A con­ti­nua­ción, tra­du­ci­mos para nues­tros lec­to­res la entre­vis­ta com­ple­ta que Mar­co Ima­ri­sio (Corrie­re della Sera) reali­zó a Fabiano Di Mar­co, jefe de Neu­mo­lo­gía del hos­pi­tal de Bér­ga­mo.

“El jefe del depar­ta­men­to está al final del corre­dor. Lle­va una sema­na en casa
con el coro­na­vi­rus. La habi­ta­ción con­ti­gua a la mía es de un cole­ga que hos­pi­ta­li­zó a su cuña­do en cui­da­dos inten­si­vos. En el opues­to hay un car­dió­lo­go. Su madre tam­bién está aquí. En Bér­ga­mo, cada fami­lia llo­ra­rá a sus seres que­ri­dos. No soy el que lo dice, son los núme­ros”. Media­no­che. Cuar­to piso de la cuar­ta torre del hos­pi­tal Juan XXIII. El pro­fe­sor Fabiano Di Mar­co usa núme­ros para man­te­ner­se en este caos. Cada ora­ción, un dígi­to. Naci­do en Sui­za, cria­do en Milán, 46 años, espo­sa, tres hijos. Pro­fe­sor uni­ver­si­ta­rio, jefe de neu­mo­lo­gía en el hos­pi­tal que se ha con­ver­ti­do en un pues­to avan­za­do de la resis­ten­cia al mal. Ha pasa­do un mes: “Les dije a mis padres que me uni­ría a ellos en las mon­ta­ñas. Esta­ban en fies­tas de car­na­val”.

— ¿Recuer­da aquel vier­nes 21 de febre­ro?
— Como si fue­ra ayer. Pero tam­bién como si fue­ra otra vida. Has­ta las 12 del medio­día, un día nor­mal. Enton­ces el pro­fe­sor Ste­fano Cen­tan­ni, mi maes­tro, me lla­ma des­de Milán: mira, es un desas­tre en Lodi. Enton­ces, empie­zo a hablar con otros resu­ci­ta­do­res. Sabía­mos que la neu­mo­nía Covid-19 depen­de­ría de noso­tros.

— ¿Y des­pués?
— A las 8 pm reci­bo men­sa­jes de alar­ma de la geren­cia. Nece­si­ta­mos eli­mi­nar las enfer­me­da­des infec­cio­sas para estar lis­tos y poder acep­tar a todos los pacien­tes de Covid-19 en la pro­vin­cia. Toma­mos al res­to de pacien­tes y los envia­mos a ciru­gías, don­de había vacan­tes.

— ¿Ya tenía casos sos­pe­cho­sos?
— Muchos hos­pi­ta­li­za­dos con fie­bre, inclui­do un hom­bre que había entra­do en con­tac­to con Mat­tia, el pacien­te 1 de Codogno. El domin­go por la tar­de se lle­na el depar­ta­men­to de enfer­me­da­des infec­cio­sas. Pero es solo mucha gen­te con sín­to­mas leves.

— ¿Cuán­do entien­de que es un desas­tre?

— Todo suce­de el domin­go 1 de mar­zo. Tem­prano en la maña­na, entro a la sala de emer­gen­cias. Nun­ca lo olvi­da­ré: La gue­rra. No encuen­tro otra defi­ni­ción. Pacien­tes en todas par­tes con neu­mo­nía seve­ra, que jadea­ban. En cami­llas, en los pasi­llos. Habían abier­to la sala de máxi­ma afluen­cia, y eso tam­bién esta­ba lleno. Y mien­tras Ita­lia que­ría reabrir sus ciu­da­des. En 24 horas con­su­mi­mos 5.000 más­ca­ras de fil­tro. Hubo un páni­co gene­ral.

— Cómo reac­cio­na.
— A las 8:30 de la maña­na envío un men­sa­je de tex­to sobre nues­tro gru­po, enfer­me­ras y médi­cos. ¿Quién pue­de venir corrien­do aquí? A las nue­ve está­ba­mos con el pri­mer pacien­te. Mi enfer­me­ra jefe esta­ba angus­tia­da. Nin­guno de noso­tros había comi­do. Algo cam­bió en nues­tras vidas ese día.

— ¿Cuán­do murió el pri­mer pacien­te?
— Dos días des­pués. Muy vie­jo, enfer­mo. Pero eso no sig­ni­fi­ca­ba nada.

— ¿Ya esta­ba en una emer­gen­cia?
— El espa­cio de reani­ma­ción para el Covid-19 que había­mos crea­do se había lle­na­do. Lle­ga­ban pacien­tes de otras ciu­da­des y se pedía su posi­ti­vi­dad. Y el hos­pi­tal San Mateo de Pavia, uno de los tres cen­tros lom­bar­dos auto­ri­za­dos para exa­mi­nar­los, esta­ba des­bor­da­do por el tra­ba­jo. Se creó un embo­te­lla­mien­to.

— ¿Cómo salie­ron de eso?
— Había una par­te del blo­que cen­tral del hos­pi­tal que nun­ca se abrió y se uti­li­zó como alma­cén. No me pre­gun­te cómo lo hicie­ron. A la 1 de la tar­de toda­vía había pale­tas y pane­les aban­do­na­dos. A las 7:20 pm tra­je al pri­mer pacien­te para entu­bar. El pue­blo de Bér­ga­mo está lleno de gen­te muy dura y valien­te.

— ¿Cuán­tos espa­cios se han crea­do en el hos­pi­tal para el coro­na­vi­rus?
— El mar­tes pasa­do los pacien­tes de Covid-19 ven­cie­ron a aque­llos con otras pato­lo­gías. Hay más de qui­nien­tos aho­ra.

— ¿Cómo le fue con los apa­ra­tos res­pi­ra­to­rios?
— Al prin­ci­pio tenía­mos 20. Empe­za­mos a bus­car. Nada, todo ago­ta­do. El sába­do 7 de mar­zo recuer­do que hacía quin­ce años había cono­ci­do al due­ño de una peque­ña empre­sa fami­liar en Leva­te, que fabri­ca­ba plan­tas de oxí­geno. Le lla­mo por telé­fono: esta­mos deses­pe­ra­dos.

— ¿Res­pon­dió?
— Ten­go diez, me dijo, los arre­gla­ré y se los trae­ré el lunes. El lunes es tar­de, le rogué. Déje­me lla­mar a mis hijos, les pon­go sobre avi­so y lle­ga­re­mos allí de inme­dia­to, me dice. Aver­gon­za­do, le digo que toda­vía lo nece­si­to más rápi­do. Él: deme tres horas y gana­rá nue­ve apa­ra­tos más.

— ¿Y hoy?

— Tene­mos 139, somos el hos­pi­tal mejor abas­te­ci­do de Euro­pa. Gra­cias a él. Dice que solo hace lo que sus padres le ense­ña­ron. A la gen­te le gus­ta ayu­dar.

— ¿Cuán­tas muer­tes por día?
— Por aho­ra entre quin­ce y vein­te. Lo peor, has­ta aho­ra, el vier­nes 13 de mar­zo.

— ¿Cómo suce­dió esto?
— El 19 de febre­ro, 40.000 ciu­da­da­nos de Bér­ga­mo acu­die­ron a San Siro en Milán para ver el Ata­­la­n­­ta-Vale­n­­cia. En auto­bús, en coche, en tren. Fue una bom­ba bio­ló­gi­ca, des­afor­tu­na­da­men­te.

— ¿Pue­de mane­jar­lo?
— El inge­nie­ro lle­gó a prin­ci­pios de esta sema­na. Chi­cos, el sis­te­ma de oxí­geno no pue­de dar más de sí. Está dise­ña­do para con­su­mir un máxi­mo de 8.000 litros por minu­to. Solo en cui­da­dos inten­si­vos con­su­mi­mos 8.600. Por el momen­to.

— ¿Ha encon­tra­do la solu­ción?
— Tra­ba­jan­do de noche cons­tru­ye­ron otro silo que nos hace alcan­zar los 10.000 litros.

— ¿Hay sufi­cien­te per­so­nal?
— Hici­mos cur­sos de for­ma­ción. Tres mil ope­ra­do­res. Una hora para expli­car la enfer­me­dad, otra con el apa­ra­to de reani­ma­ción. Y lue­go en el carril.

— ¿Fun­cio­na la recon­ver­sión huma­na?
— Me doy cuen­ta de que no es fácil. Eres un ana­to­mo­pa­tó­lo­go o un ciru­jano, y en cual­quier momen­to te dicen que debes mane­jar a pacien­tes con una infec­cio­si­dad muy alta.

— ¿Cuán­tas infec­cio­nes hay entre uste­des?
— Unos 400, de 1.600.

— ¿Es tan difí­cil hacer que la gen­te entien­da la situa­ción?
— Sí, inclu­so en el hos­pi­tal. Cada depar­ta­men­to es un mun­do pro­pio. Hace unos días un médi­co me lla­mó: Que­ri­do ami­go, estoy aquí en “su” sala de emer­gen­cias con mi padre que tie­ne 88 años. Tie­ne coro­na­vi­rus. Me uno a él, entre cami­llas y con­fu­sión. Me mira con lágri­mas en los ojos: no enten­dí, dice.

— ¿Cómo está el padre de su cole­ga?
— Está muer­to.

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