Los españoles, ¿no quieren a España?

Más de 40 años des­pués de la nue­va cons­ti­tu­ción que ampa­ra a los espa­ño­les en un esta­do demo­crá­ti­co y social de dere­cho, ade­más de auto­nó­mi­co, muchos de sus ciu­da­da­nos siguen pen­san­do que Espa­ña es un con­cep­to odio­so, facha. Lo aca­ba­mos de com­pro­bar al hilo de la pro­pues­ta de Juan Roig para bau­ti­zar con la deno­mi­na­ción Casal Espa­ña Are­na el nue­vo pabe­llón mul­ti­usos que el empre­sa­rio sufra­ga en su tota­li­dad como sede del equi­po de balon­ces­to de la ciu­dad.

La pla­na mayor de Com­pro­mís, coa­li­ción de izquier­das que gobier­na el ayun­ta­mien­to del cap i casal y que aglu­ti­na a un par­ti­do nacio­na­lis­ta, pero de un nacio­na­lis­mo no espa­ñol, salió en trom­ba para cri­ti­car la ini­cia­ti­va nomi­na­lis­ta. Obvia­men­te no expo­nían sus ver­da­de­ras razo­nes, sino que las edul­co­ra­ban lamen­tan­do la des­apa­ri­ción del pro­pio topó­ni­mo de la ciu­dad, Valen­cia, en favor del nom­bre del país. En la mis­ma línea res­pon­día la socia de gobierno, la socia­lis­ta San­dra Gómez, sem­bra­da últi­ma­men­te de pen­sa­mien­tos poco con­ci­lia­do­res. Como si Nue­va York no fue­se reco­no­ci­ble por­que su pabe­llón depor­ti­vo se lla­me el Jar­dín de la Pla­za Madi­son.

El pro­ble­ma es otro, el que ni los polí­ti­cos de Com­pro­mís ni la socia­lis­ta se atre­ven a expo­ner públi­ca­men­te con la cla­ri­dad nece­sa­ria. Y es bien ances­tral: No están a gus­to con Espa­ña ni se sien­ten iden­ti­fi­ca­dos en ese con­cep­to de nación por­que lo asi­mi­lan al pasa­do fran­quis­ta y al idea­rio con­ser­va­dor. Tal vez sufren sar­pu­lli­dos al pro­nun­ciar el soni­do Espa­ña, has­ta el pun­to que se nie­gan a can­tar la letra del himno regio­nal valen­ciano por­que inclu­ye la estro­fa “per a ofre­nar noves glò­ries a Espan­ya”, o emplean el sub­ter­fu­gio “Esta­do espa­ñol” para refe­rir­se a la nación en vez de usar la pala­bra Espa­ña. 

Tales plan­tea­mien­tos sim­bo­ló­gi­cos flo­re­cie­ron duran­te los últi­mos años del ante­rior régi­men y el perio­do de la tran­si­ción. Tenían su lógi­ca en aquel momen­to, por­que se tra­ta­ba de una res­pues­ta emo­cio­nal fren­te al “secues­tro” de la idea de Espa­ña que aco­me­tió la pro­pa­gan­da fran­quis­ta duran­te muchos años, ins­pi­rán­do­se en el nacio­na­lis­mo espa­ño­lis­ta ultra­mon­tano de la Falan­ge josean­to­nia­na: Espa­ña una, gran­de y libre… Por el Impe­rio hacia Dios… etc.

Los jóve­nes de enton­ces col­ga­ban posters del Che Gue­va­ra y el Guer­ni­ca de Picas­so en las pare­des de los pisos de estu­dian­tes, al tiem­po que pro­li­fe­ra­ban ban­de­ras regio­na­les y has­ta nue­vos mapas de paí­ses ima­gi­na­rios o se rei­vin­di­ca­ban len­guas ver­na­cu­la­res, dia­lec­tos y has­ta patués. Todo lo que pro­ve­nía de la pala­bra Espa­ña era odio­so: el nom­bre, la ban­de­ra, el himno, has­ta el idio­ma era abo­rre­ci­do por su exce­so de soni­dos fri­ca­ti­vos como el de la jota o la vibran­te doble erre. Espa­ña no des­per­ta­ba afec­ti­vi­dad.

Pero han pasa­do dema­sia­dos años para que, a estas altu­ras, y a sabien­das de lo impor­tan­te que es com­pe­tir en la liga de las nacio­nes del mun­do, nues­tros polí­ti­cos sigan con estas pul­sio­nes ideo­ló­gi­cas tan pri­ma­rias y, lo que es peor, se con­ti­núe trans­mi­tien­do en las comu­ni­da­des esco­la­res, fuen­te de cons­truc­ción de unas ideas dis­pa­ra­ta­das que dan como resul­ta­do la difí­cil con­vi­ven­cia actual entre espa­ño­les.

Entris­te­ce tener que recor­dar a fecha de hoy que la idea de Espa­ña no fue un pro­yec­to con­ser­va­dor, sino libe­ral, que se for­ma­li­zó en las Cor­tes de Cádiz que die­ron lugar a la cons­ti­tu­ción de 1812, la pri­me­ra en ver­dad espa­ño­la. O que la año­ra­da II Repú­bli­ca de San­dra Gómez fue extra­or­di­na­ria­men­te espa­ño­la, como seña­la una y otra vez Manuel Aza­ña, o el mis­mí­si­mo Juan Negrín, quien fun­dó una edi­to­rial a la que lla­mó, pre­ci­sa­men­te, Espa­ña. No hace fal­ta que recor­de­mos lo que les “dolía Espa­ña” a los inte­lec­tua­les de la épo­ca, de Anto­nio Macha­do a Una­muno, o que todo el can­cio­ne­ro de las trin­che­ras repu­bli­ca­nas fue­ron coplas, autén­ti­cas espa­ño­la­das. 

Por no citar que el lla­ma­do “Esta­do espa­ñol”, tan del gus­to de los dipu­tados cata­la­nes sobe­ra­nis­tas, fue una crea­ción de Dio­ni­sio Ridrue­jo para el pri­mer comu­ni­ca­do del esta­do mayor de Fran­co cuan­do cru­zó el Estre­cho con el ejér­ci­to de Áfri­ca, por­que no que­rían refe­rir­se ni a la Repú­bli­ca ni a una posi­ble res­tau­ra­ción monár­qui­ca. Ridrue­jo, quien empe­zó falan­gis­ta y aca­bó social­de­mó­cra­ta, un camino para­le­lo y has­ta cier­to pun­to cohe­ren­te al que empren­die­ron los líde­res del nacio­na­lis­mo valen­ciano con­tem­po­rá­neo, Joan Fus­ter yVicent Ven­tu­ra.

Con­vie­ne, por tan­to, que repen­se­mos de modo menos pasio­nal y más dis­tan­te lo que aca­rrea ser espa­ñol y vivir en un país lla­ma­do Espa­ña, cono­cien­do algo mejor nues­tra pro­pia his­to­ria que, en dema­sia­dos epi­so­dios, ha sido muy dra­má­ti­ca. Hay que expli­car, igual­men­te, que la Espa­ña auto­nó­mi­ca no ha podi­do crear un país más ama­ble y sen­si­ble para con sus par­tes inte­gran­tes. El cen­tra­lis­mo madri­le­ño, en cam­bio, sigue ava­sa­lla­dor en muchos aspec­tos, ejer­cien­do un cla­ro domi­nio en la toma de deci­sio­nes eco­nó­mi­cas así como aca­pa­ran­do los medios de comu­ni­ca­ción y has­ta las com­pe­ti­cio­nes depor­ti­vas.

Si algún futu­ro tie­ne este país se fra­gua­rá, pre­ci­sa­men­te, si quie­nes has­ta la fecha se han sen­ti­do renuen­tes a acep­tar la idea de Espa­ña –una par­te de la izquier­da y el nacio­na­lis­mo peri­fé­ri­co en espe­cial– no solo se inte­gran en la mis­ma sino que la rei­vin­di­can para sí. Del mis­mo modo que Madrid debe dejar de aca­pa­rar asun­tos “nacio­na­les” de Espa­ña y dis­tri­buir­los por el con­jun­to del país como ocu­rre en Ale­ma­nia, un mode­lo más armo­nio­so que el fran­cés para noso­tros. Tal vez un sena­do terri­to­rial en Bar­ce­lo­na, una com­pa­ñía nacio­nal de dan­za en Mála­ga, un pala­cio del cine en San Sebas­tián o todo un pabe­llón de la era digi­tal en Valen­cia… Por ahí se empie­za a cons­truir una nue­va nación de todos, o al menos de la inmen­sa mayo­ría.

 

*Artícu­lo publi­ca­do en Leva­n­­te-EMV el pasa­do 5 de julio.

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