Alrededor de 80 personas se reunieron el pasado viernes 30 en el restaurante La Ferradura en la playa de la Patacona, en un soleado día de invierno y frente a un mar y un cielo azulísimos mediterráneos, justo a dos pasos de la que fue casa de veraneo del escritor Vicente Blasco Ibáñez, en cuya novela, Arroz y tartana, se describían las virtudes del puchero valenciano de Navidad, la gran comida por excelencia de la Valencia decimonónica y pequeño burguesa.
Y es precisamente la reivindicación de ese puchero lo que reunió, ya por noveno año, a los miembros de la cofradía La Cuchara de Plata (formada a partir de un sentido homenaje a la figura de Alejandro Cerdá, gran directivo que fue de Coca Cola), con los de la Liga Antifideo y muchos otros amigos, para recuperar un plato sublime de la coquinaria tradicional valenciana, un plato de raíces similares en muchos puntos de la geografía tanto española como universal.
El puchero valenciano es hermano de las ollas del Maestrazgo y las montañas alicantinas, y primo de la carn d’olla o escudella catalana, del cocido madrileño o la pava borracha de la Vega Baja, y del puchero andaluz, el pote gallego, el cocido maragato, el montañés o el botillo del Bierzo… pero también del pot au feu francés, del bollito italiano e incluso de la feixoada brasileña… Así pues, se trata de una receta tan local como internacional que se basa en mezclar verduras y carnes para ser cocidas lentamente.
El valenciano, especialmente el que siempre se comía el día de Navidad, tiene sus características propias, y a ellas se encomiendan los cofrades que se reúnen en La Ferradura: la sopa es siempre con arroz, nunca con fideos, y se adereza con higaditos y yemas de gallina, garbanzos y pencas o cardos. Lleva dos pelotas, la salada envuelta en hoja de col, y la dulce que se reboza tras amasar tocino con boniato. Incorpora pichones o palomos, blanquets, muchas más verduras, incluyendo nabos de ratolí, napicol, bajoqueta y chirivías. Y finalmente se remata con botifarras de Nadal (morcillas con cebolla especiada pero sin sangre), que solo se condimentan por estas fechas por los carniceros de los mercados Central y de Ruzafa.
La fiesta culinaria fue guisada bajo el mando del cocinero Jordi Morera, de Pego, ayudado con las ollas por Adolfo Cuquerella, de La Granja de Sueca. El arroz fue Dacsa, la vajilla dispuesta por Muñoz Bosch, los vinos blancos de Bodegas Gandía y el tinto clásico riojano recomendado por Dicoval. Todo bajo la organización de Vicente García, presidente y alma mater de La Cuchara de Plata, y del equipo de La Ferradura que dirige Pepe Ripoll.
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