téc­ni­cos e indus­tria­les que le per­mi­tie­ron tra­ba­jar algo menos y aho­rrar un poco más: el micro­on­das, los con­ge­la­dos, los sobres de sopa, los con­ser­van­tes, los colo­ran­tes…”. Sin dar­nos cuen­ta hemos ido per­dien­do los hábi­tos de un mun­do ido para siem­pre. No es esta una decla­ra­ción de nos­tal­gia per­so­nal o, mucho menos, de for­mas polí­ti­cas del pasa­do. Es solo la expre­sión de una sos­pe­cha que cre­ce: la revo­lu­ción tec­no­ló­gi­ca está cam­bian­do nues­tra piel. 

En los últi­mos tiem­pos hemos per­di­do muchas cosas. Una de ellas, los cines de barrio. Año­ro ese mun­do per­di­do, por­que mun­do per­di­do es. Aun­que aho­ra vemos más pelí­cu­las que en el siglo XX, vamos mucho menos al cine. En la actua­li­dad las vemos en casa, gra­cias al DVD/­­Blu-ray y a las pla­ta­for­mas de strea­ming. Pero esa con­quis­ta nos con­du­ce a una vida menos social. El cómo­do video es para los ciné­fi­los algo pare­ci­do a lo que sig­ni­fi­có el micro­on­das y los con­ge­la­dos para nues­tras madres.

Ves­tí­bu­lo del anti­guo cine Lys.

Miguel Teje­dor, tenaz inves­ti­ga­dor de la his­to­ria de los cines (Vivir para ver cine. 1940–1949Valen­cia, ciu­dad de cines), empren­de en su obra, El libro de los cines de Valen­cia (1896–2014), la ingen­te tarea de docu­men­tar el naci­mien­to, vida y –en la mayo­ría de casos– muer­te del cen­so com­ple­to de las salas cine­ma­to­grá­fi­cas de la ciu­dad de Valen­cia des­de fina­les del XIX a la segun­da déca­da del siglo XXI, amplian­do en algu­nos casos los datos ya ofre­ci­dos en ante­rio­res apor­ta­cio­nes suyas. El valor de su inves­ti­ga­ción es inmen­so. En los popu­lo­sos cines de barrio había dos tipos de pelí­cu­las: las que se con­ta­ban en las pan­ta­llas y las que se vivían en el patio de buta­cas y, sobre todo, en las de gene­ral, que eran las más bara­tas y se con­si­de­ra­ban algo más a res­guar­do de ojos indis­cre­tos. 

Vecino de Ruza­fa, “mis cines” fue­ron el Ave­ni­da, el Tyris, el Ideal, el Mun­dial, el Ibe­ria, el Goya y el D’Or.

Al enfras­car­me en las pági­nas escri­tas por Teje­dor, bus­co sus comen­ta­rios sobre los cines que más fre­cuen­té en mi infan­cia y ado­les­cen­cia. Vecino de Ruza­fa, “mis cines” fue­ron el Ave­ni­da, el Tyris, el Ideal, el Mun­dial, el Ibe­ria, el Goya y el D’Or. Me emo­cio­na la ficha téc­ni­ca del Ideal: “Un pri­mer nom­bre vie­ne a la memo­ria de los veci­nos del barrio de Ruza­fa cuan­do de cines autén­ti­cos se habla. Inva­ria­ble­men­te todos recuer­dan en pri­mer lugar el cine IDEAL. Todos han pasa­do por su taqui­lla, sus pro­gra­mas de tres pelí­cu­las, más com­ple­men­to, atraían de tal for­ma que era impo­si­ble no caer algu­na vez en la ten­ta­ción”. No me pon­go a llo­rar por­que sé con­tro­lar­me, pero por fal­ta de ganas no es. 

Bus­co la ficha del Mun­dial, don­de vi tan­tos pro­gra­mas tri­ples: “De la mano del arqui­tec­to Bor­so di Car­mi­na­ti salió, según su pro­pio esti­lo racio­na­lis­ta, una sala sobria, casi espar­ta­na, pero con una visión per­fec­ta des­de todos los asien­tos”. Y pien­so: es ver­dad, Miguel da en el cla­vo, en el Mun­dial las pelí­cu­las esta­ban cor­ta­das, a veces se veían a sal­tos –por su des­gas­te téc­ni­co o para ajus­tar horarios‑, pero la visi­bi­li­dad de la sala, cua­dra­da y gran­do­ta, con rús­ti­cas sillas de made­ra, era mag­ní­fi­ca des­de cual­quier loca­li­dad (el famo­so San­tia­go Cala­tra­va no con­si­guió ese logro en el Palau de les Arts, pese a la gene­ro­si­dad de los pre­su­pues­tos que mane­jó). 

Poco des­pués voy a bus­car la pági­na que me per­mi­te el reen­cuen­tro con el Ave­ni­da, espa­cio míti­co de mi niñez: “En el año 1992 cerra­rá sus puer­tas uno de los últi­mos cines de rees­treno de Valen­cia, ago­ta­do por sus sesen­ta años de pro­yec­cio­nes en su pro­lon­ga­da exis­ten­cia, pasan­do a con­ver­tir su gran sala en un con­cu­rri­do apar­ca­mien­to de auto­mó­vi­les”. Y me digo, lamién­do­me las heri­das: qué pena, qué pena. Cuan­do en la actua­li­dad paso por la facha­da de lo que fue el cine Ave­ni­da, aga­cho la cabe­za y pro­cu­ro pen­sar en otras cosas.

Reme­mo­ro algu­nas de las pelí­cu­las que vi en los cines rese­ña­dos en el libro. Siem­pre que pien­so en el cine Gran Vía me vie­nen a la men­te las imá­ge­nes de Al este del Edén (East of EdenElia Kazan, 1955) y La bella de Mos­cú (Silk Stoc­kingsRou­ben Mamou­lian, 1957). ¿En algu­na oca­sión se ha vis­to un pro­gra­ma doble tan extra­or­di­na­rio? Sí, supon­go que sí, pero no dema­sia­das veces. La entra­da me cos­tó tres pese­tas. En la gene­ral, cla­ro. Yo tenía 14 años y en Valen­cia había neva­do. 

En el Goya vi varias veces La dama y el vaga­bun­do (Lady and the Tramp, de la fac­to­ría Dis­ney, 1955). Del Coli­seum recuer­do sobre todo dos pelí­cu­las, Drá­cu­la (Horror of Dra­cu­laTeren­ce Fisher, 1958), una obra maes­tra con la que me estre­me­cía, y Fue­go ver­de (Green fireAndrew Mar­ton, 1954, con Gra­ce Kelly Ste­wart Gran­ger), nade­ría total que recuer­do con agra­do y sen­ti­men­ta­lis­mo. La memo­ria es muy suya, selec­ti­va y a menu­do algo rara. Del Ibe­ria, El barrio con­tra mí (King Creo­leMichael Cur­tiz, 1958), con Elvis Pres­ley y un boni­to cine­mas­co­pe en blan­co y negro. En el Mun­dial, Las nie­ves de Kili­man­ja­ro (The Snows of Kili­man­ja­roHenry King, 1952), con la que man­tu­ve una rela­ción con­flic­ti­va por lo poco que salía Ava Gard­ner (moría a mitad pelí­cu­la). En el cine San Vicen­te, Japón bajo el terror del mons­truo (Goji­ra, Ishi­rô Hon­da, 1954), que me pro­vo­ca­ba asom­bro y mie­do. 

En el lujo­so Rial­to, cuya visi­bi­li­dad esta­ba lejos de poseer la armo­nía del modes­to Mun­dial, vi El peque­ño rui­se­ñor (Anto­nio del Amo, 1957). Me acom­pa­ña­ba mi abue­la Julia, que a la sali­da comen­tó seve­ra­men­te: “Per què no can­ta­ràs tu tan bé com Jose­li­to?”. De haber teni­do yo esas facul­ta­des, pen­sa­ba ella, habría­mos sido millo­na­rios.

DIARIO UN CINÉFILO

«Que la vida iba en serio / uno lo empie­za a com­pren­der más tar­de”
Jai­me Gil de Bied­ma

DIARIO DE UN CINÉFILO Es una sec­ción dedi­ca­da al mun­do de las Series de TV, a todos sus aspec­tos ciné­fi­los pero tam­bién a sus deri­va­cio­nes socio­ló­gi­cas y rela­ti­vas a la vida coti­dia­na de las per­so­nas. La cons­truc­ción de roles, las rela­cio­nes fami­lia­res, la actua­li­dad, la come­dia y el dra­ma, la épi­ca his­tó­ri­ca, dra­go­nes y maz­mo­rras… Todo cabe en el mun­do de las series, y cual­quier pers­pec­ti­va del mun­do pue­de ser vis­ta des­de la ópti­ca de un ciné­fi­lo, de un serió­fi­lo inte­li­gen­te y pers­pi­caz. La sec­ción está per­so­na­li­za­da en Rafa Marí, uno de los últi­mos gran­des ciné­fi­los espa­ño­les. La perio­di­ci­dad es alea­to­ria, y la lon­gi­tud de cada entra­da, tam­bién. Pue­de ser tan­to muy cor­ta: un afo­ris­mo, como un exten­so mini­en­sa­yo, o entre­vis­ta, o diá­lo­go inte­rior.

Pese a ser un perio­dis­ta tar­dío, Rafa Marí (Valen­cia, 1945) ha teni­do tiem­po para tra­ba­jar en muchos medios de comu­ni­ca­ción: Car­te­le­ra Turia, Cal Dir, Valen­cia Sema­nal, car­te­le­ra Qué y Don­de, Noti­cias al día, Papers de la Con­se­lle­ria de Cul­tu­ra, Leva­n­­te-EMV, El Hype… Siem­pre en las pági­nas de cul­tu­ra. En 1984 fichó por Las Pro­vin­cias, dia­rio don­de actual­men­te es colum­nis­ta y crí­ti­co de arte.

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