La obe­si­dad es una enfer­me­dad sis­te­má­ti­ca, cró­ni­ca, pro­gre­sía y mul­ti­fac­to­rial, que se defi­ne como una acu­mu­la­ción anor­mal de gra­sa, con pato­lo­gías aso­cia­das que limi­tan la espe­ran­za de vida y dete­rio­ran su cali­dad, afec­tan­do a la pro­yec­ción vital, social y labo­ral de la per­so­na que la sufre. Una enfer­me­dad que, cada 12 de noviem­bre, se visi­bi­li­za con la con­me­mo­ra­ción del Día Mun­dial Con­tra la Obe­si­dad, ins­ti­tui­da por la Orga­ni­za­ción Mun­dial de la Salud (OMS).

Los datos más recien­tes refle­jan que la pobla­ción adul­ta espa­ño­la (26–60 años) tie­ne una pre­va­len­cia de la obe­si­dad de un 14,5%, mien­tras que el sobre­pe­so ascien­de al 38,5%. Esto supo­ne que 1 de cada 4 adul­tos, en nues­tro país, tie­ne un peso supe­rior al reco­men­da­ble, según datos del Minis­te­rio de Sani­dad de Espa­ña.

Pode­mos seña­lar tam­bién que hay más muje­res (17,5%) que sufren obe­si­dad en rela­ción con el núme­ro de hom­bres (13,2%) que la pade­cen. Por últi­mo, cabe remar­car que la Socie­dad Espa­ño­la de Car­dio­lo­gía advier­te de que la obe­si­dad habrá aumen­ta­do un 16% en 2030.

La obesidad infantil no para de aumentar

Niños comiendo frutas en el recreo.
Niños comien­do fru­tas en el recreo. La correc­ta ali­men­ta­ción en hora­rio esco­lar es fun­da­men­tal.

La obe­si­dad infan­til tam­bién es una pro­ble­má­ti­ca real en el país: 4 de cada 10 niños en Espa­ña tie­nen sobre­pe­so o sufren obe­si­dad. La Orga­ni­za­ción Mun­dial de la salud (OMS) indi­ca que, siguien­do esta ten­den­cia, el 2025 los niños con sobre­pe­so aumen­ta­rán a 70 millo­nes.
Algu­nas per­so­nas tien­den a pen­sar que las per­so­nas obe­sas “están así por­que quie­ren, por­que no se lo toman en serio”, pero detrás de esta enfer­me­dad hay una cau­sa mul­ti­fac­to­rial que nada tie­ne que ver con la fal­ta de volun­tad.

Sentimientos de inferioridad, baja autoestima… relacionados con la obesidad

Mon­tse­rrat Bas­cuas, psi­có­lo­ga espe­cia­li­za­da en Obe­si­dad y coor­di­na­do­ra del pro­gra­ma Salud y Vida de Ita expli­ca que: “las per­so­nas obe­sas pade­cen una preo­cu­pa­ción dolo­ro­sa por su apa­rien­cia que va más allá de una sim­ple insa­tis­fac­ción. La per­cep­ción que tie­ne de su ima­gen cor­po­ral se con­vier­te en algo estre­san­te que les inco­mo­da y les angus­tia cuan­do los demás le obser­van. Por ello, es fre­cuen­te que mani­fies­ten timi­dez y ver­güen­za en situa­cio­nes socia­les o que inclu­so se aís­len por mie­do a la crí­ti­ca y el recha­zo. Así mis­mo son fre­cuen­tes los sen­ti­mien­tos de infe­rio­ri­dad y baja auto­es­ti­ma como con­se­cuen­cia de la dis­cri­mi­na­ción, las crí­ti­cas y bur­las que han sufri­do a lo lar­go de su vida”.

“El esta­do de áni­mo influ­ye en la for­ma de ali­men­tar­nos. El sim­ple hecho de estar con­ten­to o, por el con­tra­rio, depri­mi­do, pue­de influir y deter­mi­nar la for­ma de lle­var­lo a cabo”.

Este­fa­nía Sán­chez, nutri­cio­nis­ta del gru­po Ita

“Ade­más del aspec­to físi­co, esta enfer­me­dad inter­fie­re de for­ma nega­ti­va a nivel bio­psi­co­so­cial. Muchas veces ter­mi­na liga­do a una ele­va­da insa­tis­fac­ción cor­po­ral, auto­cri­ti­cas fre­cuen­tes sobre la ima­gen o el peso, que pue­den des­en­ca­de­nar otros tras­tor­nos psi­co­ló­gi­cos como la depre­sión, baja auto­es­ti­ma y des­or­de­nes de la ali­men­ta­ción” afir­ma Este­fa­nía Sán­chez, nutri­cio­nis­ta del gru­po Ita.

“El esta­do de áni­mo influ­ye en la for­ma de ali­men­tar­nos. El sim­ple hecho de estar con­ten­to o, por el con­tra­rio, depri­mi­do, pue­de influir y deter­mi­nar la for­ma de lle­var­lo a cabo y, como prue­ba de ello, la comi­da se con­vier­te en un refu­gio fácil y acce­si­ble. La ansie­dad, la tris­te­za, la sole­dad o la ale­gría son fuer­tes con­di­cio­nan­tes para que algu­nas per­so­nas coman sin tener ham­bre. El mode­lo de tra­ta­mien­to para la Obe­si­dad va más allá de la inges­ta. En Ita tra­ba­ja­mos sobre todas las áreas afec­ta­das por la enfer­me­dad”, afir­ma Bas­cuas.

Es impor­tan­te apren­der a ges­tio­nar, regu­lar y afron­tar los esta­dos de áni­mo nega­ti­vos y saber dife­ren­ciar cuán­do se está pro­du­cien­do una inges­ta emo­cio­nal.

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