Adolfo Plasencia, 7 de septiembre de 2025
Foto superior: Xi Jinping preside la XXV Cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) en la ciudad china de Tianjin.
El pasado 31 de agosto, se inauguró en la ciudad de Tianjin, en el norte de China, la 25ª cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) que se fundó hace 24 años, oficialmente como una institución para, dicho eufemísticamente, «combatir el terrorismo y promover la cooperación económica». Esta de la OCS ha sido la primera cumbre internacional posuniversal de la historia, como la llama M. M. Bascuñán. Y la más numerosa desde la fundación de la OCS, que actualmente cuenta con diez Estados miembros, además de los países fundadores. Se trata de China, Rusia, Kazajistán, Kirguistán, Tayikistán y Uzbekistán, además de India y Pakistán, Irán (desde 2023) y Bielorrusia (desde 2024). Sabido es que esta organización actúa como contrapeso a las alianzas occidentales. Representa aproximadamente al 40 por ciento de la población mundial y está dominada en gran medida por líderes de Estados autoritarios y autócratas. De facto es impulsada por China y Rusia, –dos de las naciones fundadoras—, que tratan de promover un modelo alternativo a lo que consideran el orden mundial democrático occidental, liderado hasta la era pre-Trump, también de facto, por EEUU, aunque eso no es ya tan así. Quieren promover un nuevo orden mundial sin valores universales, sin lista universal de derechos humanos, sin ONU; y claro, sin Unesco, ni lista de lugares Patrimonio de la Humanidad. No hay valores universales que valgan para estos líderes.
Recordaré que autócratas son líderes que practican un estilo de liderazgo en el que una sola persona toma todas las decisiones sin consultar a los demás, manteniendo control total y una estructura rígida totalmente bajo su control, en un contexto de liderazgo donde, presumiblemente, las discusiones son mínimas y las decisiones se toman de manera unilateral por una figura de autoridad centralizada. En la citada 25ª reunión de la OCS de hace unos días, el presidente chino, Xi Jinping, y el presidente ruso, Vladimir Putin, dos líderes que parecen responder a ese patrón, enviaron una señal contra Occidente al que niegan la mayor, es decir, ponen en cuestión la idea occidental de que la democracia es el sistema político que debería regir cualquier país y pretenden impulsar lo que, también eufemísticamente, denominan «conformar un mundo multipolar», en el que la democracia ya no es un valor universal a promover en los países, sino una fórmula política más, para ellos obsoleta.
Ya que hablamos hoy aquí de Inteligencia Artificial (IA), en relación al poder y a la economía, aunque resulte obvio, no está de más recordar que el conjunto tan enormemente poderoso de herramientas que aglutina la IA y que, como tales, se pueden usar para promover el bien pero también el mal; y para usarlas en favor de mejorar la vida de la gente o para usarlas contra ella. Y hay otra obviedad. También se pueden usar, y se usan para incrementar exponencialmente el poder y la riqueza de determinadas personas o grupos, por más que eso mismo, al tiempo, perjudique a una gran mayoría social. El gran Richard Stallman siempre me insiste: «no hables de tecnología sino del uso de la tecnología. Hay una gran diferencia» Y eso es lo que estoy intentando hacer ahora mismo, seguir sus enseñanzas.
Lo visto sobre la citada cumbre OCS me ha despertado el recuerdo de un concepto surgido en un impresionante paper de 2023 resultado de la concienzuda investigación de un selecto grupo de profesores del MIT (Martin Beraja); Harvard (Andrew Kao y David Y. Yang) y de la London School of Economics (Noam Yuchtman), titulado «AI-tocracy» y que yo, imprudentemente he decidido llamar en castellano «IA-tocracia», tal como viene en el título de este artículo que Vd. estimado lector, esta leyendo ahora mismo. Recuerdo que el abstract/resumen de este trabajo me sorprendió mucho ya de inicio. Comenzaba con la, a priori, contraintuitiva pregunta: «¿Es posible mantener la innovación de vanguardia en un régimen autocrático?, seguida por la no menos insólita afirmación: «Estudios recientes sugieren que la tecnología de inteligencia artificial (IA) y los regímenes autocráticos pueden reforzarse mutuamente». Y a partir de ahí, dicho resumen deja caer sonoras y rotundas afirmaciones in crescendo, a saber:
- En primer lugar, en este paper, demostramos que los autócratas se benefician de la IA: el malestar local conduce a una mayor contratación pública de IA de reconocimiento facial como nueva tecnología de control político, y el aumento de la contratación pública de IA suprime el malestar social posterior.
- A continuación, demostramos que la innovación en IA se beneficia de la supresión del malestar por parte de los líderes autócratas (totalitarios); las empresas de IA contratadas innovan más, tanto para el gobierno como para los mercados comerciales, y tienen más probabilidades de exportar sus productos; y las empresas de IA no contratadas no experimentan efectos secundarios negativos detectables.
Y la conclusión no es menos rotunda: «En conjunto, estos resultados sugieren la posibilidad de que una innovación sostenida en IA bajo el régimen chino, le es útil al propio poder. La innovación en IA consolida el régimen, y su inversión en IA para el control político estimula una mayor innovación de vanguardia». Naturalmente, esa idea asocia a dirigentes totalitarios con innovación de vanguardia, como efecto secundario convergente a su típica búsqueda, como tales autócratas, del control de la población y de la represión de manifestaciones y acciones de protesta. Es una afirmación que me parece muy atrevida. Quizá en exceso.
Pero leída esta pormenorizada investigación, doy como empíricamente ciertas esas afirmaciones del abstract de introducción del trabajo de estos científicos. Y, si sus afirmaciones de inicio son sorprendentes, hay otras en el trabajo que no lo son menos, pero que me resultan más que inquietantes, por decirlo suavemente. Por ejemplo: «Más específicamente, dado que los datos gubernamentales son un insumo para el desarrollo de algoritmos de predicción de IA, y pueden compartirse con múltiples propósitos, la recopilación y el procesamiento de datos por parte de las autocracias con fines de control político pueden estimular directamente la innovación en IA para el mercado comercial, mucho más allá de las aplicaciones gubernamentales».
Después, advierten (a pesar de lo rotundo de los múltiples y exhaustivos datos que aportan) que: «En el contexto de la IA de reconocimiento facial en China, presentamos evidencias de que la innovación de vanguardia y un régimen autocrático pueden, de hecho, reforzarse mutuamente». Exponen luego otra evidencia demostrada: «Mantener el control político es un objetivo primordial del gobernante Partido Comunista de China. Como consecuencia, todos los ciudadanos, incluso los empresarios más exitosos de China, se pueden verse amenazados por la capacidad ilimitada de sus autócratas para violar sus derechos de propiedad, y también, sus derechos civiles». Hay ejemplos palmarios de esto último. Veamos.
La innovación bajo un régimen totalitario es una profesión de alto riesgo
Lo sucedido al fundador de las empresas chinas Alibabá Group y Ant Group, el famoso, Jack Ma, puede ser, además de un aviso a navegantes del emprendimiento, la constatación de que ser innovador tecnológico en un régimen totalitario como el de China puede ser una profesión de alto riesgo, si no te pliegas a lo indicado por las autoridades o el partido comunista chino, en especial a lo que te indique su comité central, de que uno de sus miembros, por cierto, se sienta en el consejo de la empresa Tik Tok Internacional. Que le pregunten lo del riesgo si no, al citado empresario de éxito y símbolo para los emprendedores en toda China Jack Ma que fue detenido durante meses tras provocar la ira del Partido Comunista Chino. El presidente chino Xi Jinping echó por tierra personalmente la masiva salida a bolsa de Ant Group, otra empresa tecnofinanciera que había fundado también el mismo Jack Ma. La razón es que enfureció a altos cargos del Gobierno por las críticas de este acaudalado empresario contra los reguladores del gobierno. Esa reprimenda fue la culminación de años de tensas relaciones. Jack Ma es aún considerado como el chino más rico del mundo tras una oferta pública de acciones (IPO por sus siglas en inglés) de Alibaba Group en la Bolsa de Nueva York. Y fue y es una de las personas más ricas del mundo. Con una fortuna de 37.300 millones de dólares (febrero de 2020), ocupó el puesto 21 en la lista Forbes. En 2023, su fortuna se calculaba en 22.800 millones de dólares.
A pesar de ello, en enero de 2023 tuvo que renunciar al control de Ant Group, la citada empresa financiera que fundó; obligado por una serie de controles exhaustivos de las autoridades chinas. La historia de la empresa continuó de la siguiente manera: Ant Group realizó cambios importantes en su estructura de propiedad y gobierno corporativo en enero de 2023. Ese mes, la empresa anunció cambios en los derechos de voto de los accionistas, con lo que Ma dejó de ser el controlador efectivo de Ant Group. Los derechos de voto de Ma en el consejo de accionistas se redujeron del 50 % al 6 %. Tras estos cambios, ningún accionista tiene una participación mayoritaria en la empresa. El consejo de administración de la empresa también incorporó a otro director independiente (acordado con las autoridades). Tras ello, el Gobierno chino se pronunció positivamente sobre los cambios de Ant Group, calificándolos de mejoras en materia de transparencia y rendición de cuentas.
Jack Ma era un gran símbolo como famoso y triunfador empresario y emprendedor para millones de jóvenes chinos, así que las autoridades tenían que tratar con sumo cuidado esta figura porque era superfamoso en China. En su intervención el domingo 8 de diciembre de 2024, en la celebración del 20º aniversario de Ant Group, Ma dio la bienvenida a la revolución tecnológica de la IA, según el medio de comunicación chino 36kr. Y dijo: «Desde la perspectiva actual, los grandes cambios que traerá la era de la IA en los próximos 20 años superarán la imaginación de todos». Ant Group opera la omnipresente App china de pagos móviles Alipay y, a mediados de 2020, antes de que se retirara su oferta pública inicial, algunos inversores valoraban la empresa en más de 300.000 millones de dólares. Alibaba posee una participación del 33% en Ant Group. Jack Ma sigue casi retirado de la vida pública, a pesar de su posición.
El 17 de este último febrero, ya en 2025, –por sorpresa–, Ma apareció en un simposio con líderes industriales chinos, organizado por Xi Jinping en el Gran Salón del Pueblo en Pekín. Se dice que como advertencia su imagen apareció en Xinwen Lianbo – noticiario de televisión informativo chino de emisión diaria, producido por la emisora estatal Televisión Central de China (CCTV)–, pero su nombre fue omitido por la agencia de noticias Xinhua y otros medios de comunicación estatales, lo que dio lugar a interpretaciones contradictorias sobre su reaparición como un posible signo de rehabilitación tras la dura represión tecnológica ejercida contra él, por el gobierno de China.
Su capacidad coercitiva totalitaria empuja a China a ser líder innovador en IA
Volviendo al trabajo citado, más adelante, los científicos insisten en la sorprendente relación entre el desarrollo de la IA y el autoritarismo político, y afirman: «en conjunto, nuestros resultados implican que el régimen político autocrático de China y la rápida innovación en su sector de IA no están en conflicto, sino que se refuerzan mutuamente».
«Nuestros hallazgos, –explican– sugieren que un componente de la capacidad coercitiva de China se deriva de la aplicación de la tecnología de IA, y que la represión política de China, a su vez, contribuye a la innovación en IA y, en parte, conduce al auge de China como líder en innovación en IA». Verbigracia: resulta que la innovación de IA planteada por un régimen totalitario como el chino, puede conducir, de hecho ha ocurrido en este caso, –seguramente por su escala también–, a hacer del país el líder mundial en innovación en IA, ahora mismo.
Solo daré un dato actualizado sobre la IA china ya que la investigación que cito tiene más de un año. El 10 de enero de 2025, le empresa china DeepSeek basada en Hangzhou (República Popular China), lanzó su primera aplicación de bot conversacional gratuita, basada en el modelo DeepSeek-R1, para iOS y Android. Para el 27 de enero, DeepSeek-R1 había superado a ChatGPT como la aplicación gratuita más descargada en la App Store (iOS) en EEUU, lo que provocó que las acciones de Nvidia se desplomaran un 18%. El éxito de DeepSeek frente a rivales más grandes y establecidos ha sido descrito según ABC News, como «una revolución en la IA constituyendo, el primer intento de lo que está surgiendo como una carrera espacial global en versión IA» y marca el inicio de «una nueva era de política arriesgada en materia de IA».
Dicho este dato, reitero que he leído miles de afirmaciones de las virtudes de la innovación de la IA pero ninguna como esta: «Totalitarismo e IA se pueden reforzar mutuamente». Es preocupante para mí, lo confieso, porque los datos de la investigación lo corroboran.
Totalitarismo posiblemente exportable gracias a la innovación en IA
En el contexto del citado Estudio, los investigadores afirman que «para determinar la competitividad internacional del nuevo software de IA producido tras contratos con motivaciones políticas, analizamos si la obtención de dichos contratos se asocia con una mayor probabilidad de que las empresas exporten sus productos. De hecho, observamos que la probabilidad de comenzar a exportar se triplica, lo que sugiere que los contratos con motivaciones políticas (del gobierno comunista) han impulsado a las empresas adjudicatarias a la vanguardia tecnológica». E insisten: «en los últimos años, numerosos economistas han estudiado las profundas consecuencias de una economía emergente, si es impulsada por la IA. Sin embargo, gran parte de la literatura científica al respecto se centra en las consecuencias económicas de la IA –desde su impacto en el mercado laboral que fue estudiado por el Premio Nobel de economía 2024 Daron Acemoglu y su colega del MIT Pascual Restrepo–; y desde en cómo deberían responder los gobiernos; hasta cómo transforma el poder de mercado y la competencia; incluso en cómo modifica el comercio global y cómo afecta la desigualdad socioeconómica y el crecimiento económico. Además, algunas investigaciones recientes han considerado las consecuencias sociales de la IA, –en particular la discriminación derivada de los posibles sesgos en sus algoritmos–». Pero, luego afirman «Nuestro artículo proporciona la primera evidencia directa sobre las consecuencias políticas indirectas de la tecnología de IA: puede producir un control político más efectivo, consolidando potencialmente un gobierno autocrático». Es desasosegante para mí, como usuario de la IA, el confirmar que ciertos usos de la tecnología de IA pueden ayudar a consolidar a gobiernos totalitarios.
En otro lugar del trabajo se dice: «la probabilidad de comenzar a exportar en las empresas chinas gracias a la IA y su desarrollo se triplica». O sea que puede también ayudar a exportar este modelo en el país de destino. Así que, de hecho, también según esa lógica, muy probablemente, podría ser ese mismo mecanismo el que facilitaría indirectamente la propia exportación del totalitarismo. Tremendo. Quizá una gran noticia para los Xin Pi, Putin y demás totalitarios y autócratas reunidos hace poco en China, tal vez podrían afirmar, –en palabras crudas–, que: «Si Occidente quiere exportar la democracia. Nosotros, con la vanguardia IA podremos exportar nuestro eficiente modelo de régimen político», no lo olvidemos, totalitario. …La verdad, nunca pensé tampoco que entre las virtudes de la IA podría estar el facilitar la exportación de la autocracia y/o el totalitarismo.
El terrible círculo virtuoso de totalitarismo e innovación en la IA de vanguardia
En sus conclusiones, los científicos aclaran algo que resulta inesperado. «Los hechos encontrados implican una trayectoria de economía política que desafía la sabiduría convencional. El caso chino sugiere un equilibrio estable que exhibe una innovación de vanguardia sostenida y una autocracia más arraigada». …Por otra parte hay otro factor, convergente, debido a la propia naturaleza de la IA. Las tecnologías de IA se centran fundamentalmente en la estadística predictiva. Es decir, en la predicción pura y dura, o sea, que modelan el futuro en función del pasado. Algo factualmente contrario a los procesos de invención y a muchos de los procesos más sofisticados de la innovación…
En su trabajo, los investigadores explican por qué la predicción es importante en este caso: «las predicciones son extraordinariamente valiosas para un pragmático autócrata totalitario que intenta mantener a toda costa el control social y político. Pueden servir para mejorar la vigilancia (p. ej., utilizando algoritmos de predicción para identificar y rastrear individuos); predecir comportamientos humanos (p. ej., identificando individuos con mayor probabilidad de participar en disturbios políticos); y moldear comportamientos (p. ej., proporcionando incentivos y recompensas específicos, como las describió Susana Zuboff en su La era del capitalismo de la vigilancia). Estas aplicaciones políticas de la tecnología de IA cuyo uso buscan los autócratas tiene para ellos gran interés para usarlas en suprimir y prevenir la inestabilidad política. Y contribuyen, por tanto, a que «la relación entre IA y autocracia se refuercen mutuamente». Según el trabajo de estos investigadores, los regímenes autocráticos y totalitarios pueden obtener más poder político gracias a la innovación de vanguardia en IA. Resulta terrible que la vanguardia de la IA sirva también para eso. En resumen, el caso de China indica que los gobiernos autocráticos pueden llegar a un estado de casi equilibrio en el que su poder político autocrático se vea reforzado, en lugar de socavado, cuando aprovechan avances tecnológicos como los de la IA.
Y explican que «cuando citada relación de refuerzo mutuo es lo suficientemente fuerte como para superar las distorsiones en las autocracias que desalientan la innovación (por ejemplo, el riesgo de expropiación), podría sustentar un artificial equilibrio —en forma de “IA-tocracia”— en el que se afianza un régimen autocrático y, al tiempo, se sostiene la innovación en IA de vanguardia. Esto se logra «generando un ciclo perpetuo en el que los autócratas se ven fortalecidos por la innovación en IA, y la adquisición de esta innovación estimula una mayor innovación, lo que a su vez fortalece aún más a los autócratas». ¡Vaya infame círculo virtuoso!
La IA-tocracia interior en EEUU
El grupo científico que en 2023 acuñó el concepto de AI-tocracy / IA-tocracia, –según mis noticias–, tenía la intención de seguir adelante son sus investigaciones alrededor de ese concepto que nació de la posición de un grupo de científicos que estudian desde prestigiosas instituciones académicas occidentales el caso de China, es decir, una IA-tocracia Exterior, para ellos, al otro lado del mundo y en un país autocrático. Pero una cosa es diagnosticar de la IA-tocracia de China desde Harvard y Londres y otra cosa, visualizar la actual situación política actual del gobierno de EE.UU. ya con preocupantes síntomas autoritarios, o sea, como si fuera una IA-tocracia Interior.
Adelaida (Adele) Jasperse, una abogada especializada en salud, privacidad y tecnologías emergentes, además de titulada en bioética, inmigrante en EE.UU., sí piensa que EE.UU. va rápidamente camino de sumergirse en la autocracia. Hace pocos días ha publicado un contundente ensayo en la plataforma editorial independiente Commons Dreams, titulado con una pregunta no menos contundente: ¿Se ha completado la «AI-tocracia»? Naturalmente ella, inmigrante de Albania, se lo pregunta sobre EEUU donde ahora vive, que formalmente aún se considera una democracia, pero en cuyo momento actual ella percibe síntomas de un poder ejercido por un presidente con tremendos modales autoritarios. Adele explica así para empezar sus sensaciones sobre la realidad actual estadounidense: «Crecí bajo el régimen totalitario de Enver Hoxha en Albania, donde reinaba la paranoia, la propaganda era implacable, se aplastaba la disidencia y los búnkeres de hormigón salpicaban el paisaje. Ahora, al ver cómo EE.UU. avanza hacia el autoritarismo, me invaden los inquietantes ecos de mi pasado. El esfuerzo por remodelar la sociedad mediante el miedo, la intimidación y la división; el ataque a las instituciones independientes; el estado de vigilancia; y la fiebre apocalíptica me recuerdan mucho a la dinámica que una vez asfixió a Albania. Bajo todo ello se esconde un malestar social generalizado y una sensación de decadencia moral».
Adele está convencida de que la crisis actual no es accidental y lleva largo tiempo gestándose. Ella afirma que dicha crisis es provocada, y resultado de poderosos intereses —por ejemplo, los de los multimillonarios de Silicon Valley (a quien llama tecnomonarcas corporativos), También empujada por los ideólogos de MAGA, los radicales cristianos y los arquitectos del Proyecto 2025, (una colección de propuestas políticas ultraconservadoras que pretende remodelar la estructura actual del Gobierno Federal de Estados Unidos, para desmantelarla porque lo consideran fruto de una burocracia enorme, irresponsable y mayoritariamente liberal). Según Adele, estos grupos dejando de lado sus antiguas rencillas, se han unido para acelerar el colapso de lo público, alimentar la división y destruir la democracia. Ve síntomas de ello en la actualidad estadounidense por todas partes, sobre todo, en las caóticas actuaciones personales de Trump, y especialmente en el núcleo del Proyecto 2025 que, con la ultraconservadora Fundación Heritage al frente, pretende conseguir que todo el poder ejecutivo de EEUU quede bajo el control directo del presidente, en virtud del artículo II de la Constitución estadounidense y de la teoría del ejecutivo unitario (unitary executive theory). La oposición comparte estas ideas de Adele y han caracterizado el Proyecto 2025 como un plan autoritario y neo-nacionalista cristiano para conducir a EEUU hacia la autocracia, es decir a un país gobernado por métodos parecidos a los que caracterizan a líderes como Putin, Xi Jinping y otros colegas presentes en la cumbre OCS de esta semana que cité al principio. Nada menos.
Pero la expresión IA-tocracia, empieza por el término Inteligencia Artificial (IA). Entonces, ¿qué papel tiene la IA en la supuesta deriva hacia una supuesta autocracia estadounidense? Según Adele lo tiene, y lo describe con los no menos inquietantes términos que explico a continuación.

En su discurso ante sus seguidores en el Capitol One Arena de Washington tras la ceremonia de investidura de Trump, el magnate Elon Musk se llevó la mano derecha al corazón y luego extendió el brazo. Muchos fans de la extrema derecha lo interpretaron como el típico saludo de su ideología, independiente de lo que Musk quisiera decir.
Las fuerzas del «fascismo del fin de los tiempos» y el «Estado en red»
No nos equivoquemos, –afirma Adele–: no se trata de una iniciativa aislada. Es lo que Naomi Klein y Astra Taylor denominan The rise of end times fascism, es decir: «el auge del fascismo del fin de los tiempos», un proyecto apocalíptico de facciones convergentes para acelerar el colapso social y redefinir la soberanía del país con fines lucrativos para unos pocos.
En particular, para algunos miembros del contingente de Silicon Valley. Según Adele, en este núcleo de tecno-ricos que lo empujan, destaca su ala ultraliberal y neo-reaccionaria, –que incluye a destacados inversores de capital riesgo como Peter Thiel (Fundador de PayPal, junto con Elon Musk) y de Palantir Technologies, etc., que ya en 2009, parafraseando a Curtis Yarvin aseguró «que no creía que la libertad y la democracia pudieran ser compatibles». También incluye a Marc Andreessen (cofundador y socio del fondo de capital riesgo a16z.
Según Jasperse, son gente que ha abandonado la fe en la democracia, y por eso han invertido en Pronomos Capital, un fondo de capital riesgo que respalda los llamados «Estados en red», que pueden describirse como feudos digitales dirigidos por tecno-monarcas corporativos. Entre ellos, se pueden citar como ejemplos los enclaves ya existentes como Próspera en Honduras e Itana en Nigeria, donde los tecno-ricos eluden las leyes locales y, a menudo, desplazan a las comunidades. Ahora mismo, aprovechando el huracán conservador que azota hoy EEUU, estos tecno-multimillonarios presionan para crear «ciudades libres» dentro de Estados Unidos, que serían paraísos fiscales radicales dentro de EEUU, es decir, auténticos «Estados en red»; y más aún, serían zonas autónomas exentas de la legislación estatal y federal, lo que podría permitir casi cualquier cosa económica, incluso, fuera de la ley .
Y, ¿donde encaja la IA en este caótico puzle de la IA-topía Interior? Pues no solo en las prácticas comerciales y tecnológicas sino también en los pliegues de esa ideología dominante que pretende desarrollar y desregular completamente la IA. Bueno, la IA y cualquier tecnología que puedan conseguir desregular. Y todo, con apoyo de Trump que quiere hacer de las empresas tecnológicas de EE.UU. instituciones intocables para cualquier poder externo. Por eso, ayer mismo, Trump volvió a amenazar con nuevos aranceles a Europa tras la multa millonaria de Bruselas a Google de 2.950 millones de euros (0,9% de su facturación global) por abuso de dominio en la publicidad digital. Tras una cena en la Casa Blanca con los líderes máximos de las big tech, el presidente cargó anoche contra Bruselas por el correctivo a Google y advirtió con su prepotencia habitual: «No se permitirá que estas acciones discriminatorias se mantengan» contra «la brillante e inaudita creatividad estadounidense».
Adele Jasperse describe la agenda de ese núcleo de tecno-monarcas corporativos en relación a la evolución de la IA. Esa agenda señala –según ellos– que la IA debe ser completamente desregulada. Están imbuidos de una visión casi religiosa y tecno-solucionista de la IA y de la tecnología digital en sentido amplio. Relata que sus proyectos están impulsados por un conjunto de ideologías tecno-utópicas que impregnan el espíritu de Silicon Valley, entre las que destacan el largoterminismo y el transhumanismo. Los largoterministas creen que nuestro deber es maximizar el bienestar de los hipotéticos seres humanos del futuro, incluso a costa de los del presente. Estas visiones del mundo consideran que la sustitución de la humanidad por la IA o por especies poshumanas digitales es inevitable, e incluso deseable. Elon Musk y Sam Altman, de OpenAI, que advierten públicamente sobre la extinción de la IA, se benefician al posicionar sus productos como algo para la salvación de la humanidad. Según el filósofo Émile P. Torres, estas ideologías provienen de la misma fuente envenenada que la eugenesia y sirven de tapadera para desmantelar salvaguardias democráticas y protecciones sociales en pos de un futuro de pro-extinción. El propio Émile define esa visión religiosa de algunos líderes de Silicon Valley como una religión new-age que considera a la humanidad como una especie en transición, cuya hora está a punto de llegar.
Pero además de la visión religiosa e ideológica, también hay ejemplos de acciones con la IA, recientes, y a la vista de todos. El Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE) que lanzó y dirigió un tiempo Elon Musk, ejemplifica los riesgos de los peores usos de la IA. Al operar como una entidad extrajudicial no elegida, su equipo de jovencitos reclutados de sus empresas, usaron sistemas impulsados por IA para automatizar despidos masivos de empleados federales. Además, se desplegó el chatbot X AI Grok de Musk para analizar datos gubernamentales sensibles, lo que podría convertir la información personal sensible de millones de estadounidenses en material de entrenamiento para su modelo LLM de IA. Hay expertos que afirman que DOGE está creando un panóptico de datos que reúne la información personal de millones de estadounidenses para vigilar a los inmigrantes y ayudar al Departamento de Justicia a investigar «denuncias falsas de supuesto fraude electoral generalizado». Y, todo eso, con voceros digitales, incluso gubernamentales, difundiendolo en sus versiones interesadas y, además, al estilo del estratega de Trump, y de las guerras de datos del siniestro Steve Bannon, usando estrategias que ya describí en estas páginas, como las PSYOP –eufemismo de operaciones de guerra psicológica– llevadas a cabo por EEUU–, con las que son capaces de cambiar la opinión de la gente, no mediante la persuasión, sino mediante lo que llaman el «dominio informativo», un conjunto de técnicas que incluye rumores, desinformación y noticias falsas. Sobre todo, usando entre otros medios, las redes sociales, en especial las propias como Truth Social, la desplegada por Trump Media & Technology Group (TMTG). Y todo ello, increíblemente, incluidas las acciones del DOGE, realizadas por no-funcionarios, sin aparentes conflictos de intereses legales. Decir alucinante, es poco.
La moratoria radical de la regulación de la IA
Jasperse señala el actual objetivo central estratégico de las big-tech de IA y del grupo emergente de Silicon Valley, al que arropa el actual presidente estadounidense. Ese objetivo persigue una moratoria para conseguir una no-regulación de facto de la IA de larga duración. En las más de 1.000 páginas del reciente proyecto de ley de reconciliación republicano se esconde una moratoria radical que prohibiría a los estados y municipios regular la IA durante 10 años. Pero, en dicho proyecto de ley, se esconden más cosas. Ese mismo texto legal recorta cientos de miles de millones de dólares de Medicaid, Medicare y de las acciones de ayuda alimentaria —una transferencia de riqueza hacia arriba sin precedentes que, muy probablemente, perjudicará gravemente tanto a los más vulnerables como a la clase humilde y trabajadora más precaria— mientras destina más de mil millones de dólares al desarrollo de la IA en los Departamentos de Defensa y Comercio de EEUU.
Su impacto, –explica Adele–, sería inmediato y profundo. De salir adelante, anularía las leyes estatales vigentes sobre IA en California, Colorado, Nueva York, Illinois y Utah, y bloquearía los proyectos de ley estatales pendientes destinados a garantizar la transparencia, prevenir la discriminación y proteger a las personas y las comunidades de cualquier daño. La amplia y borrosa definición de «sistemas de decisión automatizados» de esa ley socavaría la supervisión en los ámbitos de sanidad, finanzas, educación, protección al consumidor, vivienda, empleo y también la de los derechos civiles e incluso la de la integridad de las elecciones. En efecto, reescribiría el contrato social hasta ahora vigente, despojando a los Estados del poder de proteger a sus residentes.
Volviendo a China y la supuesta amenaza que representan sus reciente desarrollos de IA (DeepSekeek AI, etc.). Según los impulsores de la citada moratoria de la IA, la regulación de la IA a nivel estatal obstaculiza la capacidad de Estados Unidos para competir con China. Pero a ellos ni se les pasa por la cabeza, al parecer, la evidencia de que, inundando el mercado con IA no regulada y potencialmente dañina, se corre un alto riesgo de erosionar la confianza pública y generar inestabilidad local y global.
La hipótesis de Porter que enunció Michael Porter en 1991 para el ámbito medioambiental, muestra genéricamente que una regulación específica, no frena la innovación, en contra del perenne argumento, mil veces argüido por las big tech. La ciencia lo corrobora… Y eso se puede aplicar a las tecnologías IA. Como demuestran muchos ámbitos y actuaciones europeas, una regulación racional y equilibrada lo que hace, más bien, es crear marcos de estabilidad, previsibilidad y seguridad que permiten a las empresas, –también a las estadounidenses–, prosperar y liderar a nivel mundial.
Como señala Adele Jasperse, abogada, experta en privacidad, tecnologías emergentes y buena conocedora del ámbito tecnológico y legal estadounidense, el riesgo real no es que EE.UU. pierda pie frente a China por regular la IA, sino que pierda la confianza de sus propios ciudadanos y de usuarios de todo el mundo que usan las IA estadounidenses, por no hacerlo. Yo estoy bastante de acuerdo.
Mi conclusión final es que, a pesar de lo mostrado por los citados científicos y lo descrito por Adele, y dado que no soy ludita, creo que el uso de la impresionante galaxia de aplicaciones de la llamada IA Generativa se puede orientar también aplicándola hacia mejorar la vida de las personas sin salirse nunca de los valores democráticos, los derechos humanos esenciales y la educación en esos valores. Y dentro un marco en el que no sean el dinero o el poder el único vector que cuente para los desarrollos y la evolución de la IA. Comparto opinión con José Hernández-Orallo sobre que la inteligencia artificial, que podría ser la tecnología más transformadora de este siglo, es una de las pocas oportunidades que hoy tiene España. Y lo mismo aplica para Europa, siempre que nuestro continente y sus dirigentes se pongan la pilas de verdad, si quieren que tengamos soberanía tecnológica europea, y que no se dejen robar los genios, el talento y las empresas europeas de vanguardia de la IA, como ocurrió con Demis Hassabis y su empresa DeepMind que nació europea. Más nos vale. La Web se inventó en el corazón de Europa y por europeos, no lo olvidemos, y fue en el CERN, una institución de financiación pública, no una empresa. La vía de los autócratas o la de los tecno-monarcas corporativos no son en absoluto las únicas por las que conducir y aplicar las tecnologías IA. Hay otras vías y, desde luego, incomparablemente mejores.
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