20 de diciem­bre de 2020.

Un poco can­sa­do de las series, me refu­gio en el cine clá­si­co. En el catá­lo­go de Movis­tar encuen­tro ten­ta­cio­nes irre­sis­ti­bles. Expli­co lo de las series. Algu­nas son intere­san­tes, pero casi todas tie­nen el incon­ve­nien­te de ser dema­sia­do lar­gas para los que esta­mos razo­na­ble­men­te acos­tum­bra­dos a his­to­rias con una dura­ción rara vez supe­rior a las dos horas. La serie Mer­lí es mag­ní­fi­ca, sus 40 epi­so­dios (tres tem­po­ra­das) de 50 minu­tos no can­san nada. En cam­bio, los retor­ci­mien­tos argu­men­ta­les de El des­or­den que dejas­te (Net­flix), me resul­ta­ron inso­por­ta­bles, apar­te de que la sor­di­dez de su intri­ga cri­mi­nal reba­jó mucho mis deseos, des­de hace vein­te años, de via­jar a Gali­cia y per­der­me por sus zonas rura­les. Algo pare­ci­do me ocu­rrió con la serie Desen­fre­na­das (Net­fix), espe­cie de road movie mexi­ca­na que hubie­ra resul­ta­do atrac­ti­va con­ta­da en hora y media, pero que resul­ta difí­cil de aguan­tar en diez capí­tu­los de 35 minu­tos cada uno. ¡Seis horas fren­te al tele­vi­sor! Esa mane­ra de esti­rar y retor­cer los guio­nes son el pun­to débil de las series. Con­fían en aca­bar crean­do adic­ción en el espec­ta­dor (las ganas de saber en qué que­da la cosa), pero eso solo ocu­rre con los rela­tos bue­nos y bien con­ta­dos.    

Me cen­tro en el cine clá­si­co. En esta sema­na que fina­li­za hoy he vuel­to a ver en Movis­tar tres pelí­cu­las: Vér­ti­go (Alfred Hitch­cock, 1958), Irma la dul­ce (Billy Wil­der, 1963) y Nar­ci­so negro (Michael Powell-Eme­­ric Press­bur­ger, 1947).

Vér­ti­go la habré vis­to ocho o nue­ve veces. Me sigue fas­ci­nan­do, sobre todo en su segun­da par­te, cuan­do Scot­tie (James Ste­wart) mode­la y mani­pu­la a Judy (Kim Novak) para con­ver­tir­la de nue­vo en su año­ra­da Made­lei­ne. Con­fe­sa­ré, en medio de mi admi­ra­ción, que esta vez me moles­tó más que en ante­rio­res oca­sio­nes las des­ca­ra­das incon­gruen­cias de la intri­ga cri­mi­nal. Pero ya sabe­mos que a Hitch­cock no le impor­ta­ba dema­sia­do “la vero­si­mi­li­tud” en sus fan­ta­sías sexua­les y cri­mi­na­les.

Irma la dul­ce empie­za muy bien, pero poco a poco los ruti­na­rios equí­vo­cos de come­dia de bule­var aca­ban dete­rio­ran­do el valor de un con­jun­to en el que des­ta­can unos estu­pen­dos Jack Lem­mon Shir­ley McLai­ne y la direc­ción artís­ti­ca de Ale­xan­dre Trau­ner. Vi esta pelí­cu­la como home­na­je per­so­nal a I. A. L. Dia­mond (1920–1988), cuyo cen­te­na­rio se cum­ple este con­flic­ti­vo año de 2020. Dia­mond fue el co-guio­­ni­s­­ta de Billy Wil­der en Aria­ne, Con fal­das y a lo loco, El apar­ta­men­to, Un, dos, tres, Irma la dul­ce, Bésa­me, ton­to, En ban­de­ja de pla­ta, Avan­ti!, La vida pri­va­da de Sher­lock Hol­mes, Pri­me­ra pla­na, Fedo­ra y Aquí, un ami­go. Extra­or­di­na­rio curri­cu­lum. Se dice que Billy Wil­der nun­ca hizo una mala pelí­cu­la. Y es ver­dad. Recu­pe­rad cuan­do podáis la poco valo­ra­da El vals del empe­ra­dor (1948): es una deli­cia lle­na de iro­nía gené­ri­ca y aco­ge­dor sen­ti­do del humor. Qui­zá sea Irma la dul­ce la más flo­ja de su fil­mo­gra­fía, aún tenien­do una exce­len­te pri­me­ra hora.

A la hora de comen­tar Nar­ci­so negro he de con­te­ner­me un poco. Me pare­ce la pelí­cu­la más her­mo­sa de la his­to­ria del cine. Irreal, alu­ci­na­to­ria, arre­ba­ta­da, con una extra­or­di­na­ria foto­gra­fía de Jack Car­diff, un tra­ta­mien­to febril del color y una de las mejo­res inter­pre­ta­cio­nes de la siem­pre mag­ní­fi­ca Debo­rah Kerr. Cuan­do tan­tas veces se habla de la belle­za de Muer­te en Vene­cia (Luchino Vis­con­ti, 1971) me rebe­lo en mi inte­rior. Aho­ra ten­go la oca­sión de des­aho­gar­me. Muer­te en Vene­cia es una apo­teo­sis de la cur­si­le­ría cul­tu­ral con pre­ten­sio­nes. Sobre todo si la com­pa­ra­mos con el pro­di­gio visual y los abis­mos psi­co­ló­gi­cos de Nar­ci­so negro.

DIARIO UN CINÉFILO

«Que la vida iba en serio / uno lo empie­za a com­pren­der más tar­de”
Jai­me Gil de Bied­ma

DIARIO DE UN CINÉFILO Es una sec­ción dedi­ca­da al mun­do de las Series de TV, a todos sus aspec­tos ciné­fi­los pero tam­bién a sus deri­va­cio­nes socio­ló­gi­cas y rela­ti­vas a la vida coti­dia­na de las per­so­nas. La cons­truc­ción de roles, las rela­cio­nes fami­lia­res, la actua­li­dad, la come­dia y el dra­ma, la épi­ca his­tó­ri­ca, dra­go­nes y maz­mo­rras… Todo cabe en el mun­do de las series, y cual­quier pers­pec­ti­va del mun­do pue­de ser vis­ta des­de la ópti­ca de un ciné­fi­lo, de un serió­fi­lo inte­li­gen­te y pers­pi­caz. La sec­ción está per­so­na­li­za­da en Rafa Marí, uno de los últi­mos gran­des ciné­fi­los espa­ño­les. La perio­di­ci­dad es alea­to­ria, y la lon­gi­tud de cada entra­da, tam­bién. Pue­de ser tan­to muy cor­ta: un afo­ris­mo, como un exten­so mini­en­sa­yo, o entre­vis­ta, o diá­lo­go inte­rior.

Pese a ser un perio­dis­ta tar­dío, Rafa Marí (Valen­cia, 1945) ha teni­do tiem­po para tra­ba­jar en muchos medios de comu­ni­ca­ción: Car­te­le­ra Turia, Cal Dir, Valen­cia Sema­nal, car­te­le­ra Qué y Don­de, Noti­cias al día, Papers de la Con­se­lle­ria de Cul­tu­ra, Leva­n­­te-EMV, El Hype… Siem­pre en las pági­nas de cul­tu­ra. En 1984 fichó por Las Pro­vin­cias, dia­rio don­de actual­men­te es colum­nis­ta y crí­ti­co de arte.

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