
En una de esas lecturas quedó embelesado por la figura Teodora de Aransis, el personaje de la monja que aparece en Un voluntario realista, episodio nacional ambientado en Cataluña. De esa fascinación nacerán su novela Los amores imposibles de Agustín Martinez, cuya síntesis argumental viene a ser ésta: “Un niño se enamora de la hermosa mano de una religiosa y, posteriormente, de los libros. Accede a éstos gracias a la ayuda de un párroco rural que le sufraga los estudios en un seminario; estudios que se verán interrumpidos por el inicio de la Guerra Civil”.
Mano Tropo
Quizá desconcierte que un personaje se enamore de la mano de una desconocida. Pero en literatura, una mano no es propiamente una mano sino tropo. En realidad, todo proceso amatorio lo activan tropos: una nariz inolvidable, una sonrisa demónica, una hipnotizante manera de caminar…
Hay en Adelantado una necesidad, digamos, endocrina por querer contar y comunicarse con narraciones. Esa perseverancia pasional tiene efectos contagiosos en el lector.
Imaginero
Su literatura no trata de romper ni transgredir. Sus textos son homenajes a los maestros a los respeta y por los que siente un profundo afecto: Miguel de Cervantes, Gustavo Bécquer, los autores clásicos greco-latinos, Benito Perez Galdós…
Si advirtiera un aspecto experimental en su obra, este escritor se sentiría preocupado y culpable, como el imaginero de iconos bizantinos que, por distracción o torpeza, no hubiera acatado las rígidas normas de su profesión. De ahi precisamente su inesperada originalidad.
Lo que resulta atrayente en esta novela es pues ese respeto por los maestros que admira y el deseo de revivirlos en una versión contemporánea.
Ardid
Hay algo que recorre esta novela, así como la mayoría de las obras de Adelantado (de las que, quien esto escribe, tiene un conocimiento relativamente amplio). Se trata de una actitud inusual en los tiempos presentes, y que caracteriza la posición estilistico-moral de este escritor.
Emily Dickinson (poetisa norteamericana del siglo XIX, que en 55 años de vida apenas salió de casa) escribió este lacónico verso:
“El candor ‑mi Preceptor- es el ardid”.
El candor se asocia habitual y erróneamente, a conceptos como ingenua tranquilidad, simpática ignorancia o irresponsabilidad encantadora. Pero hay otras modalidades de candor más frontales y productivas.
El peculiar candor de este escritor se muestra a veces con humor atrabiliario, irritación impaciente, incluso, en ocasiones casi roza la seca impertinencia.
El lector maliciado que busque segundas o terceras intenciones en esta obra, acabará decepcionado o aturdido. Lo que hay es lo que muestra: relato frontal, transparente, poco dado a la componenda. Y sobre todo, un intenso deseo de comunicar a través del fervoroso respeto a la tradición.
Mantener un candor moral y literario después de haber consumido profusas serranías de libros y de tener una biografia de complicaciónes inusuales (permítasenos esta indiscreción no innecesaria) resulta una admirable rareza, que ejemplifica muy bien Los amores imposibles de Agustín Martínez.
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