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Espido Freire, escritora

Hace vein­te años, Espi­do Frei­re se con­ver­tía en la gana­do­ra más joven del Pre­mio Pla­ne­ta. Des­de enton­ces han pasa­do muchas cosas en su vida. Entre ellas sufrir, y supe­rar, una enfer­me­dad que la socie­dad tien­de a ocul­tar y silen­ciar: la depre­sión. En su últi­ma nove­la, De la melan­co­lía, hará pasar a su pro­ta­go­nis­ta por esa mis­ma difí­cil situa­ción, al tiem­po que des­ta­ca la frac­tu­ra eco­nó­mi­ca, social y de valo­res que sig­ni­fi­có para la cla­se media el impac­to de la recien­te cri­sis eco­nó­mi­ca.

Tras varias nove­las his­tó­ri­cas, aho­ra una ambien­ta­da en la actua­li­dad, ¿por qué?

Por azar. Yo sue­lo tra­ba­jar en varios pro­yec­tos a la vez, me va mejor por­que soy dis­per­sa. Ade­más, en mi caso la his­to­ria se impo­ne al géne­ro, a si hago nove­la his­tó­ri­ca o más rea­lis­tas. Esta nove­la podría haber apa­re­ci­do al mis­mo tiem­po que Lla­mad­me Ale­jan­dra, pero  pre­sen­té Lla­mad­me Ale­jan­dra al Pre­mio Azo­rín. Así que el orden de mis nove­las real­men­te es un poco aza­ro­so. 

En cual­quier caso, le ape­te­cía hablar des­de el pre­sen­te.

Por­que aho­ra no ten­go colum­na de opi­nión en un perió­di­co y para mí era impor­tan­te con­ti­nuar hablan­do de lo que me inquie­ta a nivel social.

¿Y la recien­te cri­sis era una de esas cosas?

La cri­sis ha sido poco ela­bo­ra­do des­de la fic­ción; esta es de las pocas nove­las que la abor­da. Y me intere­sa­ba hablar de qué se había per­di­do. Sobre todo entre esa lla­ma­da cla­se media que de pron­to des­cu­bre que ni era cla­se media, ni nada pare­ci­do. Fue una cri­sis gene­ral, inclu­so de valo­res, y per­du­ra­rá más allá de la recu­pe­ra­ción eco­nó­mi­ca. A lo mejor esa cla­se media se ha recu­pe­ra­do mejor que otras cla­ses más des­fa­vo­re­ci­das, pero la frac­tu­ra ideo­ló­gi­ca, social y de valo­res que se pro­du­jo afec­tó de una mane­ra casi homo­gé­nea.

Ade­más de esa cer­ca­nía tem­po­ral, el libro tam­bién le resul­ta cer­cano en aspec­tos más ínti­mos. Me refie­ro a su expe­rien­cia con la depre­sión, com­par­ti­da con la pro­ta­go­nis­ta de la nove­la.

La nove­la no es auto­bio­grá­fi­ca. Ele­na y yo no tene­mos muchas cosas en común, solo la edad. Y la depre­sión, pero la abor­da­mos de for­ma muy dis­tin­to. Yo, por ejem­plo, no estu­ve sola, ella sí. En cual­quier caso, en un prin­ci­pio la nove­la esta­ba cen­tra­da en otro per­so­na­je, Láza­ro. Pero el inte­rés que vi en las con­fe­ren­cias que di en 2005 sobre mi libro de San­ta Tere­sa, en las que habla­ba de la enfer­me­dad men­tal,  me dio una pis­ta; me ani­mó a enri­que­cer a Ele­na hacien­do que no tuvie­ra solo una leve tris­te­za, sino que entra­ra y salie­ra de la depre­sión. 

¿No es para­dó­ji­co que una socie­dad tan exhi­bi­cio­nis­ta siga tenien­do tabús como la enfer­me­dad men­tal?

De hecho, cuan­do inten­tas abor­dar con serie­dad un tabú  como la depre­sión es pro­ba­ble que te acu­sen de exhi­bi­cio­nis­ta. Para mí la dife­ren­cia tie­ne que ver con la fina­li­dad de esa expo­si­ción. La lite­ra­tu­ra, si algo per­mi­te, es que una his­to­ria per­du­re. Fren­te a esta socie­dad inme­dia­ta la lite­ra­tu­ra es una pro­pues­ta de dura­bi­li­dad. No dese­che­mos ade­más el efec­to espe­jo que pro­du­ce la fic­ción y cómo, muchas veces, es el des­en­ca­de­nan­te de algo que un con­se­jo médi­co o fami­liar no hubie­ran con­se­gui­do.

Pero el silen­cio sigue pesan­do sobre estos temas.

La lite­ra­tu­ra es la lucha con­tra el silen­cio y el olvi­do. El pro­ble­ma está cuan­do somos inca­pa­ces de iden­ti­fi­car qué calla­mos y por­qué lo calla­mos. Enton­ces el silen­cio se nor­ma­li­za. Y de lo que no se habla es pre­ci­sa­men­te del dolor. La pro­pia socie­dad ejer­ce esa influen­cia en noso­tros. Si esta­mos cons­tan­te­men­te resol­vien­do pro­ble­mas bana­les, per­de­mos de vis­ta lo esen­cial. Y lo esen­cial son los gran­des temas, que no han cam­bia­do des­de Home­ro.

Habla­bas antes de Láza­ro, un anciano con el que Ele­na crea uno lazo espe­cial. ¿Es una rei­vin­di­ca­ción de la memo­ria inter­ge­ne­ra­cio­nal?

Me pare­cía impor­tan­te hablar de cómo la vejez  pue­de trans­mi­tir unos valo­res y unas lec­cio­nes que no se obtie­nen de nin­gu­na otra mane­ra. Yo empe­cé con vein­ti­po­cos años en un entorno lite­ra­rio don­de muchos de los escri­to­res que me rodea­ban pasa­ban la sesen­te­na y algu­nos eran octo­ge­na­rios. Para mi el lega­do de esos escri­to­res, que algu­nos ya no están, fue muy impor­tan­te; tan­to como el de otros ancia­nos con los que he teni­do una mayor pro­xi­mi­dad. Hay men­sa­jes que calan más si los escu­cha­mos en los mayo­res. Pero hay que escu­char­les. 

¿La depre­sión es el sino de la socie­dad?

Creo que la ansie­dad, esa a la que te obli­ga una socie­dad que te exi­ge que estés cons­tan­te­men­te en acción, hiper­ex­ci­ta­do; y que no haya que­ja. Hay una supre­sión de las  emo­cio­nes, un correr hacia no sabe­mos muy bien dón­de. Vol­ve­mos al super­hé­roe. El super­hé­roe es la ver­sión inme­dia­ta de enfren­tar­se a un pro­ble­ma. Sobre todo, super­hé­roes de fuer­za que valo­ran el valor, la vio­len­cia. Nun­ca se habían ido del todo, pero tuvi­mos una épo­ca en que había una cier­ta refle­xión. 

Hace 20 años se con­ver­tía en la gana­do­ra más joven del Pre­mio Pla­ne­ta, ¿cómo ha cam­bia­do la escri­to­ra?

Ya esta­ba mi pasión por la lite­ra­tu­ra y por el tra­ba­jo que que­ría rea­li­zar. Pero la mira­da ha cam­bia­do. Aho­ra hay una mayor com­pren­sión de la com­ple­ji­dad del mun­do, que enton­ces solo intuía. Quie­ro pen­sar que soy menos impul­si­va y más gene­ro­sa a la hora de abor­dar las his­to­rias. Pero me siguen intere­san­do los mis­mos temas: el mal en el ser humano, el silen­cio, lo no resuel­to. Aun­que mi matiz de gri­ses hoy es mayor que hace 20 años. Y espe­ro con mucha curio­si­dad como será den­tro de otros 20.

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